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CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVI

Durante veinte años los procesos de Moscú sólo han sido una pequeña ventana entreabierta sobre la realidad de la U.R.S.S., un aspecto ínfimo de la gigantesca depuración del partido y del Estado que conmovió los propios cimientos de la U.R.S.S. entre 1936 y 1938. Desde entonces otras ventanas se han abierto, sobre todo con el XXII Congreso, cuando los dirigentes del partido revelaron los detalles de las grandes «purgas» para trasladar su responsabilidad sobre aquellos que constituían durante el periodo de 1936‑38 la guardia pretoriana de Stalin y que habían de convertirse tras su. muerte en el «grupo antipartido».

Chelepin, presidente del Comité de Seguridad del Estado, relata: «Durante este período se adoptó una serie de leyes penales excepcionales. Con ellas se podía desacreditar y exterminar a los dirigentes honestos, consagrados al servicio del partido y del pueblo. También hicieron su aparición numerosos organismos extra‑judiciales. Se ha demostrado que fueron creados a instancia personales del propio Kaganóvich (...) Mólotov, Kaganóvich y Malenkov (...) decidían de un plumazo la suerte de muchos hombres. (...) También ha quedado probado con documentos que Kaganóvich, sin esperar el fin de los debates judiciales acerca de muchos asuntos, redactaba por si mismo los proyectos de sentencia introduciendo en ellos arbitrariamente los cambios que consideraba necesarios. (...) Estos hombres (...) deben estar perseguidos por sus pesadillas, deben oír los sollozos y las maldiciones de las madres, las mujeres y los hijos de los camaradas inocentes que fueron ejecutados». [1] Spiridonov, secretario del partido en Leningrado, afirma: «Durante cuatro años una ola incesante de medidas represivas cayó sobre unos hombres honrados que no habían cometido falta alguna. En numerosas ocasiones ser destinado a un cargo de responsable equivalía a dar un paso hacia el abismo. Muchos fueron exterminados sin juicio ni investigación. previa, en base a unas acusaciones fabricadas sobre la marcha. De la represión eran víctimas no solamente los propios trabajadores, sino también sus familias incluso los niños absolutamente inocentes, cuya vida por ello quedaba afectada desde el principio» [2] . La vieja militante Lazurkina, miembro del partido desde 1902 explica: «El daño enorme causado por Stalin no se debía solamente al hecho de que muchos de nuestros mejores elementos hubiesen perecido, a que imperase la arbitrariedad o a que los inocentes fueran encarcelados (...) El miedo cundía. Nos calumniábamos unos a otros, no teníamos confianza, llegábamos incluso a calumniarnos nosotros mismos. Nos pegaban para obligarnos a calumniar. Nos presentaban listas, nos obligaban a firmarlas, nos prometían soltarnos, nos amenazaban: Si no firmáis os mataremos» [3] . Por último Chvernik, su compañero de armas, cita respecto a Malenkov, Kaganóvich y Mólotov una serie de hechos concretos que ratifican las acusaciones emitidas por la oposición de izquierda: «Cada desplazamiento de Malenkov provoca la detención de los secretarios de los comités regionales del partido y de un gran número de dirigentes. (...) Kaganóvich, conseguía mediante el chantaje y la provocación la detención de muchos militantes. Tras su nombramiento como Comisario del Pueblo para las vías de comunicación, se inició una ola de detenciones masivas en los transportes ferroviarios. Sin ningún motivo consistente fueron detenidos los suplentes de Kaganóvich, casi todos los jefes de línea, los jefes de las secciones políticas y otros dirigentes de los transportes. En la actualidad han sido rehabilitados, muchos de ellos a titulo póstumo. (...) Bajo la égida de Mólotov se introdujo el método ilegal de condena por listas (...). Él personalmente era el que disponía de la suerte de las personas detenidas» [4] .

Margarete Buber –Neúmann [5] ‑ que más adelante será detenida por la GPU y deportada a Siberia antes de ser entregada a la Gestapo y deportada de nuevo, esta vez a Neuengamme ‑ nos refiere el chiste que hacía furor en Moscú en 1938 cuando la guerra de España estaba entrando en una fase crítica: « ¡Han cogido Teruel! ‑¿Y a su mujer también?» Ni la amplitud real de la depuración, ni el número de detenciones y ejecuciones han sido nunca revelados oficialmente. Alejandro Weissberg habla de siete millones de personas detenidas, Dalin y Nicolaievsky opinan que entre siete y doce millones de rusos fueron condenados a trabajos forzados. Estas evaluaciones, a pesar de su imposible verificación, no parecen totalmente inverosímiles: en todo caso, los sucesores de Stalin han tomado infinitas precauciones para escamotear el número exacto de detenciones arbitrarias que ellos mismos estaban denunciando. Sobre este total ¿cuántos fueron ejecutados? En el XX Congreso, Jruschov cita 7.679 rehabilitaciones, la mayoría a titulo póstumo, atribuyendo a Beria la responsabilidad de varias decenas de miles de ejecuciones, también afirma que Stalin dio su conformidad a 383 listas de personas que iban a ser ejecutadas sin juicio por la NKVD incluyendo éstas «varios miles de nombres». Pijade, dirigente yugoslavo, ha evaluado en tres millones el número de víctimas. Las intervenciones de Clívernik, Chelepin, Spiridonov y otros en el XXII Congreso, sugieren que las cifras reales fueron muy elevadas; al parecer no fueron millares sino centenares de miles: ciertamente fue un auténtico baño de sangre. ¿Se levantará algún día el velo, como consecuencia, por ejemplo de la realización del proyecto de monumento a la memoria de las víctimas de Stalin del que tanto se habló tras el XXII Congreso? En cualquier caso, resulta curiosa la abundancia de precauciones con las que, todavía en la actualidad, suelen rodearse las rehabilitaciones, y asimismo la discreción con la que se va levantando la discriminación que, desde hace más de 25 años, pesa sobre las familias y sobre todo sobre los hijos de las víctimas.

La exterminación de los bolcheviques

Si bien las, verdaderas dimensiones de las «purgas» permanecen aun en el terreno de las meras hipótesis, no sucede lo mismo con su significación. La gran purga se abatió muy concretamente sobre la Vieja Guardia bolchevique, los supervivientes del partido de Lenin, sobre aquellos que reaparecen hoy unos tras otros en los apéndices biográficos que acompañan a las obra de Lenin con la mención: «Cayó víctima de las calumnias de los enemigos».

El establecimiento de una lista completa de los militantes y dirigentes bolcheviques, de los cuadros de la revolución y el Estado soviético en tiempos de Lenin, que fueron ejecutados durante el gran terror constituye en la actualidad una empresa irrealizable. Sin embargo, se impone la necesidad de una simple enumeración que resulta ya terriblemente significativa. Los más conocidos entre los viejos bolcheviques, Zinóviev, Kámenev y Bujarin, han desaparecido, fueron ejecutados tras sus respectivos procesos: junto con Stalin y Trotsky eran los supervivientes del Politburó de los tiempos de Lenin. También hemos visto que los otros condenados de los grandes procesos se contaban entre los más representativos de la Vieja Guardia: Bakáiev dirigía la Cheka, Rakovsky, Iván Smirnov, Serebriakov y Piatakov eran miembros del Comité Central durante la guerra civil: salvo Stalin y Trotsky todos los hombres citados en el testamento de Lenin fueron ejecutados por traición. Respecto a los hombres que desaparecieron en la cárcel, a los que fueron juzgados a «puerta cerrada» y a los que fueron eliminados sin proceso, nos limitaremos a enumerar los nombres de los principales bolcheviques citados en este trabajo: los ex trotskistas como Smilgá, Preobrazhensky, Beloborodov, Saprónov, Y. Kossior, V. Ivanov, Sosnovsky, Kotziubinsky: los ex zinovievistas como Kayúrov, Safárov, Vardin, Zalutsky, Kuklin, Vuyovich; los veteranos de la oposición obrera como Shliapnikov y Medvédiev; los antiguos «derechistas» como Uglanov, Riutin, Slepkov, Schmidt, Maretsky, Eichenwald; los diferentes oposicionistas Riazánov, Miliutin, Lómov, Krilenko, Teodorovich, Syrtsov, Lominadze, Chatskin, Tchaplin, los hombres que, desde un principio habían sido «compañeros de armas.» de Stalin como S. Kossior, Rudzutak, Postishev, Chubar, Eíje, Solz, Garnarník, Unschlichit, Mezhlauk, Gúsev; los supervivientes de la época prebolchevique Steklov y Nevsky, éste último antiguo presidente de la Sociedad de Viejos‑bolcheviques. Con ellos desaparecen también sus familiares: el segundo hijo de Trotsky, Sergio Sedov, a pesar de su apoliticismo, sus dos yernos, veteranos ambos de la guerra civil, Man Nevelson y Platón Volkov, su primera mujer Alejandra Bronstein, las mujeres de Kámenev y Tujachevsky, sus hermanas, la hija de Bujarin, la esposa de Solnzev, la mujer y el hijo de Yoffe.

Los militantes desaparecen por ramas enteras. Así, de una sola vez todos los comunistas rusos, técnicos o diplomáticos que desempeñaron cualquier tipo de función en España: Antónov‑Ovseienko, Rosenberg, el general Berzin, Stachevsky, al igual que Mijail Koltsov, el enviado especial de Pravda. La represión afecta a casi todos los comunistas extranjeros refugiados en Moscú. De esta forma desaparecen los alemanes Heinz Neumann, Remmele, Fritz Heckert, veterano espartarquista, el especialista en cuestiones militares Kiepenberger y otros menos conocidos; lo mismo ocurre prácticamente en su totalidad con la Vieja Guardia del partido comunista polaco, Warski, el amigo de Rosa Luxemburgo, Wera Kostrzewa, citada anteriormente, Lensky y Brouski, combatientes de la Revolución rusa; todos los húngaros cuya lista se incluye hoy al final de la reedición de las obras de Bela Kun y, sobre todo, el propio Bela Kun.

En su alocución ante el Comité Central de la Liga Comunista de Yugoslavia, el día 19 de abril de 1959, Tito habla de «más de cien auténticos comunistas (...) que hallaron la muerte en las cárceles y en campos de concentración de Stalin»: el propio Tito, único superviviente o casi, de una purga que le permitió tomar la sucesión de Gorkitch, ejecutado sin juicio, a la cabeza del partido comunista yugoslavo, tiene buen cuidado en dosificar cuidadosamente sus rehabilitaciones, silenciando incluso el nombre de Voya Vuyovich en su enumeración de los militantes ejecutados.

Un análisis por sectores del origen político de las víctimas de las purgas, revela claramente, no sólo el hecho de que todos los mandos de origen revolucionario fueron exterminados, sino también el de que la mayoría de los no‑bolcheviques que se uncieron al carro del vencedor, no sólo, se salvaron,sino, que se beneficiaron de la gigantesca operación de exterminio. Si nos fijamos en los economistas. por ejemplo, podemos observar que Bujarin, Smilgá, Preobrazhensky y Bazarov fueron eliminados, sin embargo, el antiguo menchevique Strumilin, colaborador del gobierno zarista durante la guerra, se convierte en el teórico oficial. Los diplomáticos de origen revolucionario como Krestinsky, Yuréniev, Karaján, Antónov‑Ovseienko y Kotziubinsky, son pasados por las armas, mientras que los ex mencheviques Maisky, Troyanovsky y el antiguo demócrata burgués Potemkin, afiliados todos ellos de última hora, sobreviven y escalan puestos en la jerarquía. Todos los chekistas del primer momento, como los famosos letones Peters, Latsis y Peterson, los primeros colaboradores de Dzherzhinsky, Agranov, Pauker, Kedrov, Messing y Trilísser, son eliminados tras el advenimiento de Yezhov, mientras Zakovsky, afiliado después de la guerra civil, se salva y pasa a dirigir los interrogatorios. Sosnovsky, la conciencia de la Pravda revolucionaria, es eliminado mientras Zaslawsky, uno de los que acusaba a Lenin de ser un «agente alemán», pasa a dirigir la crónica de tribunales del órgano oficial, injuriando desde ella a sus adversarios de siempre, como en ese mismo momento está haciéndolo Andrei Vishinsky, cuya carrera transcurre paralelamente a la suya. Análogamente, en el Ejercito Rojo, muchos de cuyos jefes, bolcheviques veteranos y oposicionistas como Murálov y Mrachkovsky se habían encontrado entre las primeras víctimas, la mayor parte de los desaparecidos son viejos militantes: Muklevich, bolchevique desde 1906, Dybenko, desde 1910, Primakov y Putna desde 1914, Eideman, Kork y Yakir desde .1917 y Tujachevsky, desde su vuelta a Rusia en 1918. Los supervivientes, con excepción del pequeño grupo de Tsaritsin, los hombres como Voroshilov, Budiony y Timoshenko, que siempre han sido aliados de Stalin, son antiguos oficiales zaristas, como Shaposhnikov ‑que no se afilió al partido hasta 1929- o Gorvorov que no lo hará hasta 1942.

El cotejo de las listas de ejecutados con la de miembros de los órganos dirigentes resulta igualmente instructivo: una cifra superior a la mayoría absoluta de los miembros del. Comité Central de 1917 a 1923, los tres secretarios del partido entre 1919 y 1921, la mayoría del Politburó entre 1919 y 1924 han sido eliminados. Entre 1924 y 1934 nos vemos obligados a interrumpir la comparación por falta de datos. En cualquier caso, de los 139 titulares o suplentes que el Congreso de l934 eligió para formar parte del Comité Central, por lo menos diez se encontraban ya en prisión durante la primavera de 1937, otros 98 fueron detenidos y ejecutados durante el bienio de 1937‑1938, 90 de ellos entre el segundo y tercer proceso de Moscú. Sólo 22 miembros, es decir, menos de la sexta parte, volverán a encontrarse en el Comité Central designado en 1939: la inmensa mayoría de los ausentes, ya han sido ejecutados por estas fechas.

Tales hechos han infligido al partido un choque terrible que, a su vez, ha provocado una honda transformación: el número total de expulsados puede cifrarse en unos 850.000 los que equivale a un 36 por 100 de los efectivos anteriores. Esta vez el aparato también ha sufrido intensamente la represión. Brzezinsky ha estudiado de cerca los nombramientos de los nuevos responsables reveladores del profundo alcance de la depuración. Considera que de los 100.000 a 150.000 cuadros subalternos ‑a los que Stalin llamaba los «suboficiales»‑ entre un 50 por 100 y un 65 por 100 fueron sustituidos en 1937 y entre un 30 por 100 y un 40 por 100 en 1938, lo que equivale a un porcentaje que oscila entre el 70 por 100 y el 75 por 100 para ambos años. Los «oficiales» ‑entre 30.000 y 40.0000 según Stalin‑ secretarios de las ciudades-distrito y jefes de sección de los comités de distrito son renovados aproximadamente en un 80 por 100. En cuanto al «alto mando» ‑3.000 o 4.000 responsables nacionales o regionales‑, se puede decir que es el sector más afectado como lo demuestra la masacre de la mayoría de los miembros del Comité Central y la desaparición entre 1937 y 1938 de todos los secretarios regionales menos dos. El examen de la carrera de los depurados demuestra una vez más que la generación revolucionaria ha sido la más diezmada. De los 55 miembros titulares del Comité Central eliminados entre 1936 y 1939, Brzezinsky señala que 47 eran viejos bolcheviques auténticos, ingresados en el partido antes de 1917, los otros siete se habían adherido antes de 1920 y sólo uno con posterioridad a la guerra civil. El mismo fenómeno aparece al comparar la veteranía en el partido de los delegados del XVII Congreso en 1938. En el XVII Congreso, un 2,6 por 100 de los delegados eran miembros de afiliación posterior a 1929; sin embargo, en el XVIII Congreso, estos mismos integran el 43 por 100; un 75 por 100 de los delegados de 1934 eran veteranos de la guerra civil: en 1939 estos últimos sólo ascendían al 8,1 por 100 de los asistentes. Sobre un total de 1.966 delegados en 1934 ‑un 60 por 100 de los cuales era de origen obrero‑ 1.108 fueron detenidos entre ambos congresos por «crímenes contrarrevolucionarios» [6] .

Tras la muerte de Stalin, Jruschov, para explicar la «gran purga», aludiría a la personalidad del Secretario General, a su «manía persecutoria», a su carácter que cada vez era mas «caprichoso, irritable y brutal», y a la influencia de Beria, que utilizaba estas «debilidades» y le impulsaba a «sostener con todos los métodos posibles la glorificación de su propia persona». Veinte años antes, Trotsky había escrito acerca de él un análisis más satisfactorio que esta explicación psicológica: «Los medios dirigentes eliminan a todo aquel que les recuerde el pasado revolucionario, los principios del socialismo, la libertad, la igualdad, la fraternidad, las tareas pendientes de la revolución mundial. La ferocidad de la represión da buena prueba del odio que la casta privilegiada siente por los revolucionarios. En este sentido, la depuración aumenta la homogeneidad de las esferas dirigentes y efectivamente parece robustecer el poder de Stalin» [7] . En efecto, los cuadros que vienen a sustituir a los veteranos bolcheviques han sido formados dentro del molde uniforme del partido estaliniano.

Una nueva promoción

Un informe dirigido al XVIII Congreso revela que, en 1938, el 31 por 100 de los miembros de los comités locales, el 41 por 100 de los miembros de los comités de distrito y el 60 por 1.00 de los miembros de los comités regionales son elegidos por primera vez. De un total de 333 secretarios del partido de las Repúblicas y de las regiones, el 80,5 por 100 han entrado en el partido tras la muerte de Lenin, un 91 por 100 cuenta menos de cuarenta años y no ha participado ni en la Revolución de Octubre ni en la guerra civil como militantes comunistas. De los 10.902 secretarios de los comités de distrito y locales, el 92. por 100 tiene menos de cuarenta años, un 93,5 por 100 de ellos ha entrado en el partido después de 1924. Stalin declara con satisfacción que durante los tres años que duró la purga, 500.000 «Jóvenes bolcheviques» han ascendido a cargos de responsabilidad [8] . De hecho, el partido ha experimentado una completa renovación con esta efusión de sangre seguida de transfusión. La generación revolucionaria ha sido exterminada.

La nueva generación es completamente diferente. Ya sabemos que la adhesión al partido no tenía el mismo sentido en 1924 que en las fechas anteriores e inmediatamente posteriores a 1917. En el XVIII Congreso, el nuevo jefe de la administración política del ejército, León Mejlis, antiguo secretario de Stalin, canta la victoria del arribismo y servilismo de la nueva promoción de cuadros, revela con tranquilo cinismo el llamamiento del régimen a los más egoístas instintos de ascenso individual y, de paso, celebra la derrota de su predecesor Gamarnik y su «pandilla» de comisarios de la época de la guerra civil: «Para los cargos más importantes ellos nombraron a una serie de enemigos del pueblo, incompetentes, degenerados hasta la médula, que habían vendido hasta su alma a los agentes extranjeros. Ellos oprimían a los mejores comisarios y trabajadores políticos, a las personas capacitadas y hábiles que permanecían leales al partido de Lenin y Stalin, manteniéndolos en los estratos inferiores en cargos relativamente poco importantes. Ahora, bajo la dirección . del Comité Central del partido y de los camaradas Stalin y Voroshilov, han sido nombrados millares de maravillosos bolcheviques, discípulos del leninismo‑stalinismo. ( ... ) Para ellos constituye un acto de amor divulgar entre las masas las palabras de Lenin y Stalin» [9] .

De hecho, el aparato del partido rebosa de plazas libres, lo mismo ocurre con el de los soviets, la administración económica, el ejército y la NKVD. Prácticamente todos los diplomáticos rusos destinados en el extranjero han sido depurados. Entre 1937 y 1938, siete vicecomisarios de defensa, tres mariscales, 13 de los 15 jefes del ejército, 30 de los 58 comandantes de cuerpo, 110 de los 195 generales de división, y 15 ó 20.000 oficiales son destituidos y detenidos [10] . En el XVIII Congreso, Kaganóvich afirma que «los años 1936 y 1937 presenciaron grandes renovaciones entre los cuadros dirigentes de las industrias pesadas, particularmente en las de carburante, y en los ferrocarriles » [11] . Muchos recién llegados fueron ocupando los puestos vacantes: de los 70.000 especialistas empleados bajo el control del Comisario del Pueblo para la industria de carburante, 54.000 habían terminado sus estudios después de 1929. Son «cuadros que se pliegan a todas las directrices del partido, del Comité Central del poder soviético y a todas las consignas del camarada Stalin» [12] .

 Para comprender lo que representaban los recién incorporados y su estado de ánimo, es preciso referirse a las condiciones de la depuración tal y como ésta fue presentada por la prensa durante la campaña de «vigilancia» que la precedió, la explicó y la desencadenó, y de la cual los archivos de Smolensk, nos ofrecen una imagen precisa. Las reuniones se desarrollan en medio de un fuego cruzado de denuncias recíprocas, la NKVD se ve completamente desbordada. Las razones para denunciar son el arreglo de cuentas, el deseo de que determinado cargo quede vacante para ocuparlo, el de hacer méritos para poder ascender y para no ser acusado de tibieza o de liberalismo en la lucha contra los saboteadores, los terroristas y los espías. La histeria delatora llegará a un grado tal que una resolución del Comité Central, publicada en Pravda el 19 de enero de 1938, citará como ejemplo al secretario regional de Kiev ‑depurado ya‑ que sospechaba de todo comunista que no hubiera denunciado a nadie.

En tal atmósfera los hombres que «suben» pertenecen al una categoría diferente a la de los burócratas de la primera época estaliniana que eran rígidos y brutales pero entroncados con el «pueblo». Un universitario anglosajón, resumiendo sobre este punto las observaciones de las «personas desplazadas», dice que el nuevo administrador soviético es «el fanático intrigante y frío, maestro en el arte de la dialéctica que se suele impartir en la academia del comunismo, un “perfecto gentleman” que se limita a imitar lo que antaño había sido auténtica inspiración revolucionaria». [13] . Los técnicos y especialistas se reclutan entre los sectores más instruidos. En 1940, un 50,4 por 100 de ellos pertenecen a familias que, antes de 1917 no eran obreros ni campesinas. Una proporción superior al 70 por 100 de los nuevos reclutas del partido. después de 1938, pertenecen a la nueva inteliguentsia: en lo sucesivo tendrán cada vez mayor peso especifico entre los cuadros. En 1934, el 21 por 100 de los delegados del Congreso habla cursado estudios superiores o secundarios, las respectivas proporciones en la totalidad del partido eran de un 4,4 por 100 y un 15,7. Más del 54 por 100 de los delegados del XVIII Congreso, han cursado estudios superiores o secundarios y de la carencia de datos estadísticos acerca de la composición social del Congreso de 1939, puede deducirse que, la proporción de obreros y campesinos vinculados con la producción, referida al total de delegados siguió decreciendo [14] .

Este aflujo de sangre fresca al aparato no modifica en absoluto su naturaleza ni la composición del núcleo dirigente, compuesto por los hombres más cercanos a Stalin, que son los que manejan los mandos. Este grupo de supervivientes de las purgas, a cuyo respecto Merle Fainsod sugiere «que tal vez no sería fantástico suponer» que coincide con el de los «verdugos‑jefes» [15] , es el resultado de una larga selección. Tras las sucesivas desapariciones de Kírov, Kuíbyshev y Ordzhonikidze, todavía quedan los componentes de la vieja generación estaliniana, los hombres de los primeros tiempos, los leales de la lucha contra la oposición: Mólotov, Kaganóvich, Kalinin, Mikoyán, Andreiev y Chvernik. Tras los grandes procesos y la depuración en masa, a ellos se unen, en la cumbre del aparato, los líderes de una nueva generación, unos hombres cuya ascensión se ha iniciado, como mucho, durante la lucha contra la oposición de 1923, son estos Zhdánov, Beria, Malenkov, Jruschov, Bulganin, Mejlis y Voznesensky; se encuentran en el secretariado del Comité Central o en el Consejo de Comisarios del Pueblo, en el Politburó o en el Buró de Organización: su carrera es un fiel exponente del control ejercido por los permanentes sobre los diferentes sectores de la vida del país.

Beria, nacido en 1899, ingresó en el partido en 1917. En 1921 era chekista , trabajó en la GPU hasta 1931 y en esta fecha ascendió al cargo de Secretario regional. Cuando Yezhov, sacrificado al odio general, desaparece en 1938 ‑se rumorea que en un manicomio‑, pasa a sustituirle en la jefatura de la NKVD y se convierte en miembro suplente del Politburó, Bulganin se adhirió en 1917, cuando contaba 22 años, también fue chekista. Más tarde desarrolló su carrera de administrador industrial entre 1922 y 1938, y pasó entonces a ostentar la jefatura de la Banca del Estado ocupando el lugar de un viejo bolchevique fusilado. En 1939 forma parte del Comité Central y del Consejo de Comisarios. Zhdánov ha hecho toda su carrera dentro del aparato del partido: en 1939, es ya miembro del Politburó, del Buró de Organización y sigue ocupando la secretaria en Leningrado donde había tomado la sucesión de Kírov. Jruschov ingresó en el partido a los veintidós años, en 1918. Como estudiante de la universidad obrera de Jarkov se distinguió en la lucha contra la posición de 1923; en el aparato fue, al parecer, un protegido de Kaganóvich. Tras su nombramiento para el puesto clave de primer secretario de Moscú en vísperas de los grandes procesos, fue trasladado como primer secretario a Ucrania, en enero de 1938, cuando Kossior fue destituido; en aquel momento se estaba operando la liquidación de todos los cuadros ucranianos del partido y de las juventudes. Malenkov no ocupó el primer plano hasta 1934, detrás de él se extendía ya una carrera bien aprovechada que se había desarrollado en su totalidad dentro del aparato. Como miembro del secretariado personal de Stalin, habla sido uno de los responsables de la Sección de Organización e Instrucción y, a partir de 1934, había ascendido a la jefatura de la Dirección de Cuadros perteneciente al secretariado del Comité Central. En 1939, ya es secretario del Comité Central y miembro del Buró de Organización: al parecer compartió con Yezhov, desde la sombra, la organización de la represión contra los viejos bolcheviques. Mejlis es también un antiguo secretario de Stalin: es miembro del Buró de Organización y jefe de los servicios políticos del ejército. Voznesensky se afilió al partido a los dieciséis años, en 1922. Primero fue apparatchik y más adelante técnico de la industria, también fue profesor primero y director en 1931 del Instituto de profesores rojos. Más adelante fue presidente de la comisión del Plan en Leningrado, cargo muy vinculado con Zhdánov, por último, en 19391 fue nombrado Comisario del Pueblo y presidente del Gosplan.

No obstante ninguno de estos hombres todopoderosos parece ser algo más que un simple engranaje del aparato, una criatura sumisa y dedicada por entero a la persona que ha presidido su carrera, que le protege y le amenaza, a un deus ex machina al que todos ellos sirven y temen: el «jefe genial» los ha hecho, pero también puede destruirlos. Postishev también era uno de ellos y, según Jruschov, pagó con su vida una réplica insolente y un intento de oposición [16] . Otros dos más, por estas fechas ‑si nos atenemos a lo que Bulganin aludió y Jruschov relató‑ admiten en una con versación privada no saber, cuando van a ver a Stalin, si al salir volverán a su casa o serán encarcelados [17] . El temor que inspiran no es pues sino un reflejo del que ellos mismos experimentan. Desde la cumbre hasta la base de la pirámide burocrática fluye una cascada de miedo y odio. De la base a la cumbre asciende una oleada de adulación, de alabanzas y de ruegos: «Stalin nuestra esperanza, Stalin nuestra espera, Stalin diácono de la humanidad progresista, Stalin nuestra bandera, Stalin nuestra voluntad, Stalin nuestra victoria»; Stalin, tras la condena de Piatakov, nombra primer secretario de Moscú a Nikita Jruschov, que fustiga despiadadamente a los «infames abortos» y a las «manos asesinas» [18] . Transcurridos casi veinte años, convertido en omnipotente primer secretario, el mismo hombre habrá de confesar públicamente que tanto él como sus compañeros temían por su vida si, para su desgracia, Stalin opinaba que su «mirada era huidiza» [19] . En comparación con los hombres de hierro que habían constituido la pequeña falange revolucionaria en vida de Lenin y habida cuenta de su poder y de su autoridad de administradores incontrolados, los lugartenientes de Stalin parecen, en muchos aspectos, hombres insignificantes y pusilánimes. No obstante esta es posiblemente la razón de que conservaran su vida y su poder y de que siguieran cantando a voz en grito las alabanzas de aquel que podía disponer de sus existencias a su capricho. Tras su muerte todos ellos contribuirían a la demolición de su imagen.

La burocracia

Tal era la contradicción en la que vivía inmersa Rusia desde hacía quince años. Por una parte, sus estructuras económicas eran las más progresivas del mundo, las más aptas al desarrollo de las fuerzas productivas, al progreso de la ciencia y la técnica y de la cultura en general, sólo con su ayuda pudo convertirse un país primitivo en una nación moderna. Pero por otra parte, el atraso de la economía y de la sociedad en 1917 y el aislamiento de la revolución, acabaron con las formas políticas progresivas encarnadas en los soviets, engendrando, con el ascenso de la burocracia y del aparato de un partido monolítico y centralizado, la estructura política más retrógrada que imaginarse pueda, primer obstáculo y verdadera causa del «sabotaje» contra el que claman incesantemente los dirigentes y reflejo harto elocuente del callejón sin salida que conduce la pretensión de dirigir desde arriba una economía moderna, sin la menor participación autónoma de las masas comprometidas en la producción. El artículo 126 de la «estaliniana» Constitución de 1936 reconoce explícitamente el papel «constitucional» que desempeña el partido único. y declara: «Los ciudadanos más conscientes y activos de la clase obrera y de los otros sectores productivos se unen en el partido comunista de la U.R.S.S., vanguardia de los trabajadores en su lucha por el robustecimiento y desarrollo del régimen socialista y representante del núcleo dirigente de todas las organizaciones de trabajadores sociales o estatales.»

Ahora bien, en 1939 y durante los años siguientes, se agudiza al máximo. el hecho de que el partido no tiene más significación que la que le confiere su aparato, cerebro y columna vertebral, núcleo dirigente formado por «trabajadores responsables». En 1934, una vez más, Kaganóvich le había recordado al XVII Congreso la obligación en que se encontraban los miembros del partido de recibir una formación política, para conocer su propio programa y su constitución. Los estatutos del partido son revisados en 1939 y dividen a sus miembros en dos categorías, los que «aceptan» y los que «conocen» el programa del partido, los dirigidos y los dirigentes, es decir aquellos a los que Stalin llama los «sectores dirigentes del partido» y que, en esta época, ascienden a 133.000 permanentes aproximadamente, es decir uno por cada diecisiete miembros, cuando, según Mólotov, esta misma proporción en 1925 era de uno por cuarenta. Estos permanentes del aparato central constituyen la base de poco menos de la mitad de los miembros del Comité Central, otro tercio está integrado por dirigentes del partido o del Gobierno de las Repúblicas y una quinta parte por los mandos superiores del ejército y la policía. El sistema de nomenklatura a da a cada responsable, tanto a los de radio como a los regionales, un derecho de nombramiento que, en total, cubre varios millares de puestos. Más que nunca, el secretariado dispone de una autoridad exclusiva sobre los nombramientos referentes a los puestos clave; la circular de marzo de 1937 acerca de la libertad de discusión de las candidaturas y del restablecimiento del voto secreto sólo tuvo, en pleno baño de sangre, unas irrisorias y efímeras consecuencias, puesto que fue abolida en marzo de 1938.

Durante el XVIII Congreso, Stalin declara: «En la actualidad nuestra tarea es concentrar el trabajo de selección de los cuadros desde arriba, en manos de un organismo único» [20] . Este proyecto fue realizado con la creación del directorio de cuadros, encargado de la selección, traslado y ascenso de los cuadros en todas las ramas de la actividad y cuya dirección fue ocupada por Malenkov. A su lado, el directorio de agitación y propaganda, el agit‑prop, confiado a Zhdánov, controla todos los medios de información y cultura, la prensa, la radio y las publicaciones, convirtiendo a su jefe en el supervisor de científicos, filósofos, escritores y artistas. Aún quedan antiguos departamentos como el de las escuelas, el de agricultura y el siempre discreto «departamento especial» de Poskrebyshev. El Departamento de Organización e Instrucción, que se ha vuelto a organizar, está encargado de la inspección y del control de funcionamiento de las organizaciones locales.

Todos estos organismos confieren al aparato una estructura de capas concéntricas. En torno a Stalin se encuentran los catorce miembros del Politburó, más lejos los setenta y un miembros del Comité Central, sobre todo, un numero que oscila entre trescientos y quinientos funcionarios superiores del secretariado del Comité Central, y más allá los trescientos treinta y tres secretarios de las Repúblicas y de los territorios, así como su Estado Mayor, los 10.902 secretarios de las organizaciones inferiores; ellos son los mandos de la pirámide que extiende su papel dirigente a todos los sectores de la vida del país por medio de unos hombres a los que nombra, controla, dirige, recompensa o castiga y que, a su vez, dirigen a la masa informe de los simples afiliados y de los independientes.

En 1939, resulta difícil evaluar las dimensiones de la capa social conocida como «burocracia», dado el carácter cada vez menos preciso de las estadísticas oficiales, reveladoras empero de determinadas tendencias sociales precisamente por su empeño en encubrirlas. Las indicaciones operativas deben buscarse sobre todo en el apartado que los documentos oficiales denominan «nueva intelligentsia soviética» desde 1934, fenómeno original e inédito en la Historia según los teóricos del régimen. Los fundamentos de la división en categorías sociales son explicados en contadas ocasiones, resultando por ejemplo imposible saber a qué categoría pertenecen los innumerables inspectores de la productividad o del plan, que naturalmente podrían incluirse, como empleados, o asalariados, entre los trabajadores de la industria.

En 1939, Mólotov cifra la intelligentsia en unas 9.500.000 personas comprendiendo 1.750.000 directores y otros jefes de empresas, instituciones, departamentos fabriles, sovjoses y koljoses. Los técnicos, ingenieros y otras profesiones, representan 1.060.000 individuos, cinco veces más que en 1926 en cuya fecha sólo eran 225.000 [21] . Este enorme incremento es consecuencia de la industrialización: resulta claramente superior al de médicos, profesores y estudiantes. El fenómeno más sorprendente sin duda es el crecimiento de la categoría denominada «otros grupos», integrada por los que no son profesores, ni médicos, ni investigadores científicos, ni trabajadores culturales, ni contables, ni jueces, ni estudiantes, es decir muy probablemente por los diversos apparatchiki y cuadros del ejército y de la policía que, durante el mismo período, pasaron de 375.000 a 1.550.000 individuos. Otros datos nos permiten perfilar el carácter burocrático de esta intelligentsia: el 86 por 100 de los cuadros técnicos que han recibido educación secundaria son empleados en el sector «servicios»: un 12 por 100 solamente en la industria y un 2 por 100 en la agricultura. Entre los que poseen una instrucción secundaria, el 81 por 100 se encuentra en los «servicios», el 18 por 100 en la industria y el 1 por 100 en la agricultura [22] . La corriente que suscita la formación de una enorme capa de funcionarios y técnicos empleados en los despachos, a expensa de su asignación al proceso productivo, no parece interrumpirse a pesar de los esfuerzos oficiales. La consigna «reducción de la máquina» resulta ineficaz. En el mes de agosto de 1940, una orden del Comité Central de lo Sindicatos revela que la fábrica de automóviles de Moscú tiene 931 empleados retribuidos de los sindicatos y la de Gorki, 648; solamente el sindicato de empleados en el Comisariado de Comercio cuenta ya, en 1938, con 2.807 permanentes; tras una reorganización, los seis sindicatos que lo sustituyen llegarán a tener 3.546. En 1940, el sindicato cuenta con 742 funcionarios permanentes mientras que en 1938 sólo tenía 444 [23] .

No menos significativo resulta el hecho de que, a partir de 1938, se abran de par en par las puertas del partido, sobre todo ante los representantes de esta nueva burocracia, administrativa o económica, de una intelligentsia en la que se encuentran una mayoría de hombres cuya familia pertenecía a la intelligentsia pre‑revolucionaria y cuya formación individual se ha realizado bajo la férula estalinista. No se da ninguna cifra para el conjunto de la U.R.S.S.; no obstante sabemos que, en 1941, en la provincia de Cheliabinsk, el partido admitió a 903 obreros, 399 koljosianos y 2.025 «empleados». Merle Fainsod comenta: «tras la eliminación de los viejos bolcheviques durante la gran purga de 1936‑38, el partido se repuso y robusteció mediante la admisión de cuadros más jóvenes, de burócratas, ingenieros, directores de fábrica, presidentes de koljoses, capataces y stajanovistas. Durante este proceso se dio un paso importante, al menos al nivel de personal, para realizar la fusión del partido con la administración» [24] . El partido comunista de la U.R.S.S. ha dejado de ser un partido obrero para convertirse en un partido de administradores y jefes. La importancia que se confiere al reclutamiento de miembros de la nueva intelligentsia corre parejo con el abandono de toda acción que tienda a aumentar la proporción de obreros; en consecuencia, el proletariado suministra fundamentalmente al partido sus propios cuadros y su aristocracia de jefes de taller, capataces y stajanovistas. Desde el principio de la década de los 30, las estadísticas oficiales del partido dejan de indicar la verdadera actividad profesional de sus miembros. No obstante, algunos datos de detalle resultan reveladores: ya en 1934, sobre un total de 700.000 obreros empleados en 85 empresas que se encontraban entre las mayores del país, sólo 94.000, es decir un porcentaje inferior al 14 por 100, eran miembros del partido. En 1937 la organización del partido cuenta con 1.076 miembros sobre un total de 10.000 obreros empleados en una empresa metalúrgica de Leningrado; dado que 170 de ellos habían cursado estudios superiores y 277 estudios secundarios,. puede deducirse legítimamente que la proporción de miembros del partido entre los obreros que trabajaban efectivamente en los talleres no sobrepasaba un porcentaje del 6 al 7 por 100 [25] .

La creciente diferenciación

Como ya hemos dicho, las estadísticas resultan tan interesantes por lo que ocultan como por lo que revelan. Esta es la razón de que hayamos tenido que esperar desde 1934 hasta 1957 para enterarnos de que el salario del secretario de una organización de base del partido es de 1.400 rublos mensuales, lo que equivale aproximadamente al doble del salario medio de un obrero fabril. Análogamente, las estadísticas parecen eliminar una serie de categorías sociales cuya existencia e incremento numérico resultan altamente significativos. Antes de 1917 se estimaba que existían 1.500.000 criados en el imperio de los zares. Esta cantidad se reduce prácticamente a cero durante los años posteriores a la revolución, pero pasa a 150.000 en 1923‑24 y a 339.000 en 1927. El primer plan quinquenal prevé 398.000 en 1928 y 406.000 en 1932. Llegado a este punto, los criados desaparecen de las estadísticas, precisamente en el momento en que las necesidades de la nueva oligarquía parecen haber multiplicado su número.

La gama de salarios es enormemente amplia, no solamente entre la masa de trabajadores y el grupo de burócratas sino también en el seno de dicho grupo. El fenómeno no es nuevo mas tampoco deja de agudizarse ya que los mandos perciben mejoras adicionales en forma de pensiones y primas, de derechos especiales de herencia, de exención del tipo progresivo que les correspondería en el impuesto sobre la renta, de indemnizaciones complementarias y de diferentes subvenciones. A todo esto se añaden pagos en especie como el derecho a viviendas más espaciosas, acceso a tiendas especiales, precios más bajos y mercancías de superior calidad, derecho a transportes especiales, desde el autocar de los funcionarios hasta el coche con chófer a disposición del «amo», todo esto sin contar el enorme, privilegio que supone la utilización absolutamente prioritaria de las casas de reposo de Crimea o el Cáucaso. Una evaluación de toda esta gama de prebendas destinada a calcular los ingresos efectivos de un burócrata que ostentaba el cargo de redactor‑jefe de un periódico húngaro, arrojó una cifra impresionante, treinta y cinco veces superior al salario de un funcionario subalterno; seguramente esta proporción es fiel exponente del grado de diferenciación general.

Ciertamente sería erróneo considerar que la mayoría de los burócratas disfrutan un nivel de vida comparable al de un obrero especialista americano. No obstante su grupo social se diferencia claramente de los demás. David Dallin escribe: «La distinción entre el funcionario y el hombre “ordinario” ha llegado a un grado inimaginable. El origen burgués e intelectual de algunos, el esnobismo de los otros ‑advenedizos hijos de campesinos y obreros‑, el cansancio resultante de varios años de privaciones y de un empobrecimiento impuesto al que siguió, en la mitad del decenio de los 30, el consejo gubernamental de «vivir alegremente»; todo eso ha provocado el desarrollo de unas formas jerárquicas conocidas solamente en la sociedad feudal de la Edad Media. No codearse con «el pueblo», tener ropa bonita y hermosos muebles, poseer un fonógrafo y un aparato de radio, circular en los tranvías «suaves» dedicados exclusivamente a los funcionarios, pasar las vacaciones en las “casas de reposo” diferentes de los lugares frecuentados por los obreros. comer en restaurantes reservados, (...) todo ello se suma para darles un claro sentimiento de superioridad» [26] . La proliferación de grados y títulos responde al mismo furioso anhelo de arribismo y consolidación de privilegios: existen más de doscientos en la categoría de funcionarios civiles. Lo mismo ocurre con. las condecoraciones y medallas: el régimen troquela a los hombres con su propia imagen. Los nuevos notables constituyen una elite cuya ascensión se manifiesta forzosamente en una serie de signos externos: el «éxito» personal es el principal estimulante de la producción y de la disciplina, su búsqueda constituye el motor del progreso.

La reacción organizada

La literatura soviética hace sólo unos años que ha empezado a dar ejemplos concretos de la mentalidad burguesa que emana abiertamente de las filas de la burocracia. Dudintsev, al que se critica por haber acentuado «Únicamente los aspectos negativos». no ha dejado por ello de criticar la señorial arrogancia de los nuevos ricos: para poder instalar a la mujer de un director en una habitación individual, se sacan al pasillo las camas de diez enfermos. A partir de 1935, la reaparición de tendencias típicamente burguesas tiene su reflejo en las leyes, sobre todo en cuanto se refiere al fenómeno al que Klaus Mehnert. llama jocosamente la «contrarrevolución familiar» [27] . El divorcio es obstaculizado por la fijación de tasas, 50 rublos si es el primero, 150 para el segundo y 300 para el tercero. En el ambiente del partido está mal visto. El aborto es puesto fuera de la ley en 1936 ‑estaba autorizado desde 1917‑, castigándose con penas de prisión. Sin embargo, tales sanciones suelen caer más a menudo sobre las mujeres de los trabajadores que sobre las pertenecientes a las clases privilegiadas. En el nuevo culto a la familia los dirigentes creen ver el restablecimiento de unas relaciones sociales estables; los privilegiados lo consideran como un orden necesario sin que su libertad personal, que se basa en una gran disponibilidad de medios, se vea realmente afectada.

En 1940, el restablecimiento de los derechos de matricula y de los costes de enseñanza a partir del octavo año, es decir para toda la enseñanza superior y parte de la secundaria, parece. tener idéntico significado: tal medida no afecta en absoluto a las familias acomodadas pero aparta de los estudios a muchos niños que pertenecen a sectores sociales más bajos. Klaus Mehnert escribe: «El pueblo entendió estas medidas como un método de los nuevos sectores privilegiados para reservar el acceso a la enseñanza superior a sus propios hijos» [28] . Tal medida muestra con claridad una cierta tendencia de la casta burocrática a cerrarse sobre sí misma y a perpetuar su existencia, es decir a convertirse en clase social.

Tras el periodo de las «grandes purgas», la normativa laboral constituye un fiel exponente de la reacción. En primer lugar, los sindicatos son depurados concienzudamente. Según Moskatov, el secretario del Consejo Central pan‑ruso de los sindicatos, la influencia de «los enemigos del socialismo y de la clase obrera, los mencheviques y los traidores trotskistas y bujarinistas», había conseguido «aislar de las masas a los organismos sindicales dirigentes», el 90 por 100 de los miembros de los Comités Centrales, el 55 por 100 de los presidentes y el 85 por 100 de los secretarios fueron elegidos por primera vez durante este año [29] .

Como era de esperar, los nuevos «dirigentes» no oponen ni la más pequeña resistencia a las medidas introducidas hacia el fnal de la gran purga: el día 20 de diciembre de 1938, la carta de trabajo es declarada obligatoria; su expedición queda asignada a la empresa y ésta la conserva durante todo el tiempo que el trabajador pasa a su servicio [30] . El día 28 de diciembre una nueva serie de decretos contribuyen a erosionar lo que aún queda del Código de Trabajo; la notificación previa de despido voluntario debe llevarse a cabo no ya una semana antes sino un mes. Aún en el caso de que se respete su decisión, el trabajador que ha rescindido su contrato pierde todo derecho al seguro de enfermedad y a los permisos por maternidad hasta tanto no pase otros seis meses consecutivos en un nuevo trabajo. Los retrasos, las salidas prematuras y las distracciones en el trabajo deben sancionarse obligatoriamente con una serie de medidas que van desde la advertencia y la nota de censura hasta el traslado o despido. Cuatro sanciones en dos meses acarrean el despido inmediato con expulsión de la vivienda y pérdida de derecho a cualquier tipo de subvención [31] . Una circular del 8 de enero de 1939 puntualiza que cualquier retraso superior a veinte minutos debe ser asimilado a una ausencia injustificada» [32] . Una información de Pravda fechada el 26 de enero en la que se anuncia la condena a ocho meses de cárcel de un jefe de taller convicto de no haber despedido ipso‑facto a unos obreros que habían incurrido en ausencia injustificada, da buena prueba de la intención del legislador de aplicar la nueva ordenación con todo rigor. La angustia del despido se convierte en una amenaza permanente. Simultáneamente, la reorganización del sistema de seguridad social intensifica la ofensiva contra la «fluidez de la mano de obra»: el seguro de enfermedad de monto igual al salario sólo se concede a aquellos obreros sindicados que lleven seis años en la misma empresa. Los que sólo llevan tres, cuatro o cinco años tienen derecho al 80 por 100, los que llevan dos o tres años perciben el 60 por 100 y cuando llevan menos de dos años sólo tienen derecho al 50 por 100 de su salario [33] .

Las disposiciones del 26 de junio de 1940, «reclamadas» oficialmente por los sindicatos, llegarán más lejos aún: la jornada de siete horas ‑con semana de seis días‑ que en realidad nunca había sido instaurada de hecho desde que se aplicó “políticamente” en 1927, queda abolida, sustituyéndose por la jornada de ocho horas durante siete días. Se prohíbe a los obreros y empleados que abandonen su trabajo voluntariamente, castigándose la infracción con penas que oscilan entre dos y cuatro meses de cárcel. La ausencia injustificada ‑cuyo amplio sentido ya ha sido comentado‑, en lo sucesivo puede castigarse con seis meses de «trabajo correctivo» en la empresa, más una multa por valor del 25 por 100 del salario [34] Un reglamento, aprobado el 18 de enero de 1941, asimilará más adelante a la ausencia injustificada la negativa a trabajar en día de fiesta y a hacer horas extraordinarias, aunque éstas hayan sido solicitadas ilegalmente por la dirección [35] .

Incluso los sindicatos depurados manifestarán su resistencia a la aceptación de tales medidas. Pravda acusa a algunos de los responsables de haber intentado proteger a los vagos: en consecuencia son destituidos, de un total de 203.821, 128.000 funcionarios sindicales. Al mismo tiempo, el día 2 de octubre de 1940, una orden del Presidium del Soviet Supremo organiza la «formación profesional obligatoria» para los jóvenes de catorce a diecisiete años, los de catorce y quince, quedan sometidos a dos años de enseñanza profesional y los de dieciséis y diecisiete años a seis meses de formación acelerada; además todos ellos deben prestar cuatro años de trabajo asalariado bajo el control de una nueva dirección general de Reservas de mano de obra del Estado. Sólo se eximen de la formación profesional y de los cuatro años de servicio civil a aquellos que estén cursando estudios de grado medio o superior, ciclos cuya gratuidad acaba de ser suprimida [36] .

Al comentar estas medidas en la Pravda del 30 de octubre de 1940, el veterano Kalinin escribe: «La lucha de clases adopta una nueva dirección. La lucha por la más alta productividad laboral, tal es, en nuestros días, uno de los principales frentes de la lucha de clases. » La joven clase obrera rusa -la mitad de cuyos veinte millones de obreros fabriles, de los transportes y de la construcción cuenta por entonces menos de treinta años- se ve aherrojada con unos grilletes más terribles que los que ningún estado capitalista construyó jamás; desde la infancia queda encerrada en una trampa, rodeada por la amenaza continua de la detención y el encarcelamiento. Las actas de los tribunales, mejor que cualquier análisis, nos sirven para reflejar una imagen fiel de las nuevas relaciones sociales: en septiembre de 1940, el jefe del departamento político del ferrocarril de Gorki, Yorobiev y su cómplice Romanov, jefe del servicio de «pasajeros», son procesados bajo la acusación de haber «tolerado» en dos meses 1.572 casos de violaciones de la disciplina y 145 «despidos voluntarios». Por añadidura, Vorobiev ha utilizado para su servicio personal a una empleada de los ferrocarriles como cocinera y a un secretario como ayuda de cámara. Al glosar este suceso, la Pravda del día 24 de septiembre, revela asimismo que todas las autoridades políticas y administrativas conocían la actividad de Vorobiev que era imitado al parecer por sus subordinados. El acusado Romanov confiesa: «Me he comportado como un cobarde ante Vorobiev. No quería buscarme complicaciones». Vorobiev es condenado a dos años de cárcel, Romanov a un año de trabajos forzados -en su mismo destino- y a una multa equivalente al 20 por 100 de su salario. Ninguno de los responsables que conocían los actos reprochados a Vorobiev ni de los subordinados que le imitaban fue castigado.

Los obreros convictos de «pequeño hurto», como el de algunos trozos de azúcar, tortas o candados, o bien de escándalo callejero, embriaguez en un autobús o de haber pronunciado «palabras que no se pueden reproducir públicamente», son condenados a un año de cárcel. El 27 de agosto, Izvestia refiere la condena a tres años de cárcel de un obrero que había organizado un escándalo en una clínica donde le era negado el certificado médico que solicitaba para evitar una sanción por «ausencia injustificada». De hecho la lucha de clases parece continuar enfrentando a los obreros con la burocracia: las leyes drásticas y las repetidas proscripciones constituyen una prueba de ello.

El fin del «antifascismo»

A partir del 23 de agosto de 1939, se ha producido una nueva inflexión: Stalin ha firmado con la Alemania de Hitler el pacto de no-agresión, conocido igualmente por el nombre de «Pacto Hitler-Stalin», que. parece tocar a vísperas de la segunda guerra mundial. En realidad, su historia aún no ha sido escrita si se nos concede que ni las requisitorias ni las apologías tienen nada que ver con la historia. Seguramente un futuro historiador sabrá analizar la tensa partida de póquer que durante los dos años anteriores habían estado jugando el bloque franco‑inglés, el eje Roma-Berlín y la U.R.S.S. El pacto de Munich indicaba sin lugar a dudas que las democracias occidentales estaban dispuestas a otorgar importantes concesiones, incluyéndose entre ellas la renuncia a sus anteriores compromisos diplomáticos, para evitar la conflagración a cualquier precio. La guerra de España había servido para demostrar cuál era el alcance real de su «antifascismo» y cómo ocupaba este lugar secundario respecto a sus sentimientos de clase. La diplomacia de Stalin siempre había buscado la alianza con Alemania, inclusive después de 1933, con la esperanza de mantener a la U.R.S.S. al margen de la guerra que se estaba fraguando. Al parecer, Stalin nunca llegó a renunciar por completo a estos esfuerzos, ni siquiera en la época de más sonoro antifascismo, durante el primer año de la guerra de España. A partir de 1937 abundan los indicios que parecen demostrar que Stalin piensa, en forma cada vez mas precisa, aproximarse a Hitler: como algunos han opinado, resultaría verosímil que las condenas de Rádek y Tujachevsky, estuvieran en realidad destinadas a borrar las huellas de unas negociaciones que habían sido emprendidas con su consentimiento. En el proceso de Bujarin, muchos acusados son presentados como agentes de Inglaterra mientras que otros en segundo término, aparecen como informadores de Alemania; según esta hipótesis, tal montaje había servido para conservar íntegras todas las oportunidades ante una alianza que todavía no ha sido concertada.

De todas formas en esta ocasión, lo que afecta trascendentalmente a la historia del partido, es que el pacto germano-soviético, un pacto de no‑agresión al que se añade una partición de la Europa oriental en zonas de influencia, ha supuesto un viraje radical en el campo de la propaganda y de la ideología ya que el partido se ve obligado a arrojar por la borda, sin explicación alguna, todas las afirmaciones del período anterior sobre la lucha por la paz, concebida como un statu quo, y sobre la ofensiva contra el fascismo bajo todas las formas que este pueda adoptar. Wolfgang Leonhard, estudiante de la Universidad de Moscú, ha descrito con vivacidad el giro de 900 que experimentó la enseñanza en 1939 [37] . la victoria alcanzada en 1242 por Nevsky sobre los caballeros teutónicos en el lago Peipus, deja de ser un acontecimiento fundamental en la historia rusa y no merece ni una simple cita. Por el contrario, comienza a acentuarse de forma especial la política exterior de Pedro el Grande, así como su apoyo a la constitución del Estado Prusiano en 1701. Los periódicos «emigrados» alemanes y las novelas de los antifascistas desaparecen como por ensalmo de la biblioteca de literatura extranjera. A partir del 23 de agosto por la tarde, se retiran de todos los cines y teatros las películas u obras antifascistas. La propia palabra «fascistas» desaparece por completo de las columnas de la prensa que días más tarde, analizará con un tono «objetivo» el estallido de la guerra entre imperialistas el 1 de septiembre de 1939. La «alianza» llegará aún más lejos: la NKVD ejecuta a la mayoría de los dirigentes comunistas alemanes exiliados en la U.R.S.S., como Hugo Eberlein, delegado en el Congreso fundacional de la Internacional, Hans Kiepenberger, antiguo responsable de la organización militar, Pfeiffer, ex‑secretario del partido en Berlín, Susskind, redactor‑jefe del diario de Chemnitz, Hermann Remmele, Heínz Neumann y Fritz Heckert, veterano de la liga Spartacus. Un grupo de militantes comunistas alemanes, entre los que se encuentra la viuda de Neumann, Margarete Buber, que hasta aquel momento estaban encarcelados dentro de la U.R.S.S., fueron expulsados, es decir puestos por la NKVD en manos de la Gestapo, que los envió a los campos de exterminio.

Idéntico desprecio por la opinión, destruida como consecuencia de la purga, se manifiesta en la presentación que se hace de los acontecimientos de Finlandia. Este país, apoyado discretamente por los occidentales, se niega a firmar el tratado de asistencia mutua y las rectificaciones fronterizas que exige la U.R.S.S., envalentonada por los acuerdos secretos firmados en Alemania. El día 29 de noviembre, el ejército ruso pasa a la ofensiva: en cuanto cae la primera ciudad finlandesa, se instaura con gran despliegue propagandístico un gobierno popular presidido por el veterano comunista Kuusinen. Cuando, tras cuatro meses de violentos combates que constituyen un ruidoso fracaso para el Ejército Rojo, se firma el 12 de marzo de 1940 la paz con Finlandia, no se hace mención alguna del gobierno Kuusinen, cuya disolución ha de anunciarse un tanto anecdóticamente algunos días más tarde.

El robustecimiento de la disciplina posterior a la represión ha sido sin lugar a dudas eficaz: en la U.R.S.S. ya no se discuten las perspectivas mundiales ni la alianza con los que ayer aún eran los enemigos del género humano ni el abandono en que se había dejado al gobierno de la «república hermana» cuando ya se ha emprendido la «sovietización» de los países bálticos. La nueva reglamentación laboral suspende sobre la cabeza de todos los obreros la amenaza de la cárcel y de los trabajos forzados: los acusados de delitos laborales se acumulan en un número tal que el Presidium decide autorizar a los tribunales para que prescindan de los asesores.

Este es el momento que aprovecha en México un agente de la NKVD, infiltrado entre sus amigos, para asesinar a Trotsky. A pesar de que ninguna prueba material- ni confesión alguna- haya podido confirmar esta interpretación, el crimen está firmado. Stalin no se ha resignado a exilar a Trotsky en 1929 sino como un mal menor y porque no podía suprimirle como hizo con Blumkin. En los grandes procesos su objetivo es Trotsky, no ya desde un punto de vista moral y político, sino desde el muy concreto de intentar conseguir su extradición. En 1931, había conseguido situar a dos de sus agentes, los hermanos Sobolevicius, letones a los que se conocía por los pseudónimos de Senin y Román Well, entre los propios dirigentes de la oposición internacional. Estos dos hombres que fueron desenmascarados en 1932 y expulsados de la oposición de izquierda, han de continuar en otros sectores su actividad de agentes secretos: su detención definitiva tiene lugar en Estados Unidos durante la posguerra y en la actualidad son más conocidos por sus nombres americanos de Jack Soble y Robert Soblen. Stalin consigue sustituirlos colocando al lado de León Sedov a otro de sus agentes, Mark Zborowski, nacido en Polonia en 1908 y emigrado a Francia en 1928, que bajo el nombre de Etienne, llegará a ser uno de los dirigentes de la IV Internacional fundada en 1938. Gracias a su cooperación pudo organizarse el atentado contra los archivos de Trotsky en París, el asesinato de Reiss y el del propio León Sedov en febrero de 1938 [38] . Al parecer, los agentes de Stalin pretendían eliminar al propio Trotsky cuando asesinaron a sus secretarios Erwin Wolff y Rudolf Klement. Ya en México, un primer atentado habla sido organizado por el pintor David Alfaro Siqueiros el día 24 de mayo de 1940; Trotsky salió indemne de él, pero, unos días más tarde, aparecería el cadáver de uno de sus guardias personales al que los autores habían secuestrado, era éste el joven trotskista americano Robert Sheldon Harte. Por último el día 20 de agosto de 1940, el hombre que se habla hecho pasar por un simpatizante, con el hombre de Jackson, consigue destrozarle el cráneo con un piolet en el momento en que se inclinaba para leer el manuscrito que le tendía. Detenido y condenado, este hombre que nunca llegó a confesar su verdadera identidad ‑al parecer se trata de un español, de nombre Ramón Mercader del Río‑ fue liberado dieciocho años más tarde marchando inmediatamente a Praga lo cual puede interpretarse como un reconocimiento tácito de sus vínculos políticos.

El día 24 de agosto de 1940, la Pravda anuncia la muerte del «espía internacional y asesino Trotsky». Así queda eliminado el hombre cuyo pensamiento y cuya acción constituían el único vinculo viviente con el bolchevismo y con la generación revolucionaria de 1917, el testigo y el luchador cuya desaparición había supuesto tantos sacrificios para Stalin y sus lugartenientes, probando hasta que punto estos le temían todavía a pesar de sus afirmaciones de victoria. Un austriaco refugiado en Moscú le contó a Wolfgang Leonhard que los obreros de su fábrica, al informarse simultáneamente de la muerte de Trotsky y de la organización de una fiesta popular en el Palacio de la Cultura, habían opinado que los dirigentes deseaban que se llevase a cabo este acto de público regocijo [39] . Los recuerdos de la época revolucionaria y las ideas del bolchevismo de Octubre todavía viven en la conciencia de algunas individualidades dispersas que han optado por callarse o, como algunos jóvenes comunistas de Moscú «tomando en serio las doctrinas de Marx y Lenin», por intentar organizar. una oposición dada la hostilidad «al poder omnímodo de la NKVD» y a la «purga de los viejos bolcheviques». De mano en mano circulan los textos que han escrito: «Oda revolucionaria a la libertad» y los «Viajes de Gulliver al país en que las paredes oyen» [40] . Estos jóvenes piensan como Lenin en 1911: «A veces sucede que una chispa minúscula puede permanecer latente durante años; entonces la pequeña burguesía la declara inexistente, liquidada, muerta, etc. Pero en realidad subsiste, rechaza todo espíritu de abandono y de renuncia, y termina por manifestarse de nuevo tras un largo período» [41] . No obstante, en 1940, puede decirse, como en el titulo de la novela de Víctor Serge, que «Es medianoche en el siglo»: el exterminio de la generación revolucionaria de 1917 se cierra con el asesinato de Trotsky. La agresión alemana del 21 de junio de 1941, arroja a la segunda guerra mundial a una Unión Soviética completamente estalinizada: los últimos supervivivientes de la oposición serán prácticamente en su totalidad ejecutados en los campos o utilizados en el frente en misiones suicidas.


 

[1] XXII Congreso, op. cit., págs. 291‑293

[2] Ibídem, pág. 358

[3] Ibídem, pág. 363

[4] Ibídem, pág. 431-432

 [5] Margarete Buber‑Neumann, Déportée en Sibérie. 

[6] Brzezinski, La purge permanente. págs. 99‑104

[7] Trotsky, Les crimen de Staline, pág. 374

[8] The land of socialism to day and to morrow, págs. 207‑212.

[9] Citado por Brzezinski, op. cit., pág. 205.

[10] Ibídem, pág. 105

[11] Ibídem, págs 90-91

[12] Ibídem, pág. 91

[13] Dicks, Human Relations, pág. 131

[14] Schapiro, C.P.S.U., págs. 437‑348.

[15] Fainsod, How Russia …, pág. 522.

[16] Jruschov, A.S.C., pág. 40

[17] Ibídem

[18] Pravda, 31 de enero de 1937

[19] Jruschov, A.S.C., pág. 82

[20] The land of socialism, pág. 204‑205.

[21] Labedz, «The soviet intelligentsia.», Daedalus, verano de 1960, 509

[22] Ibídem, págs. 509‑514.

[23] D. Dallin, La vraie Russie des soviets, pág. 65

[24] Fainsod, How Russia…, pág. 227.

[25] Ibídem, pág. 228.

[26] D. Dalfin, op. cit., págs. 81‑82.

[27] Mehnert, op. cit., págs. 43‑61

[28] Ibídem, pág. 117

[29] Citado por Jolin G. Wright, «The crisis in the soviet union», Fourth International, julio de 1941, pág. 18.

[30] Schwarz, op. cit., págs. 136‑137..

[31] Ibídem, pág. 138.

[32] Ibídem, pág. 139

[33] Ibídem .

[34] Ibídem, págs. 142‑144

[35] Ibídem, pág. 146

[36] . Ibídem, págs. 106‑107

[37] Leonhard, Child of the Revolution, págs. 73‑74.

[38] En cuanto a las confesiones de Zborowski, puede consultarse el acta de la audiencia celebrada por el Subcommitee to investigate the administration of Internal Security of the Committee of the judiciary United States Senate, LXXXIV Congreso, 2.ª sesión, 29 de febrero y 2 de marzo de 1956. Según el semanario trotskista inglés Newsletter del 27 de octubre de 1962, Zoborowski, tras haber sido condenado a prisión después de sus revelaciones, parece haber purgado su pena y ser en la actualidad profesor de Antropología en Harvard. La magnanimidad de las autoridades americanas en su caso podría explicarse sí se demuestra, como opina la redacción de esta publicación, que fue Zborowski quien habla denunciado a la policía las actividades de Jack Soble y Robert Soblen.

[39] Ibidem, pág. 35

[40] Ibídem, págs. 82‑83.

[41] Lenin, en Prolétaire, 22, de abril de 1911, citado por Leites y Bernaut, Ritual of Liquidation, pág. 52.