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CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVII

La historia de la segunda guerra mundial aún no está escrita ni lo estará antes de que pase cierto tiempo; en particular la del «frente ruso» es todavía más oscura que la de los demás frentes. La distancia y la dificultad de las comunicaciones en tiempo de guerra, el fortalecimiento de la censura y de los imperativos políticos de todo tipo han contribuido a dar de ella una imagen exageradamente convencional. El historiador inglés Sir Bernard Pares, en 1944, veía en la historia del frente ruso la explicación de todo cuanto había hecho Stalin con anterioridad -inclusive de la depuración-, así como la prueba de «la prudencia de una política de defensa militar meditada desde hacía tiempo contra una invasión prevista también desde hacía tiempo » [1] . A este respecto, Isaac Deutscher ha parecido estar de acuerdo con la historio­grafía estaliniana oficial al escribir su biografía de Stalin, editada en 1949; en ella relata como él mismo tomaba todas las decisiones importantes, describiéndole como «un prodigio de paciencia, de tenacidad y de vigilancia, casi omnipresente, casi omnisciente [2]

Las investigaciones de los historiadores y las declaraciones de los dirigentes rusos durante los últimos años nos sugieren una imagen completamente diferente de Stalin. Jruschov, confirmando los pronósticos que hizo Trotsky en 1927 acerca de los peligros que acecharían a la U.R.S.S. en caso de guerra si Stalin detentaba la dirección, nos muestra al todopoderoso dictador desmoralizado tras las primeras derrotas, interrumpiendo por completo su actividad durante varias semanas e interviniendodespués de forma «nerviosa e histérica» en la dirección de las operaciones militares, sin tener en cuenta la situación real, estudiando las operaciones de envergadura sobre un globo terráqueo y a pesar o tal vez precisamente a causa de esta incapacidad y del alto precio con que la pagaron los soldados rusos «esforzándose en difundir en el pueblo ruso la versión según la cual todas las victorias conseguidas por la nación soviética durante la “gran guerra patria”, se debían al valor, a la audacia y al genio de Stalin y a nadie más» [3] . Once años después del final de la guerra, Jruschov afirma ante el XX Congreso, en medio de las aclamaciones: «El papel principal y el mérito de la victoriosa conclusión de la lucha corresponden a nuestro partido comunista, a las fuerzas armadas de la Unión Soviética y a las decenas de millares de hombres entrenados por el partido» [4] .

No obstante, esta última versión dada por los dirigentes rusos dista mucho de ser completamente satisfactoria. Si bien contradice aquella que habla de la «prudencia» del dirigente «omnisciente», no por ello deja de tener un cierto tono hagiográfico en la medida que atribuye al partido y, en definitiva, al aparato, unos méritos que no nos incita a reconocerles el examen de la situación en vísperas de la guerra, caracterizada por la absoluta sumisión a Stalin, ni el auténtico eclipse que experimentan durante bastantes meses.

Las primeras derrotas y su significado

De todos es conocida la importancia de las victorias conseguidas durante la primera ofensiva alemana: en unos pocos meses, entre junio y octubre, no sólo desaparece el «glacis» edificado en Polonia y en los países bálticos durante la vigencia del pacto con Alemania, sino que además la Wehrmacht penetra profundamente en el territorio ruso ocupado toda Bielorrusia y la mayor parte de Ucrania llegando hasta las puertas de Leningrado, a menos de cien Kilómetros de Moscú, y ocupando la mayor parte de la cuenca del Donetz y el norte de Crimea. Durante el otoño de 1941, tras pocos meses de B1itzkrieg [5] el territorio ocupado por los alemanes equivale a una importante amputación de las disponibilidades de la U.R.S.S. puesto que englobaba el 40 por 100 de su población y suministraba en vísperas de la guerra la parte más importante de su producción y de su equipo industrial y agrícola, el 65 por 100 del carbón, el 68 por 100 del hierro, el 58 por 100 del acero, el 60 por 100 del aluminio, el 41 por 100 del equipo ferroviario, el 38 por 100 de los cereales y el 84 por 100 del azúcar [6] . El aspecto más espectacular de la retirada rusa es sin duda el número extraordinariamente alto de prisioneros que caen en manos de los ejércitos alemanes -2.053.000, antes del 1 de noviembre de 1941, según un documento secreto de Alfred Rosenberg-, la mayoría de ellos fueron apresados por centenares de miles en las «bolsas» creadas por la ofensiva alemana: Bialistok y Minsk a principios de julio, más tarde Smolensk, Uman en agosto, Kiev en septiembre y Briansk y Viazma en octubre [7] .

Las enormes dimensiones cobradas por la derrota de los rusos suscitaron ya en aquella época diversas interpretaciones. Toda una escuela de periodistas e historiadores vio en ella una manifestación de derrotismo; según ellos, la población rusa había acogido inicialmente a los alemanes como a sus liberadores. Boris Shub «especialista» americano en cuestiones rusas, explica las victorias hitlerianas por el hecho de que «los millones de soldados rusos, pertrechados con todo el arsenal que exige la guerra moderna, se negaban a luchar por Stalin y esperaban una rápida derrota que destruyera su régimen» [8] . En realidad, esta explicación que corresponde a algunos de los primeros análisis alemanes, no ha sido verificada ni por la posterior evolución de la situación ni por los numerosos hechos evidentes que se produjeron durante las primeras semanas de guerra. Alexander Dallin apunta razonablemente que la imagen dada por los corresponsales de guerra neutrales de la acogida dispensada por la población a la Wehrmacht en las regiones recientemente incorporadas a la U.R.S.S., no difiere demasiado de las correspondientes a la ocupación de los países occidentales como Holanda, Bélgica y Francia. También subraya la notable diferencia existente entre la acogida de la población de estos territorios y la de las zonas pertenecientes a la U.R.S.S. desde la revolución. Por otra parte muchos destacamentos rusos, cuando se encuentran en situación de combatir, luchan y lo hacen bien; muchas unidades, rodeadas desde un principio, combatirán durante semanas enteras para alcanzar sus líneas aún cuando saben las explicaciones que tendrán que dar y la suerte que les amenaza una vez allí.

George Fischer, el historiador del movimiento Vlassov, explica la amplitud del fenómeno de desorganización del Ejército Rojo y de las rendiciones en masa, consecuencia de la domesticación de las masas por el aparato: tras el primer choque, el ejército fue incapaz de reaccionar por falta de directrices; ello se debía sin duda al hecho de que el conjunto del aparato estaba acostumbrado a no tomar ninguna iniciativa y a esperar las consignas que le llegaban de arriba. También opina que la primera ola de desorganización producida por el ataque había creado un caos total, mucho más profundo que si hubiese resultado únicamente de los factores militares; en cierto modo, este era el fruto de la dictadura ejercida por el aparato. Tal explicación debe ser tenida en cuenta, incluso si se admite, con Stalin, la tesis de la «sorpresa», recogida por algunos historiadores americanos como Schuman, y la de la «ceguera» de Stalin, desarrollada hace algunos años por Jruschov y, tras él, por los historiadores militares rusos.

Por otra parte estas tesis no son contradictorias si se admite que el error cometido por Stalin (que no creía que se produjese un ataque alemán y esperó hasta el final una negociación para llegar a un nuevo compromiso), dada la estructura politica de Rusia y la inercia engendrada por la omnipotencia del aparato y el temor a la NKVD, podía traducirse en un efecto de sorpresa todos los niveles del aparato del partido y del Estado.

Según Harry Hopkins enviado personal de Roosevelt, Stalin reconoció, en julio de 1941 «que el ejército ruso había tenido que hacer frente a un ataque por sorpresa y que él mismo había estado persuadido de que Alemania no atacaría» [9] . Este era también el contenido implícito de su alocución radiofónica del 7 de julio, en la que había declarado que, para hacer frente al asalto de las 170 divisiones alemanas estacionadas a lo largo de la frontera, «las tropas soviéticas habían sido puestas en estado de alerta y trasladadas hacia la frontera». A partir de 1941, el especialista en cuestiones rusas del partido trotskista americano, John G. Wright, había puesto de relieve las responsabilidades del Secretario General y del aparato del partido comunista de la U.R.S.S., haciendo hincapié en alguno de los puntos que Jruschov, años más tarde, trataría ante el XX Congreso.

En la actualidad, parece haberse demostrado que el ataque contra la U.R.S.S. estaba decidido desde el 5 de diciembre de 1940, con el nombre de «Operación Otto», rebautizada el 18 de diciembre como «Operación Barbarroja». Es muy probable que esta decisión llegase a oídos de Moscú con las revelaciones obtenidas en Tokio por el célebre espía Sorge. Jruschov recordó también otras advertencias hechas a Stalin: el 3 de abril de 1941 un mensaje de Churchill, trasmitido por Sir Stafford Cripps al que siguió un telegrama de idéntico contenido fechado el 18 de abril; una información del 6 de mayo por parte de un agregado militar en Berlín de nombre Vorontsov, según la cual la fecha del ataque había sido fijada para el 14 de mayo; otro informe del 22 de mayo cuyo autor era el agregado Jlopov, según el cual la fecha había sido aplazada hasta el 15 de junio; un telegrama de la embajada rusa en Londres fechado el 18 de junio y en el que se indicaba que, según Cripps, ya se hablan concentrado 147 divisiones alemanas; por último la llegada a la U.R.S.S., horas antes del ataque, de un soldado alemán, llamado Alfred Liskov, que había desertado, franqueando el río Pruth a nado; este hombre declaró que su unidad había recibido la orden de atacar durante la noche del 22 de junio, a las tres de la madrugada. Acerca de este último caso Jruschov añade; «Stalin fue informado de ello personalmente pero la advertencia no se tomó en consideración,» [10] .

Todos estos hechos prueban que no hubo «sorpresa», al menos en el sentido que Stalin quiso darle posteriormente: los dirigentes rusos, ampliamente informados de los preparativos alemanes, no temieron un peligro inmediato porque hasta el final conservaron la esperanza de desviar la ofensiva con nuevas concesiones. Tras haber empleado todas sus fuerzas en el intento de convertir el pacto Hitler-Stalin en algo tolerable para la opinión, se mostraron incapaces de poner a tiempo en marcha atrás la pesada maquinaria para luchar contra aquel al que presentaban como un fiel aliado, codo con codo con aquellos que, según la propaganda, no eran más que fabricantes de guerras. El 14 de junio de 1941, todos los periódicos de la U.R.S.S. publicaron un comunicado en el que se ratificaba la vigencia, por ambas partes, del pacto de no agresión germano- soviético, «rechazando como faltos de fundamento todos los rumores que se refieren a las intenciones alemanas de romper el pacto y atacar a la U.R.S.S.», y afirmando que «las concentraciones de tropas alemanas al norte y al nordeste no tienen nada que ver con las relaciones germano-soviéticas». El 16 de junio ante unos comunistas extranjeros que le preguntan por la autenticidad de un peligro de ataque alemán, Ulbricht responde: «Sólo son rumores que se divulgan para sembrar la inquietud. No habrá guerra» [11] .

Hasta el ataque alemán, acaecido durante las primeras horas del 22 de junio, el enorme aparato estaliniano habrá de adoptar en su totalidad la dirección que Stalin le estaba imprimiendo desde 1939, la de la paz con Alemania: su enorme inercia le hace continuar así incluso después de la ofensiva, y los primeros bombardeos alemanes no encuentran ninguna resistencia ya que Moscú había cursado la orden de no replicar, como quedó demostrado a la sazón por los documentos alemanes que reproducían las informaciones de sus estaciones de escucha y, más adelante, por las declaraciones de Jruschov ante el XX Congreso: «A pesar de la evidencia de los hechos, Stalin opinaba que la guerra aún no había comenzado, que sólo se trataba de una provocación por parte de algunos sectores indisciplinados del ejército alemán y que una reacción cualquiera por nuestra parte les daría a los alemanes un motivo para iniciar realmente la guerra» [12] . El diario del general Halder confirma que, nueve horas después del comienzo de la ofensiva alemana, el gobierno de Stalin había solicitado la mediación japonesa declarándose dispuesto a no romper sus relaciones con la Wilhelmstrasse. William L. Shirer, el historiador del nazismo, escribe: «La agresión alemana cogió al Ejército Rojo por sorpresa a todo lo largo del frente (...) Todos los puentes fueron tomados intactos y en casi toda la frontera el enemigo pudo penetrar bastante lejos en territorio ruso sin que se organizara defensa alguna. Centenares de aviones, soviéticos fueron destruidos en tierra» [13] . La conclusión de Jruschov es que la ceguera de Stalin fue la responsable de la catástrofe inicial: «El resultado fue que, durante las primeras horas y los primeros días, el enemigo había destruido (...) gran parte de nuestras fuerzas aéreas y de nuestra artillería y otros equipos militares; había aniquilado a un gran número de nuestros cuadros militares y desorganizado por completo nuestro estado mayor. (...) No podíamos impedirle penetrar profundamente en nuestro país» [14] .

Hubo que esperar la aparición de la gran novela de Constantin Simonov Los vivos y los muertos para poder conocer «la tragedia de aquellos muchachos que morían bajo las bombas o que eran hechos prisioneros sin haber podido siquiera llegar a su centro de movilización» [15] . De momento la máquina burocrática sigue su curso ciego: Ilya Elirenburg revela en sus memorias que el antiguo encargado de negocios en París, Nicolás Ivanov, que había sido detenido a principios de año, era condenado en septiembre de 1941 a cinco años de cárcel por el delito de «actitud anti-alemana», precisamente en el momento en que los tanques nazis llegaban a las puertas de la capital [16] .

Stalin y sus fieles historiadores, al igual que algunos estudiosos benévolos corno Sir Bernard Pares, han afirmado que la tregua conseguida por la U.R.S.S. gracias al pacto germano-soviético, había permitido llevar a cabo una mejor preparación del Ejército Rojo y un considerable acopio de armamento. Este hecho, de por si, tendría ya poca importancia si se relacionara con la cantidad de fuerzas humanas y materiales que habían sido destruidas por el ataque sorpresa; pero además, esta afirmación es muy discutible. Ya en 1942, en la revista trotskista Fourth Internacional, James Cadman citaba una serie de cifras que probaban que, precisamente entre 1939 y 1941, la relación material de fuerzas se había invertido en favor de la Wehrmacht, tanto en lo referente al número de carros de combate como al de aviones. Una vez más, esta opinión ha sido confirmada por Jruschov revelando la debilidad del armamento ruso en 1941, sobre todo en lo referente a artillería anti-aérea y anti-tanque: por añadidura se le había retirado al Ejército Rojo el material viejo y todavía no se había terminado de recibir el nuevo cuando se produjo el ataque. No sólo faltaban carros, cañones y aviones, sino también fusiles; además Stalin, so pretexto de «evitar las provocaciones», había prohibido la edificación de fortificaciones en la región de Kiev, denegando la solicitud que en este sentido, había cursado el jefe militar de la zona general Kirponos [17] .

Existe un aspecto más en el que se observa una notoria correlación entre los críticos trotskistas de 1941-42 y el análisis de Jruschov y los estudios rusos posteriores a la muerte de Stalin. Mientras que durante el intervalo, un gran número de historiadores, periodistas, y hombres políticos habían creído que una de las causas de las victorias rusas de 1942 había sido la depuración del ejército que tuvo lugar antes de la guerra, considerada como la eliminación de una especie de «quinta columna», Jruschov y sus epígonos la denuncian como una de las razones fundamentales de la desorganización y de las derrotas sufridas. John G. Wright ya había subrayado el hecho de que la total eliminación del estado mayor, la ejecución de su cerebro Tujachevsky y la liquidación del 90 por 100 de los cuadros superiores unida a su sustitución en los cargos de responsabilidad por una serie de carreristas e incompetentes, había equivalido a una aplastante victoria del ejército hitleriano. El novelista Simonov atribuye a un general de aviación de reciente promoción la conciencia amarga de que «las estrellas de general no habían traído consigo la ciencia de mandar millones de hombres y centenares de aviones» [18] . Uno de los protagonistas de su novela, el general Serpilin, ha salido del campo de concentración al día siguiente de haberse producido la ofensiva alemana: su heroica conducta contrasta con la cobardía de su antiguo condiscípulo, el general Baranov, carrerista preocupado antes que nada por «complacer a los de arriba» y que hasta entonces parece haberlo conseguido. En 1956, Jruschov se refiere a las «desastrosas consecuencias» de la depuración de 1937-1938, a la sistemática liquidación de todos los cuadros superiores poseedores de una experiencia militar vivida en España y en Extremo Oriente. Nadie puede discutir en la actualidad la evidencia de que la depuración del Ejército Rojo, en lugar de liberarlo de una supuesta «quinta columna», sólo había conseguido decapitarlo, privándolo de sus elementos más capacitados técnicamente y, muy probablemente, de los más abnegados en la defensa de su país en cuanto al aspecto político.

La resistencia

No trataremos en modo alguno de disminuir la importancia de la batalla de Stalingrado que, sin lugar a dudas, fue la tumba de los ejércitos alemanes durante el invierno de 1942. No obstante, es preciso subrayar que el momento en que la situación militar comenzó a modificarse debe ser situado un año antes, en el comienzo del invierno de 1941. Durante el otoño de este año, las tropas alemanas se habían detenido ante Leningrado y Moscú. Fue en las calles de Rostov y de Sebastopol donde chocaron por primera vez con una encarnizada resistencia, casa por casa, calle por calle, produciéndose el tipo de lucha casi cuerpo a cuerpo que había de dar a los rusos su victoria mas espectacular en Stalingrado. Este es igualmente el periodo en que se forman los primeros grupos de partisanos cuya acción posterior habrá de cobrar enorme importancia, tanto en el plano moral como en el estrictamente estratégico, como lo reconocieron numerosos jefes militares alemanes.

Al referirse a la resistencia en las ciudades obreras como Moscú, Leningrado, Rostov y Sebastopol, Henri Michel relata que «verdaderas masas humanas trabajaron en las improvisadas fortificaciones» [19] . También algunos corresponsales de guerra, tan permeables a la propaganda oficial como el americano Lesueur, han resaltado la participación en la defensa de destacamentos obreros armados. El general Von Blumentritt ha relatado la forma en que los soldados alemanes de la 2580 división, tras conseguir penetrar en los suburbios de Moscú, fueron detenidos allí por una auténtica muralla humana compuesta fundamentalmente de obreros armados con martillos y otras herramientas [20] . El periodista australiano Geoffroy Blunden también ha dedicado una novela, Room on the Route, a un hecho confirmado por diversos testimonios: la constitución de una serie de unidades de choque -una división de guardias del pueblo- reclutadas entre los detenidos y presos políticos que aceptaron desempeñar misiones suicidas en el frente de Moscú. Al tiempo que resalta que en octubre de 1941 la mayoría de la población de Moscú permaneció inerte y pasiva, al menos durante los primeros días, en el momento en que el gobierno había evacuado la capital llevándose consigo todos los efectivos de policía, Schapiro señala que la voluntad de resistir a cualquier precio se originó entre una minoría «que comprendía fundamentalmente a gente joven de las fábricas» [21] . Era una pequeña vanguardia obrera, tan entusiasta como la que acogió clamorosamente el primer plan quinquenal, y cuya acción sustituyó eficazmente a la del desfallecido partido. A partir del mes de agosto, se organizan en Leningrado -cuya defensa a ultranza como «ciudad de la revolución de Octubre» ha sido solicitada al pueblo por Voroshílov- unas milicias obreras que no sólo patrullan los barrios y se entrenan con regularidad, sino que además asumen la defensa de determinados sectores del frente. Simultáneamente aparecen dichas formaciones en Rostov y en Moscú. No obstante, el decreto que prescribe la instrucción militar obligatoria para los comprendidos entre los dieciséis y los cincuenta años no es firmado hasta el mes de septiembre, más de un mes después de que esta medida haya sido puesta en practica y, como excepción a una sólida tradición del régimen, sin haber sido precedida por una campaña de prensa y de reuniones. John G. Wright subraya que, durante un largo período de la historia de la U.R.S.S., fue probablemente la única medida cuya puesta en vigor no dio ocasión a denunciar los defectos, lo que contribuye a confirmar la tesis según la cual se trató de la aplicación de una iniciativa espontánea, tomada con independencia del aparato, que parece haber vacilado considerablemente antes de decidirse a sancionarla cuando era ya un hecho consumado [22] .

En las regiones ocupadas por los alemanes parece haberse iniciado un proceso idéntico. Henri Michel escribe: «La desorganización es evidente Las poblaciones ocupadas son prácticamente abandonadas a su suerte. Se forman espontáneamente una serie de grupos sin plan de conjunto, ni directiva alguna (...). A menudo, la iniciativa proviene de algunos sin-partido que se descubren almas de caudillos» [23] . Armstrong. estudioso de los movimientos de partisanos en Ucrania, deduce la misma conclusión: los «planes» que preveían su organización existían tal vez, mas no se puso en marcha el dispositivo inicial. Los responsables del partido que desempeñaron una función en ellos siempre fueron hombres de los niveles inferiores del aparato que solían actuar por propia iniciativa; en cualquier caso, los miembros del partido nunca llegaron a integrar más del 7 por 100 de los efectivos totales de los grupos [24] . El día 16 de enero de 1942, Pravda publica un acta del comité del partido en una región no especificada, referente a los territorios reconquistados a los alemanes durante las últimas semanas: «El Comité Regional ha decidido que, ante todo, es preciso reunir los cuadros de activistas y restablecer los órganos de poder soviético en las localidades liberadas. Todos ellos no volverán a sus antiguos cargos. Entre ellos los ha habido que, en el momento critico, han desvelado sus almas de corrompidos, cobardes y traidores (...). Se han formado nuevos cuadros de bolcheviques, afiliados al partido e independientes». El artículo muestra con toda claridad este doble fenómeno, insuficientemente valorado por los historiadores del partido durante la guerra, a saber la objetiva desaparición del partido, incluso en la clandestinidad - en lugar de su pretendido «aletargamiento»- durante la agresión alemana, la ínfima calidad de los cuadros del aparato, uno de cuyos sectores se ha acobardado irremisiblemente y también la voluntad, por parte de la dirección, de reconstruirlo al menos desde arriba, cuando el Ejército Rojo inicia la reconquista.

En ciertos aspectos, todo transcurre como si, a diferentes niveles pero de una forma generalizada, el partido, a la hora de la verdad, demostrase no ser más que un caparazón vacío. La resistencia real le es ajena tanto en las regiones amenazadas como en las perdidas. El 18 de enero de 1942, Pravda se refiere a la situación del partido en Rostov: En esta ciudad de la que las tropas alemanas han sido expulsadas por el Ejército Rojo y por la población civil en armas, tras una serie de encarnizados encuentros, el partido no cuenta más que con 5.000 miembros sobre una población de 500.000 personas. El día 29 de septiembre en Moscú Chtsherbakov, secretario regional y miembro suplente del Politburó, declara ante el comité regional que «cierto número de organizaciones del partido, (...) en vez de reforzar el trabajo político del partido lo han debilitado (...). Han dejado de convocar reuniones del partido y descuidado la agitación política entre las masas» [25] . El comité regional habrá de votar una resolución que «obliga a los dirigentes del partido de la ciudad y provincia a acudir a las reuniones obreras y presentar en ellas los informes correspondientes». La Pravda del día 27, se quejaba ya de la falta de vigilancia de ciertos miembros del partido que permitían expresarse en público a una serie de «agentes provocadores», divulgadores de «noticias falsas» que provocaban la «desmoralización». No sólo en estos primeros meses el partido no es el dirigente de la resistencia, sino que tiende a debilitarse respecto a ella: sólo la siguiente etapa de 1942 y 1943, una vez reconstruidos los mandos del aparato, le permitirá aprovechar el empuje popular por el ensanchamiento de su base de reclutamiento, pasando a controlar de manera efectiva, por medio de la NKVD, a la mayoría de los grupos de partisanos.

Los objetivos alemanes

Como hemos visto el ataque alemán era perfectamente previsible y hasta cierto punto era incluso inevitable; estaba inscrito objetivamente en las necesidades del imperialismo alemán en cuanto a mercados, materias primas y productos agrícolas, y también en el contenido de la ideología nacional-socialista que hablaba de cruzada contra el «bolchevismo» y el «judaísmo» y de lucha contra toda actividad revolucionaria. Desde hacia años, el sueño ruso, volvía una y otra vez en las palabras de Hitler, bajo la forma de la «India de Alemania», una inmensa colonia cuya explotación permitiría el cumplimiento de las promesas hechas por el nacional-socialismo a los obreros alemanes, convirtiéndoles en una aristocracia obrera de privilegiados e instaurando así un verdadero «orden» que eliminaría para siempre el peligro de una revolución. Desde 1936, Hitler gritaba: «Si tuviésemos a nuestro disposición el Ural, con su incalculable riqueza en materias primas, y los bosques de Siberia, y si los infinitos campos de trigo de Ucrania perteneciesen a Alemania, nuestro país nadaría en la abundancia» [26] . Al mismo tiempo, la U.R.S.S. representaba por su pasado y por su ideología, por su prestigio ante los obreros y por su estructura socioeconómica, la amenaza nata de la gran Alemania, la negación de la teoría de la raza, la revuelta de los siervos contra los señores, el «cosmopolitismo» internacionalista y judaico, en una palabra el monstruo de la revolución y el bolchevismo, el adversario número uno del nacional-socialismo. El propio nombre de Operación Barbarroja [27] dado a la campaña de 1941, sirve para desvelar aún más el carácter de cruzada y de lucha despiadada que quisieron conferir los jefes hitlerianos a esta guerra de cuya inminencia, a diferencia de Stalin, nunca habían dudado.

No es difícil comprender el significado real de la resistencia de los rusos a la invasión alemana, su carácter inicial de lucha de vanguardia y de clase y el carácter masivo que tomó a partir de 1942: contra la Wehrmacht, la población soviética emprendió una lucha por la supervivencia, en la medida que la victoria alemana hubiera significado la muerte a corto plazo para millares de ellos y, en cualquier caso, una esclavitud y una regresión histórica tal que, comparado con ellas el régimen estaliniano habría aparecido como una verdadera edad de oro. Lo que sabia una pequeña minoría -en la que se encontraban probablemente los oposicionistas que se sacrificaron a las puertas de Moscú- durante los primeros meses de 1941, al resto de la población terminará por enseñárselo la experiencia a partir de esta fecha. La conquista alemana significaba históricamente, no sólo la destrucción del régimen estaliniano, sino también la destrucción de todas las realizaciones económicas, de todas las «conquistas de Octubre» y de una parte importante de las fuerzas productivas, la reintegración del espacio y de los recursos en el sistema capitalista y, sobre todo, su adaptación forzosa a las necesidades y exigencias del imperialismo alemán. En un país profundamente transformado por la revolución, por el periodo de reconstrucción y por el de «edificación», ello suponía evidentemente una vuelta atrás y, con independencia de los buenos o malos sentimientos de los lideres nazis, de sus métodos y de sus intenciones, la aniquilación por violencia directa o por hambre de millones de rusos. En efecto, su existencia cotidiana quedaba asegurada en lo sucesivo -aún cuando a veces sólo fuese precariamente- por una economía basada en la nacionalización de los medios de producción, incluida la tierra, en el monopolio del comercio exterior y en la dirección planificada de la economía.

La función asignada a los pueblos de la U.R.S.S. en el futuro por una Alemania imperialista, era el de meras colonias que ofreciesen un mercado a los productos de su industria, el de. enorme almacén de productos agrícolas y materias primas. Los planes de organización económica diseñados con anterioridad a 1941 preveían la «naturalización» o «desindustrialización» de Rusia, no dejando sino los campos y las minas. Esta transformación no podía ser en modo alguno una restauración: a pesar del entusiasmo manifestado ante la «cruzada» por los últimos restos de los Blancos de la Guerra Civil, como el jefe cosaco Skoropadsky, Chandruk el antiguo jefe del estado mayor de Petliura, Banderskys antiguo lugarteniente de Kolchak o el general cosaco Krasnov, parece estar probado que los nazis jamás tuvieron la intención -contrariamente a lo afirmado por la propaganda soviétiva- de restablecer a los antiguos pomiechtchiki o de devolver sus tierras a los barines, en tanto en cuanto por un lado la explicitación de este propósito les habría atraído de inmediato el odio general y por otra parte no entraba en sus cálculos trabajar por cuenta de otros que no fuesen los dirigentes de la clase poseedora alemana. A este respecto, Hitler ha de solicitar personalmente a sus funcionarios que cuiden de que ningún ruso pueda convertirse en gran propietario en los territorios del Este.

Tal colonización de Rusia implicaba para los dirigentes alemanes la necesidad de eliminar a cualquier elemento susceptible de desempeñar un papel en la resistencia a la dominación nazi, como podrían ser la clase obrera organizada o no, y la intelligentsia. Una orden del estado mayor económico de Goering, fechada el 23 de mayo de 1941, prescribe la destrucción de todos los sectores industriales en los territorios conquistados, precisando: «Prohibición absoluta de intentar salvar a la población de la muerte por inanición». Este mismo objetivo explica los desesperados esfuerzos de la Wehrmacht para apoderarse antes del invierno de 1941 de Moscú y Leningrado, «ciudades santas del comunismo» y la orden personal de Hítler de arrasar Leningrado con la artillería sin tener en cuenta a la población, ni siquiera a una parte de ella» [28] . Esta necesidad tan política como económica y social, sirve para explicar la «consigna comisario» de mayo de 1941, en la que se disponía la inmediata liquidación de todos los responsables y comisarios políticos, fuera cual fuese su nivel en la jerarquía, a partir del momento de su detención o, como mucho, después de su traslado a un campo de tránsito [29] .

La aplicación del genocidio exigía que sus ejecutores estuviesen persuadidos del carácter sagrado de su misión: la teoría racial del Untermensch - de los sub-hombres de razas no germánicas, eslavas y «mongoloides» de la U.R.S.S.-que había sido inculcada a los S.S., a los asesinos especializados y, siempre que ello había sido posible, a todos los militares alemanes, formaba, como apunta Alexander Dallin, «parte integrante de la óptica nazi» [30] y había sido traducida por Goebbels en la fórmula lapidaria: «No son hombres sino un conglomerado de animales.»

La inesperada resistencia del pueblo ruso y la prolongación de la guerra dificultaron la aplicación integral de un programa cuyos puntos fundamentales, la destrucción de la industria y la «reprivatización» de la agricultura exigían como condición sine qua non el final de toda resistencia militar. No obstante, los primeros meses de guerra permitieron a la población rusa hacerse una idea bastante clara de lo que les esperaba. Los Einsatzgruppen, comandos de exterminio de «judíos y comunistas», ejercieron desde un principio su sangrienta actividad. El que encabeza Ohlendorf eliminará «por razones ideológicas» como dice, a 90.000 personas en un año, de las cuales 33.771 perecieron en dos días, el 29 y el 30 de septiembre de 1941, en Kiev. El grupo de Stahleker reivindica el 1 de enero de 1942 otros 229.052 asesinatos [31] . La «consigna comisario» se aplica tanto en el ejército como en los campos: de los cinco millones de prisioneros de guerra rusos, sólo un millón llegará al final de la guerra. De los millones de personas ingresadas en los campos tras la campaña de 1941, más de la mitad perecerán como consecuencia del hambre, el frío y las torturas. Las autoridades alemanes cierran sistemáticamente las escuelas. Hitler dice: «Enseñar a leer a los rusos, a los ucranianos y a los kirguizios, terminaría por volverse contra nosotros. La educación daría a los más inteligentes de ellos la ocasión de conocer la Historia, de adquirir un sentido histórico y desarrollar unas ideas políticas que sólo podrían ser hostiles a nuestros. intereses» [32] . «En numerosas ocasiones la Historia ha probado que las gentes que poseen una educación mayor de la que corresponde a su posición, suelen convertirse en los pioneros de los movimientos revolucionarios» [33] . Y si en cambio accede al retorno de los popes, reclamado por un gran número de campesinos, ello se debe a su convicción de que son necesarios para mantener a los pueblos sumisos «en su estupidez y embrutecimiento» y para «que les hagan permanecer tranquilos» [34]

A pesar de sus principios «ideológicos» de libertad de empresa y de iniciativa y de su defensa del derecho de propiedad, a pesar de su proclamada hostilidad al «régimen de esclavos judeo-bolchevique», los dirigentes nazis se niegan por otra parte a disolver los koljoses e incluso -salvo rarísimas excepciones- a dejarlos disolverse por sí mismos cuando sus componentes expresan este deseo. Los técnicos en economía alemanes reconocen que la «descolectivizacíón», incluso si se realizase según un plan organizado por las autoridades alemanas, provocaría una fuerte baja de la producción e «incalculables daños materiales» en palabras de Alfred Rosenberg, materializados probablemente en una ola de hambre general y, con toda seguridad, en la imposibilidad de utilizar los recursos agrícolas de las regiones conquistadas para el abastecimiento del ejército y de las ciudades alemanas [35] . En un principio se mantendrá pues el statu quo: los koljoses siguen funcionando bajo control alemán obligados a suministrar enormes pedidos, sometidos a toda suerte de humillaciones políticas y militares y, poco después, a los castigos corporales, tras el restablecimiento oficial de la pena de látigo.

Al igual que la «descolectivización», la «desindustrialización» será demorada hasta el final de las hostilidades. Algunas fábricas son desmanteladas, como la siderúrgica electrificada de Mariupol, entregada a la casa Krupp y enviada a Breslau. Las grandes empresas que han podido salvaguardarse durante el avance son, o bien confiadas a compañías estatales, controladas por los representantes de las grandes sociedades capitalistas privadas o bien entregadas a las empresas alemanas en régimen de usufructo duradero hasta el final de la guerra en cuya fecha habían de pasar a ser de su propiedad: la fábrica de aluminio de Zaporozhé es entregada al trust Vereinigte Aluminiumwerke. El Flick Konzern y los Reichswerke Hermann Gocring se apoderan de las plantas siderúrgicas del Donetz dentro del ámbito de una sociedad financiada por los bancos más poderosos. El I.G.Farben organiza dos filiales, la Siegener Maschinenbau se hace con las fábricas Voroshilov de Dniepropetrovsk y Krupp con dos fábricas en Mariupol, dos en Kramatorskaía y una en Dniepropetrovsk [36] . El gauleiter Sauckel empieza a organizar enseguida una verdadera caza de mano de obra suministrando millones de proletarios a las grandes empresas alemanas e incorporando a ellas por decreto incluso a los niños de diez años. Ya sea en la Rusia ocupada o en Alemania, los obreros que aseguran los beneficios de Krupp, Reichswerke Hermann Goering, I.G.Farben y otras empresas, conocerán las condiciones de vida miserables e infamantes que les depara su condición de sub-hombres «el hambre, los golpes, las enfermedades, el frío dentro de las casamatas sin fuego, vestidos de ligeros andrajos, (...) las interminables horas de trabajo cuyo único limite era su capacidad para mantenerse en pie». Así ha descrito William Shirer su infierno [37] .

Esta experiencia, difundida espontáneamente a un lado y otro del frente, por el pueblo ruso y más adelante, de forma sistemática y con los métodos más modernos por las autoridades, explica el unánime alzamiento de la población y la decisión con la que, tras la vanguardia obrera de las grandes ciudades, todos los sectores de la sociedad rusa lucharon contra el ejército nazi.

A partir de 1942, algunos sectores dirigentes alemanes consideraron la posibilidad de una política más flexible que permitiese ganar para su causa a ciertos grupos sociales sobre todo campesinos. La ley agraria de febrero de 1942 otorga a los koljosianos la propiedad de su parcela individual, permitiéndose también su ampliación; el koljós que de esta forma se convierte en un tipo de «economía comunal» y la formación de «cooperativas agrícolas» deben suponer una transición en la vuelta a la propiedad individual [38] .

Pero para ello ya es demasiado tarde. El campesinado, única clase en la que podía encontrar un apoyo eventual una política de restauración del capitalismo, ha pasado masivamente al bando enemigo, sobre todo como réplica al ciclo infernal de represión organizado por la Wehrmacht en sus ansias de exterminar a los partisanos a cualquier precio.

No obstante, al final de 1942, los esfuerzos de algunos altos oficiales y políticos alemanes, especialistas en cuestiones rusas, abocarán en el nacimiento de un movimiento de colaboración apoyado oficialmente durante cierto tiempo. Es interesante apuntar que las personalidades que constituyeron el llamado «movimiento Vlassov» eran burócratas miembros del partido. Andrei Vlassov, de familia campesina y combatiente del Ejército Rojo en 1919, había permanecido en sus filas como oficial. Se había afiliado al partido en 1930, beneficiándose posteriormente de una rapidísima promoción durante el periodo de la victoria de Stalin. En 1938 había sido consejero militar de Chiang Kai-shek, en 1939 mandaba una división y en 1941 estaba al frente del 4º cuerpo blindado, combatiendo ante Kiev y Kursk y asumiendo, ante Moscú, el mando del 20º Ejército. Tras todas estas campañas había sido nombrado teniente general -cuando sólo contaba cuarenta y un años-, y condecorado con la orden de Lenin. Eva Curie y Sulzberger, que le entrevistaron por aquellas fechas, hacen hincapié en sus declaraciones de lealtad a Stalin. En marzo de 1942, cuando era lugarteniente del general Meretzkov en el frente del Voljov, es copado junto con sus tropas cayendo en manos de los alemanes. En septiembre de 1942, desde el campo de concentración de Vinnitza donde se encuentra, lleva a cabo la declaración fundacional de lo que será el «Comité Ruso de Liberación» y cuyo estado mayor comprende otros tres oficiales superiores, los mayores-generales Malichkin, Blagovech-tchensky y Trujin. George Fischer, siguiendo las huellas de otros investigadores, ha estudiado cuidadosamente la personalidad del hombre al que se considera la eminencia gris del movimiento, conocido por el nombre de Milenti Zykov y dotado según todos los testimonios de excepcionales cualidades; no obstante, el misterio que le rodea sigue sin esclarecerse por completo. Todo indica no obstante, que era judío y parece ser que había desempeñado importantes funciones en la prensa comunista, sobre todo en Izvestia. Tras haber sido detenido como derechista y liberado posteriormente, Zykov ocupó antes de su captura las funciones de comisario-adjunto de división, si nos atenemos a sus propias declaraciones que, según Fischer, debían de adolecer de cierto exceso de modestia. El grupo de los colaboracionistas rusos comprendía también a otro apparatchik, Jorge Zhilenkov, antiguo secretario del partido en un importante distrito de Moscú y más tarde comisario político del 24º Ejército de Asalto; según los testimonios reunidos a su respecto que se refieren al lujo de que se rodeaba, a su arrogancia frente a. sus subordinados y a su cinismo, Fischer dice que era el tipo perfecto de «barin soviético». La historia del movimiento Vlassov no entra en el cuadro de este estudio; el historiador del partido debe contentarse con observar que los que han aceptado desempeñar el papel de colaboradores en la. cruzada nazi han sido burócratas del ejército y del aparato, auténticos cuadros estalinianos. También hay que resaltar que, en su esfuerzo por conseguir partidarios, los «vlassovistas» tuvieron que tener en cuenta las transformaciones reales acaecidas en Rusia desde la revolución de Octubre, acentuando en su propaganda una serie de consignas difícilmente compatibles con su verdadero papel de fantoches en manos de los nazis: rechazo de los «proyectos reaccionarios que supusiesen una limitación de los derechos del pueblo», reducción de la propiedad a lo que hubiera sido «ganado con el trabajo», libertad de conciencia, de reunión, de prensa, ausencia de todo tipo de condena de la revolución de Octubre y por último, insistencia en el papel desempeñado por sus jefes durante la guerra civil contra los blancos y contra la Wehrmacht antes de su captura [39] . El deseo manifestado por estos colaboracionistas de hacer las cosas con seriedad, les llevaba a unos extremos que pronto dejaron de ser aceptables para los dirigentes nazis; así el blanco Krasnov acusará a Vlassov de ser un «bolchevique» y de pretender «vender Rusia» a los judíos. Zykov, sospechoso ante los S.S. de ser un agente secreto ruso, desaparece en 1944 sin dejar rastro. A partir de 1943, Hitler pone coto a las actividades del movimiento Vlassov, limitándolas a las de asesoramiento militar y prohibiendo a sus componentes el acceso a las tierras rusas que han sido conquistadas. La propaganda de Vlassov sirvió sobre todo para reclutar, con uniforme alemán a decenas de millares de desgraciados convencidos por el estímulo de la paga o por las posibles rapiñas, preferibles, dada su situación, a una muerte lenta.

La «Gran Guerra Patria»

El ataque del ejército alemán es notificado al pueblo ruso por un discurso de Mólotov retransmitido por radio el 22 de junio; por primera vez desde hace dos años se utiliza en él la palabra «fascista» que desde 1939 había sido borrada del léxico oficial. La alocución se cierra con un llamamiento a «cerrar filas en torno a nuestro glorioso partido bolchevique, a nuestro gobierno, a la Unión Soviética y a nuestro jefe el camarada Stalin». La guerra se convierte oficialmente en «la gran guerra patria». Stalin que, por primera vez en la historia del régimen, reúne las funciones de Secretario General del partido y de presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, guarda silencio y se abstiene de aparecer en público durante las siguientes semanas en las que, a la amargura de la derrota, se añade el choque moral de informarse por la radio alemana de la captura de su hijo Yakov así como de las declaraciones derrotistas hechas por éste a la radio y prensa nazis. El día 30 de Junio se constituye un Comité de Defensa del Estado que detenta todos los poderes; está integrado por Stalin, Voroshilov, Mólotov, Beria y Malenkov. Durante el resto de la guerra será el organismo supremo de la U.R.S.S., llevándose a cabo dos reajustes en él: el ingreso de Kaganovich, Mikoyán y Voznesensky en febrero de 1942 y la sustitución de Voroshílov por Bulganin en 1944.

Por fin, el día 3 de julio, más de diez días después del ataque, Stalin dirige al pueblo ruso su famoso llamamiento radiofónico: los rusos deben emplear la táctica de tierra quemada contra un «enemigo cruel e implacable» para que éste no pueda aprovechar nada. También recuerda la derrota de Napoleón, exaltando el recuerdo de la «guerra patriótica nacional» que había llevado a cabo el pueblo contra él. También alude -y ésta es una reminiscencia más significativa- a la victoria de las «fuerzas, anglo-francesas» sobre el ejército de Guillermo II. Stalin confinado en el Kremlin, no saldrá de él hasta el día 6 de noviembre en que se celebra, en el metro de la capital, una asamblea ampliada del Soviet de Moscú. También comparecerá en el desfile de tropas conmemorativo de la Revolución que se celebra en la Plaza Roja, saludando a los soldados que se encaminan al frente con un llamamiento a la resistencia hasta el final en nombre de los «insignes antepasados» Alexandre Nevsky, Suvórov y Kutúzov.

Una vez evacuados de Moscú todos los servicios gubernamentales, Stalin es el único dirigente que permanece en la capital: este gesto de fuerza ha de contribuir decisivamente a la leyenda del hombre de hierro, inspirador impávido de la resistencia a ultranza. Sin embargo, Jruschov ha recordado el comentario que se le escapó en público: «Todo lo que Lenin ha hecho lo hemos perdido para siempre.» Esta misma leyenda es la que recoge Isaac Deutscher al escribir: «Desde su escritorio, en contacto permanente y directo con los mandos de los diversos frentes, él observaba y dirigía las campañas» [40] . Jruschov por su parte, se dedica a destruir el mito al afirmar: «Stalin en realidad no comprendía demasiado la situación tal como ésta se desarrollaba en el frente. Era natural puesto que, durante toda la guerra patriótica, jamás visitó ni un sector del frente, ni una ciudad liberada, a excepción de un breve paseo por las calles de Mozhaisk durante un período de estabilización. (...) Al mismo tiempo tomaba parte en las operaciones y daba órdenes que no tenían relación alguna con la situación real en un determinado sector del frente y no podían ocasionar más que graves perdidas en vidas humanas» [41] .

No obstante, parece que poco a poco los jefes militares más inteligentes consiguen imponerse instaurando concepciones más serias que las de aquel que se ha autodesignado «comandante en jefe». En lugar de los ataques frontales exigidos por él hasta finales de 1941, comienzan a elaborar una táctica más flexible de «embolsamiento» mediante el ataque de los salientes del frente enemigo. No obstante este cambio de táctica debió acompañarse de muchos problemas. En el mes de junio es detenido y ejecutado junto con todo su estado mayor el general Pavlov, especialista en blindados; con ello paga las consecuencias de la derrota y de la ineptitud del régimen que había puesto bajo su mando el frente del Oeste. Sin embargo Voroshílov y Budionny, de notoria incompetencia e incultura, pero vinculados con Stalin por una larga complicidad que se remonta hasta la guerra civil. permanecen, junto con Timoshenko, al mando de los tres grandes sectores del frente. No obstante ya no es el momento de mantener, sin hacer caso omiso de un peligro mortal, el exclusivo criterio burocrático basado en los vínculos de clan o en la solidaridad del aparato cuando se trata de decidir la asignación de los hombres o su ascenso. Se necesitan talentos, técnicos y jefes capacitados y, por tanto, se acude en su busca a las cárceles y a los campos de concentración: tal es el caso del polaco Rokossovsky, antiguo oficial de enlace de Tujachevsky, como Podlas y Meretzkov. Los nuevos jefes también son seleccionados en el propio frente, entre aquellos que destacan, demostrando unas dotes de iniciativa que hasta el momento habían sido perseguidas despiadadamente. A partir del otoño de 1941, Voroshílov y Budionny son apartados de todo mando efectivo y con mayor fortuna que Pavlov, conservan sus títulos, sus honores y sobre todo sus vidas. Su lugar queda ocupado por verdaderos técnicos y militares de carrera que son miembros del partido por su rango de oficiales y no al revés; estos son los hombres como Zhúkov y Vasilevsky. Los ascensos suelen ser frecuentes y recompensan el talento y el éxito en vez de las prácticas delatoras o la capacidad de maniobra dentro del aparato: entre los nuevos generales hay hombres muy jóvenes, Rodímtsev que en el frente de Madrid, en 1937, era capitán y sobre todo Cherniajovsky, el joven judío, que pasó de comandante en 1941 a general con mando de ejército en 1944, muriendo en 1945 a la edad de treinta y nueve años.

Los restantes sectores de la vida soviética presencian un fenómeno análogo: Hasta cierto punto, el férreo control del aparato se ablanda y no es casual que Voznesensky, el único dirigente del partido que es un verdadero técnico y cuya carrera se ha desarrollado en parte al margen del aparato, sea situado a la cabeza del sistema económico. El gravísimo peligro que se cierne sobre el país contribuye a aliviar la opresión burocrática. Korneitchuk, el sochantre de Stalin, intenta presentar, en El Frente, a estas nuevas promociones como un mérito más del «jefe genial» que sabe cuando ha llegado el momento de sustituir a la vieja generación revolucionaria por una serie de jóvenes capacitados, cuando en realidad es la propia necesidad la que los impone. Ya no se habla de los traidores y espías «trotskistas» y «bujarinistas», aunque se los cite de vez en cuando sobre todo para asociarlos con Vlassov, no obstante haber sido éste un estalinista modélico antes de servir a Hitler.

Se libera discretamente a algunos condenados y, aunque el fenómeno no parezca haber tenido las dimensiones que le atribuye Deutscher, por afectar sobre todo a especialistas que en realidad nunca habían sido auténticos oposicionistas, el silencio acerca de las pretéritas acusaciones constituye una especie de rehabilitación tácita. Se trata en suma de una auténtica tregua, exigida por las necesidades de defensa y en la que se llegará incluso a acoger, cuando es necesario, a los jefes de los grupos armados que han apoyado a los alemanes cuando abandonaban la mala causa y vuelven al bando de los «patriotas».

De hecho, Stalin se esfuerza en crear una especie de unión sagrada en las filas de la resistencia nacional y lo consigue. Los obreros constituyen su vanguardia: la reconstrucción de las industrias de guerra en el este bate todos los récords de rapidez y los mínimos quedan ampliamente sobrepasados, todo ello en medio de unas condiciones de vida y trabajo excepcionalmente adversas. En todas las ciudades los voluntarios obreros acuden desde los suburbios para integrarse en las milicias populares o en los batallones de trabajadores -integrados mayoritariamente por mujeres- que cavan las trincheras y construyen las líneas defensivas. El campesino debe ser ganado a la causa pues de él depende el abastecimiento del ejército y de la población urbana. La pérdida de las ricas provincias agrícolas del oeste provoca una rápida subida de precios. Para estimular la producción y hacer frente a las necesidades más perentorias, el Gobierno multiplica las concesiones y autoriza el desarrollo de los mercados koljosianos de venta libre: su proporción en el comercio al por menor pasa desde un 15,9 por 100 en 1939 a un 44,5 por 100 en 1942-43, proceso que Ernest Mandel denomina «revancha generalizada del campo sobre la ciudad». Ya que, si bien los obreros hacen enormes sacrificios, algunos koljosianos, en contrapartida, consiguen pingües beneficios. La guerra provoca el surgimiento de los koljosianos millonarios: nuevos kulaks acaparan tierras, a pesar de que estas sigan siendo de propiedad colectiva, por un total superior al millón de hectáreas como se sabrá después de la guerra.

La burocracia asiste a la defensa y consolidación de sus privilegios. Los viejos títulos vuelven a desempolvarse: a partir de 1941 los diplomáticos son «embajadores» y «ministros». Quedan fijadas las normas de clasificación y ascenso; a cada grado le corresponde un título y un uniforme. Se trata de aumentar la autoridad de los funcionarios civiles; así el «escalafón» de la administración judicial consta de un «cuadro de asimilación» con los grados militares: Alf Edeen puede así escribir sin exageración que «el ciclo de desarrollo ruso ha sido completado» con el restablecimiento de la clasificación por rangos de los tiempos de Pedro el Grande [42] .

La casta militar es favorecida de manera especial. Los comunicados y circulares vuelven a poner en vigor la distinción entre «oficiales» y «soldados» abolida en 1917. Se restablece igualmente el saludo militar fuera del servicio y con carácter obligatorio, incluso del soldado al cabo o suboficial. El comisario político que había sido introducido de nuevo en 1941, durante la debacle, es suprimido posteriormente, integrándose los miembros de dicho cuerpo en el de oficiales. En 1942, coincidiendo con el XXV aniversario de la revolución, se vuelve al uso de las charreteras que habían sido suprimidas «por ser un símbolo de la opresión de clase». Se restablecen con sus antiguos nombres y con una serie de privilegios y paga superior, las unidades selectas de la guardia. En 1943, las escuelas de cadetes que habían desaparecido durante la revolución son restauradas: pueden ingresar en ellas los hijos de oficiales desde los ocho o nueve años de edad, lo cual constituye un paso hacia la herencia de los privilegios y funciones sociales, es decir, un factor de considerable importancia en la consolidación de la casta. Asimismo, fueron instituidas antiguas órdenes militares, bajo el patrocinio de los grandes generales de la Rusia zarista como Suvorov y Kutúzov. Los oficiales tienen acceso a una serie de clubs especiales y tanto los oficiales superiores como los subalternos disponen de residencias y salas particulares.

Tal política de unión sagrada no puede ir aparejada con una ideología de clase. Desde su primera alocución, Stalin se esfuerza en despertar el patriotismo ancestral recurriendo a la ideología del viejo pasado ruso cuyos elementos son el jnacionalismo, la religión, la tradición, el militarismo y el culto por los antepasados. Para mayor alegría de los escritores reaccionarios (como Michel Garder que saluda «el abandono de los temas pasados de moda del internacionalismo proletario y la lucha de clases» sustituidos por «un lenguaje que se dirige al corazón con la violenta pasión y el amor irracional por el solar patrio».) Stalin se convierte en el bardo de la Rusia eterna [43] . El 3 de julio, en efecto, no se dirige a sus «camaradas» ni a los «ciudadanos» sino a todos sus «hermanos y hermanar». Asimismo, el día 7 de noviembre invoca a toda una galería de santos y guerreros, de archiduques y generales para que inspiren, junto con Lenin, la lucha del pueblo ruso.

Las atrocidades alemanas han provocado un reflejo de defensa. La teoría racista, que trata a los eslavos como subhombres, provoca elementales reacciones de dignidad y orgullo nacional. La propaganda se esfuerza en conferirles una forma patriótica y lo consigue sin grandes dificultades. Los rusos van a cobrar rápidamente conciencia de ser los únicos en soportar el peso de una guerra cuyo resultado tiene idéntica importancia para todos los pueblos, esclavizados o no. Entre el patriotismo y el nacionalismo, o incluso el mesianismo, no hay más que un paso y éste se da rápidamente. Eugene Tarlé debe rehacer la historia de la guerra napoleónica para describirla como una lucha puramente nacional y patriótica, un modelo y un precedente; para ello debe abandonar su análisis marxista, el análisis de clase que le había sugerido la afirmación de que, como déspota burgués, Napoleón había renunciado a la victoria de consecuencias inciertas que le habría deparado la liberación de los siervos. Todos los elementos emocionales tradicionales del pasado ruso son resucitados, resaltados y desarrollados de manera que sirvan para movilizar y galvanizar la resistencia con preferencia a los motivos de clase. No volverá a repetirse el llamamiento de Voroshílov a la defensa de Leningrado, ciudad de la revolución de Octubre: en lo sucesivo, lo que se debe preservar es la sagrada tierra de los antepasados y el glorioso pasado nacional. También la religión es movilizada en apoyo del régimen: no sólo se tolera de nuevo la iglesia ortodoxa, sino, que se fomenta oficialmente el culto. Stalin recibe al metropolita Sergio que entona sus alabanzas, se restablece el Santo Sínodo de forma solemne: en sus plegarias, los fieles añaden el nombre de Stalin a todos aquellos para los que solicitan la protección divina.

Durante las primeras semanas de julio de 1941, el invasor se había convertido de nuevo en «fascista». Meses después se trata del «alemán»: los escasos comunistas alemanes que han sobrevivido a la depuración son utilizados para explicar la victoria del nazismo, no ya por medio de conceptos pertenecientes a un análisis de las fuerzas de clase, sino, por una serie de características nacionales propias de la nación alemana. Se describe el imperialismo alemán como «excepcionalmente agresivo, brutal y degenerado», no ya por el hecho de las relaciones de clase que han originado el nazismo sino como consecuencia «del desarrollo histórico particular de la nación alemana»: Lassalle, al que se identifica con el «reformismo». se convierte en «la sombra de Bismarck sobre el movimiento obrero», el imperialismo alemán se transforma en responsable único de la primera guerra mundial y, por último se afirma que el pueblo alemán -incluido el proletariado- debe responsabilizarse colectivamente de los crímenes nazis «por su pasividad y silencio» [44] . Esta nueva interpretación de la Historia permite también exaltar el «amplio espíritu social» del capitalismo inglés, así como, los méritos históricos del pueblo-mesías que ha sabido liberarse a tiempo de esos mismos dominadores cuya memoria se está glorificando simultáneamente. El carácter nacional de la resistencia rusa viene marcado por el abandono de la Internacional como himno oficial y por la adopción en su lugar de un canto patriótico.

Durante los primeros meses de la contienda, parece hacerse el silencio no sólo sobre el partido sino, sobre los propios soviets pues los organismos que así se denominan dejan de reunirse. No obstante, poco a poco y con una cierta prudencia, terminan por imponerse los mismos hombres si bien, esta vez, hablan un nuevo lenguaje. El partido se presenta como una especie de vasto «frente nacional» que reúne a la elite de los combatientes, de los responsables, de los administradores y de los técnicos. Sus puertas se abren al paso de las nuevas promociones, de los talentos que se han revelado, de los jefes desconocidos meses antes, de todos aquellos a los que la propaganda bautiza como «bolcheviques sin partido» y para los cuales, a partir de un cierto grado de notoriedad y responsabilidad, el acceso al carnet de miembro constituye casi una obligación moral, aunque ello no implique, por supuesto, la participación real en la vida de una organización que sigue dominada por el aparato. Las cifras son elocuentes: desde el principio de la guerra hasta el final de 1941, el partido recluta 145.000 personas. Tras superar, gracias a la tensión creada por la campaña de resistencia a utranza, la crisis de 1941, el partido se va transformando en una amplia organización de masa de los cuadros económicos y técnicos del país, difundiendo, por vez primera en la U.R.S.S., el tipo de ideología de «frente popular» que les parece a sus dirigentes más eficaz para movilizar a los rusos, dadas las necesidades de una lucha llevada al lado de las potencias, antes imperialistas, que se han convertido en los «grandes aliados».

La santa alianza contra la revolución mundial

Al enterarse de la declaración de guerra, el embajador francés Coulondre, le había sugerido a Hitler que tal vez había liberado unas fuerzas que los barrerían a todos y que amenazaban con dejar vía libre a «Monsieur Trotsky», lo cual, para este diplomático, era una forma de afirmar que la segunda guerra mundial, al igual que la primera, pero tal vez de forma más grave, podía ser el preludio de una revolución mundial. En 1934, ante el XVII Congreso, Stalin había afirmado: «Sin lugar a dudas, la segunda guerra contra la U.R.S.S. supondría la derrota total de los agresores y el estallido de la revolución en varios países de Europa» [45] . La conciencia de esta amenaza jamás abandonará a los dirigentes del bloque aliado durante la guerra y así Churchill tras la ofensiva alemana del 21 de junio proclama a los cuatro vientos que no se trata de una «guerra de clases» mientras los líderes de los partidos comunistas se dedican a explicar, en Gran Bretaña, en Estados Unidos, en América Latina y en otros países, que la presencia de la U.R.S.S. en el bando aliado ha convertido en guerra nacional justa la guerra imperialista comenzada anteriormente. A este respecto, la marginación por el aparato estaliniano, de la Internacional Comunista, habida cuenta de las tareas que le correspondían en caso de guerra como consecuencia de sus tesis y posiciones anteriores, no es un hecho fortuito dentro del cuadro general de la Política de Stalin durante la guerra: la unión sagrada de la U.R.S.S., la lucha nacional y la tregua en la lucha de clases de los países aliados, constituyen diferentes aspectos de la defensa de un régimen que -como demostró la experiencia española- teme por igual a la acción revolucionaria espontánea y a la del enemigo de clase El muy oficioso New York Times, el día 20 de diciembre de 1942, expresa la satisfacción de los capitalistas americanos ante la nueva orien­tación usa: «Las consignas de Stalin (...) no son consignas marxistas que impulsen a la unión de los proletarios del mundo, sino llamamientos al patriotismo, a la libertad y a la defensa de la Patria» También afirma que la Alemania hitleriana todavía podría convencer a un gran número de simpatizantes de la necesidad de encabezar con ella la «cruzada» de clase contra la U.R.S.S. si persistiera «una Internacional Comunista inspirada por la tesis trotskista de revolución Proletaria a escala mundial». No obstante, prosigue, existen desde hace varios años numerosos elementos tranquilizadores a este respecto en la política rusa como «la liquidación de los trotskistas en Rusia» y la de «los tontos útiles comunistas de otros países a los que Moscú despreciaba por tratarse de meros instrumentos».

A medida que transcurren los meses de guerra, afirmándose la inevitabilidad de la derrota alemana a largo plazo, la preocupación dominante de la posguerra -miedo a la revolución mundial y obsesión por el surgimiento de nuevos movimientos revolucionarios- se manifiesta cada vez más en las negociaciones entre los Grandes que sirven de preparación al arreglo de cuentas final. El día 14 de febrero de 1943, el New York Times levanta una esquina del velo que tapa las negociaciones secretas, la preocupación de los Aliados y las garantías que exigen, al escribir: «Lenta e inexorablemente los ejércitos rusos prosiguen su avance hacia el oeste. (...) Planteando a bastantes personas unas preguntas (...) que sin duda abonarán el terreno para la propaganda nazi que sigue agitando el espantajo de la dominación de Europa por los bolcheviques». Al recordar la adhesión de la U.R.S.S. a los principios de la Carta del Atlántico, el periódico americano protesta contra la negativa rusa a discutir con sus aliados la libre determinación de los territorios anexionados entre 1939 y 1941: «Esta adhesión fue para Gran Bretaña y América la base sobre la cual aceptaron aumentar su ayuda material y de otro tipo a Rusia (...) En tales condiciones resulta evidente la necesidad de nuevos acuerdos más explícitos que confieran a la Carta del Atlántico un significado concreto».

El 22 de febrero de 1943 aparece en la prensa rusa la primera mención a la Internacional Comunista desde el 22 de junio de 1941. En U.S.A. catorce meses después, se publica la noticia de la ejecución de dos socialistas polacos: Erlich, lider del Bund y Alter, dirigente de los sindicatos. Ambos habían sido detenidos en 1939 bajo la acusación de espionaje, siendo condenados a muerte y conmutándoseles la pena por la de diez años de cárcel. Tras la ofensiva alemana son puestos en libertad y se les encarga del reclutamiento de voluntarios entre los prisioneros polacos; pero entonces, son acusados de «propaganda derrotista», condenados y ejecutados el 23 de diciembre de 1941. El 9 de marzo de 1943, el vicepresidente Wallace manifiesta veladamente su inquietud con una frase cargada de amenazas: «La guerra sería inevitable si Rusia adoptase de nuevo la tesis trotskista de fomento de la revolución a escala mundial».

Sin duda, el 16 de mayo marca la consecución de un acuerdo en las negociaciones pues Stalin paga el precio exigido disolviendo la Internacional Comunista, cuyo Ejecutivo proclama haber «cumplido su función histórica» afirmando igualmente que su existencia «constituye un obstáculo para la formación de los partidos obreros nacionales» ya que la guerra ha marcado una profunda línea de demarcación entre los países aliados de Alemania y «los pueblos amantes de la libertad unidos en una estrecha coalición contra Hitler». La prensa americana no oculta su alborozo: «¡Triunfo di­plomático de un alcance muy superior al de las victorias de Stalingrado y del cabo de Bon! (...) ¡El mundo respira, la vieja locura de Trotsky ha sido abandonada! El sueño de Marx ha concluido». El Chicago Tribune saluda la decisión en estos términos: «Stalin ha matado a los derviches de la fe marxista. Ha ejecutado a los bolcheviques cuyo reino era el mundo y que aspiraban a la revolución universal». El New York Times, con más realismo, enumera las condiciones que contribuirán a hacer del resultado final algo más interesante: el abandono por parte de Moscú de la Unión de Patriotas polacos, el reconocimiento por parte de los guerrilleros yugoslavos del Gobierno emigrado de Londres y la participación de los comunistas franceses en una «unificación verdadera» [46] .

El acuerdo se ratifica en Moscú con la Declaración de los Cuatro firmada el 1 de noviembre de 1943, «para el mantenimiento de la paz y de la seguridad» en el mundo entero tras la victoria común. La política americana cuyo objetivo es el apoyo sistemático a las fuerzas burguesas más reaccionarias por temor de que una «liberación» provoque movimientos sociales incontrolables, y que se concreta en la ayuda ofrecida simultáneamente a España, a Salazar en Portugal, a Darlan en Africa del Norte y al mariscal Badoglio en Italia, obtiene un triunfo resonante con la acepción por parte de los Cuatro de la perspectiva de «capitulación incondicional» de Alemania que excluye todo tipo de acuerdo de los Occidentales con un Gobierno de tipo semi-nazi o militar, pero que, tal y como la plantea el secretario de Estado, Cordell Hull, descarta igualmente toda perspectiva de paz con un Gobierno socialista originado por un hipotético alzamiento popular en Alemania. El hecho de que los negociadores rusos comprendieron los objetivos de la diplomacia americana, aceptando sus propósitos, quedó perfectamente probado por una crónica de C. L. Sulzberger publicada por el New York Times el 31 de octubre: «Muchos rusos, con los que el autor ha conversado francamente, discutían acerca de los peligros que plantearía una Alemania «comunizada». Pensaban que podría inclinarse eventualmente hacia el trotsksimo acarreando así un cúmulo de amenazas a la Unión, Soviética, posibilidad que debe ser apartada a cualquier precio».

Cuando los tres Grandes, Roosevelt, Churchill y Stalin se encuentran en Teherán en diciembre de 1943, Roosevelt propone el establecimiento durante la posguerra, de «cuatro policías»: Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia y China. La puerta queda abierta a la demarcación de zonas de influencia; en junio de 1944, a propuesta británica, se determina que Rumania y Bulgaria se integren en la «zona rusa» y Grecia en la «zona británica»; en octubre, coincidiendo con la visita a Moscú de Eden y Churchill, se decide que los rusos y los ingleses compartan sus influencias en Yugoslavia, precisándose que ninguno de los firmantes podrá intervenir si el otro debe emplear la fuerza para detener algún tipo de disturbio en su zona. A partir del mes de diciembre, las tropas inglesas se empeñan en la reconquista de Grecia que está dominada por los partisanos procomunistas del ELAS. Stalin cumple su palabra y no interviene. En 1945, tras la capitulacion del Japón, tampoco tendrá el menor escrúpulo en presentarla como la revancha de la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 escribiendo en Bolchevik: «Durante cuarenta años, nosotros, los pertenecientes a la vieja generación, hemos esperado que llegase este día» [47] . Posteriormente, Stalin retira en Postdam su apoyo a los comunistas chinos que se enfrentan con Chiang Kai-shek, llegando incluso a afirmar que el gobierno Kuomintang es la única fuerza capacitada para gobernar en China.

Las revelaciones de los dirigentes comunistas yugoslavos han arrojado bastante luz como para iluminar con crudeza la política exterior del partido comunista de la U.R.S.S. durante la «gran guerra patria». Antes y después de la disolución de la Internacional y de los acuerdos de reparto en zonas de influencia, los dirigentes rusos utilizaron toda la autoridad y los chantajes que les permitían sus medios materiales para impedir que la lucha de masas, emprendida por los comunistas yugoslavos por medio de su ejército de partisanos, no tomase características de clase y, por ende, revolucionarias peligro indudable puesto que, desde 1942, la prensa trotskista americana, como The Militant y Fourth International, estaba comparando el carácter revolucionario de la política llevada por los yugoslavos con la de otros partidos comunistas. A principios de 1942, piden a los yugoslavos que anulen el llamamiento dirigido a la resistencia europea y al «alzamiento de todos los pueblos esclavos de Europa contra sus invasores» [48] . Asimismo, multiplican sus presiones para que los partisanos reconozcan la autoridad del gobierno monárquico, refugiado en Londres, e intentan imponerles un pacto con los chetniks del general Mihailovich, al que, desde un principio combatían encarnizadamente: la acción militar de los partisanos reviste todas las características de una lucha social con claro sentido revolucionario mientras que el conservadurismo de los chetniks les llevará incluso a pactar con el ocupante. Durante el otoño de 1942, a instancias de los dirigentes del partido comunista ruso cuyo consenso les resulta indispensable para los suministros de armas, los comunistas yugoslavos renuncian a la designación de un gobierno provisional por el Consejo Antifascista de Liberación Nacional, integrado por representantes de los combatientes y de las poblaciones liberadas. Por la misma época, el mando ruso se declara técnicamente incapaz de suministrar a los partisanos armas y municiones cuando su gobierno está ofreciéndoselas bajo cuerda a los chetniks. Cuando los partisanos yugoslavos crean, en noviembre de 1943, el Comité Nacional que preside el comunista Tito, Moscú les acusa de haber saboteado la conferencia de Teherán proclamando el derrocamiento del rey Pedro y la prohibición de su entrada en el territorio nacional. Finalmente, el partido yugoslavo se inclinará ante las «recomendaciones» de la conferencia de Yalta, aceptando la institución de un gobierno provisional con participación de los ministros del gabinete monárquico.

Idéntica influencia conservadora, contrarrevolucionaria en el sentido estricto de la palabra, será la ejercida por el gobierno ruso y la dirección del partido durante el desarrollo de los acontecimientos en Italia. Los Aliados, con preferencia a la Resistencia en la que se manifiestan las reivindicaciones políticas, económicas y sociales de los obreros y campesinos, apoyan a la monarquía y al gobierno de los dignatarios fascistas que han intentado salvarse de la quema con el sacrificio de Mussolini. La monarquía y el gobierno del mariscal Badoglio, desacreditado por la Resistencia, serán salvados por la llegada de Moscú del secretario del partido italiano Ercoli-Togliatti, que propone aplazar el arreglo de la cuestión monárquica hasta el final de la guerra, anunciando, asimismo, el apoyo comunista al gobierno Badoglio, en el que entrará personalmente como ministro. El abandono por los alemanes del norte de Italia, donde ha nacido un poderoso movimiento obrero, crea una situación auténticamente revolucionaria. «En las provincias, escribe Henri Michel, en las ciudades y en las fábricas se constituyen comités de liberación clandestinos de clara inspiración revolucionaria. A medida que los alemanes los iban evacuando, los valles se erigían en efímeras repúblicas de partisanos cuyos comités de liberación electos se ocupaban a veces de la administración, preparaban proyectos de ley para el futuro e incluso decidían reformas inmediatas en lo referente a la. instrucción pública, la fijación de precios y los impuestos» [49] . Estos auténticos soviets, al igual que los comités de empresa que por aquellas fechas se apoderaban de las fábricas y las ponían en funcionamiento, dirigían una depuración de clase que tenía como objeto principal a los magnates de la industria; no obstante, todos ellos terminarán por ser eliminados ya sea por la fuerza o progresivamente mediante el control ejercido por los comisarios regionales del gobierno militar aliado o el apoyo que presta el partido comunista al gobierno de coalición que coopera con los Aliados participando en la construcción de un Estado burgués sobre las ruinas del Estado fascista. Los temores de M. Cordell Hull han de revelarse vanos: no habrá' revolución italiana y tampoco habrá revolución alemana.

En Francia el partido comunista, en palabras de Isaac Deutscher, «se alinea tras el general De Gaulle, cuyas pretensiones dictatoriales, actitud antimarxista y concomitancias clericales, eran obvias desde hacia tiempo» [50] . De nuevo el destino de Europa occidental parece haber quedado determinado para varios lustros: seguirá siendo capitalista.

A este respecto, es preciso señalar que la lucha contra los grupos revolucionarios antiestalinistas, trotskistas o no, fue llevada a cabo durante la guerra por todos los gobiernos beligerantes sin excepción. En los Estados Unidos, los dirigentes del Socialist Workers Party y, entre ellos, uno de los fundadores del partido comunista americano, James P. Cannon, fueron encarcelados en aplicación del Smith Act. En Europa el número de víctimas fue considerablemente alto. Entre ellas puede citarse al antiguo miembro del Comité Central del partido comunista alemán Werner Scholem que, en tiempos, había organizado la llamada oposición «de Wedding» Y fue ejecutado en un campo de concentración alemán; su compatriota Marcel Widelin, organizador en Francia de células clandestinas dentro de la Wehrmacht que fue fusilado por los colaboradores franceses de la Gestapo; el antiguo secretario de Trotsky, Walter Held, condenado a muerte en rebeldía en Alemania y raptado durante una estancia en la U.R.S.S., el antiguo secretario general del partido comunista griego Pantelis Puliopulos, fusilado en 1942 por el ejército alemán; el antiguo secretario adjunto del partido comunista italiano y antiguo responsable de la organización clandestina en la Italia fascista, que se había afiliado al movimiento trotskista, Pietro Tresso, eliminado por un «maquis» tras su evasión de la cárcel de Puy donde había sido encerrado por orden del gobierno de Vichy; el antiguo dirigente del POUM durante la guerra de España Joan Farré, muerto en circunstancias parecidas; el antiguo miembro del Comité Central del partido comunista belga y fundador de la oposición belga León Lesoil, muerto durante su deportación en Alemania; el dirigente estudiantil de Cracovia, Stefan Szmolewicz, detenido en 1939, deportado a Vorkuta, líder de los trotskistas allí detenidos y muerto en 1943 de resultas de los malos tratos padecidos; Sneevliet el veterano comunista holandés, uno de los primeros delegados de la Komintern en China con el nombre de Maring, fusilado por los alemanes. En Asia toda una generación de dirigentes revolucionarios fue liquidada: el antiguo secretario general del partido chino que se había convertido en dirigente trotskista Chen Tu-Hsiu, fue ejecutado cuando ya era un anciano por las tropas de Chiang Kai-shek mientras los japoneses fusilaban a su sucesor a la cabeza de la organización trotskista Chen Chi-chang y las tropas de Mao Tse-tung hacían lo propio con el jefe de los partisanos trotskistas Chu Li-ming. En Vietnam, el trotskista Nguyen Ai-Hau, jefe de las milicias obreras de Cholón, fue ejecutado por las tropas francesas mientras el fundador del trotskismo vietnamita, Ta Thu Tau, y el dirigente chino Liu Chia-liang eran eliminados por el Vietminh. Gracias a esta nueva «santa alianza» universal la tan temida revolución mundial parecía quedar apartada definitivamente.

Las esperanzas de una generación

Este es, en definitiva, el balance histórico del papel desempeñado por la U.R.S.S. en la conclusión de la segunda guerra mundial, la consecuencia a largo plazo de las opciones de los años 25-30 en favor del «socialismo en un solo país»: el partido comunista de la U.R.S.S. emerge de la segunda guerra mundial como un poderoso factor de estabilización y conservadurismo sociales, aureolado por el prestigio que le confieren la revolución de Octubre, el proceso de construcción del socialismo y la victoria militar sobre la barbarie hitleriana. Tal prestigio ratifica la autoridad que ejerce sobre millones de trabajadores por medio de su aparato internacional, seleccionado de forma tan juiciosa como el interno e integrado por hombres como Gottwald, Ulbricht, Thorez y Togliatti. Basta con un llamamiento suyo para que estos millones de hombres dejen sus armas, «se remanguen» y restauren a fuerza de trabajo los estragos de la guerra donde tantos hermanos suyos perdieron la vida: de esta forma, proporcionan a la diplomacia rusa una enorme fuerza de apoyo y, creyendo luchar por el socialismo, sirven en primer lugar a los intereses de la burocracia.

En la U.R.S.S., como en el resto del mundo, ha hecho su aparición una nueva generación comunista. La matanza de los viejos bolcheviques y la gran decepción del pacto germano-soviético se pierden para ella en un remoto pasado. El final de la guerra parece el principio de una nueva era en la historia de la Humanidad: las esperanzas renacen en el momento en que se desvanece la pesadilla de la dominación nazi. Los jóvenes comunistas rusos pasan por entonces noches enteras en discusiones apasionadas, febriles y exaltantes. «Esperábamos, escribe Leonhard, que la victoria sobre el fascismo traería algo completamente nuevo a Europa Occidental, que se produciría una gigantesca revolución social. Creíamos en un gran despertar, en un renacimiento y en la evolución de los nuevos movimientos socialistas» [51] . A partir de 1944 la situación militar deja de ser el único origen de las preocupaciones: «El interés de las gentes se dirigía cada vez más hacia los cambios políticos que se avecinaban y que se podían esperar de la posguerra» [52] . En toda Europa, gentes muy jóvenes se lanzan con entusiasmo a la actividad del partido, como el poeta Woroszylski que más adelante habrá de evocar la época «en la que el comunismo era la poesía suprema y el esfuerzo cotidiano y la poesía era el camino hacia el comunismo» [53] . A todos estos jóvenes para los que el comunismo, «juventud del mundo» prepara «un mañana que cante», el partido comunista ruso iba a ofrecerles, una vez más, sólo la faceta del estalinismo, la procesión de las purgas, las confesiones, los procesos y la mentira.



[1] Sir Bernard Pares, A history of Russia, pág. 594

[2] Deutscher, Stalin, pág. 427

[3] Jruschov, A. S. C., pág. 54

[4] Ibídem, pág. 55

[5] Guerra relámpago (N. del T..).

[6] Citado por Deutscher, Stalin, pág. 430

[7] Citado por Fischer, Soviet opposition to Stalin, pág. 470

[8] Shub, The choice., pág. 59.

[9] Sherwood, Roosevell and Hopkins, pág. 335

[10] Jruschov, A. S. C., págs, 44-48. Acerca de la odisea de Liskov, que Jruschov no menciona, véase Leonbard, op. cit., págs. 121 -122

[11] Citado por Leonhard, Child, pág. 108

[12] . Jruschoy, A. S. C., págs. 47-48..

[13] Shirer,LeIII Reich, vol. II, pág. 233.

[14] Jruschov, A. S. C., pág. 48

[15] Simonov, Les Vivants et les morts, pág. 35

[16] Citado en Le Monde, 2 3 de junio de 1962

[17] Jruschov, A. S. C., págs. 46-47

[18] Simonov, op. cit., pág. 63

[19] Michel, Les mouvements clandestins, pág. 117.

[20] Liddell Hart, On the other side of the hill, pág. 196

[21] Schapiro, C. P. S. U., pág. 497.

[22] JohnG.Wright,«U.S.S.R. in the war», Fourth International, enero de 1942, págs. 15-19

[23] Michel, op. cit., págs. 117-118

[24] Armstrong, The bureaucratic elite, págs. 128-131

[25] Pravda, 31 de septiembre de.1941.

[26] Citado por A. Dallin, German rule in Russia, pág. 8

[27] Por el apodo del emperador del Sacro Imperio Federico 1 que participó en la 3ª Cruzada (N. del T.).

[28] Citado por Shirer, op. cit., t. II, pág. 235.

[29] Citado por Dallin, op. cit., págs. 30-31

[30] Ibidem, pág. 70.

[31] Shirer, op. cit., págs. 333-334

[32] Citado por A. Daffin, op. cit., págs. 30-31

[33] Ibídem, pág. 461

[34] Citado por Shirer, op. cit., pág. 310

[35] Citado por A. Dallin, op. cit., pág. 321

[36] Mandel, Traité d’économie marxiste, t. II, pág. 229.

[37] Citado por Shírer, op. cit., t. II, pág. 320

[38] Citado por A. Dalfin, op. cit., pág. 334

[39] George Fischer, op. cit., págs. 58-60

[40] Deutscher, Stalin, págs. 426-227

[41] Jruschov, A. S. C., págs. 50-51

[42] Alf Edeen, «The civil service», en la obra de Cyril Black, Transformations of russian society, pág. 287

[43] Garder, Une guerre pas comme les autres, pág. 76.

[44] Recensión de John G. Wright de la publicación mensual editada en Moscú World Survey de marzo de 1942, en Fourth International, julio de 1943

[45] Stalin, op. cit., t. I. pág, 135

[46] Panorama de la prensa americana tras la disolución de la I.C., por John Wright en Fourth International, julio de 1943

[47] Bolchevik n.º 16, agosto de 1945, citado por Deutscher, Stalin, pag. 480

[48] Dedijer, Tito parle, pág. 189

[49] Michel, op. cit., pág. 48.

[50] Deutscher, Stalin, pág. 472

[51] Leonhart, Child, pág. 269.

[52] Ibídem

[53] Woroszylski, «Matériaux pour une biographie», incluido en «Le socialisme polonais», Les temps modernes, 1957, febrero-marzo, pág. 1099.