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[Cátedra Libre Karl Marx] "El marxismo y nuestra época" con Christian Castillo

MARXISMO

[Cátedra Libre Karl Marx] "El marxismo y nuestra época" con Christian Castillo

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El miércoles 24 de agosto se realizó el lanzamiento de la Cátedra Libre Karl Marx en la ciudad de La Plata, con la charla "El marxismo y nuestro tiempo". Compartimos con los lectores de Ideas de Izquierda el video y su desgrabación de la intervención de Christian Castillo (Sociólogo y docente en la UBA y la UNLP), dirigente nacional del PTS en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores - Unidad. A continuación puede verse el video y la desgrabación del mismo.

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Un primer aspecto para dar cuenta de la teoría de Marx es su concepción materialista de la historia. Esta concepción que dice que para entender y para pensar los problemas superestructurales tenemos que partir de las relaciones de clase, creo que mantiene una vigencia enorme para pensar la realidad social.

Segundo aspecto muy importante –empiezo en lo más teórico para ir después a lo más concreto–, Marx es un pensador de la totalidad social. A partir de comprender los rasgos generales de las determinaciones de la totalidad social podemos conocer los fenómenos particulares. Y esto va a contrapelo de una forma de pensar el mundo que se asienta con lo que se llamó el posmodernismo, que se basa en la fragmentación de los fenómenos, piensa un mundo fragmentado y nunca parte de una concepción de la totalidad para explicar las particularidades. Ese es otro aspecto que creo que hay que rescatar del pensamiento de Marx. Y Marx pensaba la totalidad social porque partía de una novedad en la historia humana, que era el surgimiento de un modo de producción que actuaba universalmente, el capitalismo. Por primera vez en la historia se trataba de un modo de producción que operaba a nivel mundial. Solo con haber leído el Manifiesto Comunista pueden ya ver esto, que era una novedad. Por eso para explicar las formaciones sociales locales, Marx partía de esta definición, del capitalismo como un sistema histórico universal, y no la suma de los Estados nacionales. Si ustedes ven muchas de las teorías sociales que se van a desarrollar incluso en el siglo XX, parten, por el contrario, de pensar la sociedad como una suma de sociedades nacionales, y no parten de este carácter histórico universal del capitalismo. Esta tendencia a la internacionalización de los medios de producción que Marx señaló no ha hecho más que desarrollarse desde entonces.

Un tercer aspecto también teórico que quiero señalar, muy relevante en esta concepción de Marx, consiste en desarrollar una idea que está en muchos textos de Marx, cuando dice que las personas somos las que hacemos la historia, pero no en condiciones elegidas por nosotros. Es importante esta definición de Marx porque, por un lado, implica quitarle a la historia todo carácter divino. Es decir, para Marx, no hay algo así como una Historia con mayúsculas, algo que tuviese un sentido dado más allá de quiénes somos los sujetos que hacemos y producimos la historia. No hay un destino inevitable, no hay algo definido de hacia dónde se mueve el mundo, sino que lo que hagamos con la historia de la humanidad será un resultado de las luchas que demos y de los resultados de esas luchas. Y en ese sentido, para Marx, la historia es siempre una historia abierta, la historia es una historia profana, la historia no es más que la sucesión de lo que han hecho las diferentes generaciones, y el sentido de la existencia humana es algo que surge a partir de lo que nosotros mismos le damos. Es decir, no un sentido reflejado por Dios, por el Destino, por la Razón, por nadie, sino un destino abierto de lo que las condiciones nos permiten construir. Pero, a la vez, lo que podemos hacer o lo que podemos no hacer, no es infinito, sino que está condicionado por las condiciones de existencia de las que partimos. En ese mismo sentido, no somos individuos sueltos que actuamos, sino que actuamos colectivamente y teniendo una pertenencia social determinada. Entonces, la historia la hacemos, pero no en las condiciones elegidas por nosotros. Los recursos materiales con lo que contamos para empezar a hacer una nueva sociedad son los que heredamos del capitalismo, la cultura que heredamos del capitalismo, las relaciones sociales que heredamos del capitalismo. Pero en esa propia herencia ya figuran un montón de posibles sobre los cuáles podemos intervenir y transformar la sociedad.

Y esto también es un punto central. El mundo no es algo dado. Y, algo que distingue a Marx del materialismo contemplativo, no es que simplemente somos el producto de una circunstancia, algo muy común en distintas teorías (“somos lo que las circunstancias hacen de nosotros”); Marx le agrega algo fundamental a eso, que es que las circunstancias son un producto de nuestra propia acción. Es decir, el medio social es un producto de la acción humana. Y si las relaciones sociales y la vida social son un producto de la acción humana, nosotros podemos también transformar esas condiciones de vida.

Entonces este punto de Marx, que podemos sintetizar en el concepto de praxis, la unidad de teoría y práctica, implica que la sociedad en la que estamos puede ser completamente diferente. O sea, que no tenemos que resignarnos a la desigualdad social, a la opresión, a la explotación, sino que esas condiciones las podemos transformar. Y ese punto de vista es fundamental para quien sufre la explotación, para quien sufre la opresión, para quien sufre la dominación. El arte de la dominación es justamente que esta nace por lo inexorable, por lo inevitable. Cuando comprendemos que esa dominación no es inexorable ni inevitable, podemos darnos una estrategia para la transformación de la sociedad. Entonces, esta idea de que la sociedad es un producto de nuestra acción, pero no cualquier acción, sino una acción condicionada como señalaba, es otro punto fundamental de la concepción teórica más general.

Entonces, por un lado, está la concepción materialista de la historia, y yo tiré algunos puntos en los cuáles creo que tiene una enorme actualidad para pensar el mundo.

Un segundo punto que quería plantear, que es clave también en la elaboración teórica de Marx, es su crítica del capitalismo, su análisis específico de este modo de producción. En ese sentido, Marx es contemporáneo en tanto este modo de producción sigue existiendo. Si bien Marx desarrolla una teoría y agrupa las distinta sociedades que ha habido en la historia alrededor de los diferentes modos de producción que se han sucedido históricamente, su análisis teórico, donde él se centra, donde pone su esfuerzo especial, es en el análisis de la especificidad, de la particularidad del modo de producción capitalista. Marx va a plantear un hallazgo teórico fundamental, que es explicar algo que hasta entonces era un misterio, que es cómo se produce y reproduce la desigualdad social en este sistema. Que este mundo es desigual, lo ve cualquiera. Basta ver una estadística de ingresos y vemos que el mundo es desigual. Ahí no hay ningún descubrimiento. El problema es explicar por qué este mundo es desigual; es decir, cómo se produce y se genera la desigualdad. Hasta Marx, eso era algo que estaba oculto, algo que no estaba a la vista. Las teorías de la clase dominante nos dicen que esa desigualdad se debe a que hay diferencias de mérito y de talento. Es decir, que unos están arriba, por su propio mérito y talento, y otros están abajo porque no tienen ni mérito ni talento. Y, a lo sumo, hay algo que evita que eso se manifieste, y entonces ahí están los que roban, etc. Son las formas de explicar la desigualdad en el mundo. Desde ya, a lo largo de la historia hubo otras formas de explicar la desigualdad en el mundo. Es decir, la diferencia de razas, hay razas inferiores y razas superiores… hoy es un concepto prohibido, no se usa más en la teoría social, pero era una manera de tratar de darle base en la biología a las desigualdades sociales.

¿Qué explica Marx? Que en la compraventa de la fuerza de trabajo, en esa acción tan sencilla como comprar fuerza de trabajo y vender del otro lado fuerza de trabajo, se establece el mecanismo para que unos trabajen gratis parte de su jornada laboral, para otros. Y que ese mismo mecanismo, que no surge de mirar el mercado, sino que surge de mirar la forma en que se produce y se reproduce, los propietarios de medios de producción –la burguesía, los capitalistas, los empresarios– tienen la potestad de quedarse con el trabajo excedente generado por la clase obrera, lo que hoy denominamos la plusvalía. Ese hallazgo teórico de Marx es fundamental. Es la base por la cual decimos que este sistema se basa en la explotación de una clase sobre otra. No como un concepto moral de explotación, sino como un concepto científico de la relación social que establece entre propietarios capitalistas y trabajadores asalariados. Obvio, el capitalismo no es la primera forma social de explotación que ha habido a lo largo de la historia. La esclavitud, expresaba, obviamente, una forma de explotación, en la cual la forma de apropiarse del excedente por parte de los dueños de esclavos era otra. No compraban fuerza de trabajo; al esclavo no le pagaban un salario, sino que directamente, al ser propiedad de los amos, estaban obligados a trabajar gratuitamente para el amo, aparte de para su propia reproducción. En la antigüedad, el concepto de trabajo deriva de un instrumento de trabajo, que se llamaba tripalium, que usaban los esclavos. Así de asociado estaba el concepto de trabajo con la esclavitud. Con el trabajo no se “contaminaban”, de alguna manera, quienes no estaban en situación de esclavitud. Bueno, pero era cristalina esta situación de esclavitud. En la sociedad feudal, los campesinos en relación de servidumbre, trabajaban la tierra y una parte de su trabajo estaban obligadas a entregársela a los señores, que no trabajaban la tierra, que se dedicaban a la guerra, a la política, etc.. Pero de qué vivían los señores si no producían: del excedente que se quedaban de los campesinos, lo mismo que los amos vivían del excedente que se quedaban de los esclavos. Entonces, en la sociedad capitalista, los burgueses, de qué viven. De lo mismo que vivían los señores feudales respecto de los campesinos o los amos de los esclavos: de apropiarse del trabajo excedente generado por la clase obrera. Cuando Marx dice “el trabajador asalariado es el esclavo moderno”, se está refiriendo a esto. No a que la relación es equivalente a la esclavitud, sino que generan un trabajo excedente, del cual viven sus nuevos “amos”, los propietarios capitalistas, que viven de la capacidad de sacarle plusvalía. Es decir, a qué se dedica un capitalista: a producir plusvalía, a generar plusvalía. A apropiarse mejor dicho de la plusvalía que generan los trabajadores en el proceso de su jornada laboral.

Este descubrimiento de Marx es clave, porque nos explica que la clase capitalista no es la generadora de la riqueza social, sino la que se apropia de la riqueza social generada por otros, por la clase de los trabajadores asalariados. Y, en función de esa relación social, su enriquecimiento no es el producto de su talento, su mérito, etc., salvo que entendamos como mérito o talento el de apropiarse de la plusvalía generada por la clase obrera. Si ustedes ven algo que atacan los liberales en la actualidad, y toda la derecha, es justamente la teoría de la plusvalía y la teoría del valor trabajo. No quieren que lo nombremos, porque es justamente nombrar la soga en la casa del ahorcado. Es nombrar la llave del misterio que permite a la clase trabajadora entender por qué aunque trabaja todo el día, ocho, diez o hasta catorce horas trabajando, sus condiciones de vida son miserables. En cambio del otro lado el patrón se va a jugar al golf, pasa un rato por la empresa, y sin embargo, dos o tres veces por año viaja al exterior, tiene fortunas inmensas, ocho o diez propiedades, etc. Entonces, por qué unos trabajan, producen, generan riqueza, y los otros sin embargo viven como reyes mientras los primeros apenas sobreviven.

Ese misterio que está basado en la llamada teoría del valor-trabajo es fundamental para entender cómo son las relaciones en la sociedad capitalista. Que, efectivamente es una sociedad que tiene una enorme especificidad, que es que produce en forma generalizada bienes mercantiles; es decir, producidos con el fin de llevar al mercado (que ha habido antes pero solo en el capitalismo de forma generalizada), y esas mercancías parten de tener valor de uso (una utilidad social) y un valor por el que se intercambia que es el valor de cambio, y el trabajo socialmente necesario para producir esas mercancías es lo que le da su valor y permite el intercambio. Y la fuerza de trabajo es una mercancía especial, que es la que genera valor, y en esa relación entre el capital y el trabajo se genera la plusvalía y se la apropia el capitalista. Esta es la base para explicar la desigualdad social. Sin esto, no hay forma de explicar, más que la magia, por qué se valoriza el capital y se genera la desigualdad. Si ustedes reciben 100 millones de dólares y los guardan, eso siguen siendo 100 millones de dólares. La plata que se guarda no se valoriza. Miremos por ejemplo el robo al banco que muestra ahora el documental de Netflix del robo del siglo. Escondieron la plata, y pasado el tiempo tenían los mismos billetes, ninguno más. Y sin embargo el capital, invierte en fuerza de trabajo, invierte en maquinaria y en materia prima, y ve que su capital se valoriza. ¿Por qué? Porque hay una parte de lo invertido que compra una mercancía que crea valor, que es la fuerza de trabajo. Este punto, insisto, es clave para seguir entendiendo la sociedad capitalista.

Este es un punto clave para que puedan seguir extendiendo las relaciones capitalistas. Eso es lo que articula el proceso de producción capitalista. Sin esta relación social no hay capitalismo. Esto es lo que estructura el modo de producción y el que define las principales clases que se organizan dentro de la sociedad capitalista.

Un segundo punto central en el análisis del modo de producción capitalista hoy está, quizás, más presente que en otros momentos históricos, que tiene más que ver con lo que Marx planteaba como una tendencia a la polarización. No había una tendencia a una sociedad cada vez más igualitaria, sino hacia una donde se concentraba la riqueza en un polo y la miseria en el otro. Y Marx, en un texto tan temprano como La ideología alemana, decía que era una de las bases para la superación de esta sociedad. O sea, un modo de producción que, a la vez, es creador de inmensas riquezas, pero estas se concentran en muy pocos, mientras que del otro lado se concentra la miseria. La realidad del capitalismo de los últimos 40 años, en particular durante lo que se conoce como la ofensiva neoliberal hemos visto producirse esto de una forma impresionante. Hay un autor que no es marxista, Thomas Piketty, que escribió El capital en el siglo XXI, donde tiene un montón de cuadros que muestran cómo se ha dado el brutal incremento de la desigualdad, no solo en los países como el nuestro de desarrollo intermedio, semicoloniales, dominados, esquilmados por la deuda, etc., sino también en todos los países capitalistas centrales. Los niveles de desigualdad contemporáneos son similares a los que había al comienzo del siglo XX. En los últimos 40 años hemos vivido en una ofensiva del capital sobre el trabajo, donde el capital ha incrementado su fortuna a costa de la pauperización de amplios sectores de la clase trabajadora. Incluso, después de la Revolución Rusa el capitalismo para sobrevivir tuvo que hacer ciertas concesiones, lo que se conoce como el Estado benefactor, para contener a la clase obrera y evitar la revolución, sobre todo en los países capitalistas dominantes, donde contaban con la plusvalía sacada a sus propios trabajadores, pero también contaban con la que le sacaban a los trabajadores del mundo periférico.

Sin embargo, caído el Muro de Berlín, restaurado el capitalismo en la Unión Soviética, el capital avanzó sobre las condiciones de vida de la clase obrera de todo el mundo, abaratando el precio de la fuerza de trabajo y quitando conquistas que se consideraban como algo ya establecido, pero que para las nuevas generaciones resultan algo imposible de conseguir. Si uno lee la cartografía del mundo del trabajo hoy va a ver que las condiciones en las que se trabaja son peores que las de la generación anterior. Antes estaba la idea de que la nueva generación iba a vivir mejor que la generación de sus padres, abuelos, etc., hoy ya no es así. Hoy la clase trabajadora, donde hay una mayoría de jóvenes, no tiene trabajos formalizados, en general, no tiene aguinaldo, no tiene vacaciones, tiene que trabajar 10 o 12 horas para llegar a fin de mes, las condiciones de trabajo son cada vez peores. Y uno escucha lo que promete el capital hacia la clase trabajadora y dicen que tiene que ser todavía peor, que todavía hay muchas conquistas que hay que sacar. Escuchamos lo que dicen que hay que hacer con la clase obrera y dicen “reforma laboral”, que para ellos significa sacarle derechos a quienes todavía tienen derechos. Y esto lo dicen en todo el mundo, no es un invento de los perversos economistas liberales argentinos sino que es lo que piensa el capital de todo el mundo; que cada vez hay que someter y domesticar más a la clase obrera. Piensen en la utilización que tiene la ciencia y la técnica en la actualidad, que es favorecer y fortalecer una explotación superior de la clase obrera. Quizás algunos de ustedes trabajan en las empresas llamadas apps, donde se usan recursos tecnológicos de última generación. Pero todo eso no está para que la gente viva mejor, para que el trabajador se canse menos, para que su cuerpo esté mejor, tenga menos accidentes laborales. Se hace para explotarlo más, para sacarle hasta la última gota de plusvalía. Incluso han llegado a no reconocer la propia relación laboral, ya que el trabajador que pedalea para llevar un pedido le tiene que entregar la plusvalía día a día, viaje a viaje a los propietarios de las empresas y a los accionistas de esas empresas en todo el mundo. Día a día: insisto con que ahí es cristalina la extracción de trabajo excedente. Pedaleás ocho horas y le das dos o tres de esas horas que pedaléas a la empresa directamente, de donde obtiene su ganancia, y los desarrollos tecnológicos son para garantizar esa extracción de plusvalía. Hasta el punto de saber que si un día no podés pedalear porque tenés que rendir un examen el algoritmo te perjudica. Fíjense para qué desarrollan los estudios de programación, para tenerte horas pedaleando para poder llegar a pagar mínimamente un alquiler. Y si llovió, trabajá bajo la lluvia. Y si te enfermaste una semana porque te contagiaste de Covid, lo lamento, no hay licencia por enfermedad. Y si tuviste que rendir un examen, lo lamento, no hay licencia por examen. Eso, que para cualquier trabajador registrado que se enfermó tiene un salario garantizado, y que una parte todavía lo tiene como conquista, desaparece para la mayoría de la clase obrera. Se trata de la clase trabajadora al servicio del capital como nunca.

En un texto temprano de Marx, los Manuscritos de París o Manuscritos económico-filosóficos, este señalaba que para el capitalismo genera una peculiaridad de que el trabajador se siente animalizado en el trabajo. Lo que es propiamente humano, que es la actividad de transformar el medio, que lo diferencia de otras especies, sin embargo ahí nos sentimos animalizados. Es lo que queremos que termine. Es decir, el trabajo, que es la actividad humana vital no es algo creativo, donde yo expreso mi subjetividad, me realizo, sino algo donde me siento animalizado. Esa es la situación en la que vivimos. Y, por el contrario, nos sentimos humanizados en las actividades que compartimos con otras especies: cuando vamos a comer, cuando dormimos, cuando tenemos relaciones sexuales; eso es lo propio de la vida. Pero la actividad creativa humana, el trabajo, en el sentido antropomórfico del término, la capacidad de transformar la realidad, la naturaleza, en las relaciones capitalistas nos animaliza, nos aliena. Lo vivimos de ese modo. Los desarrollos en la ciencia y la técnica se utilizan para explotar más a la clase obrera, no menos. Y hay un punto muy importante para señalar, porque en esa disputa por la plusvalía, un punto central de la lucha de la clase obrera ha sido el de limitar la explotación, y eso se ha expresado muchas veces en el límite a la jornada laboral. Es decir, desde que el capitalismo es capitalismo la clase obrera lucha por limitar la jornada laboral, por limitar las condiciones de su explotación. Y primero consiguió la jornada de 10 horas, entonces los capitalistas decían que la ganancia se hacía en la hora número 11, y que eso iba a hacer que se derrumbara el mundo y la economía y por eso no se podía fijar un límite de 10 horas a la jornada laboral. Escribían libros para decir eso. Después la clase obrera consiguió con una lucha impresionante a nivel internacional la jornada de 8 horas, que costó muertos en los diferentes países. Los Mártires de Chicago, aquellos por los cuales se instaura después la jornada del 1° de Mayo como día internacional de lucha de la clase trabajadora, surge a partir de la pelea por la jornada de 8 horas de trabajo, 8 horas de descanso, 8 horas de esparcimiento. Esa es la gran bandera de la Segunda Internacional, fundada por Engels en 1889.

Ustedes saben que un economista burgués muy importante llamado Maynard Keynes dijo alrededor de la década de 1930 alguna vez que dentro de 30-40 años íbamos a trabajar 3 horas por día. Predijo que, por el aumento de la productividad del trabajo no iba a ser necesario trabajar más horas si seguía así el mundo. Bueno, la realidad es que los marxistas decíamos que, de acuerdo con el desarrollo de la producción, de las fuerzas productivas, eso era cierto. Pero hay un pequeño problema en el medio que es la existencia de las relaciones de producción capitalistas, que justamente transforman la vida en lo contrario, porque las condiciones técnicas de productividad permitirían una jornada laboral muy reducida para producir todo lo que se genera en el mundo. Si organizásemos y planificáramos racionalmente el trabajo. Pero sin embargo hoy, siglo XXI, vemos que frecuentemente las jornadas de trabajo son de 10, 12, 14 horas. Y aún quien cumple las 8 horas de jornada legal, si cobra por las 8 horas no llega a fin de mes y tiene que trabajar horas extras. ¿Esas horas extras qué implican? Que la fuerza de trabajo se paga por debajo de su valor. Su valor es lo necesario para reproducirse. Pero si en 8 horas no me puedo reproducir, me están pagando por debajo del valor. Entonces esa realidad es la que vive gran parte de la clase obrera: las horas extras no son una opción, son una obligación para el trabajador. Entonces, Keynes se equivoca en el análisis del capitalismo. A pesar del desarrollo de las fuerzas productivas, de los desarrollos científicos y tecnológicos no reduce la jornada laboral sino que lo que hace es jornadas extenuantes en un caso y la falta de acceso al empleo en otro caso. Cuando desde la izquierda decimos que hay que reducir la jornada laboral a 6 horas, 5 días a la semana sin afectar los salarios repartiendo el trabajo entre ocupados y desocupados, estamos planteando una bandera de lucha para justamente superar esa situación, para mostrar un camino de lo que sería una sociedad diferente, donde el trabajo sería planificado, y no funcionando como ahora a merced de la anarquía de la producción capitalista. Entonces, ese es otro elemento muy importante, porque la lucha por la jornada laboral adquiere hoy también una significación relevante y cualitativa, como ya Marx mostraba en El capital.

Y esto lo podemos ligar con otro aspecto, una definición muy importante que daban los propios Marx y Engels sobre una de las contradicciones insalvables del capitalismo: las condiciones de la producción crecientemente socializadas y la apropiación privada de esa producción. Si ustedes prenden la TV y escuchan nuevamente a cualquier economista liberal, van a ver que les dicen que quien mueve el mundo es el emprendedor capitalista y gracias a él hay trabajo. Y plantea una visión de la sociedad como si los que generaran la riqueza lo hacen en condiciones aisladas, como individuos separados. La realidad es que si el capitalismo pudo desarrollar enormemente las fuerzas productivas se debió ante todo al fenómeno del trabajo crecientemente socializado. Si algo caracteriza al mundo de hoy es que no es la suma de productores aislados sino el carácter socializado de la producción. Piensen en los teléfonos celulares, por ejemplo. Centenares o miles de personas han colaborado para que exista ese teléfono celular. Sin el trabajo acumulado de centenares o de miles de personas ese celular no sería una realidad. Piensen lo mismo en cuanto a un libro, una mesa, un pedazo de papel, donde a veces un rollo de papel viaja a través del mundo. Todos los que han cooperado, por ejemplo en el transporte de una bobina de papel en un barco, donde han tenido que colaborar los trabajadores portuarios, luego transportarse en camión, luego llegar a la librería; en el propio teléfono cuando piensan dónde se hizo el chip, de dónde llegaron los semiconductores, quién los produjo, quien lo ensambló, quién lo trajo, etc. O sea, nada de lo que tenemos en el mundo es posible sin la producción más socializada, pero a la vez en el capitalismo, donde la producción es crecientemente socializada y no solo en un país sino a lo ancho y lo largo del mundo, donde se produce una misma mercancía; la economía cada vez más socializada no está en función de las satisfacciones que produce la riqueza social, sino que está basada en la propiedad privada. La clase capitalista, que es una pequeña minoría de la sociedad, el 1% de la sociedad, organiza toda esa producción cooperativa, socializada, e incluso planificada dentro de su propia empresa y su monopolio, pero no para satisfacer las necesidades sociales sino para generar más plusvalía que se apropia los propietarios capitalistas.

Entonces esta la contradicción del mundo capitalista que se da entre la rigurosa planificación que hace el capital de la producción en su empresa y la define hasta la último, cuando llegan los insumos, la jornada de trabajo, el tiempo que vas al baño, los pasos que diste frecuentemente, te monitorean todo. Pero al estar en función de la ganancia de cada monopolio, por separado, generan lo que Marx y Engles llamaron una "anarquía en la producción", es decir, un mundo donde el resultado es totalmente anárquico. Y hace que allá hacen viviendas, y acá se necesitan viviendas. Hay capacidad de producción de alimentos, pero por la anarquía de mercado se tira un 30% del alimento, una cosa obscena, que por sí misma merecería plantear la necesidad de terminar con este sistema, donde el hambre no es resultado de la falta de capacidad de producir alimento, sino que por cómo está organizada la sociedad, el alimento no llega a una parte de la población que necesita el alimento. El otro día UNICEF daba una encuesta de la Argentina que es una impugnación y una denuncia de toda la clase capitalista, un millón de niñas y niñas come una vez al día no en un país que no importa alimentos, sino en un país que exporta alimentos. Y un millón de niños y niñas comen una vez al día. Es la autoacusación un sistema incapaz de llevarle el alimento a los niños y niñas, es decir, al futuro de las próximas generaciones. Cómo puede ser que un sistema que puede planificar hasta lo último, no puede planificar la población que efectivamente necesita alimento. Habíamos visto un ejemplo reciente de esto. Cuando todavía estábamos terminando la pandemia del Covid, veíamos la desigualdad en los niveles de vacunación, una parte importante del mundo acaparaba todas las vacunas y otra parte del mundo no tenía vacunas. No porque no había capacidad de producir vacunas. Se había establecido que la liberación de las patentes de las vacunas, que los laboratorios produjeron con fuerte sumas estatales y, en algunos, el Estado le bancó la investigación en un 90 %, con solo liberar las patentes se podría multiplicar por 5 la capacidad productiva de las vacunas. Alguna vez tenemos que hacer la cuenta de cuántas muertes evitables le debemos a la voracidad capitalistas, a no haber liberado la vacuna. Estas incongruencias es la que Marx y Engels le llamaban la anarquía de la producción social.

En una sociedad donde, por el contrario, lo que hoy se utiliza para la ganancia de los monopolios lo utilizaríamos para satisfacer las necesidades sociales. El hambre sería una palabra que se iría perdiendo, como esas enfermedades donde nos vacunamos y desaparecen con el tiempo, aunque por la miseria del capitalismo frecuentemente reaparecen. O la polio, que había desaparecido, y ahora vuelve. El hambre será para nosotros como esas cosas que había en esas sociedades prehistóricas. Porque efectivamente la herencia del capitalismo es una herencia donde tenemos la capacidad de producir alimentos para que coma todo el mundo, no una herencia donde no tenemos esa capacidad de producir el alimento para todo el mundo. Y, ligado esto, estas son contradicciones insalvables del capitalismo, en tanto el modo de producción capitalista sea lo que hay, esto es lo que vamos a tener en el futuro. Que la riqueza social va a estar concentrada en pocas manos y a la clase trabajadora van a sacarle cada vez más derechos, más plusvalía, más plusvalía, más plusvalía, ese es el movimiento del mundo. Y, a la vez, una contradicción brutal entre la rigurosa planificación de los monopolios para obtener la mayor ganancia posible y un delirio social.

Acá había un grupo de música que se llamaba SUMO, Luca Prodan era el que cantaba, y una canción decía “yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos”. Nosotros tenemos que decirle eso al capitalismo. Los socialistas estamos al derecho, dado vuelta están ustedes, ustedes están al revés, es una sociedad delirante, sin sentido. Es lo que ellos dicen como sentido común “lo nuestro es sentido común”, no, no es común tirar el alimento cuando hay gente que tiene alimentarse, no es común producir cosas que nadie va a consumir destruyendo el ambiente. No es sentido común dejar a millones sin empleo, mientras otros trabajan 12 horas, en vez de repartir el trabajo entre ocupados y desocupados, y ahí reducir más la jornada laboral. No es común gastar millones y millones en edificios donde nadie va a vivir, donde del otro lado tenemos millones de personas que viven en condiciones muy precarias. O que en barrio Cabezas esto es un lujo para donde están los compañeros del asentamiento que está en las vías del tren. Y en nuestro país, murieron unos chiquitos en otro asentamiento que había sobre el tren, por escaparse y caminar, vino el tren y lo piso y lo mató, y así mueren pibes todos los días, en el asentamiento al lado del tren. Y uno dice, “¿y mientras qué construyen?”, viviendas adonde nadie va a vivir, torres y torres donde no vive nadie, vacías. No es sentido común, es irracionalidad capitalista. Cuando yo digo que es irracional no quiere decir que no tenga una lógica, que podemos comprender sus movimientos y gracias a Marx entendemos los modos de producción capitalista. Pero sí es irracional en poner la satisfacción de las necesidades humanas en el centro. Entonces, dados vuelta están ellos, nosotros estamos al derecho. Poner la satisfacción de las necesidades humanas en el centro de la vida que queremos organizar, eso es sentido común. No poner la acumulación de ganancia ilimitada de ellos, mientras la vida se hace cada vez más miserable para la gran mayoría de la población.

El otro aspecto que quería mencionar y destacar de Marx, que es importante analizando la historia de lo que pasó, es cómo transformar el mundo. Uno podría decir que en vida de Marx las posibilidades de transformación eran hipótesis, en el sentido de que la transformación inevitable tenía que ser revolucionaria o puede ser gradual y pacífica. Desde que muere Marx, en 1883, han pasado muchos años ya y lo que hemos visto hasta ahora es que jamás el capital entregó su privilegio sino fue por medio de una revolución social. Jamás, no hubo un solo ejemplo, ni distorsionado, no hubo. O sea, que la necesidad de la revolución para terminar con el capitalismo está comprobada empíricamente. Las ocasiones en las cuales el capital fue expropiado fueron con revoluciones sociales. Durante el siglo XX vimos varias y habíamos visto un adelanto en esa gran experiencia que fue la Comuna de Paris en 1871. O sea que la necesidad de ser revolucionario es algo que surge del análisis frío de las condiciones de existencia. Desde ya, si lo vemos históricamente, esto surge más claro, no solo la burguesía, sino ninguna clase social en la historia, privilegiada, entregó su privilegio sino fue forzada por una revolución. Una vez hablamos en una charla que el feudalismo no cayó porque los señores feudales o los déspotas ilustrados leyeron a Rousseau, Voltaire y dijeron, “no, está mal, está mal”. No, fue la Revolución francesa. La lucha de las colonias, el Rey de España no dijo un día, “che, buena onda, sean independientes”. No, tuvimos la guerra de independencia unos cuantos años, 1810, 1824, Ayacucho –la batalla que le pone cierto cierre–,14 años de luchas terribles. En Haití, 1804, no fue que los franceses dijeron “ah, nosotros nos sacamos el rey y todo, y entonces ahora vamos a abolir la esclavitud en Haití”. No, el pueblo haitiano hizo esa gran revolución de esclavos. Y, por primera vez, una revolución de esclavos afrodescendientes triunfa se hace del poder del Estado, por una revolución. La esclavitud en EE. UU., los Estados del Sur no es que dijeron “me convencieron, qué mal tener esclavos”, no, tuvo que haber una guerra civil para terminar con la esclavitud. Y así podríamos seguir, una y otra vez. Cada movimiento que consiguió sus reivindicaciones, sus luchas, cada vez que terminamos con un privilegio fue con la lucha y con la lucha revolucionaria contra las que son clases dominantes privilegiadas. No hubo ni una experiencia en la que se pueda decir que esto pasó sin revoluciones sociales. O sea, no es una cuestión de deseo la de ser revolucionario o no, si uno está en contra del capitalismo, es una cuestión de ser coherente con las definiciones que uno tiene. Si uno apuesta a que sin la gran acción de las masas –y esto en Marx es muy importante porque Marx decía “la emancipación de la clase trabajadora será obra de los trabajadores mismos”–, es decir, la revolución pensada como una irrupción de masas, con la conquista del Estado producto de una gran irrupción de masas, de una gran acción de masas. Otro elemento, muy importante.

Y Marx también va a plantear algo muy importante porque el hecho que el hecho que hay clases explotadas también lo veían otras teorías. Y que hay explotados, etc., también lo ven hasta los reformistas, dicen “los últimos serán los primeros”, “la patria es el otro”, “solidaridad social”, etc., etc. Pero lo distintivo del marxismo no es solo ver que hay explotados, no es ver que hay oprimidos, no es solo ver que hay población, sino ver que ahí está el posible sujeto de la transformación social. No aquél al que vamos a salvar la vida desde el Estado, sino aquél que a partir de su propia organización y la conquista de su conciencia social puede transformarse en clase dirigente. Esto siempre los marxistas, discutiendo con el peronismo, lo decimos planteando que nuestra clase no está para que sea la columna vertebral de un movimiento, sino para ser la cabeza, la dirección de una sociedad. Entonces, Marx ve en esa clase el potencial para transformar y para empezar a construir y edificar una nueva sociedad sin explotación y opresión. Y eso es fundamental. Esa clase, ¿desde Marx que pasó? ¿Qué pasó desde Marx hasta hoy con esa clase? Bueno, al contrario de lo que habitualmente nos dicen, es una clase que no ha hecho sino crecer numéricamente. Es decir, hoy la clase trabajadora, tanto asalariados que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario es más numerosa que nunca en la historia de la humanidad, está más extendida geográficamente que nunca en la historia de la humanidad. Está más feminizada que nunca en la historia de la humanidad. Es decir, la potencialidad de la clase trabajadora para actuar en común y empezar a construir una sociedad socialista es la mayor que hemos tenido en la historia. Continentes enteros adónde no había clase obrera, hoy hay clase trabajadora y es la mayoría de la sociedad. Piensen en Asia, piensen en la mayor parte de África. Cuando Marx escribía había apenas un puñado de países europeos y los EE. UU. eran países adónde uno podía pensar la revolución socialista.

Permanentemente el capital trabaja generando prejuicios para oponer unos trabajadores contra otros. Acá en nuestro país, permanentemente. Si vemos cualquier medio de comunicación buscan tratar de demonizar, estigmatizar, atacar a los trabajadores que cobran un plan para poder subsistir. Y que el laburante que es el vecino y trabaja por ahí diez horas por un salario que es apenas un poco más que un plan, diga “ese que cobra el plan es el enemigo” y no el capitalista. Eso lo hace permanentemente la burguesía, en nuestro país y en todo el mundo. En Europa lo hacen contra el inmigrante, tratando de que el laburante condene al inmigrante desarrollando todo tipo de ideas xenófobas.

Entonces, la clase trabajadora tiene un potencial enorme pero a condición de que tenga conciencia de clase. No basta con que esa clase exista. Existe y es más fuerte que nunca desde el punto de vista social. Las relaciones salariales se han expandido en todas la esferas de la vida social. Pero para que eso se ponga en función de una transformación es necesario el desarrollo de la conciencia de clase. La conciencia de clase llega con la lucha y con el desarrollo de fenómenos y movimientos políticos. Tener conciencia de clase implica tener la visión de que no se trata solo de luchar en el capitalismo para estar mejor, ese es un primer nivel del desarrollo de la conciencia de clase: pelear para que el capitalismo no me explote tanto, organizarme con mis compañeros de trabajo en sindicatos, en federaciones de sindicatos, luchar por el salario, etc. Pero la clave es cuando esa conciencia es conciencia de que la clase trabajadora puede hacerse clase dirigente, que puede conquistar el poder del Estado, que puede abolir el capitalismo.

Esa es una plena conciencia de clase y eso es lo que el capital no quiere. Que eso es terriblemente subversivo para el capital, el capitalista lo sabe bien. En una fábrica donde hay alguien de izquierda, comunista, enseguida lo quiere echar. ¿Por qué? Porque sabe que ese trabajador es alguien que va a organizar a sus compañeros y a favorecer y tratar de desarrollar la conciencia de clase de las y los trabajadores. Por eso se lo quieren sacar de encima. Acá el genocidio provocado por la clase dominante con el golpe del 24 de marzo de 1976 buscó, en primer lugar, tratar de hacer desaparecer a las trabajadoras y los trabajadores con conciencia de clase. A los delegados de las fábricas que volvían locas a las patronales y a las burocracias sindicales. Preservó a los burócratas sindicales, pero a quienes tenían experiencia de lucha, habían protagonizado los levantamientos, los “azos”, las rebeliones antiburocráticas, ahí puso el ojo para hacerlos desaparecer, para sacárselos de encima.

Ahora bien, cuando la clase trabajadora rompe con su subordinación y se insubordina ahí el capital se da cuenta del poder que tiene enfrente. Alexis de Tocqueville, quien era un aristócrata –tal vez hayan leído La democracia en América–, vive la revolución de 1848 en Francia que fue una de las primeras revoluciones protagonizadas por la clase obrera. Él cuenta cómo con sus amigos de la aristocracia vivían esos días. Dice que su amigo veía a quien le estaba lustrando los zapatos y pensaba “pero este es un subversivo”, veía al cochero y pensaba “pero este es un subversivo”. En ese momento que los proletarios y las proletarias de París estaban insurreccionados, los burgueses de París veían un subversivo en cada persona que caminaba, en cada uno que los servía, en todos aquellos de los que vivían.

Digo para que tengamos eso en cuenta. Cuando la clase obrera rompe con su subordinación de clase, cuando lo inevitable de la explotación se transforma en sentir indignación por la injusticia y eso lleva a la acción, ahí es cuando los que empiezan a temer son los que se creen los dueños de todo. Los ricos caminan y miran de reojo a los están abajo, pero cuando empiezan a ver dónde está la mayoría, que la mayoría son los que le cuidan sus jardines, los que le limpian la casa, los que educan a sus hijos, los que los llevan en sus autos, los que trabajan en sus fábricas, sus empleados de oficina, ahí la burguesía se da cuenta que es una minoría de la sociedad. Ahí cambia la sociedad, cuando los de abajo asumen conciencia de clase y dicen “este mundo puede cambiar”.

Esta es una cuestión muy importante porque mantiene una enorme vigencia, tanto el señalar a la clase trabajadora como clase productora, como creadora de riqueza social. En Argentina tenemos un ejemplo que lo tenemos que destacar porque no ocurre en todos lados. Acá tenemos más de 400 fábricas gestionadas por sus trabajadoras y trabajadores, algunas de las cuales tienen direcciones más combativas como los compañeros de Madygraf o los compañeros de Zanon. Son 400 fábricas donde esa idea de que no se puede producir cuando no hay patrones ha sido desmentida. Producen –y algunas hace 20, 18 u 11 años– y organizan la producción. El trabajador, que antes era el que recibía órdenes del patrón, ahora es el que piensa, discute, delibera sobre cómo se tiene que organizar la producción. Desde ya que esta capacidad de la clase trabajadora como clase organizadora de la vida social está desarrollada en pequeño porque son algunas fábricas, pero es la base para pensar como la sociedad puede ser pensada, organizada y dirigida por la clase trabajadora; que los de arriba, los que mandan, solo piensan que son los que tienen que obedecer, no los que pueden organizar la vida social.

Este es un punto muy importante para pensar estas experiencias de la clase obrera. Desde ya en el siglo XX hubo experiencias de poner en pie nuevos Estados, como en la Revolución rusa, aunque terminó burocratizado. Desde ya, si no se hubiera burocratizado la Revolución de Octubre no tendríamos la necesidad de esta charla. Si hubiera triunfado la Revolución alemana después de la rusa, quizá hoy estaríamos en un mundo socialista. Pero no triunfó porque, como decíamos al principio, la historia es una historia abierta y no está escrito que las potencialidades progresivas de la sociedad van a triunfar sobre las capacidades destructivas que tiene la misma humanidad. No está escrito que los capitalistas no van a llevar a la humanidad a una barbarie peor que la actual o que vamos a perecer por una crisis climática superior, o porque viene la bomba atómica, la guerra entre estados capitalistas y hacen pomada el planeta. Esa es una posibilidad histórica, una barbarie mucho más profunda que la actual.

Pero no es lo único posible. Lo otro posible es la que planteaba Marx: la reorganización de la sociedad dirigida por la clase obrera a partir de un triunfo revolucionario de la clase trabajadora. Esta es la posibilidad por la cual apostamos militamos. Luchamos por esa posibilidad que nos presenta todavía el mundo del siglo XXI. Es decir, no necesitamos pensar otra “utopía”, en tanto los planteos que formuló Marx intentando explicar el mundo que enfrentamos, en estos aspectos que estoy señalando, son contemporáneos. Es decir, si Marx no hubiera formulado la teoría de la plusvalía hoy alguien tendría que pensarla para poder explicar cómo se genera la desigualdad social. O lo mismo la necesidad de la revolución social o la necesidad de la conciencia de clase de la clase trabajadora.

El último punto que quería señalar tiene que ver con la idea de la nueva sociedad en Marx. Marx no nos dice solo que hay que superar el capitalismo, nos plantea algunas pistas para pensar cómo sería la sociedad comunista. Y nos plantea también que la sociedad comunista no viene de una cuando derrotamos al capitalismo, sino después de un período de transición. Ese período de transición será un Estado de la clase trabajadora que se propone liquidar toda forma de Estado. Porque, para Marx, el comunismo es una sociedad sin clases, sin Estado y obviamente sin relaciones mercantiles, sin dinero. Contra lo que dicen los liberales que nosotros queremos que sea todo del Estado, nosotros queremos eliminar toda forma de Estado, en tanto el Estado es un producto de la división de la sociedad en clases, de la explotación y la opresión.

Pero sabemos que a eso no se llega de manera automática o mecánica, inmediatamente después de la revolución, si no que hay un período inevitable de transición. Ese período de transición es lo que llamamos una democracia de la clase trabajadora, un Estado de los trabajadores, lo que Marx llamaba una dictadura del proletariado en los términos de su época, y significa el dominio de la clase trabajadora sobre las clases explotadoras. Esa sociedad de transición generará un nuevo tipo de Estado. Un Estado que fue anticipado ya por la Comuna de París, donde las fuerzas regulares represivas sean reemplazadas por el pueblo en armas, donde los diputados y diputadas electos a, lo que después de la Comuna fueron los Consejos –los Soviets en la Revolución rusa–, cobrarán como cualquier trabajador y serán revocables. Concentrarán las funciones legislativas y ejecutivas. Los funcionarios de este Estado no tendrán ningún tipo de privilegio y se abocarán a discutir cómo reorganizar la sociedad sobre las bases de la economía planificada.

Sin abolir la propiedad privada de los medios de producción, sin hacer que lo que hoy es propiedad de unos pocos se transforme en propiedad pública, la planificación no se puede hacer. No es que nosotros queramos expropiar a los capitalistas por venganza, no es ese el problema. El problema es que ellos son los propietarios de los monopolios y si no expropiamos los monopolios, cómo planificamos la economía. La abolición de la propiedad capitalista es una necesidad para poder planificar racional y democráticamente la economía. Y en ese Estado de trabajadoras y trabajadores haríamos intervenir la razón en la esfera de las relaciones humanas. ¿Por qué? Porque planificaríamos democrática y racionalmente los recursos económicos que tenemos. Lo que ahora es la anarquía de la producción social, lo que hoy genera la sinrazón del capitalismo nosotros lo organizaríamos racionalmente. ¿Cómo? ¿Con un gran planificador que le diría a cada persona qué hacer? No, sino deliberando democráticamente qué haríamos con los recursos económicos. Deliberamos, decidimos, nos equivocamos, revemos los errores, mejoramos, aprendemos, tenemos nuevos desarrollos tecnológicos, reducimos más la jornada laboral, están los partidos que la quieren reducir más rápidamente y los que plantean que puede caer mucho la producción, lo debatimos. Eso sería organizar la sociedad en forma socialista. Y hoy tenemos recursos tecnológicos que lo pueden hacer realidad muy fácilmente, utilizando las nuevas tecnologías.

Se puede hacer, a condición de que no nos resignemos, que no creamos que lo que existe es lo único posible. Es una sociedad totalmente pensable porque no es que no se puede planificar la economía. Te dicen los liberales “hay millones de precios, cómo van a ser dados si no existe el mercado”, pero sí, dentro de los monopolios que a veces tienen cientos de miles de empleados planifican todo pero ellos desde arriba, la gerencia, etc. ¿Cómo no vamos a poder planificar los recursos de una economía en función de las necesidades de la población y no de las ganancias de los capitalistas? Hasta dónde reducimos la jornada laboral, hasta dónde desarrollamos los recursos económicos, hasta dónde hacemos la transición energética para evitar que se destruya el planeta, cómo no va a poder definirse racional y democráticamente.

Esto abriría un nuevo horizonte civilizatorio. Eso que Marx llamaba comunismo es la idea del verdadero desarrollo individual. El comunismo no liquida el desarrollo individual, sino que genera las condiciones para el verdadero desarrollo individual. En el capitalismo no hay desarrollo individual, salvo para muy poquitos, el resto del mundo no elige dónde trabaja, no elije si trabaja 10 o 12 horas, tenés que trabajar eso porque, si no, no comés. La clase trabajadora no elije, está obligada a vender su fuerza de trabajo. La mayoría de la población no elije. No hay posibilidad de un desarrollo individual en esta sociedad. Transformar las condiciones de vida del capitalismo es una condición necesaria para que nuestra subjetividad, nuestra individualidad pueda desarrollarse. Porque hoy los talentos potenciales de la gran mayoría de la humanidad están cercenados por este modo de producción, son un producto de que las revoluciones del siglo XX no pudieron terminar con el capitalismo definitivamente.

Y esa es una enseñanza que tenemos del siglo XX. Hasta que no terminemos con el capitalismo en su totalidad el socialismo no puede terminar de ser construido. Cómo decía Trotsky no hay posibilidad de acabar la sociedad socialista en un solo país. Necesitamos construir esta sociedad de un modo universal porque partimos de un sistema mundial que produce más allá de las fronteras. Por eso esta es una necesidad: terminar con el capitalismo globalmente.

Estamos en un momento que hay crisis y guerra. El capitalismo está en una época de crisis y guerras: crisis del 2008, sube la inflación, los ingresos no alcanzan, se derrumban un día las bolsas, es visible. Que hay guerra también. Solo hace falta mirar a Rusia y la invasión a Ucrania, millones de desplazados, los efectos mundiales que eso tiene, la carrera armamentista, el peligro de una guerra nuclear. Hoy la ciencia y la técnica se utilizan para ver cómo nos matamos, cómo hay métodos cada vez más infalibles de destrucción de vidas humanas, por ejemplo, los drones. Y así ha sido a lo largo de toda la historia del capitalismo. Esta es la civilización que han construido, que ellos nos dejan. Sobre esa civilización tenemos que pensar cómo la cambiamos, cómo la modificamos interviniendo en las luchas tal como se den. Pero aun lo que no está presente es la revolución. Sí hay levantamientos, rebeliones, movilizaciones, protestas, pero no todavía revoluciones victoriosas que marquen un rumbo. Eso es lo que seguramente va a dar el siglo XXI.

Las condiciones actuales del tiempo que estamos viviendo –esta charla se llama “El marxismo y nuestro tiempo”– son que estas contradicciones, antes o después, van a dar lugar a nuevas revoluciones sociales. Nuevos intentos de los explotados de sacarse de encima este sistema. Pero para que esto se materialice se necesita justamente una dirección política. Marx y Engels no pensaban que el capitalismo se iba a liquidar solo, lucharon y organizaron a la clase obrera, desarrollaron las armas de la crítica teórica para explicar el sistema y participaron de las instancias de organización de la clase obrera de su tiempo, como fueron la Liga Comunista o la Asociación Internacional de Trabajadores, y Engels también en la Segunda Internacional. En ese sentido, la consecuencia con las ideas de Marx, es adoptar subjetivamente la decisión de luchar por cambiar este sistema organizándonos junto con quienes comparten nuestra lucha por transformarlo y alumbrar el desarrollo de un nuevo tipo de sociedad, una sociedad sin explotación y opresión.

Desde ya la historia de la humanidad ha visto que las luchas son contra distintas formas de lo que es este sistema, desde la opresión de género, el patriarcado que sigue como la sangre al cuerpo al capitalismo, hasta el cuestionamiento a la destrucción del medio ambiente. Esas luchas son parte nuestra lucha por la emancipación. El socialismo no puede ser más que antipatriarcal para llevar a la verdadera emancipación humana. El socialismo no puede ser más que el que busque tener una relación armónica con la naturaleza. El socialismo no puede ser más que aquel que termine con toda forma de racismo y xenofobia, y que los pueblos puedan tener la autonomía cultural que deseen. Esto es parte de nuestro programa de lucha pero, a su vez, al señalar todo esto señalamos que hay una clase que es explotada internacionalmente y que en tanto se reconozca como clase, se reconozca como clase internacional, va a poder tener las herramientas para poder, como decía Federico Engels, echar este sistema al basurero de la historia. Bueno, muchas gracias.


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