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Boletín Especial (Junio 2005)

Denominadores comunes a la salida de la segunda guerra mundial

Denominadores comunes a la salida de la segunda guerra mundial

 

Por Andrea Robles y Gabriela Liszt*

El "totalitarismo" y la "culpabilidad" del pueblo alemán

 

Hace poco más de dos meses el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky” publicó el primer tomo de Guerra y Revolución. Una interpretación alternativa de la Segunda Guerra Mundial, que reúne una serie de artículos de Trotsky y de dirigentes de la IV Internacional de la época, hasta 1942, y que invariablemente ofrecen una posición y perspectiva autónoma de la que mayoritariamente trazaron los dos bandos guerreristas. En este artículo, y en momentos que estamos preparando el tomo II que abarcará hasta 1951, nos interesa debatir con la postura extendida que estableció la culpabilidad del pueblo alemán por el nazismo y que tuvo un rol muy importante desde el punto de vista de impedir la revolución socialista, particularmente a fines de la Guerra cuando, según palabras del general británico Smutz al primer ministro británico, Winston S. Churchill, “la bolchevización de una Europa quebrada y arruinada sigue siendo una posibilidad concreta”1. Una de las que adoptó esta postura fue Hannah Arendt y es representativa de un sector que se adaptó y contribuyó a cimentar ideológicamente el nuevo escenario de la Guerra Fría, en este caso del lado del “mundo libre” ponderado por EE.UU., como veremos en adelante.

A la salida de la Segunda Guerra Mundial y durante los primeros años siguientes se dio un intenso debate entre la intelectualidad sobre el significado de la conflagración más destructiva de la historia –con Auschwitz y la bomba atómica–, el mundo que inauguró y la explicación, una vez más, de la génesis del nazismo.

Un importante sector de intelectuales norteamericanos (gran parte de los neoyorkinos, por ejemplo) comenzó a integrarse a la nueva situación engendrada por la Guerra Fría y la doctrina Truman2. Sus teorías empezaron a convertirse en ideologías para embellecer el “mundo libre” norteamericano y endemoniar al que fuera su principal aliado en la guerra, la Unión Soviética, igualándolo al nazismo. Es notoria la evolución de los escritos de Hannah Arendt en este sentido.

Hasta antes de finalizar la guerra, Hannah Arendt relacionaba acertadamente el antisemitismo con el imperialismo para definir al nacionalsocialismo: “De lo que se trata aún hoy es de la estructura política de los imperialismos, así como de destruir las doctrinas imperialistas capaces de movilizar a la gente para defenderlos o construirlos. Hace mucho que la política imperialista ha abandonado las vías de la legalidad económica [...]. En efecto, muy pronto será evidente que la organización racial, verdadero núcleo del fascismo, es la consecuencia ineluctable de la política imperialista”3. En este momento, y bajo el impacto de la lucha contra el nazismo, la Unión Soviética era más bien un modelo: “En lo que respecta a Rusia aquello a lo que todo movimiento político y nacional debería prestar atención –su modo, completamente nuevo y exitoso, de afrontar y componer los conflictos nacionales, de organizar poblaciones diferentes sobre la base de la igualdad nacional– fue pasado por alto tanto por amigos como por los enemigos”4.

No obstante, de la categoría “imperialismo” (que subsume en primer lugar a Gran Bretaña y al Tercer Reich, como su forma más exacerbada), la filósofa alemana pasará progresivamente, entre 1946 y 1950, a la categoría de “totalitarismo”, que incluirá a la Unión Soviética stalinista y al nazismo, y que seguirá convirtiendo en el centro de su reflexión, abandonando la de “imperialismo”.

De hecho, en su libro Los orígenes del totalitarismo, publicado en 1951, fecha que coincide con su acceso a la ciudadanía norteamericana y el fin de su “acosmía”5 se referirá a los campos de concentración siempre y solamente en relación con la Unión Soviética y con el Tercer Reich. Según anota Losurdo, llama la atención que en su definición de totalitarismo guarde silencio sobre algunos países como la Italia de Mussolini y la España de Franco (países que entraron a formar parte de la OTAN) y la mención de otros como la India que, aunque gozando de un régimen parlamentario, es en ese momento aliada de la Unión Soviética; incluso deja de lado los campos de concentración japoneses en EE.UU. y el conocido racismo contra los negros. Muestra que para Arendt la “lucha entre totalitaritarismo y antitotalitarismo coincide perfectamente con la lucha entre los dos bloques”6. Según Enzo Traverso, el concepto de totalitarismo, cuya difusión debe mucho al éxito de la obra arendtiana antes mencionada, adquirió una connotación política más precisa en los años en que fue publicado el libro, en plena guerra fría7.

Trotsky, como se sabe, fue uno de los primeros en denunciar el carácter totalitario del régimen de la URSS planteando la imperiosa necesidad de una revolución política que reestableciera la democracia soviética basada en el pluripartidismo soviético, el reestablecimiento del derecho de crítica, el renacimiento de los sindicatos, etc.. También señaló la similitud de los regímenes de Hitler y Stalin que en apariencia eran, según sus propias palabras, como “astros gemelos”8.

En polémica contra una posición que trasladaba esta similitud en el régimen político de la URSS y Alemania al terreno de la economía, Trotsky respondía: “Como muchos ultra izquierdistas, Bruno R. identifica esencialmente stalinismo y fascismo. Por un lado, la burocracia soviética ha adoptado los métodos políticos del fascismo; por el otro, la burocracia fascista, que de momento se contenta con una intervención ‘parcial’ de la economía, está evolucionando rápidamente hacia la total estatificación de la economía. La primera afirmación es absolutamente correcta. Pero la creencia de Bruno de que el ‘anticapitalismo’ fascista será capaz de expropiar por completo a la burguesía es errónea. La intervención ‘parcial’ del estado difiere de la economía planificada en la misma medida en que ‘reforma’ difiere de ‘revolución’. Mussolini y Hitler están ‘coordinando’ los intereses de los propietarios privados y ‘regulando’ la economía capitalista y, además, principalmente por razones de guerra. La oligarquía del Kremlin es algo más: tiene la oportunidad de dirigir la economía como un cuerpo, porque la clase trabajadora de Rusia fue capaz de dar el mayor vuelco a las relaciones de propiedad conocido en la historia. Es una diferencia que no podemos olvidar”9.

Es que para Trotsky no se puede ignorar la base material de las diversas tendencias en el régimen político, es decir, su naturaleza de clase –determinada por el carácter de las formas de propiedad y las relaciones productivas de cada Estado– y su papel histórico objetivo. En este sentido, mientras que la burocracia stalinista imponía un régimen de opresión para ahogar toda tendencia revolucionaria que la cuestionara, la política exterior estuvo determinada por evitar la participación de la Unión Soviética en la guerra ya que la misma podría liquidar su dominio político por dos vías: por la de una derrota a manos del imperialismo, o a manos de la revolución. Por el contrario, el nazismo se impuso en una Alemania imperialista –carente de colonias en contraste con las “democracias” imperialistas de Gran Bretaña y Francia– para liquidar las contradicciones de clase al interior y disputar un nuevo reparto europeo en el exterior. Sólo desde un punto vista materialista histórico se puede explicar entonces por qué fue la totalitaria Unión Soviética la que derrotó a la totalitaria Alemania y no las “democracias”. Desde una lógica que no relativiza la correspondencia de las formas políticas no se puede explicar tampoco, para dar otro ejemplo, por qué la “democrática” Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial protegió incondicionalmente al totalitario rey de Grecia, invadió y combatió durante 33 días contra un pueblo que, en lucha por una república democrática, había derrotado la ocupación alemana.

Como vimos en el caso de Arendt, para realizar la operación de oponer, en forma absoluta, democracia y fascismo –fórmula extendida con la que se explica el significado de la Segunda Guerra– o en el lenguaje de la “guerra fría”, entre democracia y totalitarismo, fue preciso ocultar el carácter totalitario de los regímenes de varios países capitalistas del bando aliado. Sin embargo, los intentos de igualar fascismo y stalinismo, stalinismo y bolchevismo o, dicho en términos generales, el identificar los modos de actuar de la revolución con los de la reacción, no eran nuevos. Las emanaciones de “moral” constituyen el intento típico de la intelectualidad pequeño burguesa en momentos de reacción. Unos pocos años antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial y más aún luego del pacto Hitler-Stalin, Trotsky dio cuenta de este fenómeno: “Para los demócratas, son el fascismo y el bolchevismo los gemelos, puesto que no se inclinan ante el sufragio universal [...] Los rasgos comunes a las tendencias así comparadas son innegables. La realidad, sin embargo, es que el desarrollo de la especie humana no se agota ni con el sufragio universal, ni con ‘la sangre y el honor’, ni con el dogma de la Inmaculada Concepción. El proceso histórico es, ante todo, lucha de clases y acontece que clases diferentes, en nombre de finalidades diferentes, usen métodos análogos. En el fondo, no podría ser de otro modo. Los ejércitos beligerantes son siempre más o menos simétricos y si no hubiera nada de común en sus métodos de lucha, no podrían lanzarse ataques uno al otro”10.

Trotsky, polemizando con James Burnham11, planteaba que: “El izquierdista pequeño burgués vulgar se asemeja al ‘progresista’ liberal, en que toma a la URSS como un todo, sin comprender su dinámica interior y sus contradicciones. Cuando Stalin celebró una alianza con Hitler, invadió Polonia y ahora Finlandia, los izquierdistas vulgares triunfaron: ¡la identidad de métodos entre el stalinismo y el fascismo quedaba demostrada! Sin embargo, se vieron en dificultades cuando las nuevas autoridades invitaron a la población a expropiar a los terratenientes y capitalistas. ¡No habían previsto para nada esa posibilidad! Entre tanto, las medidas revolucionarias socialistas, realizadas por medios burocráticos-militares, no solamente no perturbaron nuestra definición dialéctica de la URSS como Estado obrero degenerado, sino que la confirmaron de la manera más incontrovertible”12.

Sin un análisis materialista dia-léctico de la realidad de posguerra, sin un punto de vista de clase, la intelectualidad “progresista” norteamericana terminó jugando el rol de escriba del imperialismo norteamericano en la guerra fría.

¿Culpabilidad o confraternización con el pueblo alemán?

Se puede decir que en 1944, al intervenir en el debate sobre la culpabilidad del pueblo alemán por los crímenes del nazismo, el pensamiento de Hannah Arendt adopta un punto de inflexión entre su postura inicial de explicar este último como producto del imperialismo y su análisis posterior funcional a la ideología de Occidente. En este punto, Arendt va analizar el nazismo como un sistema o maquinaria estatal que anula las libertades civiles y derechos políticos, “esa ‘administración del asesinato en masa’, a cuyo servicio se pudo poner y se puso no a miles, no a decenas de miles de asesinos seleccionados, sino a todo un pueblo”13. La afirmación de Hannah Arendt sobre la culpabilidad alemana va a quedar evidenciada cuando sostiene que el lema Aliado de que sólo es bueno el “alemán muerto” –“el más extremo”– “se basa en circunstancias reales: sólo si los nazis cuelgan a alguien, podemos saber que estaba realmente contra ellos. Otra prueba no hay”14.

Los intentos de responsabilizar al proletariado y al pueblo alemán se sucedieron desde la asunción de Hitler al poder. Los trotskistas fueron los únicos que denunciaron, combatieron sistemáticamente y plantearon la única alternativa contra esta política. Como escribió el dirigente trotskista F. Morrow en la época, para culpar al pueblo alemán hay que obviar su lucha revolucionaria contra Hitler y la responsabilidad de la socialdemocracia y el stalinismo en las derrotas sufridas15, y cómo estos últimos habían cedido sin lucha al ascenso de Hitler. Hay que obviar que el chauvinismo alemán fue alimentado en primer lugar por el imperialismo francés, como garante y nación más favorecida del Tratado de Versalles, y a su vez por el imperialismo inglés, ya que simpatizaba con el furioso antibolchevismo de Hitler. Hay que ocultar la contrarrevolución de las bandas fascistas pequeño burguesas contra el movimiento obrero alemán (característica particular del fascismo) y la destrucción de sus sindicatos y partidos. Por el contrario, para los trotskistas como “para Lenin era un axioma que la estructura de la sociedad capitalista vuelve imposible para las grandes masas determinar directamente su propia voluntad y su destino. El control capitalista del poder económico y político, las escuelas, los diarios, la radio, etc., así como la heterogeneidad de las masas, significa que incluso la ‘democracia’ capitalista es una forma de dictadura de la burguesía. Y la dictadura no puede ser derribada directamente por las masas. Su heterogeneidad les impide luchar de otro modo que no sea a través de la dirección de los partidos obreros. La clase y el partido no son de ninguna manera idénticos. Además, la dirección y las masas no son la misma cosa. Clase, partido y dirección, estos tres conceptos precisos son las piedras angulares de la política leninista. Lenin jamás, en ningún caso, reprendió a las masas, reprendió siempre a partidos determinados y sobretodo a su dirección, por su fracaso en derribar el capitalismo”16. Sin duda, estos tres conceptos no son tomados por aquellos que responsabilizan al pueblo alemán.

Durante los primeros años de la guerra, cuando los nazis ocupaban casi toda Europa, los Aliados, a través de un vocero inglés (Vansittart) expresaban la política de culpabilidad, como ya referimos más arriba, con la frase “el mejor alemán es un alemán muerto”. Al mismo tiempo el stalinismo, mientras llamaba a confiar la Resistencia a la dirección imperialista de De Gaulle, reforzaba esta política con el lema “a cada uno su ‘boche’”17 como objetivo a la resistencia antifascista, incentivando los atentados individuales y la guerrilla contra cualquier alemán. Los Aliados, además de ocultar su responsabilidad por haber alentado al fascismo, perseguían el objetivo de separar a los pueblos de ambos bandos, particularmente a los soldados alemanes (que eran en su mayoría campesinos y obreros) que se encontraban en los países ocupados, impidiendo una posible confraternización con el pueblo invadido. Al nazismo, esta propaganda le era funcional a su campaña chauvinista, demostrando que “todo el mundo” estaba contra Alemania, ayudando de esta forma a mantener la unidad nacional y dificultando la apertura de fisuras internas, sin las cuales era imposible que las masas alemanas se plantearan derrocar el régimen nazi.

La propaganda sobre la culpabilidad alemana fue reforzada por los Aliados a partir de 1942-43, cuando se empezaron a desarrollar situaciones revolucionarias en varios de los más importantes países europeos y los nazis sufrían sus más importantes derrotas en la URSS. En este caso, además de impedir que los pueblos se unificaran contra ambos bandos imperialistas con una política independiente18, les servía a los Aliados para preparar el terreno para el reparto del botín alemán e imponer durísimas condiciones por reparaciones de guerra y para la reconstrucción de la destruida economía alemana, las que serían pagadas justamente, por el mismo pueblo alemán19. Al stalinismo, como partícipe en el reparto, también le era funcional esta política.

Sin embargo, “hasta el final, cuando los tapices de bombas de los ejércitos aliados caían regularmente en los barrios obreros y contribuían a paralizar toda resistencia seria a Hitler, los obreros revolucionarios alemanes lucharon contra el fascismo mediante huelgas y manifestaciones. Los desertores alemanes, unidos a los obreros extranjeros, se levantaron contra las SS. En algunas ciudades, antes de la llegada de los ejércitos aliados, los obreros conquistaron el poder con una valiente insurrección. Las mismas fuerzas militares que le reprochan al pueblo alemán no haber derrocado a Hitler, en ese momento hicieron de todo por liquidar y amordazar estas revueltas proletarias. Porque, en última instancia, imperialistas victoriosos, fascistas hitlerianos vencidos, burguesía alemana que, hoy, se dice democrática, todos están de acuerdo en considerar a la revolución proletaria como su enemigo común. Justamente es el trato infligido al pueblo alemán, en virtud del principio de la culpabilidad colectiva, el que da la posibilidad a los fascistas camuflados de agitar las aguas turbias del nacionalismo. Esto tanto más fácilmente cuanto que esta tesis enmascara la culpabilidad de los verdaderos criminales nazis y les da la posibilidad de sustraerse del justo castigo, al declarar culpable al conjunto del pueblo alemán”20.

Los trotskistas por el contrario, llamaron desde los inicios a los trabajadores del mundo a ver al pueblo alemán como una víctima de sus direcciones y a solidarizarse, buscando las vías para concretar la confraternización y la unidad internacionalista de los pueblos contra los gobiernos responsables de la guerra imperialista, continuando así la experiencia vivida durante el período previo al octubre ruso21. En Europa esta unidad se debía expresar alrededor del objetivo común de luchar por los Estados Unidos Socialistas de Europa, única forma de garantizar una verdadera “paz de los pueblos”.

Fue en la ciudad de Brest donde la experiencia de confraternización llegó más lejos. Impulsada por el Partido Obrero Internacionalista (POI), sección oficial de la IV Internacional, que tenía en la región una quincena de militantes, es así narrada por un militante de la LCR francesa: “Sin duda, fue el hecho de que Brest fuera una ciudad en la que la guarnición permanecía bastante tiempo para la defensa antiaérea, el mantenimiento de los submarinos y la construcción del muro del Atlántico lo que permitió desarrollarse esta experiencia. Bajo la influencia y dirección de Robert Cruau, cartero nantés venido a Brest para escapar a la Gestapo de Nantes y que hablaba alemán, una parte de los grupos de Brest y de Quimper fue dedicada a esta tarea extremadamente arriesgada y peligrosa. [...] Las cifras de las que disponemos, pero que son aproximadas, señalan una quincena de soldados reagrupados en una célula, de los que siete u ocho se reclamaban de la IV Internacional. En total, parece que de 25 a 30 soldados estuvieron de acuerdo en participar en la difusión del periódico en lengua alemana Zeitung fur Soldat un Arbeiter imWesten en dirección al ejército y la marina. Los artículos estaban redactados por los soldados alemanes”.

La actividad, comenzada en marzo de 1943, terminó en octubre del mismo año cuando fueron arrestados la mayor parte de los trotskistas y todos los soldados implicados. La mayoría fueron fusilados o permanecieron detenidos. “Esta experiencia, absolutamente única en los anales de la resistencia en Francia, fue silenciada totalmente en la Liberación por varias razones. En primer lugar, el PCF no habría tolerado que se pudiera suponer que también los trotskistas habían participado en la resistencia. Para el PCF eran hitlero-trotskistas, y por tanto era imposible. Como el poder tenía necesidad de los comunistas para relanzar la situación, no había que molestarles con un asunto así. Los trotskistas, por su parte, casi no tenían los medios para romper este silencio [...] Entonces, ¿porqué sacar de nuevo esta historia que fue finalmente una experiencia realizada casi en laboratorio? Quizá porque el alboroto hecho alrededor del 60 aniversario del desembarco en Normandía22, con la participación por primera vez de una delegación alemana oficial, da ganas de recordar que todos los alemanes no eran nazis. Que si en lugar de llamar a matarles sin distinción, se hubiera preconizado la fraternización entre los trabajadores con o sin uniforme a una escala de masas, la fisonomía de la guerra y sus resultados habrían sido cambiados”23.

Aunque en sí misma esta experiencia no podía cambiar la realidad, de generalizarse, podría haber alimentado el triunfo de la revolución. Sólo que esta vez, a diferencia de la Primera Guerra, no sería irradiada desde la “atrasada” Rusia sino que partiría y se desarrollaría en algunos “países avanzados” del corazón europeo. Al revés de la definición de “culpabilidad alemana”, la visión de los marxistas demuestra que lo que faltó fue un partido revolucionario. Dicho de otra forma, que es por culpa de las direcciones stalinistas y socialdemócratas que el proletariado no pudo aprovechar la catástrofe que significó la Segunda Guerra interimperialista para salir victorioso. El trotskismo es la única corriente que puede enorgullecerse de haber pasado por la Segunda Guerra Mundial sin haber cedido a la política de “unión sagrada”, a diferencia de los partidos comunistas que subordinaron al proletariado y las masas detrás de las burguesías “aliadas”.

Esta no sólo es una reivindicación histórica necesaria sino que permite prepararse para futuras situaciones a las que deberán enfrentarse las masas en esta época de crisis, guerras y revoluciones. Sin temor a exagerar, Guerra y Revolución contiene uno de los capítulos más fructíferos y brillantes del pensamiento marxista revolucionario.

 

(*) Investigadoras del CEIP “León Trotsky”, compiladoras junto a Pedro Bonano del libro Guerra y revolución, autoras del prólogo y el ensayo introductorio de dicho libro.

1 Winston S. Churchill, La Segunda Guerra Mundial. El cerco se Cierra, Bs. As., Peuser, 1965, pág. 454. Citado en el prólogo de Guerra y Revolución.
2 Dirigida a la Unión Soviética: “regímenes totalitarios impuestos sobre pueblos libres, mediante agresión directa o indirecta, minan los fundamentos de la paz internacional y, por lo tanto, la seguridad de los Estados Unidos”. Henry S. Commager (ed.), Documents of American History, vol. 2 (7ª Ed.), New York, Appleton-Century-Crofts, 1963, pág. 255. Citado por Doménico Losurdo, Deus Mortalis Nº 2, Bs. As. 2003, pág. 269.
3 Hannah Arendt, La tradición Oculta, Bs. As., Paidós, 2004, pág. 19.
4 Citado por Doménico Losurdo, op.cit., pág. 271.
5 Así definía Arendt la condición de los judíos alemanes desde el ‘33 por su falta de estatus legal en algún Estado.
6 Doménico Losurdo, op.cit., pág. 274.
7 Enzo Traverso, La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales, Barcelona, Herder, 2001, pág. 91.
8 Trotsky León, “Los astros gemelos de Hitler-Stalin” en Guerra y Revolución, Bs. As., CEIP, 2004, pág. 257.
9 León Trotsky, “La URSS en guerra” (25/9/1939) en Guerra y revolución, op.cit., pág. 246.
10 León Trotsky, “Emanaciones de Moral” en Escritos Filosóficos, Bs. As., CEIP, 2004, pág. 80.
11 James Burnham era miembro del SWP, sección norteamericana de la IV Internacional. Encabezó una fracción que en los años ‘39 y ‘40, empezó cuestionando el carácter del estado de la URSS. Luego de terminada la guerra Burnham fue un emblemático intelectual alineado a la campaña maccartista lanzada por EE.UU..
12 León Trotsky, En defensa del Marxismo, México, Juan Pablos Editor, 1972, pág. 34.
13 Hannah Arendt, La tradición Oculta, op.cit., pág. 40.
14 Hannah Arendt, La tradición Oculta, op.cit., pág. 38.
15 Como las revoluciones de 1918-19 (junto al asesinato de Luxemburgo y Liebknecht, sus mejores dirigentes) y de 1923 o la política del stalinismo de negarse a hacer frente único con el “social-fascismo” (la socialdemocracia).
16 Félix Morrow, “Stalin acusa al proletariado alemán” (Junio 1942), Cahiers León Trotsky Nº 66, Francia, ILT, 1999, pág. 51.
17 Boche era alemán de forma despectiva.
18 En 1942 por otro lado, fueron deportados gran cantidad de trabajadores de los países ocupados como mano de obra barata hacia Alemania, lo que los ponía en contacto directo con la clase obrera alemana. Se conservan volantes de la época donde los trotskistas llamaban a los trabajadores, de no poder impedir su deportación, a aprovechar la situación para confraternizar con los trabajadores alemanes.
19 “Despedazamiento del país, anexión de grandes regiones, ‘retorno a la tierra’ por la fuerza, pillaje de las máquinas en las fábricas, requisas de todo tipo, contribuciones militares, deportaciones de millones de hombres echados de su país, hambruna por el bloqueo, miles de millones en reparaciones de guerra. Esta es la ‘paz’ ofrecida a este pueblo alemán declarado culpable en su conjunto”. “Solidaridad internacional con el proletariado alemán”, Comité Ejecutivo Europeo, Quatrième Internationale, 12/45-1/46. De esta forma los trotskistas anticipaban la terrible partición de Alemania.
20 “Solidaridad internacional con el proletariado alemán”, op.cit.
21 Constantemente, cuando bajaban las oleadas de patriotismo impulsadas no sólo por el zarismo, sino luego por los socialistas revolucionarios y mencheviques en el período de febrero a octubre, los soldados rusos y alemanes confraternizaban en el frente, incentivados por los soldados bolcheviques, preparando el terreno con la formación de los obreros que luego protagonizarían la revolución alemana de 1918-19.
22 El desembarco se produjo en agosto de 1944 y a su conmemoración asistió Bush junto a Chirac y Schroeder.
23 André Fichaut, “Los trotskistas franceses en la 2ª Guerra Mundial. Una resistencia diferente” en Rouge Nº 2073, 15/07/2004