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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

El ILP y la Cuarta Internacional

El ILP y la Cuarta Internacional

El ILP y la Cuarta Internacional[1]

En medio del camino

 

 

18 de septiembre de 1935

 

 

 

Si dejáramos de lado al Partido Socialista Revolu­cionario de los Trabajadores (RSAP) holandés, ubica­do bajo la bandera de la Cuarta Internacional, podríamos decir con toda certeza que el ILP de Gran Bretaña constituye el ala izquierda de los partidos adheridos al Buró Londres-Amsterdam. A diferencia del SAP, que últimamente ha virado hacia la derecha, hacia el bando del más grosero pacifismo pequeñoburgués, es indudable que el ILP ha experimentado una impor­tante evolución hacia la izquierda. Esto se vio con toda claridad ante el asalto rapaz de Mussolini a Etiopía. Respecto a la Liga de las Naciones, del papel que el imperialismo británico desempeña en la misma y de la política de "paz" del Partido Laborista, el New Leader publicó quizás los mejores artículos de toda la prensa obrera. Pero, así como una golondrina no hace verano, un par de artículos excelentes no bastan para deter­minar la política de un partido. Es relativamente fácil asumir una posición "revolucionaria" con respecto a la guerra; es sumamente difícil derivar de ella todas las conclusiones teóricas y prácticas necesarias. Sin embar­go, esta es, precisamente, la tarea del momento.

Desprestigiado por la experiencia de 1914-18, el socialpatriotismo ha encontrado hoy una nueva fuen­te donde abrevar, el stalinismo. Gracias a esto, el cho­vinismo burgués encuentra la oportunidad de lanzar un ataque furibundo contra los internacionalistas re­volucionarios. Los elementos vacilantes, los llamados centristas, inevitablemente capitularán ante la ofensiva del chovinismo en vísperas de la guerra o en el momen­to de su estallido. Desde luego, se escudarán tras el argumento de la "unidad", la necesidad de no sepa­rarse de las organizaciones de masas y así sucesiva­mente. Estas fórmulas hipócritas, mediante las cuales los centristas enmascaran su cobardía ante la opinión pública burguesa, son bastante diversas, pero todas sirven para el mimo propósito: encubrir la capitula­ción. La "unidad" con los socialpatriotas -no la coexistencia circunstancial en una organización común con el fin de combatirlos, sino la unidad elevada al nivel de un principio- es unidad con el propio imperialismo y, por consiguiente, la franca ruptura con el pro­letariado de otros países El principio centrista de unidad a cualquier precio, prepara el terreno para la más maligna de las rupturas, siguiendo los lineamien­tos de las contradicciones imperialistas. Hoy día observamos en Francia al grupo Espartaco, que traduce al francés las ideas del SAP; en nombre de la "unidad" propugna la capitulación política ante Blum, quien era y es el principal agente del imperialismo francés en el seno de la clase obrera.

Tras romper con el Partido Laborista, el ILP se acer­có al Partido Comunista Británico y, por su intermedio, a la Internacional Comunista. Las graves dificultades financieras que aquejan en este momento al New Leader, demuestran que el ILP pudo mantener su total independencia financiera respecto a la burocracia soviética y sus métodos corruptores. Esto no puede menos que alegrarnos. No obstante, sus vínculos con el Partido Comunista no desaparecieron sin dejar rastros: a pesar de su nombre, el ILP no se volvió realmente independiente, sino que se convirtió en una especie de apéndice de la Internacional Comunista. No le prestó la necesaria atención al trabajo de masas, que no puede realizarse fuera de los sindicatos y del Partido Laborista; en cambio, se dejó seducir por la fantochada Amsterdam-Pleyel, la Liga Antiimperialista y otros sustitutos de la actividad revolucionaria.[2] El resul­tado de ello fue que los obreros los vieron como un Partido Comunista de segundo orden. No es casual que el ILP se colocara en una posición tan desventajosa: esto fue condicionado por la falta de fundamentos principistas firmes. No es un secreto para nadie que durante mucho tiempo el ILP se dejó impresionar por esas fórmulas estereotipadas que constituyen la mise­rable falsificación stalinista burocrática del leninismo.

Hace más de dos años el autor de estas líneas trató de llegar a un acuerdo con los dirigentes del ILP me­diante una serie de artículos y cartas. El intento resultó estéril: durante ese período, los dirigentes del ILP ca­lificaron nuestra crítica a la Internacional Comunista de "prejuiciosa" y motivada por consideraciones "fraccionales", inclusive "personales".[3] No quedaba otra alternativa que dejar que el tiempo se pronunciara. Para el ILP, los últimos dos años han sido pobres en conquistas, pero ricos en experiencia. La degeneración social-patriota de la Internacional Comunista, conse­cuencia directa de la teoría y práctica del "socialismo en un solo país", se trasformó de vaticinio en un hecho vivo e indiscutible. ¿Han investigado a fondo los dirigentes del ILP el significado de este hecho? ¿Están dispuestos, son capaces de extraer todas las conclusio­nes necesarias? El futuro del ILP depende de la respuesta a estas preguntas.

Indudablemente, la tendencia general de la evolu­ción del ILP ha sido del pacifismo hacia la revolución proletaria. Pero el proceso de ninguna manera ha de­sembocado en la elaboración de un programa global. Peor aun: incapaces de liberarse totalmente de la in­fluencia de las antiguas y hábiles maniobras oportu­nistas del SAP alemán, los dirigentes del ILP aparen­temente se han detenido en medio del camino y se de­dican a perder el tiempo.

En las líneas siguientes, nuestras críticas se desa­rrollarán principalmente alrededor de dos cuestiones: la actitud del ILP respecto de la huelga general en re­lación con la lucha contra la guerra, y su posición para con la Internacional. Respecto de una y otra cuestión hallamos elementos de la posición centrista: sobre la huelga general, la vacilación asume la forma de fraseología izquierdista irresponsable; en lo que se refiere a la Internacional, la vacilación se revela en el temor a la decisión radical. Sin embargo, la doctrina marxista y su continuación directa, el leninismo, son tan irreconciliables con la tendencia a la fraseología de izquierda, como con el miedo a las decisiones radicales.

El problema de la huelga general posee un largo y rico historial, tanto en el terreno teórico como en el práctico. Sin embargo, los dirigentes del ILP actúan cómo si fueran los primeros en descubrir la idea de la huelga general corno método para detener la guerra. Aquí radica su mayor error. La improvisación es abso­lutamente ilícita en relación con la huelga general. La experiencia mundial de lucha de los últimos cuarenta años confirma en lo esencial lo dicho por Engels hacia fines del siglo pasado acerca de la huelga general, basándose sobre todo en la experiencia de los cartistas y, secundariamente, en la de los belgas.[4] En una carta dirigida a Kautsky el 3 de noviembre de 1893, Engels les advierte a los socialdemócratas austriacos que no deben tener una actitud irresponsable hacia la huelga general: "Usted mismo dice que las barricadas se han vuelto anticuadas (aunque podrían resultar úti­les nuevamente si la tercera o las dos quintas partes del ejército se vuelven socialistas y si surge el problema de brindarles la oportunidad de volver la bayoneta hacia el otro lado), pero la huelga política debe culminar en una victoria inmediata por la sola fuerza de la amenaza (como en Bélgica, donde el ejército era muy débil) o en un fracaso colosal o, por último, conducir direc­tamente a las barricadas."

Digamos de paso que en estas líneas Engels expone sus posiciones respecto de toda una serie de cuestiones. La famosa introducción de Engels (1895) a La lucha de clases en Francia, de Marx, suscitó innumerables po­lémicas; en su momento, los alemanes la modificaron y recortaron por el problema de la censura. En los últi­mos cuarenta años, filisteos de todos los colores han afirmado en centenares y miles de ocasiones que "el propio Engels" aparentemente había rechazado de una vez por todas los antiguos métodos "románticos" de lucha callejera. Pero no hay necesidad de remontarnos al pasado: basta leer los discursos contemporáneos, in­creíblemente ignorantes y sensibleros de Paul Faure, Lebas y otros que opinan que la sola mención de la insurrección armada es "blanquismo".[5] Sin em­bargo, si hay algo que Engels repudió, es sobre todo la idea del putsch, que en última instancia se reduce a escaramuzas de pequeñas minorías; en segundo lugar, los métodos anticuados, es decir, formas y métodos de lucha callejera que no corresponden a los avances tec­nológicos.

En la carta citada más arriba Engels corrige a Kautsky de pasada, como si se tratara de algo absolutamente evidente: las barricadas sólo se han vuelto "anticuadas" en el sentido de que la revolución bur­guesa es cosa del pasado y que todavía no ha llegado la hora de las barricadas socialistas. Es necesario que la tercera o, mejor aun, las dos quintas partes del ejér­cito (desde luego que estas proporciones se mencionan como ejemplo ilustrativo), adquieran simpatía por el socialismo; en ese caso, la insurrección no sería un "putsch"; las barricadas volverían a entrar en auge, claro que no las barricadas de 1848, sino las barricadas "nuevas", que, sin embargo, servirían al mismo pro­pósito: detener la ofensiva del ejército contra los obre­ros, brindar a los soldados la oportunidad y el tiempo necesario para sentir el poder de la insurrección y crear con ello las mejores condiciones para que el ejér­cito se pase al bando de los insurrectos.

¡Qué distancia entre estas líneas de Engels -no del joven sino del hombre de setenta y tres años- y la ac­titud estúpida y reaccionaria de quienes tachan a la ba­rricada de "romanticismo"! ¡Kautsky consideró opor­tuno publicar esta carta hace poco, en 1935. Sin entrar en una polémica directa con Engels, a quien jamás com­prendió plenamente, Kautsky no tiene empacho en decirnos, en una nota especial, que hacia fines de 1893 él mismo había publicado un artículo donde "desarro­llaba las ventajas del método de lucha democrático-proletario en los países democráticos, en contraposición a la política de violencia". Esta observación sobre las "ventajas" (¡como si el proletariado tuviera la libertad de elegir!) suenan muy bien en estos tiempos en que la democracia de Weimar, que no careció de la colabora­ción de Kautsky, ya ha revelado plenamente todas sus... desventajas.[6] Como para que no nos queden dudas acerca de su actitud hacia las posiciones de En­gels, Kautsky agrega, "En esa época defendía la misma política que defiendo hoy". Para "defender la misma política" le bastó hacerse ciudadano checoslovaco: nada cambió, salvo el pasaporte.

Pero volvamos a Engels. Hemos vi que señala tres casos en relación con la huelga general:

1. El gobierno se asusta ante la huelga general y, al comienzo mismo, sin permitir que se produzca el enfrentamiento, otorga concesiones. Engels señala que el factor principal que permitió el triunfo de la huelga general belga (1839) fue la "debilidad" del ejército. Una situación parecida, aunque a escala mucho más colosal, se produjo en octubre de 1905 en Rusia. Tras la miserable derrota de la guerra ruso-japonesa, el ejér­cito zarista era -al menos parecía- sumamente débil. El gobierno petersburgués, preso de pánico mortal ante la huelga, otorgó las primeras concesiones constitucionales (Manifiesto del 17 de octubre de 1905).[7]

Sin embargo, resulta absolutamente evidente que a menos que los obreros lleguen a las batas decisivas, la clase dominante sólo otorgará aquellas conce­siones que no afecten las bases de su dominación. Así ocurrió en Bélgica y en Rusia. ¿Se producirán casos similares en el futuro? En los países de Oriente, inevi­tablemente. En los países de Occidente es, en términos generales, menos probable, aunque pueden producirse como episodios parciales en el proceso revolucionario.

2. Si el gobierno tiene la suficiente confianza en el ejército y en sí mismo; si la huelga política se promulga desde arriba; si no se la lanza para iniciar las batallas decisivas, sino para "asustar" al enemigo, se convier­te fácilmente en una aventura que no tarda en revelar su impotencia total. A ello debemos agregar que tras las primeras experiencias de huelga general, que como hecho novedoso golpeaba sobre la imaginación de ma­sas populares y gobiernos por igual, han pasado va­rias décadas -si no contamos a los semiolvidados car­tistas- en el transcurso de las cuales los estrategas del capital han acumulado una experiencia enorme. Por eso la huelga general, sobre todo en los viejos países capitalistas, requiere un minucioso análisis marxista de las circunstancias concretas.

3. Por último, queda la huelga general que, según palabras de Engels, "conduce directamente a las ba­rricadas". Esta clase de huelga puede culminar en la victoria total o en la derrota. Pero rehuir la batalla cuando ésta es producto de la situación objetiva equiva­le a caer inexorablemente en la derrota más funesta y desmoralizante. Por supuesto, el resultado de una huel­ga general revolucionaria e insurreccional depende de la relación de fuerzas, que abarca toda una serie de factores: la diferenciación de clases dentro de la so­ciedad, el peso específico del proletariado, el estado de ánimo de los estratos más bajos de la pequeña burguesía, la composición social y el estado de ánimo político del ejército, etcétera. Sin embargo, uno de los factores para la victoria, y de ninguna manera el menos impor­tante, es la conducción revolucionaria correcta y su justa comprensión de las condiciones y métodos de la huel­ga general y su transición a la lucha revolucionaria abierta.

Por supuesto que la clasificación de Engels no debe ser aplicada dogmáticamente. En la Francia actual lo que está en juego no son las concesiones parciales sino, indudablemente, el poder: el proletariado revolucio­nario o el fascismo, ¿cual de los dos? Las masas obre­ras quieren luchar. Pero la dirección aplica los frenos, engaña y desmoraliza a los obreros. Puede producirse una huelga general de la misma manera que se produjeron las movilizaciones en Tolón y Brest. Bajo estas condiciones, independientemente de los resultados inmediatos, la huelga general no será, desde luego, un "putsch", sino una etapa necesaria de la lucha de masas, el medio necesario para vencer la traición de la dirección y para crear en el seno de la clase obrera las premisas para la insurrección victoriosa. En este sentido, la política de los bolcheviques-leninistas franceses, que han levantado la consigna de huelga ge­neral y explican las premisas para la victoria de la misma, tienen toda la razón. Los espartaquistas, pri­mos franceses del SAP, que desde el principio de la lucha asumen el papel de esquiroles, se pronuncian contra esta consigna.

También debemos agregar que Engels no señaló otra "categoría" de huelga general, de la cual hemos visto ejemplos en Inglaterra, Francia, Bélgica y otros países: nos referimos a los casos en que la dirección de la huelga acuerda previamente, es decir, sin luchar, con el enemigo de clase cuál será el rumbo y el resul­tado de la huelga. En determinadas ocasiones, los par­lamentarios y sindicalistas perciben la necesidad de proveer una válvula de escape para la ira acumulada de las masas, o bien se ven obligados a acompañar una movilización que los ha sobrepasado. En esos casos acuden a hurtadillas al gobierno y reciben permiso pa­ra encabezar la huelga general, con la obligación de ponerle fin lo antes posible y no causarle daño a la pro­piedad estatal. A veces, pero de ninguna manera siem­pre, negocian algunas pequeñas concesiones que les sirvan de hojas de parra. Eso hizo el Consejo General de los sindicatos británicos (TUC) en 1926. Eso hizo Jouhaux en 1934. Eso harán en el futuro. El desenmas­caramiento de estas maniobras despreciables a espal­das del proletariado en lucha es un componente nece­sario para la preparación de la huelga general.

¿A qué categoría pertenece la huelga general que el ILP piensa lanzar en caso de movilización militar, como medio para detener la guerra desde el principio? Queremos decirlo desde ya: pertenece a la más irresponsa­ble y lamentable de todas las categorías posibles. Esto no significa que la revolución no pueda coincidir con el llamado a filas o con el estallido de la guerra. Si en el país se está desarrollando una movilización re­volucionaria en gran escala; si la misma es encabezada por un partido revolucionario depositario de la con­fianza de las masas y capaz de desarrollar el proceso hasta el fin; si el gobierno, a pesar de la crisis revolu­cionaria o justamente debido a esa crisis, pierde la cabeza y se arroja frontalmente a la aventura bélica; en ese caso, el reclutamiento puede actuar como un poderoso resorte que impulse a las masas, provoque una huelga general ferroviaria, la fraternización de los obreros con los reclutas, la toma de centros claves, choques entre los insurrectos, la policía y los sectores reaccionarios del ejército, la creación de consejos lo­cales de obreros y soldados y, por fin, el derrocamiento total del gobierno y con ello la detención de la guerra. Todo eso es teóricamente posible. Si, como dice Clau­sewitz, "la guerra es la continuación de la política por otros medios", la lucha contra la guerra es también la continuación de toda la política anterior de la clase revolucionaria y su partido.

De ahí se deriva que se puede poner la huelga ge­neral en el orden del día como método de lucha contra el reclutamiento y la guerra sólo si el proceso ante­rior en su conjunto ha puesto la revolución y la insu­rrección armada en el orden del día. En cambio, la huelga general concebida como método "especial" de lucha contra el reclutamiento es aventurerismo puro. Dejando de lado el caso, posible pero excepcio­nal, de un gobierno que se arroje a la guerra para esca­par de una revolución que lo amenaza directamente, es una verdad general que es precisamente antes, durante y después de la movilización bélica cuando los go­biernos se sienten más fuertes y, por consiguiente, menos dispuestos a dejarse asustar por una huelga general. Los sentimientos patrióticos y el terror a la guerra que acompañan al reclutamiento casi siempre imposibilitan que se lleve a cabo la huelga general. Los elementos más intrépidos, los que se lanzan a la lucha sin tener en cuenta la situación, serían aplasta­dos. En la atmósfera de insatisfacción que crea la gue­rra, la derrota y aniquilación parcial de la vanguardia dificultarían el trabajo revolucionario por un período prolongado. Una huelga convocada artificialmente se trasformará inevitablemente en un putsch y en un obs­táculo en el camino de la revolución.

En las tesis del ILP de abril de 1935 leemos: "La táctica del partido tiende a la utilización de la huelga general para impedir la guerra, y de la revolución social si ésta ocurriera." ¡Una obligación notablemente precisa pero -por desgracia- absolutamente ficticia! No sólo se separa la huelga general de la revolución social, sino que aquélla se contrapone a ésta como método especifico para "detener la guerra". Esta es una antigua concepción de los anarquistas, que la vida misma se encargó de aplastar hace mucho tiempo. La huelga general sin una insurrección victoriosa no puede "impedir la guerra". Si en las circunstancias creadas por la movilización militar la insurrección resulta impo­sible, también resulta imposible la huelga general.

En el párrafo siguiente leemos: "El ILP exhortará a lanzar una huelga general contra el gobierno británico si este país participa directa o indirectamente en un ataque contra la Unión Soviética..." Si es posible evitar cualquier guerra mediante una huelga general, resul­ta tanto más necesario detener una guerra contra la URSS. Pero aquí entramos en el terreno de las ilusio­nes: inscribir en las tesis la consigna de huelga general como castigo por un crimen capital del gobierno, es cometer el pecado de la charlatanería revolucionaria. Si se pudiera llamar a una huelga general a voluntad, lo mejor seria lanzarla hoy mismo para impedir que el gobierno británico estrangule a la India y colabore con Japón, que está estrangulando a China. Los dirigentes del ILP nos dicen, claro está, que no tienen fuerzas su­ficientes para hacerlo. Pero nada les otorga el derecho de prometer que aparentemente contarán con las fuer­zas necesarias para llamar a una huelga general el día de la movilización del ejército. Y si son capaces, ¿por qué limitarse a una huelga general? En realidad, la conducta del partido durante la movilización del ejér­cito será producto de todos sus éxitos anteriores y de la situación nacional en su conjunto. Pero la política re­volucionaria no debe tener como objetivo la huelga ge­neral aislada como medio específico para "impedir la guerra", sino la revolución proletaria, de la cual la huelga general será inevitable o, muy probablemente, parte integrante.

El ILP rompió con el Partido Laborista principalmente para mantener la independencia de su bloque parlamentario. No queremos discutir aquí si fue correcto romper en el momento dado, y si el ILP ob­tuvo todas las ventajas esperadas. Creemos que no. Pero de cada una de las organizaciones revolucionarias inglesas se puede decir que sus respectivas actitudes hacia las masas y la clase prácticamente coinciden con sus posiciones respecto del Partido Laborista, basado en los sindicatos. En este momento, la cuestión de sí se debe funcionar dentro o fuera del Partido Laborista no es un problema de principios, sino de oportunidades reales. Sea como fuere, sin una tendencia fuerte en los sindicatos y, por ende, en el Partido Laborista, el ILP está condenado aún hoy a la impotencia. Sin embargo, durante un largo periodo el ILP le dio una importancia mucho mayor al "frente único" con el insignificante Partido Comunista, que al trabajo en las organizaciones de masas. Los dirigentes del ILP consideran que la política de construir un ala opositora en el Partido Laboris­ta es incorrecta; las razones que aducen son verdadera­mente asombrosas: "ellos (la oposición) critican a la dirección y la política del partido pero, en virtud de la votación en bloque y de la forma organizativa del par­tido, no pueden cambiar la composición del ejecutivo, ni la política parlamentaria del partido, en el período en que es necesario resistir a la reacción capitalista, al fascismo y la guerra" (p. 8).

La política de la oposición en el Partido Laborista es increíblemente mala. Pero significa que es necesa­rio contraponerle una política marxista correcta, en el seno del Partido Laborista. ¿Que no es tan fácil? ¡Por supuesto que no! Pero hay que saber ocultar las acti­vidades de la vigilancia policial de Sir Walter Citrine y de sus agentes hasta el momento oportuno. ¿Pero acaso no es un hecho que una fracción marxista no lograría alterar la estructura y la política del Partido Laborista? Rotundamente, sí: la burocracia no se rendirá. Pero los revolucionarios, trabajando dentro y fuera, pueden y deben ganar a decenas y centenares de miles de obre­ros. La crítica del ILP a la fracción de la izquierda del Partido Laborista es evidentemente artificial. Por eso podríamos decir con mucha mayor razón que el peque­ño ILP, al involucrarse con el desprestigiado Partido Comunista y alejarse de las organizaciones de masas, no tiene la menor oportunidad de convertirse en un partido de masas "en el período en que es necesario resistir a la reacción capitalista, el fascismo y la gue­rra".

Vemos así que el ILP considera necesario que la organización revolucionaria exista en forma indepen­diente dentro del marco nacional, inclusive en el pre­sente. Parecería que la lógica marxista exige que se aplique el mismo criterio en el terreno internacional. No se puede concebir la lucha contra la guerra y por la revolución sin una internacional. El ILP considera opor­tuno coexistir con el Partido Comunista, por consi­guiente existir contra el Partido Comunista, y por eso mismo reconoce la necesidad de crear, contra la Inter­nacional Comunista... una nueva internacional. Sin embargo, el ILP no se atreve a sacar esta conclusión. ¿Por qué?

Si el ILP considerara que la Comintern se puede reformar, tendría el deber de ingresar a sus filas e im­pulsar esa reforma. Si, por el contrario, estuviera con­vencido de que la Comintern se ha vuelto incorregible, su deber sería unirse a nosotros en la lucha por la Cuar­ta Internacional. El ILP no hace ninguna de las dos cosas. Se detiene a mitad de camino. Se obstina en mantener una "colaboración fraternal" con la Interna­cional Comunista. Si lo invitan al próximo congreso de la Internacional Comunista -¡así dice textualmente en sus tesis de abril de este año!- concurrirá para luchar por sus posiciones y defender los intereses de la "uni­dad del socialismo revolucionario". Evidentemente, el ILP tenía la esperanza de que la Internacional lo "invitara". Significa que su sicología en relación con la Internacional es la de un huésped y no la de un anfi­trión. Pero la Comintern no invitó al ILP. Ahora, ¿qué?.

Lo primero que hay que comprender es que es impo­sible construir partidos obreros verdaderamente in­dependientes -independientes no sólo de la burgue­sía, sino también de las dos internacionales en banca­rrota- sin estrechos vínculos internacionales basados en los mismos principios, en el intercambio vivo de experiencias y en el control y vigilancia recíprocos. La concepción de que primero es necesario construir los partidos nacionales (¿cuales? ¿sobre qué bases?) y coaligarlos en una Internacional después (y en ese caso, ¿cómo se ha de garantizar una base principista?) es una caricatura de la historia de la Segunda interna­cional: la Primera y la Tercera se construyeron de distinta manera. Pero hoy, en la situación creada por la era imperialista, cuando la vanguardia proletaria del mundo tiene tras de sí una colosal experiencia común de décadas, que incluyen la experiencia del derrumbe de dos internacionales, es absolutamente inconcebi­ble que se puedan construir partidos marxistas revolucionarios nuevos si no existe un contacto directo entre quienes realizan ese trabajo en distintos países. Y esto significa construir la Cuarta Internacional.

Es cierto que el ILP mantiene una relación inter­nacional, llamada Buró de Londres (IAG). ¿Es éste el embrión de una nueva Internacional? Rotundamente, ¡no!. De todos los participantes, el ILP es quien se pro­nuncia más resueltamente contra la "ruptura": no es casual que el buró de las organizaciones rupturistas inscriba en su bandera la consigna de... "unidad". ¿Unidad con quién? El ILP anhela de corazón que todas las organizaciones socialistas revolucionarias y todas las secciones de la Internacional Comunista se unifi­quen en una Internacional única, dotada de un buen programa. El camino del infierno esta pavimentado con buenas intenciones. El ILP se encuentra en una situación tanto más impotente cuanto que nadie en el Buró de Londres la comparte. Por otra parte, la Inter­nacional Comunista, que ha derivado conclusiones social-patriotas de la teoría del socialismo en un solo país, hoy no busca sus alianzas entre los grupos revolucio­narios débiles, sino entre las poderosas organizaciones reformistas. Las tesis de abril del ILP nos consuelan: "...pero éstas (las demás organizaciones adheridas al Buró de Londres) concuerdan con que la idea de la nueva Internacional es ahora una cuestión teórica (!) y que la forma (!) de la Internacional reconstruida dependerá de los acontecimientos históricos (!) y del desarrollo de la lucha de clases real" (p. 20).

¡Un razonamiento notable! El ILP insta a las "or­ganizaciones socialistas revolucionarias" a unificarse con las secciones de la Internacional Comunista; pero por parte de ambas no hay, ni puede haber el menor deseo de concretar dicha unificación. "Pero", se con­suela el ILP, las organizaciones socialistas revolu­cionarias concuerdan con... ¿qué? con que por el momento es imposible prever cual será la "forma" de la Internacional reconstruida. Precisamente por ello, dice, el problema mismo de la Internacional ("¡Prole­tarios de todos los países, uníos!") es "teórico". Con ese criterio podría decirse que el problema del socialismo es teórico porque nadie sabe qué forma tendrá; además, es imposible realizar la revolución socialista mediante una Internacional "teórica".

El ILP coloca la cuestión del partido nacional y de la Internacional en dos planos distintos. Nos dijeron que el peligro de la guerra y del fascismo exige la construc­ción inmediata de un partido nacional. En cuanto a la Internacional, el problema es... "teórico". El oportu­nismo nunca se revela de manera tan clara e incontro­vertible como en esta contraposición principista del partido nacional con la Internacional. La bandera de la "unidad socialista revolucionaria" le sirve al ILP para cerrar una grieta en su política. ¿No tenemos razón cuando decimos que el Buró de Londres sirve de refugio temporal para los vacilantes, los perdidos y los que esperan la "invitación" de alguna de las Internaciona­les existentes?

El ILP reconoce que el Partido Comunista posee "bases teóricas y revolucionarias", pero a la vez califi­ca su conducta de "sectaria". Se trata de una caracte­rización superficial, unilateral y fundamentalmente errónea. ¿A qué "bases teóricas" se refiere el ILP? ¿A El Capital de Marx, a las Obras de Lenin, a las resolu­ciones de los primeros congresos de la Comintern o... al programa ecléctico aprobado por la Internacional Co­munista en 1928, la malhadada teoría del "tercer período", el "social-fascismo" y, últimamente, los juramen­tos patrióticos?

Los dirigentes del ILP pretenden (al menos, hasta ayer pretendían) que la Internacional Comunista ha mantenido las bases teóricas asentadas por Lenin. En otras palabras, identifican el leninismo con el stalinis­mo. Es cierto que no se deciden a afirmarlo claramen­te. Pero al pasar por alto y en silencio la colosal lucha crítica que se desarrolló primero adentro y luego afuera de la Internacional Comunista, al negarse a estudiar la lucha librada por la "Oposición de Izquierda" (bol­cheviques-leninistas) y definir su actitud hacia la misma, los dirigentes del ILP se revelan como provin­cianos atrasados en lo referente a los problemas del movimiento mundial, recogiendo así las peores tradiciones del movimiento obrero insular.

La verdad es que la Internacional Comunista carece de bases teóricas. En efecto: ¿de qué bases teóricas se habla cuando los dirigentes de ayer, como Bujarin, son tachados de "liberales burgueses", cuando los dirigentes de anteayer, como Zinoviev, son encarcela­dos por "contrarrevolucionarios", mientras los Ma­nuilskis, Lozovskis, Dimitrovs y el propio Stalin jamás se preocuparon de los problemas teóricos?[8]

La observación sobre "sectarismo" no es menos errónea. El centrismo burocrático, que trata de domi­nar a la clase obrera, no es sectarismo, sino una re­fracción específica del régimen autocrático de la buro­cracia soviética. Los caballeros que ayer se quemaron los dedos, hoy se arrastran abyectamente ante el re­formismo y el patriotismo. La dirección del ILP aceptó como verdad evangélica la afirmación de los dirigentes del SAP (¡bonitos consejeros!), de que la Comintern sería perfecta si no fuera por su "sectarismo ultraiz­quierdista". Mientras tanto, el Séptimo Congreso barrió los últimos restos de "ultraizquierdismo"; co­mo resultado de ello, la Comintern no se elevó, sino que se rebajó aun más, perdiendo todo derecho a la exis­tencia política independiente. Porque, en todo caso, los partidos de la Segunda Internacional son más aptos para la política de conciliación con la burguesía y para la corrupción patriótica de los obreros: poseen una lar­guísima trayectoria oportunista y despiertan menos sospechas en aliados burgueses.

¿No opinan los dirigentes del ILP que después del Séptimo Congreso deberían revisar totalmente su ac­titud para con la Internacional Comunista? Si es impo­sible reformar al Partido Laborista, existen muchísi­mas menos posibilidades de reformar a la Internacional Comunista. No queda otra alternativa que construir la nueva Internacional. Es cierto que en los partidos comunistas todavía se encuentran no pocos obreros revolucionarios honestos, pero es necesario sacarlos del pantano de la Comintern para que tomen la senda re­volucionaria.

El programa del ILP incluye tanto la conquista re­volucionaria del poder como la dictadura del proleta­riado. Después de Alemania, Austria y España esas consignas se han vuelto obligatorias. Pero eso de nin­guna manera significa que revistan un auténtico con­tenido revolucionario en todos los casos. Los Ziromskis de todos los países no tienen el menor empacho en com­binar la "dictadura del proletariado" con el patriotis­mo más abyecto y, por otra parte, esa clase de farsa está cada vez más de moda. Los dirigentes del ILP no son socialpatriotas. Pero, hasta tanto quemen los puen­tes que los conducen al stalinismo, su internacionalis­mo mantendrá un carácter semiplatónico.

Las tesis de abril del ILP nos permiten enfocar el mismo problema desde un nuevo ángulo. Las tesis de­dican dos parágrafos (27-28) a los futuros consejos de diputados obreros ingleses. No contienen ninguna afir­mación errónea. Pero debemos señalar que los consejos (soviets) constituyen una forma organizativa, y de nin­guna manera una especie de principio inmutable. Marx y Engels nos dieron la teoría de la revolución proletaria basada parcialmente en su análisis de la Comuna de París, pero no dijeron nada acerca de los consejos. En Rusia existieron soviets socialrevolucionarios y mencheviques, vale decir, soviets antirrevolucionarios. En la Alemania y Austria de 1918, los consejos fueron dirigidos por los reformistas y por los patriotas, jugan­do un papel contrarrevolucionario. En la Alemania del otoño de 1923, los comités de fábrica cumplieron el papel de los consejos y hubieran podido asegurar la victoria de la revolución de no haber sido por la política cobarde del Partido Comunista dirigido por Brand­ler y compañía.[9] De manera que la cuestión de los soviets, -una forma de organización - no reviste un carácter principista. Está claro que de ninguna ma­nera nos oponemos a que el ILP incluya a los consejos como "organizaciones amplias" (p. 11), en su progra­ma. Pero la consigna no debe trasformarse en un feti­che ni, lo que es peor, en una frase hueca, como hacen los stalinistas franceses ("¡Todo el poder a Daladier!"; "¡Soviets por todas partes!").

Pero aquí nos interesa otro aspecto del problema. En el parágrafo 28 de las tesis se dice: "los consejos obreros asumirán su forma definitiva en medio de la crisis revolucionaria, pero el partido debe preparar con­secuentemente su organización" (el subrayado es nues­tro). Recordémoslo mientras comparamos las respec­tivas actitudes del ILP para con los futuros consejos y la futura Internacional: así el error de la posición del ILP resaltará con mayor claridad. Respecto de la Internacional se nos dicen generalidades en el espí­ritu del SAP: "La forma de la Internacional recons­truida dependerá de los acontecimientos históricos y del desarrollo de la lucha de clases real." De ahí el ILP saca la conclusión de que el problema de la Inter­nacional es puramente "teórico", para decirlo en el lenguaje de los empíricos, irreal. Al mismo tiempo, nos dicen que "los consejos obreros asumirán su for­ma definitiva en medio de la crisis revolucionaria, pero el partido debe preparar consecuentemente su organización".

Sería difícil embrollar aun más la cuestión. En re­lación con los consejos y con la Internacional, el ILP emplea métodos de razonamiento directamente contra­dictorios. ¿En cuál de los casos se equívoca? En ambos. Las tesis vuelven patas para arriba el problema de las tareas partidarias. Los consejos constituyen una forma de organización, nada más que una forma. Sólo una política revolucionaria correcta en todos los terrenos del movimiento obrero permite "preparar" los consejos: no existe una forma específica, especial de "prepa­rarlos". Respecto de la Internacional, sucede exactamente lo contrario. Mientras los consejos sólo pueden surgir entre las masas multitudinarias cuando cunde el fermento revolucionario, la Internacional es nece­saria siempre: en los días de fiesta y en los de trabajo, en los períodos de ofensiva y en los de retroceso, en la paz y en la guerra. La Internacional, al contrario de lo que se desprende de la fórmula absolutamente falsa del ILP, no es una "forma". La Internacional es antes que nada un programa y un sistema de métodos es­tratégicos, tácticos y organizativos que se derivan del mismo. En virtud de las circunstancias históricas, el problema de los consejos británicos queda diferido por un lapso indeterminado. Pero el problema de la Inter­nacional, al igual que la cuestión de los partidos nacionales, no se puede diferir siquiera por una hora: en lo esencial se trata de dos aspectos de una sola y única cuestión. Sin una Internacional marxista, las organiza­ciones nacionales más avanzadas quedan condenadas a la estrechez, a la vacilación, a la impotencia; los obre­ros de vanguardia se ven obligados a alimentarse con sustitutos del internacionalismo. Proclamar que la construcción de la Cuarta Internacional es una tarea "puramente teórica", es decir, innecesaria, es abdicar cobardemente de la tarea fundamental de nuestra épo­ca. En ese caso, las consignas de revolución, dictadura del proletariado, consejos, etcétera, pierden las nueve décimas partes de su significado.

En el New Leader del 30 de agosto encontramos un artículo excelente: "¡No confiar en el gobierno!" Señala que el peligro de la "unidad nacional" se acer­ca paralelamente con el peligro de guerra. En momen­tos en que los malhadados dirigentes del SAP ex­hortan a emular -¡literalmente!- a los pacifistas británicos, New Leader dice: "(El gobierno) utiliza el anhelo de paz como preparación del pueblo británico para la guerra imperialista."

Estas líneas, en letra bastardilla en el original, ex­presan con la mayor precisión el papel político del paci­fismo pequeñoburgués: como válvula de escape platónico para el horror que sienten las masas ante la guerra, el pacifismo le facilita al imperialismo la tarea de hacer de esas mismas masas su carne de cañón. New Leader fustiga la posición patriótica de Citrine y demás socialimperialistas, quienes (citando a Stalin) se montan sobre las espaldas de Lansbury y otros pacifis­tas.[10] Pero, más abajo, el mismo artículo señala su "asombro" ante el hecho de que los comunistas britá­nicos apoyen la política de Citrine respecto de la Liga de las Naciones y las "sanciones" contra Italia ("el asombroso apoyo a la línea del laborismo").[11]

Ese "asombro" constituye el talón de Aquiles de la política del ILP. Cuando el comportamiento inesperado de un individuo nos "asombra", sólo significa que conocemos mal su verdadera personalidad. La cosa se vuelve muchísimo peor cuando un político se ve obligado a confesar su "asombro" ante el comportamiento de un partido político y, más aun, de toda una Inter­nacional. Porque los comunistas británicos no hacen más que llevar a cabo las decisiones del Séptimo Congreso de la Internacional Comunista. Si los dirigentes del ILP se "asombran", eso se debe a que todavía no se han percatado del verdadero carácter de la In­ternacional Comunista y sus secciones. Sin embargo, la crítica marxista a la Internacional Comunista tiene una trayectoria de doce años. Cuando la burocracia soviética adoptó la teoría del "socialismo en un solo país" como artículo de fe (1924), los bolcheviques-leninistas vaticinaron la inexorable degeneración nacionalista y patriótica de las secciones de la Internacional Comu­nista y, a partir de entonces, la estudiaron críticamente, etapa por etapa. Los acontecimientos tomaron despre­venidos a los dirigentes del ILP porque desconocie­ron la crítica de nuestra tendencia. El privilegio de ser "asombrado" por los grandes acontecimientos es pre­rrogativa de los pequeñoburgueses reformistas y paci­fistas. Los marxistas, sobre todo los que pretenden ser dirigentes, no deben poseer la facultad del asombro, sino la de la previsión. Y, permítasenos señalar al pasar, no es la primera vez en la historia que la duda marxista resultó más clarividente que la credulidad centrista.

El ILP rompió con el poderoso Partido Laborista de­bido al reformismo y al patriotismo de éste. Hoy, al refutar a Wilkinson,[12] New Leader señala que la po­sición patriótica del Partido Laborista justifica plenamente la independencia del ILP. Siendo así, ¿qué diremos del interminable coqueteo del ILP con el Partido Comunista británico, que en la actualidad va a la cola del Partido Laborista? ¿Qué diremos de la exhortación del ILP a la fusión con la Tercera Internacional, que ac­tualmente toca el primer violín en la orquesta social-patriota? ¿Estáis "asombrados", camaradas Maxton, Fenner Brockway y compañía?[13] Eso no basta para ser dirigente de partido. Para no asombraros más, de­béis hacer la evaluación crítica del camino recorrido y sacar conclusiones para el futuro.

En agosto de 1933 la delegación bolchevique-leninista había emitido una declaración especial donde proponía oficialmente a todos los miembros del Buró de Londres, entre ellos el ILP, que estudiaran junto con nosotros los problemas estratégicos fundamentales de nuestra época, y, en particular, que definieran su actitud hacia nuestros documentos programáticos. Los dirigentes del ILP no se dignaron ocuparse de tales cuestiones. Además, temían comprometerse asocián­dose con una organización que es blanco de la más rabiosa y vil persecución por parte de la burocracia soviética: no olvidemos que, para esa época, los dirigentes del ILP aguardaban una "invitación" de la In­ternacional Comunista. Aguardaron, pero lo esperado no se materializó...

¿Es concebible que después del Séptimo Congreso los dirigentes del ILP se obstinen en describir la situa­ción como si los stalinistas británicos fueran lacayos del deshonrado Sir Walter Citrine por equivocación y durante una décima de segundo? Semejante maniobra sería indigna de un partido revolucionario. Quisiéra­mos abrigar la esperanza de que los dirigentes del ILP terminarán por comprender que el derrumbe total e irremediable de la Internacional Comunista como or­ganización revolucionaria es absolutamente lógico, y que sacarán de ello las conclusiones pertinentes. Son bastante sencillas:

Elaborar un programa marxista.

Alejarse de los dirigentes del Partido Comunista y volver la cara hacia... las organizaciones de masas.

Colocarse bajo la bandera de la Cuarta Interna­cional.

Si el ILP toma esta senda, estamos dispuestos a marchar hombro a hombro con él.

 

L. Trotsky

 

 

20 de octubre de 1935

 

 

 

Una adición necesaria

 

En mi artículo aprobé la política del partido respecto de la cuestión de las sanciones. Posteriormente, mis amigos me enviaron una copia de una importante carta del camarada Robertson a los militantes del ILP.[14] El camarada Robertson acusa a la dirección de fomen­tar las ilusiones pacifistas, sobre todo en lo referente a la "negativa" a cumplir con el servicio militar. Me solidarizo plenamente con lo que dice el camarada Robertson en su carta. La desgracia del ILP radica en su carencia de un programa verdaderamente marxista. Es también por eso que sus mejores actividades, como las sanciones contra el imperialismo británico, siempre están teñidas de pacifismo y centrismo.

 

L.T.



[1] EL ILP y la Cuarta Internacional. New International, diciembre de 1935. El "agregado necesario" fue traducido [al inglés] para la primera edición [norteamericana] de los Escritos 35-36 por Fred Buchman, del Bulletin Interieur, LCI, diciembre de 1935.

[2] Liga Antiimperialista: Creada por la Comintern, realizó su primer con­greso mundial (febrero de 1927) en Bruselas y el segundo y último (julio de 1929) en Frankfurt.

[3] Véanse los artículos y cartas de Trotsky sobre el ILP de 1933 en Es­critos 1933-34.

[4] Cartismo (1838-50): movimiento de agitación revolucionaria en torno a la "carta del pueblo", petición de seis puntos elaborada por la Asociación Obrera de Londres en 1837. Abogaba por el sufragio universal y la derogación de las estipulaciones de propiedad para podar vo­tar, entre otras cosas. A pesar de la amenaza de huelga general, la cámara de los comunes la rechazó en 1839. El POB decretó la huelga belga de 1893 para reivindicar el sufragio masculino a partir de los veinticinco años. Produjo grandes modificaciones en la ley electoral.

[5] Paul Faure (1878-1960): secretario general de la minoría de la SFIO que rechazó la afiliación a la Comintern y encabezó su aparato desde 1920 hasta la Segunda Guerra Mundial. Fue expulsado en 1944 por haber colaborado con los nazis durante la ocupación. Jean-Baptiste Lebas (1878-1944), diputado socialista en 1932-40, fue ministro del gobierno del Frente Popular. Murió en el exilio. Blanquismo, por Louis-Auguste Blanqui (1805-1881), es la teoría de la insurrección armada realizada por pequeños grupos de conspiradores seleccionados y entrenados, en oposición a la concepción marxista de la acción de masas.

[6] Weimar: pequeña ciudad donde se organizó el gobierno democrático burgués de la República Alemana en 1919. La bancarrota de la democracia de Weimar allanó el camino para la toma del poder por Hitler en 1933.

[7] Manifiesto del 17 de octubre de 1905: firmado por el zar, proclamaba una constitución con leyes electorales más amplias y libertades gene­rales. El zar lo revocó después de aplastar la revolución.

[8] Dimitri Manuilski (1883-1952): había sido miembro, junto con Trots­ky, de un grupo marxista independiente que se unificó con los bolcheviques en 1917. Apoyó a Stalin en los años veinte y fue secretario de la Comintern en 1931-43. Solomon Lozovski (1878-1952) dirigió la In­ternacional Sindical Roja y las tácticas ultraizquierdistas empleadas por el movimiento sindical stalinista en todo el mundo durante el "tercer período".

[9] En 1923, una severa crisis económica y la ocupación francesa del Ruhr provocaron una situación revolucionaria en Alemania. La mayoría de la clase obrera apoyó al PC, pero la dirección de éste vaciló, perdió una oportunidad excepcional para lanzar la lucha por el poder y permitió a los capitalistas alemanes recuperar la estabilidad antes de que terminara el año. La responsabilidad del Kremlin por esta Oportunidad perdida fue uno de los factores que llevó a la formación de la Oposición de Izquierda rusa e fines de ese año. Heinrich Brandler (1881-1967), miembro fundador del PC alemán, era el principal dirigente del mismo en 1923. El Kremlin hizo de él un chivo emisario y lo expulsó de la dirección en 1924. Se alineó con la Oposición de Derecha de Bujarin y fue expulsado del partido en 1929. Creó una organización independiente que existió hasta la Segunda Guerra Mundial.

[10] George Lansbury (1859-1940): diputado laborista en el parlamento británico y fundador del Daily Herald, el órgano del partido. Como pa­cifista, en 1935 se opuso, a que la Liga de las Naciones le aplicara sancio­nes a Italia por la invasión y ocupación de Etiopía.

[11] Tras la invasión italiana a Etiopía en octubre de 1935, el Partido Laborista y el PC iniciaron una campaña para presionar al gobierno conservador a fin de que se obligara a los italianos a detener su agresión mediante la política de "sanciones" (medidas coercitivas tales como bloqueos y boicots) por parte de los miembros de la Liga de las Naciones. El ILP estaba dividido en torno a la cuestión. Un sector, que incluía a los trotskistas, llamó a los obreros a organizarse y lanzarse a la acción directa para impedir que llegaran pertrechos y ayuda a Italia y para negarse a fabricar o enviar pertrechos militares ("sanciones obreras"). Fenner Brockway apoyó esta posición al principio, pero luego capituló ante la política pacifista de Maxton y McGovern, dirigentes del ILP, que se opusieron a las sanciones, tanto obreras como de la Liga de las Naciones, argumentando que Etiopía era tan mala como Italia.

[12] Ellen Wilkinson (1891-1947): diputada laborista en los años treinta. En la década del veinte había sido comunista, pero luego se volvió anticomunista y fue funcionaria del gobierno de coalición durante la guerra.

[13] James Maxton (1885-1946): principal dirigente del ILP en los años treinta. Pacifista, aprobó la política de Chamberlain en Munich, en 1938. Fenner Brockway (n. 1890), dirigente del ILP, fue secretario del Bu­ró de Londres y adversario de la CI.

[14] E. Robertson: seudónimo de Earle Birney, miembro del Workers Party de Canadá; durante un período permaneció en Inglaterra colaborando con los trotskistas británicos en el ILP. En noviembre de 1935 visitó a Trotsky en Noruega y discutió la propuesta del viraje inmediato hacia el Partido Laborista. Las entrevistas están incluidas en este tomo. Abandonó la CI en 1940 y luego fue poeta laureado de Canadá.



Libro 4