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Boletín Nº 11 (Febrero 2009)

El colapso del New Deal

El colapso del New Deal

Maurice Spector

 

Traducción por Oscar Shiespire especialmente para este boletín de Spector, Maurice, “The collapse of the New Deal”, The New International, Vol.4, Nº 6, junio de 1938, pág.173-175.

 

Han pasado cinco años desde la inauguración del New Deal y ¿qué se celebra en el Estado de la Unión? El nivel de la producción industrial en marzo de este año se ha mantenido 37% debajo del año pasado. La producción se hundió desde los niveles de 1929 a 1933, en el breve lapso de un año, una proeza que le llevó tres años a la administración Hoover. Los valores de las acciones en Nueva York se redujeron en US$ 27.000.000.000 en el curso de un año. El acero está trabajando al 30% de su capacidad. El poder adquisitivo del dólar rural es 25% menor que hace un año. Las filas de los desempleados han crecido a trece millones. ¡Todo esto parecería ser un momento singularmente inapropiado para la aparición del Public Papers and Addresses of Franklin D. Roosevelt! Los cinco volúmenes arrojan estos títulos: La génesis del New Deal, 1928-1932; el Año de la Crisis, 1933; El Avance de la recuperación y la Reforma, 1934; La Corte desaprueba, 1935; La gente aprueba, 1936. La secuela concluyente de esta apoteosis fue proporcionada groseramente y sin el permiso del Brain Trust, por la historia en 1937.

La estrepitosa declinación económica está relegando el mito del New Deal junto a su predecesor, la ilusión de la Nueva Era (1923-29). El milenio económico de Harding y Coolidge[1] parece ahora “pre-glacialmente” remoto. Pero los ingenuos peregrinos de la socialdemocracia europea vinieron una vez a estas costas buscando el secreto de la prosperidad eterna. El plan prometía seguir sin fin, lo más cercano bajo el capitalismo a una economía de “tome usted mismo una banana” de las islas del Mar del Sur. Los profesores eruditos proclamaban la anulación definitiva del ciclo de negocios. El pobre Marx era triunfalmente demolido como un agrio judío alemán, un hegeliano refutado, o caritativamente, como otro eminente victoriano. Era la Era Dorada, Peterkin y otro hombre llamado Lovestone[2] la explicaban como “excepcionalismo americano”. En los congresos de la Internacional Comunista en Moscú, los delegados americanos participaban de la gloria de su burguesía, masoquistamente orgullosos de la fortaleza del imperialismo americano.
Hasta que llegó un día del frío otoño de 1929, cuando caían las hojas y los peatones caminaban cautelosamente para evitar chocarse con los hombres de negocios que saltaban de los rascacielos de Wall Street. El capitalismo americano se quebró. Mientras la extrema izquierda de la sociedad había estado anticipando esto de una forma general y rutinaria durante años, el acontecimiento los encontró no menos incrédulos e inadvertidos que el Club de la Liga de las Naciones. En el período de 1929-1932, los sueldos se hundieron 60%, los salarios cayeron un 40%, y los dividendos un 57%. La parálisis industrial creó un ejército de quince millones de trabajadores desocupados y treinta millones de personas fueron arrojadas a la caridad pública o privada.

La “Revolución Roosevelt”

Sean cuales fueran las dificultades de los historiadores para encontrar el lugar de Roosevelt en la historia, no hay dudas que llegó a tiempo para salvar al capitalismo. En la mañana del aniversario, toda la estructura bancaria del país había quebrado y las masas estaban al borde de revueltas por hambre. La Reconstruction Finance Corporation, que Roosevelt heredó de Hoover, asumió sus funciones en Wall Street, bombeando miles de millones de dólares a toda clase de empresas financieras e industriales, a ferrocarriles, bancos y compañías de seguros. Para finales de 1934 había 25 millones de dólares en concepto de auxilio. El país se encontró sumergido en un colosal estado de subsidio.

En 1934 la producción de rieles de acero era de 1.008.000 toneladas contra 408.000 de 1933. Pero del aumento de 600.000 toneladas, el gobierno le entregó a los ferrocarriles el efectivo para comprar 425.000 toneladas.

“La industria del acero, la industria automotriz, cualquier industria que se jactó de haber estado mejor en sus negocios en 1934 logró esa mejoría con fondos federales”, escribió John T. Flynn. “Estas industrias están paralizadas… sus empleados están desocupados… Los tenedores de acciones que obtuvieron aumentos en sus dividendos y los tenedores de bonos que obtuvieron su continuo interés están paralizados también.”

Pero la “Revolución Roosevelt” proclamó más de lo que realmente alivió a América. Prometió que habría un plan de reforma y recuperación.

“Sí”, se jactaba Roosevelt en su discurso de Charleston en 1935, “estamos en el camino de vuelta, no sólo por pura casualidad, amigos míos, no sólo por una vuelta de tuerca, de un ciclo. Estamos regresando más fuertes que nunca porque así lo estamos planeando, y no dejen que nadie les diga algo diferente”.

La naturaleza del plan del New Deal fue establecida rápidamente. Era un intento de limitar las fuerzas productivas, por medio de una restricción de la producción y subsidiando la escasez. Fue un sabotaje organizado con el propósito de crear una escasez artificial. La Ley de Ajuste Agrícola (AAA) fue esencialmente una medida para restringir la producción rural. La NRA dejó de lado los obstáculos de las leyes anti-trust.

Los grandes negocios no fueron originalmente adversos a la “planificación” y, de hecho, jugaron un papel importante en el encuadramiento de la NRA. En 1932 la industria había sufrido pérdidas de aproximadamente US$ 8.000.000.000 y estaba completamente aterrada por las huelgas. En respuesta a un cuestionario de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en 1932, el 90% de las respuestas declaraban estar a favor de la planificación económica. La Cámara quería eliminar “los males de la competencia irrestricta”, modificar las leyes anti-trust, y regular los salarios y horas con las asociaciones comerciales bajo supervisión de la NRA en lugar del estatuto. Los grandes negocios escribieron las reglas. Estabilizar la industria significaba estabilizar sus unidades más grandes. Los beneficios monopólicos crecieron. Los grandes negocios estaban perfectamente dispuestos a aceptar todos los subsidios del estado, préstamos y garantías necesarios. No tuvieron objeciones con el HOLC[3]y los instrumentos varios de crédito rural en los que el gobierno asumía el riesgo y aseguraba al tenedor de la hipoteca, a los bancos y las compañías de seguros. Mil cuatrocientas treinta y cinco compañías manufactureras y comerciales aumentaron rápidamente sus beneficios de US$ 640.000.000 en 1933 a US$ 1.051.000.000 en 1934, o un 64%. Pero una vez que se restauraron los beneficios, los grandes negocios exigieron terminar con la intromisión del gobierno, y regresar a la explotación.
El New Deal es esencialmente un intento de la pequeña burguesía de rescatar el capitalismo mediante métodos de reformismo social. Si el actual esfuerzo estalinista para movilizar a las masas a favor del New Deal es traicionero, no menos falso fue su primera caracterización del New Deal como fascista. Ciertamente el New Deal contiene elementos comunes a todas las formas de planificación estatal capitalista y Roosevelt representa a los banqueros de Wall Street en el sentido más general porque se propone preservar la propiedad capitalista. Pero debe recordarse que la socialdemocracia en diferentes momentos procuró también “controlar” el capitalismo mediante estos métodos. Está la experiencia de Australia, Suecia y otros países. Esencialmente basado en las demandas de las clases medias de reforma, seguridad y control de los recursos naturales, y con el movimiento obrero organizado a la rastra, el New Deal es el equivalente americano del Frente Popular, el reformismo social sans (sin) una socialdemocracia. La sección séptima del estatuto otorga el derecho de organización y negociación colectiva a los sindicatos y fue concebido como contrapeso a los Grandes Negocios.
El mismo destino que alcanzó al coalicionismo socialdemócrata, los gobiernos laboristas y los Frentes Populares ha alcanzado al New Deal. La planificación económica sin atacar al sistema de ganancias mismo, lleva o bien al garrote de los monopolios, o crea mayores contradicciones y caos. La economía planificada sobre una base socialista implica crear un equilibrio entre la producción y el consumo en una escala ascendente del control de la inversión. Esto significaría el control de la producción y los precios, el consumo, los salarios, las ganancias, y los ingresos, la producción de bienes de capital y consumo, la acumulación de capital e inversión y, de la agricultura y la industria. El New Deal podía preparar la bomba pero no podría controlar el flujo de inversión, un control imposible si no son abolidos los derechos del capital y las ganancias. Tugwell, Berle, Frankfurter[4] y los otros cerebros pensaron que podían planificar la economía sin el desorden de la revolución. Mientras el capitalismo estuviera todavía lamiendo sus heridas, ellos avanzarían furtivamente y antes de decir “¡Robinson!”, estarían en una economía administrada. Según la visión de Berle, la necesidad de un cambio en las relaciones de propiedad era un prejuicio marxista. Bajo el sistema corporativo, argumentaba, la propiedad no contaba –estaba demasiado dispersa. La administración ejercía control sobre la producción. Por lo tanto era más fácil exigir cosas a este “grupo de control” que poner una máquina de gobierno en su lugar. ¡Qué inteligentes estos chicos de Harvard!

 

 

Recuperación - Diminuendo[5]

La efímera recuperación del New Deal puso a prueba una ilusión. El gobierno de Roosevelt gastó US$ 20.000.000.000 tratando de salvar el capitalismo.
“De hecho ha gastado más dinero en cinco años”, se lamentaba The New York Times, “que durante todas las administraciones que han gobernado este país desde los días de George Washington hasta Woodrow Wilson… Aún así los negocios del país han sido subnormales tres cuartas partes del tiempo”.
El hecho es que nunca hubo ninguna recuperación en el sentido de una expansión de capital. Hubo una restauración de las ganancias y una estabilización temporaria en un nivel más bajo. En el pasado, la prosperidad capitalista dependía de la creciente producción y absorción de bienes de capital; bajo el New Deal el capital aseguró sus ganancias mediante la restricción. Los “new dealers” sin dudas sabían que la recuperación normal comienza por un aumento en la inversión privada pero se esperaba que después de que el gasto público hubiera sembrado la semilla del auge, fondos privados lo reemplazarían más adelante, haciendo de la recuperación una mujer honesta. Pero cuando se recortó el gasto público con la esperanza de nivelar el presupuesto, el auge se paró en seco. El capital privado no “tomó la posta”.
Cada depresión antes de 1929 había terminado con una recuperación que llevaba la actividad económica a un punto más alto al nivel de la pre-depresión. Las crisis eran un medio para avanzar realmente en la producción capitalista. Pero cuando terminó la recesión de Roosevelt, la producción todavía estaba 10% por debajo del nivel de 1929. La característica más llamativa de la actual crisis fue la paralización completa del desarrollo industrial. No existe paralelo de esto en la historia económica americana. Los gastos del New Deal sirvieron para sostener las hundidas bases del capitalismo pero no para restaurar su progresiva fuerza económica. Anteriormente el capitalismo superaba sus crisis y restauraba la prosperidad mediante crecientes oportunidades para la acumulación. Hoy las fuerzas productivas ya están sumamente desarrolladas para el sistema de sueldos. El estudio Brookings mostró que había una capacidad no utilizada de producir bienes de más del 20% en 1929 y aún así veinte millones de familias tenían ingresos menores de US$ 2.000. Pero la capacidad no utilizada existe bajo el capitalismo porque su uso es poco rentable. El hecho más importante de todos fue que el New Deal no pudo resolver la crisis por la sencilla razón de que sus raíces son internacionales. La pérdida de comercio exterior está directamente ligada a la crisis mundial. La recuperación en el caso de los Estados Unidos, así como de otras naciones, depende de la restauración de los mercados para el comercio normal de exportación, y esta perspectiva es más remota que nunca. Cada estado capitalista coloca crecientes obstáculos a la división del trabajo y la expansión internacional del comercio. Desde el fin de la Guerra Mundial ha habido simultáneamente un gran aumento en el proceso de la industrialización y de barreras de acuerdos económicos. La incesante guerra económica se ha emprendido desde el armisticio, una guerra que ahora avanza rápidamente a medios militares para solucionar el problema del mercado mundial.

 

La crisis social

La crisis americana ya no es meramente una fluctuación cíclica sino un estado de declinación, excluyendo todas las perspectivas de un nuevo período de genuina expansión o estabilidad duradera. Es una crisis social, una crisis del orden social mismo, implicando a todas las clases, y todos los aspectos de la actividad económica. La actual depresión es una etapa en el desarrollo de esta crisis permanente de las relaciones económicas y sociales del capitalismo americano. Esto no excluye de ninguna manera la posibilidad de un resurgimiento aunque breve y espasmódico, en un nivel más bajo, y abre paso a una nueva catástrofe y a demoledora depresión. ¿Cuál es la última receta de los new dealers ante la disminución brusca más reciente? Precisamente el mismo programa que ya ha fracasado y es como mucho una forma de alivio, principalmente que la PWA[6] otorgue préstamos y garantice las actividades. Paul Y. Anderson, un amigo de los comentarios del gobierno:
“Este país será afortunado si la mitad de esta suma (la nueva apropiación de la PWA de US$ 1.465.000.000) es gastada para este momento el año próximo. La suma es demasiado pequeña para tener un efecto decisivo en la economía nacional”.
Aún cuando la producción industrial aumentara nuevamente al nivel de 1929, tenemos la afirmación de Harry Hopkins que el número de desempleados se mantendrá entre seis y siete millones y medio. El creciente aumento de la productividad de los trabajadores, significa su progresivo desplazamiento de los ferrocarriles, minería y la manufactura, un desplazamiento que, en ausencia de la expansión industrial, tiende a volverse absoluta.
El desarrollo de la crisis a través de sus varias etapas, repitiendo auges y precipitadas caídas, debe tener un efecto en la conciencia de las masas americanas. El movimiento revolucionario no deberá esperar éxitos hasta que el nivel de vida de los trabajadores americanos haya alcanzado las profundidades de los alemanes o italianos. Los marxistas americanos en general han sido demasiado cautelosos en estimar la solidez y el poder del capitalismo americano. No hay, por supuesto, justificación para apresurar la conclusión que el capitalismo americano puede ser derribado con una pluma. Pero indudablemente ha habido una tendencia a sobreestimar su actual poder y a deslumbrase con su fachada.
Las masas mismas evidencian cada vez menos su vieja confianza en el capitalismo. Veinticinco millones de americanos han cobrado subsidios, otros tantos millones han utilizado otras formas de ayuda del gobierno. Los granjeros americanos han sido condenados y sus hipotecas ejecutadas, han volcado camiones de leche y combatido al alguacil. Los desempleados han invadido y ocupado las legislaturas. Los ex combatientes han marchado a Washington. Las clases medias, con su seguridad desaparecida, han estado en estado de fermentación. El movimiento Townsend, Epic, el movimiento Comparte la Riqueza, el padre Coughlin,[7] son todos signos de una actitud cambiante hacia el capitalismo. La clase obrera americana ha inaugurado la ola de huelgas de brazos caídos sin precedentes, violando la ley y el orden capitalistas. Han mostrado la más impresionante creatividad y militancia en la lucha. Toda esta vasta radicalización avanza bajo condiciones de crisis mundial y preparativos imperialistas para la guerra.
Existe una innegable brecha entre las condiciones objetivas revolucionarias y la conciencia política de las masas. Cómo unirlas es el problema crucial del partido revolucionario. Las viejas formas de propaganda y agitación revolucionarias para el objetivo socialista, combinadas con la agitación cotidiana de demandas mínimas realizables en el marco del capitalismo, han sido superadas. La proporción del total de los salarios respecto del valor total de la producción manufacturera en los Estados Unidos se ha ido achicando progresivamente. Sólo durante nueve años de este último tercio del siglo los registros disponibles de salarios y costos de vida de 22.000.000 de trabajadores muestran alguna mejora. Durante todo el período de 1890 a 1918, los índices de ganancias reales se han movido dentro de un rango de sólo ocho puntos. Bajo las condiciones de la declinación capitalista, con la producción de bienes de capital y acumulación de capital en descenso, el desempleo y la baja de salarios reduce aún más la participación de los trabajadores en la riqueza nacional. Si en el período de expansión capitalista el bienestar de las masas quedó rezagado respecto al desarrollo de las fuerzas productivas, hoy la resistencia exitosa a la explotación es imposible sin entrar en conflicto con las barreras del capitalismo. Aun la lucha por las llamadas demandas inmediatas debe tomar un carácter de lucha contra los confines de la ley y el orden capitalista (las tomas de fábrica).
La situación exige entonces que los marxistas revolucionarios desarrollen un programa de demandas revolucionarias transicionales que conmoverá rápidamente a las masas con su realismo como una respuesta a sus exigencias inmediatas y al mismo tiempo presenten un desafío revolucionario al capitalismo. El fracaso del New Deal debe llevar a un fermento más profundo y a la desilusión de las masas con las medidas a medio camino y el reformismo. En medio de una desesperación creciente, las clases medidas quizás se vuelvan más receptivas a la demagogia del fascismo. La lucha de clases aguda indudablemente llevará al capitalismo a subsidiar la violencia reaccionaria contra el movimiento sindical, aplastar las huelgas y restringir las libertades civiles. Los preparativos de la guerra imperialista serán usados también para limitar la libertad de acción de la clase obrera. Nadie puede decir de antemano la velocidad exacta de los acontecimientos, pero nadie tiene el derecho, en vistas del catastrófico desarrollo del escenario americano en las dos últimas décadas, a contar con un curso constante y gradual de lucha de clases. La gran e inmediata tarea de los marxistas revolucionarios es, entonces, descubrir América.



[1] Warren Harding, fue elegido en 1920 presidente de EE.UU., luego de que muere en 1923, Calvin Coolidge asume su lugar (N. de E.).
[2] Miembro del Partido Socialista, luego rompe formando el Partido Comunista en Estados Unidos. En la lucha fraccional al interior de la Internacional Comunista, este dirigente se alió a Bujarin. Cuando en 1929 éste fue expulsado de la Internacional, también la corriente de Lovestone, aunque dirigía el PC norteamericano, fue expulsada de sus filas, quedando a su cargo J. Foster (N. de E.).
[3] Home Owners' Loan Corporation: agencia establecida por el New Deal que refinanciaba las hipotecas para evitar el remate de las viviendas. Sirvió para extender créditos en largos plazos, lo que permitió que millones de personas puedan evitar la pérdida de sus hogares (N. de E.).
[4] En alusión a la camarilla de colaboradores conocida como “brain Trust”, desde antes y luego de su elección, ayudaron a conformar el plan de Roosevelt (entre los más conocidos el profesor de la Universidad de Columbia Adolph Berle y Félix Frankfurter de la Universidad de Harvard). (N. de E.)
[5] Disminuyendo. En italiano en el original (N. de E.).
[6] Programa Obras Públicas parte del plan del New Deal que buscó mitigar los efectos más desastrosos del New Deal, ver Bosch, Victoria, “Los Trotskistas en la era del New Deal”, en esta sección. (N. de E.).
[7] Movimientos, todos provenientes de las clases medias, que con un programa estrecho y reformista intentaba dar una salida al capitalismo. Algunos de ellos, como el movimiento del Padre Coughlin, adquirieron verdaderos rasgos reaccionarios, incluso como movimiento semi-fascista. (N. de E.).