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Boletín N° 10 (agosto-setiembre 2008)

El hombre Trotsky

El hombre Trotsky

Juan Luis Velázquez

 

Este artículo se encuentra en los archivos de N. Molina Flores en México. Juan Luis Velázquez (1903-1971), peruano, poeta, había adherido al PCF en 1930. Expulsado, se dirigió a España, en donde animó una oposición en el PCE. Fue responsable de la Ayuda Obrera Internacional y secretario general de la Asociación de Escritores Revolucionarios Latinoamericanos. Expulsado, se fue a Alemania, luego volvió a Perú vía Francia. Llegó a México con el fin de obtener la visa para ir a combatir a España.

Fuente: Cahiers Léon Trotsky N.º 12, de diciembre de 1982, del Instituto Leon Trotsky. Traducción al español para este boletín por Rossana Cortéz.
N.de.T: Dada la extensión del artículo, sólo reproduciremos algunos fragmentos.

 

Poco después de mi llegada a México, por intermedio de Diego Rivera[1], me contacté con el inolvidable secretario de Trotsky, Van, quien, una mañana de septiembre de 1937, me habló por teléfono para anunciarme que Trotsky me esperaba a las 4 de la tarde.

Después de recibir la noticia, mi alegría no dejaba de crecer. Tenía una buena razón: iba a conocer a Trotsky. Tuve otra alegría después: en la intimidad, Trotsky era todavía mejor que lo que podía imaginar.

¿Cómo no iba a regocijarme de que Trotsky me atendería como un amigo? Yo no iba a encontrarme con él para hablar de problemas políticos o para consultarlo por esos temas: yo iba a verlo como poeta enamorado de mi mujer y de mi época. Se nace poeta y el poeta no puede no ser revolucionario, lo soy desde mi nacimiento. Y en defensa de mi libertad de poeta, he dialogado libremente con él, comenzando a conocerlo en la intimidad. Mi interés por esta entrevista no residía en el hecho de conocer políticamente a Trotsky -para ello basta con leer su abundante obra- sino conocer al Trotsky hombre.

Tenía la convicción de que iba a conocer a un hombre en la vida de la humanidad. Que podría, viendo a través de un hombre, el futuro de lo mejor de la humanidad. Estaba seguro que Trotsky representaba la realidad consciente del hombre contemporáneo en la tierra. También Trotsky representaba la más alta madurez histórica alcanzada por un hombre en nuestra época.

[...] La conversación se desarrollaba en un ambiente de camaradería transparente, mis preguntas surgían con toda espontaneidad. Mis preguntas venían de lo más profundo de mí mismo y allí llegaban sus respuestas. En nuestra conversación sin eje, existía la libertad del agua corriente, la libertad sin límites del mar; respiraba profundamente como uno lo hace frente al mar. Y en medio de ese paisaje de la naturaleza en libertad, él me dijo:

“Vea usted, camarada Velázquez, su poema “Juventud proletaria, triunfo de la juventud” –que leí con dificultad ya que sé bastante poco español para leer poemas- me pareció magnífico y además, sentí tanta alegría al leer las cosas que usted dice, que soy joven, que represento a la juventud, que le llevé el diario a Natalia, para que vea que no soy viejo, sino que me toman como representante de la juventud”.
 
[…] Al mirar frente a frente su pura honestidad al descubierto, su confianza de hombre en el destino de la humanidad, su clara visión revolucionaria, no podía decir menos que esto:

“Camarada Trotsky, no creo que haya en toda la historia una tragedia como la suya. Nadie puede experimentar la tragedia que tuvo que vivir usted. Hago especial alusión al asunto alemán, cuando Hitler se apoderó del poder sin resistencia. El análisis político que usted hizo de los años anteriores, no podía tener mejor confirmación. Ningún revolucionario honesto puede negar hoy que si se hubieran seguido sus consignas, no solamente hubiera sido posible la victoria de la revolución socialista en Alemania, sino también evidente. Mientras que la III Internacional hacía todo lo posible para que nadie entendiera qué era el fascismo, tratando indistintamente de fascistas a los fascistas propiamente dichos y a los socialistas y anarquistas, usted definió al fascismo diferenciándolo de las demás corrientes y partidos políticos, subrayando la necesidad de reagrupar todas las fuerzas revolucionarias para el combate. La III Internacional no podía combatir al fascismo porque no era capaz de definirlo. Es evidente que si se hubieran aplicado sus consignas, la revolución proletaria habría triunfado en Alemania, porque como posibilidad sólo existía o el fascismo o la revolución. Y, en verdad, la victoria de la revolución socialista en Alemania habría significado a corto plazo el advenimiento de la revolución socialista mundial.
[…] Y precisamente, mientras que usted se dio cuenta de todo eso, es atacado incluso por el propio proletariado alemán como enemigo del socialismo mundial. ¡Usted, que puso toda su confianza revolucionaria en el proletariado, es denunciado como traidor por el proletariado mundial!
[…] No creo, camarada Trotsky, que haya existido un caso de tragedia semejante al suyo, porque los problemas actuales que afectan a la sociedad humana en nuestra época no tienen precedente histórico, y tienen una trascendencia verdaderamente incalculable para el futuro de la humanidad. No hablo del dolor que usted siente por los miembros de su familia y amigos que ha perdido. Me refiero a la tragedia que sólo es capaz de sentir quien vio con lucidez el futuro mejor de la humanidad, siendo por ello capaz de orientar los hechos históricos que garanticen la conquista consciente de este futuro actualmente y que, al mismo tiempo, es atacado como traidor a la conquista responsable de ese mejor futuro humano” […]

[...] Aunque Trotsky me indicaba con reiterados gestos que no estaba de acuerdo con lo que yo decía, me dejó expresar completamente que recordaba inconscientemente lo que había dicho Martí[2]: “¡Qué dolor es, para mí, tener los pies tan arraigados en el presente y tener ojos para verlo venir!”. Cuando terminé, Trotsky me dijo:

“No, camarada Velázquez, no es eso. Esa tragedia no vive en mí. La tragedia sólo la siente el que se ha traicionado a sí mismo, porque ha traicionado la vida. La tragedia, deben haberla experimentado Zinoviev y Kamenev cuando han hablado contrariamente a sus convicciones durante los juicios de Moscú. Yo nunca la experimenté porque he sido siempre feliz por defender mis convicciones. Jamás me traicioné a mí mismo”. […]

[…] En el transcurso de mi primera entrevista con Trotsky, traté de conocerlo en su íntima realidad humana y lo logré. Buscaba al hombre y lo encontré de carne y hueso, hablando con una madurez juvenil, plena de honestidad responsable. No tenía la menor duda de que la conciencia de nuestra época vivía en Trotsky y afirmo lo que yo mismo vi de cerca. Pero esta entrevista me ha dejado más aún: a través de ella, a través de la presencia verídica de un hombre contemporáneo, ha reafirmado mi confianza revolucionaria en un futuro humano de libertad, de felicidad, de fraternidad y de amor.

Al final, la tierra se convertirá en un dulce lugar de paz para el hombre, la mujer y los niños, dondequiera que estén.  



[1] Diego Rivera (1886-1957), pintor de renombre mundial, ex militante del PCM, había desempeñado un papel decisivo para la obtención de la visa mexicana de Trotsky, al que había alojado en su “casa azul”.
[2] Se trata de José Martí, (1853-1895), poeta y héroe de la independencia cubana.