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Cuadernos 15 - Los trotskistas contra Stalin

La vida política de la Oposición

La vida política de la Oposición

La Oposición Conjunta, bloque de tendencias y de fracciones, había conocido vivos debates internos desde su nacimiento, y antes de ser ilegalizada. El más importante había opuesto al núcleo de 1923 y el grupo llamado del “centralismo democrático”, los “decistas” impulsados por Vladimir M. Smirnov y Timotei V. Sapronov70 que habían logrado influenciar a algunos bolcheviques como Radek o Nin sobre el análisis de la naturaleza social del Estado y del Partido y la necesidad de luchar por un “segundo Partido”. El eco de esta vieja discusión se manifestaba todavía en los nuevos problemas debatidos por la Oposición de Izquierda en 1930.
Sobre este asunto, luego de varias décadas, , disponemos de un importante testimonio, el de Ante Ciliga. La apertura de los “papeles del exilio” permite corregirlo en lo que tenía de parcial y al mismo tiempo, completarlo ventajosamente gracias a dos informes de los bolcheviques-leninistas Yakovin y Ardachelia71.
Estos dos textos esenciales -y algunos otros de menor importancia- permiten hacerse una idea precisa de la vida política en una de las prisiones reservada a los “bolcheviques-leninistas”, la “cárcel de aislamiento” de Verjneuralsk donde estuvieron encerrados a partir de 1930 entre doscientos y doscientos cincuenta detenidos, de los cuales ciento veinte se reclamaban de la Oposición de Izquierda.
El cuadro es indiscutible: a pesar de las condiciones materiales más que mediocres, ya que las instalaciones estaban superpobladas, la “cárcel de aislamiento” era una verdadera “universidad de ciencias sociales y políticas”, “la única universidad independiente de la URSS”, precisa Ciliga72. Los detenidos podían comunicarse entre ellos, publicar diarios manuscritos donde los artículos, firmados, no eran sometidos a ninguna censura, donde debatían sus divergencias, abordaban las cuestiones teóricas y de actualidad, “de la manera más franca, poniendo todos los puntos sobre las íes”. Los diversos agrupamientos políticos de esta prisión eran “verdaderas organizaciones, con sus comités, sus diarios manuscritos, sus jefes reconocidos”. Funcionaban mediante reuniones regulares en el transcurso de paseos, y hasta con escritorio, orden del día, procesos verbales. Había una administración de los “correos” que mantenían, por cuenta de todos, relaciones internas y externas no solamente con la URSS, sino también con el extranjero, especialmente a través de los transferidos hacia otras prisiones. La biblioteca estaba relativamente nutrida, los diarios que se publicaban en la URSS estaban disponibles si uno se abonaba, así como las publicaciones de los Partidos Comunistas extranjeros. Los lazos políticos, finalmente, se mantenían en forma permanente. Ciliga testimoniaba sobre la llegada a manos de los prisioneros de Verjneuralsk de ejemplares del Biulleten’ Oppozitsii y de folletos de Trotsky hasta por lo menos 1934, por que los detenidos, decía, tuvieron la posibilidad de discutir la entrada de los trotskistas franceses en la SFIO durante aquel año73.
El gran debate entre los trotskistas de Verjneuralsk comenzó a fines de 1929 y se desarrolló durante todo el año 1930, cuando la llegada de cincuenta detenidos nuevos duplicó la cantidad de bolcheviques-leninistas, y amontonó a los hombres de tal modo que hizo imposible impedirles que se comunicaran entre sí. La discusión comenzó bajo el signo del “año negro” y de las grandes oleadas de capitulaciones. Luego de las últimas capitulaciones -un grupo de estudiantes moscovitas al principio de 1930-, fueron los contragolpes de aquella oleada los que pasaron a primer plano a partir de entonces.
Un pequeño grupo de militantes dirigido por los “viejos”, el georgiano G. Kvachadzé, el armenio Amo Saakian, el veterano del Ejército Rojo VI. I. Rechetnitchenko, buscaba extirpar de las filas de la Oposición las raíces que habían llevado a tantos de sus partidarios a capitular. Denunciaban, ante todo, lo que llamaban las tendencias “conciliadoras” y, finalmente, el estado de ánimo que había llevado a la elaboración de la declaración de agosto de 1929. Durante los primeros días de enero, estos hombres publicaron un primer número del diario Bolchevique Militante, en el cual una declaración de Amo Saakian se distancia de Rakovsky y su declaración. El diario desarrollaba sistemáticamente la cuestión, tomada por Trotsky, según la cual, a partir de ese momento, la Oposición de Izquierda debía dirigirse, ya no al Comité Central y al Partido, sino a la propia clase obrera. Rápidamente, la dirección pasó a un equipo de jóvenes militantes: O. Puchas, M. Kamenestsky, Ia. G. Belinsky, N. Perevertsev, Emelianov, quienes parecían acercarse considerablemente a las posiciones de los “decistas”, a quienes, por otra parte, se unió el último de la lista. La idea central de los “bolcheviques militantes” era, en ese momento, que no se podía reformar el Partido, por una parte, y que, por otro lado, no era posible ningún “giro a la izquierda” de parte de la burocracia. Trotsky era presentado como ocupando la posición principista firme, mientras que Rakovsky maniobraba e intentaba la conciliación con el aparato: el Bolchevique Militante vio la prueba de esto cuando, en mayo, comenzó a hablarse de una nueva declaración de Rakovsky en el Congreso.
A la “mayoría” le costó definirse ante los ataques que le venían desde la “izquierda”. Su primera reacción se orientó a abrir ella misma la discusión en las páginas de una revista titulada modestamente Recopilaciones sobre el período actual, de la que aparecieron tres profusos números entre enero y octubre, con artículos firmados que trataban sobre las cuestiones económicas, políticas y tácticas. Su objetivo, escribía Ardachelia, era “esclarecer sobre los problemas de la época”. El restablecimiento del contacto con el exterior facilitó la tarea: el “grupo bolchevique-leninista” logró enviar cinco cartas a la dirección clandestina de la fracción en la URSS y recibió cinco respuestas, así como una decena de cartas y documentos escritos por los “dos viejos”, Trotsky y Rakovsky74.
En junio de 1930, la discusión había madurado lo suficiente como para que fuera posible intentar un balance. Los dirigentes de la mayoría -lo que Ciliga llamaba “la derecha”- decidieron elaborar tesis. Estas serían las “Tesis tres”, redactadas por tres de los jóvenes dirigentes de la Oposición, Yakovin, Solntsev y Stopalov75. Su análisis de la situación en la URSS era el mismo que el de Trotsky. Reconocían la existencia de la “crisis del bloque centro-derecha”, del conflicto que estaba al límite entre stalinistas y derechistas, pero subrayaban que se trataba sólo de “una lucha administrativa del aparato contra las consecuencias de su propia política económica”, “destinada al fracaso” y que “impulsa a todos los campesinos al lado de los kulaks”. Para ellos, los “saltos a izquierda”, episódicos y forzosamente limitados, se pagaban por otra parte a un precio muy elevado, el aplastamiento de la vida política del Partido, el estrangulamiento de la izquierda, el aniquilamiento de las aspiraciones obreras que ella encarnaba. Subrayaban el carácter “irracional” del Plan Quinquenal, burocrático, y afirmaban que era imposible construir el socialismo separándose de su base social, la clase obrera, y que el Plan Quinquenal se dedicaba a esto.
Algunas semanas más tarde, por iniciativa de Man Nevelson y Aaron Papermeister, se redactaron otras tesis de una corriente que Ciliga bautizaba “centro”. La divergencia descansaba en la política económica. El texto de los “dos” se pronunciaba por el restablecimiento de la NEP, es decir, de relaciones puramente de mercado con el campesinado que los “tres” no creían posibles. Poznansky, luego Dingelstedt, que llegó de Rubtsovsk, se unieron a las posiciones del “centro”.
Recién en 1930 el grupo del Bolchevique Militante elaboró sus propias tesis, de las que desgraciadamente, por el momento, no conocemos más que los extractos citados por Yakovin y Ardachelia. Para él, la URSS se había convertido en un freno al desarrollo del movimiento revolucionario mundial, y por lo tanto, no era posible hacer frente único ni siquiera con un sector de la burocracia. Las tesis excluían toda posibilidad de giro a la izquierda, se pronunciaban por “la reforma del Estado por acción directa de las masas”. Los “bolcheviques militantes” constituían, en suma, una “oposición” a la dirección de la Oposición, esta “derecha bolchevique-leninista” a la que creían comprometida en una vía que llevaba a la capitulación. Pretendían ser la encarnación del “bolchevismo militante ortodoxo”. En efecto, como lo notaba Ardachelia, se situaban entre los bolcheviques-leninistas y los “decistas”.
La mayoría había avanzado en el curso de esta discusión. En mayo, solamente sesenta detenidos habían dado su acuerdo para firmar la declaración de abril de Rakovsky, mientras que cuarenta y siete se situaban en las posiciones de los “bolcheviques militantes”. Pero las dificultades para elaborar las tesis de estos últimos -tres meses-, la llegada de las cartas de Trotsky en contradicción con las ideas que defendían, provocaron una primera ruptura, la de los siete iniciadores de la corriente. Cuando se conoció el texto de la declaración de abril, veinte militantes, de los cuarenta y siete que la habían rechazado, se le unieron. A su llegada de Rubtsovsk, Dingelstedt, Abramsky y Antokolsky se unieron a la mayoría, pero también sostenían la necesidad de hacer desaparecer los órganos competitivos surgidos de las dos fracciones del “colectivo”. A partir de esta posición, la mayoría decidió publicar La Pravda en prisión -todos los meses o cada dos meses, bajo la forma de artículos impresos en cuadernos-, mientras que el Bolchevique Militante se negaba a desaparecer. La existencia de dos órganos que se reclamaban ambos del “grupo bolchevique-leninista de Verjneuralsk” condujo fatalmente a la escisión que se produciría finalmente en 1931.
Los documentos surgidos de los partidarios de la mayoría -Ardachelia y Yakovin- se refieren exclusivamente a la primera parte del año 1930. Para los años siguientes no disponemos nada nuevo más que el único testimonio, muy unilateral, de Ciliga. Partidario de la “izquierda” -un derecho que aparentemente nadie le ha cuestionado-, daba una imagen de sus adversarios absolutamente caricaturesca, hablando del “espíritu de sumisión a los jefes”, diciendo que se trataba de “un apoyo a la política oficial” con “crítica de sus métodos”, cuyo único objetivo era “la reforma por arriba”, e insistía mucho y un poco demagógicamente sobre el hecho de que los líderes de las otras tendencias habían surgido del Instituto de los Profesores Rojos76. Es importante, entonces, tomar con prudencia sus resúmenes de los hechos y sus juicios de valor, pero teniendo en cuenta la utilidad de algunas de las indicaciones que da.
Menciona, por ejemplo, el alto interés de los detenidos por la situación alemana, la que seguían cotidianamente en Die Rote Fahne (Bandera Roja, el órgano del Partido Comunista Alemán –N. de T.), las largas discusiones entre ellos sobre el fascismo, la clara conciencia que tenían de lo que estaba en juego en Alemania, y este hecho confirma, involuntariamente sin duda, la homogeneidad de esta oposición en prisión y su acuerdo fundamental con las posiciones que Trotsky defendía desde el exilio77. Parece difícil creerle cuando afirma que había “pánico” entre los trotskistas de Verjneuralsk ante el anuncio de la llegada de Hitler al poder78. Se puede, no obstante, suponer que esos militantes, que tenían un análisis correcto de la dimensión de los acontecimientos, comprendían el significado que tenía para el proletariado mundial y, por consecuencia, para ellos mismos. Notemos solamente que se aprovecha al pasar de una anécdota para ubicar a su camarada en prisión, el yerno de Trotsky, Man Nevelson, entre los “patriotas un poco cansados de nuestro Estado soviético”79… Asegura que en
1933, luego de la victoria de Hitler, los “decistas” se pronunciaron por la IV Internacional y fueron acusados por los “bolcheviques militantes” de lanzar una consigna “prematura” y “demagógica”, mientras que la Pravda en prisión mantenía, sin insistir demasiado, las posiciones tradicionales. El asunto, de todos modos, fue resuelto con la llegada -a la URSS y a la “cárcel de aislamiento”- del Biulleten’ Oppozitsii, que convenció a todos los bolcheviques-leninistas de que había llegado el momento de abandonar el combate de “oposición” en el camino de la “reforma”, y que ahora había que construir nuevos partidos y la IV Internacional. Rápidamente se restableció la unidad de los bolcheviques-leninistas80.
Sería, sin embargo, un error atenerse completamente al cuadro algo restringido y ligeramente deformado de Ciliga, e imaginar la vida política de la Oposición, al principio de los años ’30, tomando el modelo de Verjneuralsk. En otras partes, otras discusiones le confirieron otro ritmo.
Primero algunas discusiones sobre hechos puntuales. Se sabe que en general los bolcheviques-leninistas se dividieron alrededor del “Proceso Chajty”, del cual algunos aceptaban su autenticidad, mientras otros denunciaban la fabricación y la maquinación montada según ellos entre Stalin y el principal acusado, Ramzin81. Los días siguientes a la declaración del 29 de agosto y las semanas que precedieron a abril del ’30 fueron consagrados a una correspondencia entre las colonias que cubría todos los problemas políticos.
Discusiones apasionadas alrededor de la colectivización y la industrialización se desarrollaron luego de 1929. Junto a los escépticos firmes que no veían, en el mejor de los casos, en esta política más que un “zigzag maniobrero” que precedía a un inevitable giro a la derecha, otras interpretaciones se pusieron a la orden del día. Rakovsky, corrientemente considerado como escéptico en relación a las consecuencias socioeconómicas de la industrialización y de la colectivización, planteó, no obstante, la hipótesis de que, para la burocracia, éstas constituían un medio para acrecentar su poder y sus privilegios, ya que ampliaban sus bases económicas y sociales.
En 1930, como un resurgimiento de los argumentos de algunos capituladores de 1929, reapareció la teoría según la cual la consecuencia -automática- de la industrialización y colectivización era reforzar el “núcleo proletario” del Partido comprometiendo indefectiblemente a éste, tarde o temprano, en la vía de la reforma. Era lo que decía Okudjava, criticado por Tsintsadzé82 y a quien Trotsky hizo el honor de una mención crítica a la pasada. Si bien, aparentemente, esta idea no encontraba casi eco en las filas de la Oposición de Izquierda autodepurada, parece que las tesis de Rakovsky sobre una necesidad de recurrir a la NEP como forma concreta de la “retirada” preconizada por todos, dividieron profundamente sus filas.
Muy pronto, y como en todo el mundo dentro y en los márgenes del movimiento comunista en crisis, aparecieron teorías “revisionistas” que los bolcheviques-leninistas debatieron con seriedad y alrededor de las cuales polemizaron. Desde 1930, algunos de ellos defendieron y desarrollaron la teoría, ya sacada a luz por algunos “decistas” y sobre todo por los mencheviques, según la cual el Estado ruso sería considerado, no ya como un Estado obrero, sino como un “capitalismo de Estado”: fue un economista de Jarkov, Vladimir Densov, ex alto funcionario del Gosplan83, el que defendió esta tesis en 1931 en las filas de la Oposición. Otros rechazaron esta interpretación que evidentemente ponía en cuestión las bases mismas del programa y de la organización de la Oposición: no obstante, veían la posibilidad de una evolución de este tipo en un futuro más o menos cercano.
Por supuesto, una de las discusiones principales más concretas, y a la vez más difíciles en el plano teórico por el hecho de su total novedad, fue la que se planteó en 1930 alrededor de la cuestión de la naturaleza de clase del Estado soviético, y por lo tanto de la naturaleza de clase de la burocracia. En su declaración de abril de 1930, refrendada por Kossior, Muralov y Kasparova, Chistian Rakovsky escribió:
“De Estado proletario con deformaciones burocráticas -como Lenin definía la forma política de nuestro
Estado- avanzamos hacia un Estado burocrático con supervivencias proletarias comunistas”84.
Algunas líneas más abajo definiría a la burocracia como “una gran clase gobernante”, una “clase original”
cuya base está constituida por la “posesión del poder del Estado”, “tipo original de propiedad privada”.
Este análisis provocó críticas y protestas. Desde el 5 de julio de 1930, en nombre de los deportados de Kolpachevo, G. Jotimsky y A. Cheinkman atacaron vivamente:
“Pensamos que la burocracia no es una clase y que no se convertirá en eso jamás […]. La burocracia es el germen de una clase capitalista que domina el Estado y posee en forma colectiva los medios de producción”85.
Sabemos por otros deportados que Rakovsky continuó trabajando entre 1930 y 1932, esencialmente sobre la cuestión de los “peligros del poder” ya abordada en su célebre carta a Valentinov de agosto de 1928.
Se menciona entre otros trabajos de él que jamás han salido de la URSS, Las leyes de la acumulación socialista durante el período “centrista” de la dictadura del proletariado y Las leyes del desarrollo de la dictadura socialista.
Debatiendo el conjunto de esta cuestión bajo el seudónimo de N. Markin, León Sedov, luego de haber recordado las posiciones de Rakovsky y aquellas de los deportados de Kolpachevo, mencionó las tesis de “un camarada autorizado”, encerrado en una “cárcel de aislamiento”, que propuso contentarse por el momento con la fórmula de “enchalecamiento burocrático de la dictadura del proletariado”86.
No sabemos nada más sobre una discusión que, sin duda, duró hasta la muerte de los dos últimos militantes de la Oposición de Izquierda.