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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Los problemas de la dirección francesa

Los problemas de la dirección francesa

Los problemas de la dirección francesa[1]

 

 

28 de junio de 1931

 

 

 

A la Federación de Charleroi, Oposición de Izquierda de Bélgica.

 

Estimados camaradas:

Estoy ansioso por contestar las preguntas que me plantean en su carta del 19 de junio.

1. El Secretariado Internacional les contestó que no conocía las razones por las que el camarada Rosmer[2] interrumpió sus actividades en el movimiento revolu­cionario. A ustedes les pareció imposible. Comprendo muy bien su asombro. No obstante, todavía siguen siendo oscuros para mí los motivos de la ruptura del camarada Rosmer con la Liga. La última carta que les envió proporciona muy pocos elementos para sacar con­clusiones más o menos políticas.

2. Noto con pena que la parte de la carta del camarada Rosmer en la que habla de mi actitud respecto a los conflictos internos de la Liga da una idea falsa de lo que sucedió realmente. Según el camarada Rosmer, mi intervención le habría impedido sacar de la Liga o neu­tralizar dentro de ella a los elementos negativos encabezados por el camarada Molinier. Dado que, según el camarada Rosmer, no surgió ninguna diferencia polí­tica, resulta totalmente incomprensible por qué me involucré en el asunto y por qué apoyé al camarada Molinier contra el camarada Rosmer. Esto es un error, des­de el principio hasta el fin.

El camarada Rosmer olvidó decirles que estuvo un tiempo aquí conmigo y con Molinier. A ambos, así como a la camarada Marguerite Rosmer[3], el camarada Moli­nier nos produjo una impresión excelente por su devoción a la causa, su energía, su carácter emprendedor, su abnegación. Ya sabíamos entonces que sobre él corría toda clase de chismes maliciosos, entre otras razo­nes debido a su carácter impetuoso y a su capacidad para violar todas las reglas y supersticiones de los filis­teos. Con el camarada Rosmer y la camarada Margueri­te resolvimos oponernos categóricamente a todos los chismes e insinuaciones. En ese sentido les escribí una carta a los camaradas de París, por iniciativa del camarada Gourget, que mantenía su caracterización po­sitiva del camarada Molinier y lo consideraba un revo­lucionario genuino y un camarada excelente.

Después de que el camarada Rosmer se fue a París, me escribió más de una vez refiriéndose elogiosa y admirativamente al trabajo de Molinier. En sus cartas, tanto como en las de la camarada Marguerite, se decían cosas como ésta: "Si tuviéramos dos Raymonds avan­zaríamos mucho más rápido..."

Unos meses después, el camarada Rosmer comenzó hacer alusiones en sus cartas a fricciones y conflictos que se habían suscitado entre Molinier y Naville. Pero nunca dijo quién, según su opinión, era responsable de esos conflictos.

Al tiempo recibí dos cartas, una del camarada Ros­mer y la otra de los camaradas Naville, Gerard y Gour­get, ambas dirigidas contra Molinier. Por estas cartas me enteré de que los camaradas Rosmer y Naville ha­bían intentado privar al camarada Molinier del derecho a ocupar cualquier cargo en la Liga y aplicar la medida extrema de expulsarlo de la Liga. Plantearon la pro­puesta a la región de París, que votó en contra de remo­ver al camarada Molinier de su cargo de secretario de la región, es decir, votó en contra de Rosmer y de Naville. Sólo después de esto se dirigieron a mi sugiriéndo­me que interviniera en contra de Molinier.

Pueden ver que la organización de París rechazó los planteamientos de los camaradas Rosmer, Naville y otros y salió en defensa del camarada Molinier sin que mediara la menor participación mía, incluso sin mi conocimiento.

También hay que añadir que durante toda la etapa precedente mantuve una correspondencia constante con Rosmer y Naville y no me escribí con Molinier. Las cartas y documentos de ese periodo están en mis archivos, y con mucho gusto los pongo a disposición de cual­quier grupo de camaradas que sea de confianza. ¿Qué motivos dieron Rosmer, Naville y los demás para exigir sanciones contra Molinier? Dijeron que Molinier "se metía" en problemas "que no conocía", que hacia propuestas insensatas, etcétera. A esto repliqué que si se trataba de diferencias políticas, yo po­día intervenir. Por eso les pedí que me explicaran con precisión qué tipo de propuestas planteaba Molinier. Al mismo tiempo le señalé a Naville que era totalmen­te inadmisible dividir a los camaradas en dos categorías: los que podían participar en todas las cuestiones y los que sólo servían para el trabajo técnico. En esta ocasión, como en tantas otras, Naville demostró una incomprensión total del espíritu de una organización proletaria revolucionaria, en la que los militantes tienen el derecho y además la obligación de participar en todas las cuestiones, desde los menores detalles y problemas técnicos hasta los problemas más complejos de la polí­tica revolucionaria.

Sólo entonces comprendí el carácter de las diferen­cias que separan constantemente al camarada Molinier del camarada Naville. En la práctica, el camarada Ros­mer apoyó al camarada Naville sin dar su opinión sobre el fundamento de las diferencias. Estas incluyen nues­tra actitud hacia el partido, hacia los sindicatos, hacia la Oposición de Izquierda Internacional e incluso hacia los métodos y el carácter del trabajo de la Liga. De las cartas, documentos y conversaciones privadas con los camaradas de ambos grupos saqué la impresión, e in­cluso la convicción, de que en los problemas esenciales el camarada Molinier se acercaba mucho más a la polí­tica revolucionaria que el camarada Naville. Las dife­rencias no eran personales sino de principios y coincidían en muchos puntos con las diferencias entre Char­leroi y Van Overstraeten, con la diferencia de que el camarada Naville nunca formuló sus opiniones con tan­ta franqueza como lo hizo Van Overstraeten.

A esto quiero añadir que, para justificar su exigencia de que se tomen medidas extraordinarias contra Molinier, el camarada Rosmer quiso apelar a los chismes maliciosos que ya conocíamos desde hacia tiempo y que no considerábamos dignos de atención. Este ar­gumento del camarada Rosmer me produjo una impresión muy penosa. Le manifesté que sí él les daba alguna importancia a los rumores antiguos o nuevos, tenía que exigir que se formara una comisión de control compues­ta por compañeros imparciales y de confianza que deci­diera sobre el conjunto del problema. ¿Qué otra vía se puede proponer en una organización revolucionaria?

Ustedes saben muy bien, por experiencia propia, qué difícil me resultó decidirme por la ruptura con Overstraeten, pese a que ustedes insistían en ese sen­tido (y con bastante razón). Consideré mi obligación agotar todos los medios posibles para encontrar una ba­se de colaboración mutua. De la misma manera actué con la sección francesa. Después de que los camaradas Naville y Rosmer me propusieron que interviniera en el debate, decidí, de acuerdo con ambas partes, separar los problemas personales de los de principios, amenguar los choques y crear condiciones normales para la discusión. Como me era imposible ir a Francia, invité a los camaradas Molinier y Naville a que me visitaran acá. Pasé varios días discutiendo con ellos todos los problemas, y (con la participación de los camaradas Mill, Frankel y Markin[4]) llegamos a un acuerdo sobre determinadas medidas, al que llamamos en broma "la paz de Prinkipo". Entre estas medidas se incluía la for­mación de una comisión de control que decidiera sobre todas las cuestiones de carácter personal. Ustedes ten­drían que estar al tanto del acuerdo de Prinkipo (por lo menos yo pedí que se les informara). En un plenario de la Liga se aprobaron estas medidas por unanimidad, pero el camarada Rosmer ni siquiera concurrió a la reu­nión y continuó boicoteando a la Liga sin explicar -tampoco a mí- los motivos reales de su actitud.

El camarada Naville violó de manera desleal las con­diciones de la “paz de Prinkipo”. El camarada Rosmer consideró factible continuar difundiendo opiniones sobre el carácter del camarada Molinier sin dirigirse a la comisión de control. Se trata de ese tipo de opiniones en las que se habla mucho sin decir nada, se hacen alusio­nes, se confunde, se compromete sin plantear las cosas directamente. La acusación está explicada en esa la­mentable carta de la que ustedes me enviaron una co­pia. En mi opinión, esta manera de funcionar está con­tra las normas de una organización proletaria. Tales son los hechos.

3. Unas palabras sobre el aspecto principista del problema. Rosmer y Naville dirigieron el trabajo de la Liga durante el primer año. En La Verité explicaron las ideas de la Oposición de Izquierda sobre los problemas más generales, o permitieron que otros lo hicieran. Pe­ro Van Overstraeten, Urbahns y Landau hicieron lo mismo. La prueba real comenzó con las cuestiones netamente francesas, en las que era necesario adoptar una posición combativa. Al respecto el camarada Rosmer nunca asumió una posición clara, especialmente en el problema sindical, y al mismo tiempo apoyó la orienta­ción incorrecta de Gourget-Naville en este frente de tra­bajo. Mis cartas al camarada Rosmer, en las que le se­ñalo lo peligroso de esta orientación, datan de los pri­meros días de la publicación de La Verité. El camarada Rosmer nunca me respondió claramente. No planteé abiertamente la cuestión en la prensa o a la organiza­ción porque esperaba obtener resultados favorables a través de la correspondencia u otras iniciativas priva­das. Si el camarada Rosmer niega las diferencias de principios, e incluso sostiene que fueron inventadas después de los hechos (¿quién lo hizo?), eso sólo de­muestra con qué ligereza encara los problemas fundamentales de la revolución proletaria. Sólo se puede sen­tir el indispensable interés por los problemas de la re­volución si se mantiene un contacto permanente con el movimiento revolucionario. El camarada Rosmer consi­dera correcto dejar el movimiento durante meses o años a causa de sus conflictos, incluso de aquéllos de carác­ter personal. ¿Es sorprendente entonces que, dada su actitud hacia el conjunto del movimiento, nuestras diferencias de principios le parezcan secundarias y has­ta inexistentes?

Un problema más, el último. El camarada Rosmer habla de "métodos zinovievistas". ¿Qué quiere decir con eso? Hay que dejar de jugar con las palabras y de sembrar la confusión. ¿Cuál es el origen de los "méto­dos zinovievistas"? Fueron el resultado de un pronun­ciado cambio político. Cuando los epígonos comenzaron a romper con la tradición partidaria bajo la presión de nuevos elementos y circunstancias, no podían confiar en el acuerdo general con la vanguardia proletaria. Por el contrario, se pusieron en acción contra esta vanguardia. En lo esencial, los "métodos zinovievistas" tenían como base el intento del aparato burocrático de utilizar la mentira y la violencia contra la vanguardia burocrática con el fin de imponer a las amplias masas trabajadoras una orientación política contraria a las tra­diciones del partido y a los intereses del proletariado. En consecuencia, estos métodos eran la expresión de la política que los sustentaba. ¿Qué tienen que ver los "métodos zinovievistas" en nuestro caso? ¿A qué vanguardia proletaria estamos combatiendo? ¿Qué sector revolucionario estamos aplastando y en interés de qué política oportunista? Hay que analizar cuidadosamente estas palabras. Frecuentemente se habla de métodos zinovievistas ante cualquier cosa que causa irritación personal o no satisface las inclinaciones de un indi­viduo.

En realidad, ocurrió justamente lo contrario. Desde 1923 los elementos más dispares, cuyas ideas en mu­chos casos no tienen nada en común con las nuestras, se nuclearon en la Oposición de Europa occidental. Mu­chos individuos como Paz aceptaron graciosamente el status o la imagen de comunistas de izquierda, muy revolucionarios con la condición de que nadie les exigiera nada y la revolución proletaria no les alterara la diges­tión. Por toda Francia hay grupos que se reúnen una vez por semana, discuten toda clase de cosas y se sepa­ran sin decidir nada. Una vez por mes publican una re­vistita en la que cada uno escribe lo que se le viene a la cabeza. En la preguerra, el mejor de estos grupos era el que encabezaba Monatte. Pero su espíritu, sus hábitos, sus métodos de trabajo y su modo de pensar estaban in­finitamente lejos de los de una organización proletaria que, aunque pequeña y débil, decidió ponerse al fren­te de las masas. El círculo de Souvarine por un lado[5] y el de Naville por el otro son nuevos ejemplos de la mis­ma especie. Unos cuantos amigos personales discuten la política revolucionaria y publican sus artículos. Eso es todo. Indudablemente, estos hábitos se introdujeron en la Liga. Y cuando los elementos más activos y revolucionarios empiezan a plantear los problemas de ma­nera totalmente diferente, se los trata de embrollones, enemigos de la paz, perturbadores, etcétera.

¿Está equivocado el camarada Rosmer desde el punto de vista político, desde el punto de vista de los principios, o incluso desde el punto de vista organizati­vo? No tengo motivos para hablar contra el camarada Rosmer porque simplemente se haya retirado de toda actividad. Pero en este momento se ha convertido en el abanderado de todos los elementos que combaten nues­tras ideas fundamentales, a las que comprometieron mucho más de lo que las difundieron. Los bordiguistas, Landau, Naville, Van Overstraeten, hasta Sneevliet y Urbahns, todos los que se cubren de un modo u otro con el nombre de Rosmer, intentan formar un bloque. Imposible imaginar un bloque más ridículo, más carica­turesco, más inútil. Prestarse a esa maniobra es desacreditarse para siempre. Aunque varias docenas de car­tas mías no sirvieron para nada, espero, sin embargo, que el camarada Rosmer no ponga su nombre en ese bloque indigno, condenado de antemano a un fracaso lamentable. De cualquier modo, haré todo lo posible por recuperar la posibilidad de que colabore con noso­tros; haré todo menos renunciar a los principios que constituyen el fundamento del trabajo de los bolchevi­ques leninistas.

 

Con saludos comunistas,

L. Trotsky

 

Posdata: con el fin de evitar cualquier malentendido permítanme señalar algo que resulta evidente por sí mismo. No asumí ni asumo ninguna responsabilidad por las actitudes políticas del camarada Molinier, con el que más de una vez tuve diferencias en la evaluación de importantes problemas prácticos. Cuando me pareció que el camarada Molinier cometía errores serios, lo manifesté, tanto a él como a los demás camaradas. Es inevitable que surjan algunas diferencias en el transcurso del trabajo en común. No hay solidaridad de princi­pios que pueda garantizar el acuerdo en todas las cues­tiones tácticas y organizativas. Las diferencias con el grupo Naville han sido siempre, básicamente, diferen­cias de principios. En cuanto al camarada Rosmer, como dije, fue muy evasivo en las cuestiones de principios pero apoyó y continúa apoyando a Naville, Lan­dau y los otros.



[1] Los problemas de la dirección francesa. De Protocolle et documents, Comité Nationale de la Ligue Communiste, 1931. Traducido [al inglés] para este volumen [de la edición norteamericana] por Russell Block y Michael Baumann. En noviembre de 1930, Alfred Rosmer se retiró repentinamente del Secretariado Internacional y de la Liga Comunista francesa, a causa de desacuerdos que nunca se expresaron claramente. En una carta a la Oposición de Izquierda belga manifestó su insatisfacción por la parcialidad de Trotsky respecto al grupo Molinier dentro de la Liga francesa. Los belgas le enviaron a Trotsky una copia de esa carta pidiéndole su versión de la historia, que Trotsky suministró en esta carta. El bloque potencial de Rosmer con varios opositores de Trotsky y el Secretariado Internacional no se materializó.

[2] Alfred Rosmer (1877-1964): sindicalista revolucionario colaborador de Trotsky en Francia durante la Primera Guerra Mundial. Fue elegido para inte­grar el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista en 1920; dirigente del PC Francés hasta su expulsión en 1924, fue uno de los dirigentes de la Oposición de Izquierda y de su Secretariado Internacional hasta noviembre de 1930, año en el que se retiró debido a sus diferencias con Trotsky con el que renovó su amistad personal en 1936. Escribió varios libros de historia del sindicalismo. Sus recuerdos sobre Trotsky en París (1915-1916), aparecen en la colec­ción Leon Trotsky, The Man and his Work (Patfhinder Press, 1969). Un libro de Christian Gras recientemente publicado, Alfred Rosmer, et le Mouvement Révolutionnaire International (Máspero, 1971) trae la siguiente cita de una carta escrita por Trotsky a un oposicionista francés, Auguste Meugeot, el 7 de julio de 1931: "Usted comprenderá, desde luego, que yo no puedo orientar mi política según las cualidades personales de tal o cual camarada. No puedo apoyar a los camaradas, ni siquiera a los que merecen mi mayor confianza personal, si siguen un curso equivocado; y éste es el caso del camarada Rosmer."

[3] Marguerite Thevenet Rosmer (1879-1962): activista revolucionaria y ami­ga de los Trotsky desde que los conoció en París, durante la Primera Guerra Mundial.

[4] N. Markin: seudónimo de León Sedov (1906-1938), el hijo mayor de Trotsky, que ingresó en la Oposición de izquierda y acompañó a sus padres en su último exilio como el colaborador más íntimo de Trotsky y corredactor del Biulleten Opozitsi. Vivió en Alemania desde 1931 hasta 1933, y luego en París, hasta que lo mató la GPU.

[5] Boris Souvarine (n. 1893): uno de loa fundadores del PC Francés y de los primeros biógrafos de Stalin. En la década del veinte lo rechazó el stali­nismo, y en la del treinta se volvió contra el leninismo.



Libro 2