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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Preveo la guerra con Alemania

Preveo la guerra con Alemania

Preveo la guerra con Alemania[1]

 

 

Publicado en abril de 1932

 

 

 

Los dos focos principales de la política mundial actual están desusadamente alejados uno del otro: uno es Mukden-Pekin, el otro Berlín-Munich. Cualquiera de estos dos focos infecciosos puede destruir por años, por décadas, el curso “normal” de los acontecimientos en el planeta. Sin embargo, en su trabajo cotidiano, los diplomáticos y políticos oficiales actúan como si no sucediera nada especial. Lo mismo parecía suceder en 1912, durante la Guerra de los Balcanes, que fue el preámbulo de 1914.

Por alguna razón - calumniando en realidad a un pájaro muy inteligente - la gente llama a esta política la política del avestruz. La adornada resolución de la Liga de las Naciones[2] sobre la cuestión manchuriana es un documento de una impotencia nunca vista en toda la historia de la diplomacia europea; ningún avestruz que se respete se animaría a firmarlo. Esta ceguera - en algunos casos, por supuesto, muy voluntaria - frente a lo que se está incubando en el Lejano Oriente cuenta por lo menos con el atenuante de que allí los acontecimientos se desarrollarán a un ritmo relativamente lento. Oriente, aunque despierta a una nueva vida, está lejos todavía del ritmo “norteamericano” e incluso del europeo.

Alemania es otro cantar. Allí se expresa de manera concentrada, a través de la forma política del “nacionalsocialismo” el callejón sin salida en que se metió la Europa balcanizada en Versalles.[3] En el lenguaje de la psicología social se puede describir esta tendencia política como una histeria epidémica de desesperación que cunde entre las clases medias: el pequeño comerciante, el artesano y el campesino arruinados; en parte, también, el proletario desocupado; el oficial y el oficial sin grado de la gran guerra, que todavía lucen sus medallas pero no tienen qué comer; el empleado de la oficina que cerró; el contador del banco en quiebra; el ingeniero sin puesto; el periodista sin salario ni perspectivas; el médico cuyos pacientes siguen enfermándose pero se olvidaron de cómo se hace para pagar.

Hitler se negó a responder las preguntas sobre su programa interno con el pretexto de que se trata de un secreto militar. No tiene obligación, dice, de revelar a sus enemigos políticos sus métodos secretos de salvación. Esto no es muy patriótico, pero sí inteligente. En realidad Hitler no tiene ningún secreto. Sin embargo, no es su política interna lo que nos interesa aquí. En el terreno internacional, a primera vista su posición parece un poco más definida. En sus discursos y artículos le declara la guerra al Tratado de Versalles, del que él mismo es un producto. Se especializa en los términos irrespetuosos contra Francia. Pero en realidad, si llegara al poder, se convertiría en uno de los pilares fundamentales de Versalles en un gran apoyo para el imperialismo francés.

Estas afirmaciones pueden parecer paradójicas. Pero surgen inexorablemente de la lógica de la situación europea e internacional cuando se la analiza correctamente, es decir, cuando el análisis parte de los factores políticos fundamentales y no de las frases, gestos y volteretas propias del demagogo.

 

Hitler necesitará aliados

 

Los fascistas alemanes declaran que tienen dos enemigos: el marxismo y Versalles. En el “marxismo” involucran a dos partidos alemanes, el comunista y el socialdemócrata, y a un estado, la Unión Soviética. Versalles implica Francia y Polonia. Para comprender cual será el verdadero papel internacional de una Alemania nacionalsocialista hay que analizar brevemente estos elementos del problema.

La experiencia de Italia aclaró suficientemente la relación entre fascismo y “marxismo”. El programa de Mussolini,[4] hasta el día de la marcha de opereta sobre Roma, no fue menos radical ni menos místico que el de Hitler. Pero la realidad demostró que no se trataba más que de la lucha contra las fuerzas revolucionarias y opositoras. Como su modelo italiano, el nacionalsocialismo alemán sólo podrá llegar al poder cuando destruya las organizaciones obreras. Pero ésta no es tarea fácil. En medio del camino que lleva a los nacionalsocialistas al poder está la guerra civil. Aun si Hitler llegara a obtener una mayoría parlamentaria por métodos pacíficos -posibilidad que seguramente queda excluida-, para inaugurar un régimen fascista tendría que romper la espina dorsal del Partido Comunista, de la socialdemocracia y de los sindicatos. Y esta operación quirúrgica es muy dolorosa y prolongada. Por supuesto, el propio Hitler lo comprende. Por eso no está en absoluto dispuesto a adecuar sus planes políticos al incierto destino del parlamentarismo alemán.

Mientras disimula con su fraseología sobre la legalidad, Hitler aguarda el momento oportuno para pegar un golpe breve y bien fuerte. ¿Lo logrará? No es tarea fácil. Pero sería de una ligereza imperdonable considerarlo imposible. Cualquiera que sea el medio que emplee Hitler para llegar al poder, pasando por la puerta o por la ventana, la fascistización de Alemania implicaría un áspero conflicto interno. Esto paralizaría inevitablemente las fuerzas del país por un lapso considerable y Hitler se vería obligado a buscar en la Europa que lo rodea aliados y protectores, no venganza. Nuestro análisis tiene que parir de esta consideración fundamental.

Los obreros alemanes, naturalmente, buscarán ayuda en la Unión Soviética, y la encontrarán, para luchar contra el fascismo. ¿Es posible imaginarse siquiera por un momento que en estas circunstancias el gobierno de Hitler se arriesgará a entrar en un conflicto armado con Francia o Polonia? Entre el proletariado de una Alemania fascista y la Unión Soviética está Pilsudski.[5] Su ayuda, o por lo menos su neutralidad amistosa, sería infinitamente más importante para Hitler, dedicado a la fascistización de Alemania, que el Corredor Polaco.[6] ¡Qué insignificante le parecerá este problema -y todo lo relacionado con las fronteras de Alemania- en el fragor de su duro combate por conquistar el poder y mantenerlo!

Para Hitler, Pilsudski sería un puente hacia la amistad con Francia en caso de no contar con otros puentes más cercanos. Ya se oyen voces en la prensa francesa -aunque todavía en los periódicos de segundo orden- que claman: “¡Ya es hora de volver el tiznón hacia Hitler!” Es cierto que la prensa francesa, liderada por Le Temps,[7] adopta una actitud hostil hacia los nacionalsocialistas. Pero no se debo a que los amos del destino de la Francia contemporánea se tomen en serio los gestos marciales de Hitler. No; lo que los asusta es el único camino por el cual Hitler puede llegar al poder, el de la guerra civil, cuyos resultados nadie puede prever. ¿Y si su política de derecha desata una revolución de izquierda? Eso es lo que les preocupa a los círculos gobernantes de Francia, y con bastante razón.

Pero una cosa está ciara: si Hitler superara todos los obstáculos y lograra llegar al poder se vería obligado, para tener las manos libres en su propio país, a comenzar con un juramento de lealtad a Versalles. Nadie lo duda en el Quai D’ Orsay [Nombre con el que se conoce el ministerio de relaciones exteriores de Francia]. Además, comprenden muy bien que una dictadura militar de Hitler, una vez establecida firmemente en Alemania, podría convertirse en un elemento considerablemente más seguro para la hegemonía francesa sobre Europa que el actual sistema gubernamental alemán, cuya ecuación matemática está formada casi enteramente por incógnitas.

 

La guerra sería inejecutable

 

Seria de una ingenuidad infantil suponer que a los círculos gobernantes de Francia les resultaría “embarazoso” actuar como patronos de una Alemania fascista. ¡En la actualidad Francia se apoya en Polonia, Rumania y Yugoslavia, tres países gobernados por dictaduras militares! ¿Es casual acaso? No, en lo más mínimo. La actual hegemonía francesa sobre Europa es consecuencia de que Francia sigue siendo el único heredero del triunfo de Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia y ella misma. (No menciono a Rusia porque no participó en la victoria, aunque fue la que la pagó con mayor número de vidas humanas.) Francia recibió de la más poderosa combinación mundial de fuerzas de la historia una herencia que no dejará escapar; pero que resulta demasiado pesada para sus estrechos hombros. Su territorio, su población, sus fuerzas productivas, su ingreso nacional no le permiten, evidentemente, soportar su posición rectora. La balcanización de Europa, la liquidación de los antagonismos, la lucha contra el desarme y el apoyo a las dictaduras militares son los métodos que le permiten a Francia prolongar su hegemonía.

La división forzosa de la nación alemana es un eslabón tan necesario al sistema como la fantástica línea fronteriza de Polonia, con su famoso Corredor. En el lenguaje de Versalles se designa como “Corredor” una operación que para otros significa simplemente la extirpación de un nervio en un organismo vivo. Cuando Francia jura por Dios que desea la paz mientras apoya a Japón en Manchuria, sólo quiere decir que está a favor de la inviolabilidad de su propia hegemonía, es decir de su derecho a desmembrar a Europa y sumirla en el caos. La historia demuestra que los conquistadores insaciables siempre tienden al “pacifismo” porque tienen terror a la venganza de los conquistados.

Por eso un régimen fascista, que sólo podría imponerse al precio de sangrientas convulsiones y de un nuevo agotamiento de Alemania, sería un elemento muy valioso para la hegemonía francesa. Por parte de los nacionalsocialistas, Francia y su sistema de Versalles no tienen nada que temer.

Entonces, ¿Hitler en el poder significaría la paz? No, significaría un refuerzo para la hegemonía francesa. Pero justamente por eso Hitler en el poder significaría la guerra, no contra Francia, no contra Polonia, sino contra la Unión Soviética.

Estos últimos años la prensa de Moscú se refirió más de una vez a una inminente intervención militar a la Unión Soviética. El autor de estas líneas criticó ese tipo de pronóstico agorero, no porque crea que en Europa o en el resto del planeta falta la voluntad de hacerle la guerra a la Unión Soviética. No, esa mala voluntad existe. Pero ante una empresa tan arriesgada, surgían desacuerdos y resistencias entre los distintos estados europeos y, sobre todo, dentro de cada uno de ellos.

Ya no queda un solo político digno de mención capaz de imaginar que se puede aplastar la república soviética con ejércitos improvisados a lo largo de las fronteras o con simples operaciones terrestres. Ni siquiera Winston Churchill lo cree, pese a su amplia gama de ejercicios político-vocales. Ya se hizo un experimento de este tipo entre 1918 y 1920, cuando Churchill, según sus propias y jactanciosas palabras, movilizó a “catorce naciones” contra la Unión Soviética. ¡Qué feliz se sentiría ahora el erario británico si pudiera recuperar los cientos de millones de libras que gasté en la intervención a Rusia!

Pero no hay que llorar por la leche derramada. Además, a cambio de ese dinero se obtuvo una buena lección. Si en ese entonces, en los primeros años de la república soviética, cuando el Ejército Rojo todavía calzaba escarpines -¡en realidad, muy frecuentemente andaba con los pies desnudos!-, las tropas de “catorce naciones” no pudieron lograr el triunfo, ¡muchas menos esperanzas pueden tener de lograrlo ahora, cuando el Ejército Rojo es una fuerza poderosa, con una tradición victoriosa, con oficiales jóvenes pero muy expertos, con inagotables reservas surgidas de la revolución y suficientemente aprovisionado!

Aun si se pudiera arrastrar a la aventura a las naciones que circundan a la Unión Soviética, sus fuerzas unificadas no lograrían el objetivo de la intervención. Japón está demasiado lejos como para desempeñar un papel militar independiente contra la Unión Soviética; por otra parte, el gobierno del mikado ya tendrá bastantes problemas en los próximos años. Sólo podría intervenir un gran imperio europeo, altamente industrializado y sobre todo continental, que quisiera y pudiera asumir el peso principal de una cruzada santa contra los soviets. Para ser más precisos, tendría que tratarse de un país que no tuviera nada que perder. Una ojeada al mapa político de Europa basta para convencerse de que esa misión sólo la podría encarar una Alemania fascista. Más aun, una Alemania fascista no tendría más remedio que hacerlo. Luego de llegar al poder al precio de innumerables víctimas, de revelar su fracaso en todos los problemas internos, de capitular ante Francia y en consecuencia ante estados semivasallos como Polonia, el régimen fascista se vería inexorablemente impulsado a buscar alguna salida a su bancarrota y a las contradicciones de la situación internacional. Estas circunstancias harían de la guerra contra la Unión Soviética una necesidad fatal.

A este pronóstico pesimista se puede replicar con el ejemplo de Italia, con la que la Unión Soviética logró establecer cierto modus vivendi. Pero esa objeción es superficial. Italia está separada de la Unión Soviética por una cantidad de países. El fascismo italiano surgió de una crisis netamente interna, ya que en Versalles se satisfacieron plenamente sus exigencias nacionales. El fascismo italiano llegó al poder poco después de la gran guerra, cuando no era posible hablar de un nuevo conflicto. Y finalmente la Italia fascista quedó aislada; nadie sabía en Europa si sería un régimen estable, o si lo sería el régimen soviético.

En este sentido, la situación de la Alemania de Hitler será fatalmente distinta. Tendrá necesidad de conseguir un éxito exterior. La Unión Soviética será para ella un vecino intolerable. Recordemos cuánto vaciló Pilsudski para firmar el pacto de no agresión con Rusia. Hitler se alía con Pilsudski: eso solo casi responde al interrogante. Por otra parte, Francia no puede dejar de comprender que no está en situación de mantener permanentemente desarmada a Alemania. La política francesa consistirá en volcar contra Oriente a la Alemania fascista. Esa puede ser una válvula de escape para la indignación nacional contra el régimen de Versalles y -¿quién sabe? - hasta es posible que tengan la suerte de que por esta vía aparezcan nuevas soluciones al más sagrado de todos los problemas mundiales, el de las reparaciones.

 

Rusia tiene que estor preparada

 

Si se acepta la afirmación de los profetas fascistas de que llegarán al poder en la primera mitad de 1932 - aunque estamos lejos de confiar en la palabra de esta gente -, podemos establecer desde ya una especie de calendario político. Un par de años serán destinados a la fascistización de Alemania: el aplastamiento de la clase obrera de ese país, la creación de las milicias fascistas, la recuperación de los cuadros del ejército. En consecuencia, entre 1933 y 1934 estarán maduras las condiciones para la intervención militar en la Unión Soviética.

Por supuesto, este “calendario” se basa en el supuesto de que en el ínterin el gobierno soviético se quedará esperando pacientemente. Mis relaciones con el actual gobierno de Moscú no me dan derecho a hablar en su nombre ni a referirme a sus intenciones, sobre las que sólo puedo opinar, igual que cualquier otro lector o político, basándome en la información accesible. Pero tengo toda la libertad para expresar cómo debería actuar el gobierno soviético, según mi parecer, en el caso de que en Alemania los fascistas se apoderaran del estado. En el momento de recibir la comunicación telegráfica de este acontecimiento, yo firmaría la orden de movilización de todas las reservas. Con un enemigo mortal por delante y la guerra surgiendo como necesidad lógica de la situación objetiva, seria una ligereza imperdonable darle tiempo a ese enemigo de establecerse y hacerse fuerte, de concluir alianzas, de recibir ayuda, de elaborar un plan de acciones militares concéntricas no sólo desde Occidente sino también desde Oriente; y de adquirir así las dimensiones de un peligro colosal[8]

Las tropas de choque de Hitler ya cantan por toda Alemania una marcha contra los soviets compuesta por un tal doctor Hans Buechner. Sería imprudente dejar que los fascistas entonen durante mucho tiempo este aire marcial. Si están destinados a hacerlo, que sea brevemente.

No importa quién tome la iniciativa formal, la guerra entre el gobierno de Hitler y el soviético será inevitable, y bastante pronto. Sus consecuencias serán incalculables. Pero por más ilusiones que se hagan en París, se puede afirmar con certeza que una de las primeras cosas que arderán en las llamas de una guerra bolchevique-fascista será el Tratado de Versalles.



[1] Preveo la guerra con Alemania. The Forum [El Foro], abril de 1932. Más de un año antes de que Hitler fuera designado canciller de Alemania, Trotsky escribió que un triunfo nazi “significaría, según mi convicción más profunda, una guerra inevitable entre la Alemania fascista y la URSS” (La invasión japonesa a Manchuria, Escntos 1930-31). Como muchos de sus pronósticos éste resultó exacto. Pero en este caso algunas de sus premisas demostraron ser equivocadas: En este artículo, escrito a principios de 1932, afirmó que si Hitler llegaba al poder “se convertiría en uno de los pilares fundamentales de Versalles y en un gran apoyo para el imperialismo francés”. Esta afirmación que, como él mismo observaba, “puede parecer paradójica”, se apoyaba en la presunción de que, sin importar la forms en que Hitler llegara al poder - legalmente o a través de un golpe -, la clase obrera alemana resistiría y Alemania se vería sumergida en una guerra civil: “Esto paralizaría inevitablemente las fuerzas del país por un considerable lapso y Hitler se vería obligado a buscar en la Europa [capitalista] que lo rodea, aliados y protectores, no la venganza.” En defensa de esa posición se puede argüir que a principios de 1932 todavía era correcto suponer que la poderosa clase obrera alemana no se sometería al fascismo sin luchar hasta el fin. Pero aunque fuera cierto, ese ya no era el caso un año después, cuando Hitler fue designado canciller; si a comienzos de 1932 los obreros alemanes no estaban todavía tan desmoralizados por los stalinistas y los socialdemócratas como para ser incapaces de librar una lucha efectiva, es evidente que a comienzos de 1933 ya habían llegado a esa situación. No obstante, durante los primeros días que siguieron la designación de Hitler, Trotsky continuó esperando e invocando la resistencia hasta las últimas consecuencias de los obreros alemanes. Cuando Hitler comenzó a consolidar su triunfo (logrado por una combinación de acciones legales y extralegales), Trotsky se convenció de que la guerra civil quedaba descartada. Y aún entonces, decía que había sido correcto y necesario “plantearse una línea basada en la resistencia y hacer todo lo posible por concretarla. Reconocer a priori la imposibilidad de la resistencia no hubiera significado impulsar al proletariado sino introducir un elemento más de desmoralización” Alemania y la URSS, 17 de marzo de 1933, en La lucha contra el fascismo en Alemania). El triunfo de Hitler resulto tan fácil que pudo moverse mucho más libremente respecto de la política exterior, de lo que Trotsky había supuesto en 1932. Cuando esto fue evidente, en la primavera de 1933, Trotsky revisó sus análisis sobre la estrategia nazi hacia el exterior (ver Hitler y el desarme, en Escritos 1932-33).

[2] La Liga de la Naciones: creada por los países que ganaron la Primera Guerra Mundial; en un comienzo prohibieron la entrada a la Liga a las naciones derrotadas. Estados Unidos no ingresó. Durante la Segunda Guerra Mundial se organizó su sucesora, las Naciones Unidas.

[3] El Tratado de Versalles: firmado en junio de 1917, reconstituyó las fronteras nacionales de acuerdo a las líneas fijadas por los Aliados en sus tratados secretos. Privó a Alemania de parte de su territorio europeo y de sus colonias de ultramar, limitó su poderío militar y dispuso que pagara indemnizaciones de guerra. Su objetivo era desmantelar el poderío económico y militar de Alemania, pero también contener la corriente revolucionaria en ese país. Fue un factor de mucha influencia en la conquista del poder por Hitler y preparó la Segunda Guerra Mundial.

[4] Benito Mussolini (1883-1945): fundador del fascismo italiano. En 1914 había militado en el sector del socialismo contra la guerra, pelo se convirtió en agente de los aliados imperialistas. En 1919, organizó el movimiento fascista, en 1922 se hizo dictador y estableció el modelo represivo sobre el que forjaron su régimen los nazis alemanes. Permaneció al mando de Italia hasta 1943; lo mataron dos años después, cuando intentaba escapar de su país.

[5] Josef Pilsudski (1867-1935): cuando era estudiante lo exiliaron en Siberia por un supuesto atentado contra la vida de Alejandro III. Cuando volvió, en 1892. fundó el Partido Socialista Polaco (PPS). Encarcelado en 1917 por las Potencias Centrales, fue liberado por los revolucionarios alemanes en 1918 y volvió a Varsovia para convertirse en jefe de la República Polaca, recientemente creada. En marzo de 1920, en Ucrania, dirigió su ejército contra la Unión Soviética; en junio el Ejército Rojo lo hizo retroceder a Polonia. Se retiró en 1923 pero en mayo de 1926 dirigió un golpe que le devolvió el poder; hasta su muerte fue dictador de Polonia, ocupando varios cargos. En este tomo se publica un artículo sobre el golpe de 1926: Pilsudski, el fascismo y el carácter de nuestra época.

[6] El Corredor Polaco una estrecha franja de tierra de alrededor de noventa millas de largo que llega hasta Danzing (Gedansk) y el Mar Báltico; el Tratado de Versalles se lo quitó a Alemania y se lo otorgó a Polonia.

[7] Le Temps (El Tiempo): órgano oficial del gobierno francés en la década del 30.

[8] Cuando Hitler llegó al poder en 1933, Trotsky opinaba que la situación económica y política de la Unión Soviética no hacia aconsejable la intervención del Ejercito Rojo y que exigir la intervención en esas circunstancias era un aventurismo total. (ver Alemania y la URSS, 17 de marzo de 1932 y Hitler y el Ejercito Rojo, 21 de marzo de 1933, en La lucha contra el fascismo en Alemania.)



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