Logo
Logo
Logo

Libros y compilaciones

Prólogo a "El capitalismo y sus crisis"

Prólogo a "El capitalismo y sus crisis"

por Paula Bach

Esta compilación reproduce lo que constituyó la primera parte del libro León Trotsky, Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, editado por el CEIP “León Trotsky” de Argentina en 1999. A continuación de este prólogo, el lector encontrará la presentación e introducción que precedieron aquella publicación. Para esta edición hemos incorporado tres discursos de Trotsky del año 1924: “Perspectivas del desarrollo mundial”, “El desarrollo del militarismo mundial y nuestras tareas militares” y “Perspectivas y tareas en Oriente”. Los dos primeros fueron parte de la primera edición del folleto original de Europa y América. Los tres discursos los hemos traducido del francés especialmente para esta obra ya que constituyen importantes aportes en la aplicación del método de Trotsky en cuanto a la interrelación entre las tendencias económicas, la relación (tanto política como militar) entre los distintos tipos de Estados y la lucha de clases (incluyendo la lucha ideológica y su expresión en los individuos a través de la historia).

Primera década del siglo XXI rozando a su fin. El preludio de la crisis financiera internacional y las primeras escenas de la recesión (¿depresión?) económica mundial, refractan el espectro de los años ‘30. Es probable que estemos transitando la antesala del fin del equilibrio capitalista (entendido como fenómeno que abarca tanto la esfera econó-mica como las relaciones entre las clases sociales y entre los Estados capitalistas ), que no sin crisis y convulsiones estuvo signado por más de medio siglo de hegemonía norteamericana.
La lucidez de los escritos de León Trotsky sobre la naturaleza y la dinámica del capitalismo en los años ‘20 y ‘30 del siglo pasado, aportan elementos metodológicos que aun a la manera de un “álgebra”, resultan de gran utilidad para pensar los problemas que ante nosotros comienzan a abrirse paso. La “cuestión monetaria” (o la “cuestión del dólar”), la “cuestión china” y la “cuestión europea” (o la “cuestión del euro”), son algunos de los tantos asuntos álgidos del complejo panorama internacional. Pecaría de oscuro dogmatismo quién pretendiera hallar en estos escritos la solución de los enigmas de nuestro tiempo pero sólo un pensamiento fatalmente renegado podría darle la espalda a las herramientas analíticas que estos escritos aportan.

ALGUNOS ASPECTOS SOBRE EL CAPITAL DE KARL MARX Y EL MÉTODO DE LEÓN TROTSKY

El nuevo giro de la historia trae a la memoria los acontecimientos de los años ‘20 y ‘30, porque amén del límite de las analogías, las grandes catástrofes adoptan ciertas características comunes asociadas al trasfondo histórico sobre el que se desarrollan. La historia no se repite, es cierto. Pero también es verdad que en la época que nos ha tocado vivir, la fusión de la economía con la política adquiere un tenor que hace imposible interpretar la primera sin tener en cuenta la acción del Estado, las relaciones entre los principales Estados capitalistas y la lucha entre las principales clases sociales. Es sabido que Karl Marx no alcanzó a completar su obra y también que trabajó al menos sobre dos planes para la elaboración de El Capital. Se conoce que el primer plan que data de aproximadamente el año 1857 contenía seis libros: el del capital, el de la propiedad de la tierra, el del trabajo asalariado, el del Estado, el del comercio exterior y el del mercado mundial y las crisis. Mientras que el plan definitivo del año 1865/6 fue estructurado alrededor de sólo tres libros: el proceso de producción del capital, el proceso de circulación del capital y el proceso global de la producción capitalista. Existen extensas discusiones entre los estudiosos de la obra de Karl Marx a propósito de la relación entre ambos planes y en particular alrededor de en qué medida los primeros tres libros fueron incorporados en el plan definitivo. Sin embargo hay algo sobre lo que no cabe duda: los libros sobre el Estado, sobre el comercio exterior y sobre el mercado mundial y las crisis, fueron excluidos del plan final. Sin embargo adherimos en este aspecto a la aseveración de uno de los más profundos y serios estudiosos de la Génesis y estructura de El Capital de Karl Marx, Román Rosdolsky, cuando señala que: “Marx nunca ‘abandonó’ definitivamente los últimos tres [libros, NdR], sino que éstos estaban destinados a la ‘eventual prosecución de la obra’” . Resulta de suma importancia tener en cuenta que el método de “elevarse desde lo abstracto a lo concreto” en Marx, no alcanzaba su punto culminante en la estructura del libro de El Capital tal como llega hoy a nuestras manos comenzando, como señala Rosdolsky “con el capital en general’ para llegar, en virtud del examen de la competencia y del sistema crediticio, a la forma más perfecta que adquiere el capital en el capital accionario” . No, Marx señalaba ya en los Grundrisse como elemento de método general “Efectuar claramente la división (de nuestros estudios) de manera tal que (se traten): 1) las determinaciones abstractas generales que corresponden en mayor o menor medida a todas las formas de sociedad [...]; 2) las categorías que constituyen la articulación interna de la sociedad burguesa y sobre las cuales reposan las clases fundamentales. Capital, trabajo asalariado, propiedad terri-torial. Sus relaciones recíprocas. Ciudad y campo. Las tres grandes clases sociales. Cambio entre ellas. Circulación. Crédito (privado). 3) Síntesis de la sociedad burguesa bajo la forma del Estado. Considerada en relación consigo misma. Las clases ‘improductivas’. Impuestos. Deuda pública. Crédito público. La población. Las colonias. Emigración. 4) Relaciones internacionales de producción. División internacional del trabajo. Cambio internacional. Exportación e importación. Curso del cambio. 5) El mercado mundial y las crisis” . Los libros del Estado, de la división internacional del trabajo, del mercado mundial y las crisis, por decirlo de algún modo, los viene “escribiendo” la historia desde el momento a partir del cuál “el liberalismo económico quedó fuera de época...”. En este contexto nos vamos a permitir dar énfasis renovado a una suposición volcada en la “Introducción” de 1999 en la que decíamos que se podría considerar que “Trotsky, en el terreno del estudio de la dinámica del capitalismo habría tomado la base lógica de las tendencias al establecimiento y ruptura del equilibrio del capital en estado puro de Marx, como método o como forma particular del movimiento de un sistema, para analizar las tendencias de todo el sistema capitalista en su conjunto, tomando la economía, la lucha de clases y la relación entre los Estados como los factores que se interrelacionan dialécticamente en el movimiento que permanentemente define las tendencias equilibrantes y desequilibrantes”. Nos permitiremos nuevamente entonces, suponer que León Trotsky, aunque sin haber hecho una sistematización acabada, buscó acercarse a una interpretación más concreta de las tendencias fundamentales que en la época actual establecen y rompen las tendencias al equilibrio capitalista. Es por ello que sus escritos sobre la naturaleza y la dinámica del capitalismo de nuestra época constituyen herramientas de un valor inestimable para quién quiera abordar de manera sensata el giro histórico de los acontecimientos que ante nosotros se abre paso.
Ofrecemos al lector en lo que sigue de este prólogo una serie de comparaciones histórico-conceptuales buscando hallar tanto similitudes
como diferencias entre el período actual –y las décadas precedentes– con los años ‘20 y ‘30, tomando a modo de ejemplo exclusivamente la relación entre la “cuestión monetaria” y los Estados imperialistas dominantes, como forma específica de manifestación de profundos procesos económicos. Conscientes que no abordaremos cuestiones significativas como los movimientos de la tasa de ganancia del capital, la financierización de la economía, la contradicción latente en el último período entre la recuperación parcial de la tasa de ganancia y la débil acumulación de capital, entre muchas otras que hemos abordado en anteriores publicaciones , nos ha parecido relevante enfocarnos a modo ilustrativo sobre la “cuestión monetaria” que hoy –dadas las tensiones que acumula el dólar y la utópica ilusión de recrear un nuevo “Bretton Woods”–, resulta un tema que ocupa un plano destacado en la escena de la crítica situación económica internacional.

LA ECONOMÍA, EL ESTADO Y NUESTRA ÉPOCA

La cuestión del rol del Estado en la economía es uno de los grandes asuntos de nuestra época. El fin del “libre juego” de la ley del valor, el límite al mecanismo de la “libre competencia”, el fin del puro “liberalismo” económico, oligopolios, capital financiero, imperialismo, signan el período histórico que comenzó a fines de siglo XlX-principios de siglo XX. La estrechez del mercado mundial en su conjunto devenía un obstáculo para el desarrollo de las economías nacionales. Como señalara Trotsky: “El crecimiento del intercambio mundial fue paralelo a la formación de las economías nacionales. La tendencia de este desarrollo –por lo menos en los países avanzados– se expresó en el traslado del centro de gravedad del mercado interno al externo. El siglo XIX estuvo signado por la fusión del destino de la nación con el de su economía, pero la tendencia básica de nuestro siglo [el siglo XX, NdR] es la creciente contradicción entre la nación y la economía” . El “nacionalismo económico”, en tanto forma de desarrollo de las naciones acompasando el crecimiento del mercado mundial y la expansión del capital, quedaba perimido. De este modo, “El liberalismo económico quedó fuera de época al mismo tiempo que el nacionalismo económico” . Pero a la vez que este proceso hallaba su límite, el nacionalismo económico bajo la forma de los Estados capitalistas imperialistas, resurgía con violencia inusitada. El nacionalismo económico a través de la injerencia de los Estados sobre la economía, adoptaba la forma del mecanismo que mantiene vivo un organismo cuyo corazón ya no bombea a ritmo regular, un organismo cuyas “leyes internas” ya no discurren de forma natural y debe ser asistido artificialmente.
El resquebrajamiento del patrón oro a partir del año 1914, expresaba a través del prisma del sistema monetario internacional, las dificultades del funcionamiento de la ley que rige al modo capitalista de producción, la ley del valor. La imposibilidad del funcionamiento aceitado de la división mundial del trabajo tuvo una de sus más agudas expresiones como crisis de la paridad de las distintas monedas con el equivalente universal, el oro. Inglaterra suspendió en 1914 la convertibilidad en oro de la libra. En última instancia, la crisis del patrón oro expresaba que la libra esterlina ya no era “tan buena como el oro”. La crisis de la libra era expresión de la crisis de la hegemonía británica. Como más tarde se expresaría en los años ‘20 con el regreso al patrón oro, el Estado británico, en la medida en que resistía el fin inevitable de su hegemonía, absorbía a través de su moneda y del mantenimiento forzado de la paridad oro, la crisis de su economía. Evitando la devaluación de la libra, el Estado inglés impedía el libre funcionamiento de la ley del valor que descubría el hecho de la pérdida de competitividad inglesa (la productividad norteamericana era 1,5 veces mayor) y exigía la depreciación de su moneda. Para evitar el libre accionar de este mecanismo y mantener artificialmente la fortaleza de su moneda y con ella su rol de imperio proveedor internacional de capitales, Inglaterra entraría en un proceso de desequilibrio en su balanza de pagos que mantendría artificialmente su papel a través del financiamiento de la pujante economía norteamericana. Como plantea el economista marxista francés Isaac Johsua, refiriéndose a la suspensión de la conversión de la libra en 1931: “Más allá de los aspectos accidentales, la caída de la libra es [...] la expresión de una crisis del lugar de Inglaterra en el mundo, crisis que la guerra hizo madurar: sin refinanciamiento por parte de EE.UU., Gran Bretaña no tuvo más los medios para asumir su muy antiguo rol de proveedor internacional de capitales” . La caída de la libra esterlina en 1931 expresó la forma violenta en que la ley del valor se impuso finalmente a pesar de los intentos del Estado por contenerla. Junto al caso de Gran Bretaña y la libra, tanto la desvencijada economía alemana a través del fascismo como la poderosa economía norteamericana a través del New Deal, representaron otros tantos ejemplos de la nueva modalidad del nacionalismo económico. Un nacionalismo que a través del Estado busca coartar el libre accionar de la ley del valor. Sin duda, la forma más acabada de este nacionalismo fueron las dos grandes conflagraciones interimperialistas en las que cada nación perseguía expandir sus fronteras conquistando al conjunto del planeta mediante la derrota militar de sus contrincantes. Situación ésta que, es bueno recordarlo, da fuerte impulso también de la mano del rol del Estado al desarrollo de un sector particular de la producción: el armamentista. Este sector económico muy asociado a la “planificación” estatal capitalista –otro mecanismo de “escapismo” de la ley del valor–, tuvo mucha importancia en el inicio de la recuperación económica de Alemania y luego de EE.UU.. Pero aún cuando recién después de dos guerras mundiales y con la colaboración de la burocracia soviética, se hubo resuelto la crisis de hegemonía imperialista del siglo XX mediante la instauración luego de la Segunda Guerra Mundial del poder indiscutido de Norteamérica, aún cuando en la conferencia de Bretton Woods se aceptaba que ahora el dólar era “tan bueno como el oro”, el rol del Estado sobre la economía continuó ocupando un primer plano. La Primera Guerra Mundial había parido la Revolución Rusa que aunque mal herida por la burocracia de Stalin continuaba viva. La Segunda Guerra había fallado en uno de sus objetivos principales: derrotar a la URSS. Esta situación, aún cuando la Unión Soviética estalinizada cumplió un rol central mediante su colaboración para el restablecimiento de un nuevo equilibrio capitalista mundial, tal como explicamos en la “Introducción” de 1999, no pudo escapar a los procesos de expropiación del capital en Europa del Este ni a la revolución yugoslava y china que sustrajeron un tercio del planeta a la esfera de acción del capital. Estas condiciones generales bajo las cuales se establecía el nuevo equilibrio capitalista y que en adelante coexistiría con múltiples procesos de liberación nacional y revoluciones como por ejemplo la cubana en 1959, no establecieron el mejor escenario para el “libre juego” de la ley del valor. Cuestión ésta que se patentaría en las formas particulares de ingerencia del Estado que por ejemplo bajo el modo de gasto estatal para reducir costos capitalistas y estimular el consumo, o de inflación monetaria permanente e inflación del crédito, tiñeron todo el período del boom de la segunda postguerra y acompañaron las condiciones estructurales de reestablecimiento de una alta tasa de ganancia.

EL EQUILIBRIO CAPITALISTA, EL ESTADO Y LAS PRIMERAS TURBULENCIAS DEL PATRÓN DÓLAR

Cuando a fines de la década del ‘70, los primeros síntomas de agotamiento del boom de la postguerra empezaron a ponerse de manifiesto, el dólar –aún cuando el imperio norteamericano recién manifestaba, a diferencia del imperio británico en los años ‘20, sus primeros síntomas de crisis– comenzó a sufrir una enfermedad parecida a la que unas cuantas décadas atrás había padecido la libra esterlina. El liderazgo económico norteamericano empezó a verse amenazado por Alemania y Japón que habiéndose recuperado bajo su ala, ostentaban un nivel de productividad creciente. En la arena de la división mundial del trabajo, la productividad en ascenso de Alemania y Japón se expresaba en que su producción empezaba a requerir “menos tiempo” de trabajo, hecho que, combinado con salarios japoneses y alemanes cualitativamente más bajos que los norteamericanos, se traducía en el abaratamiento de la producción de estos países y la pérdida de competitividad de EE.UU.. Este proceso que ya venía operando desde los años ‘50 se agudizó a partir de la mitad de la década del ‘70 profundizando el déficit de la balanza comercial norteamericana . EE.UU., salvando las distancias, empezaba a enfrentar un dilema similar al que había afectado a Gran Bretaña en los años ‘20. O permitía el “libre juego” de la ley del valor devaluando el dólar y desprendiéndolo del patrón oro reconociendo en parte que ya su moneda no era “tan buena como el oro” y con ello el debilitamiento de la hegemonía norteamericana, o mantenía la paridad oro/dólar estimulando el endeudamiento creciente del Estado que había sido desde el fin de la Primera Guerra el principal acreedor del mundo. La opción norteamericana, en parte debido al hecho que su fortaleza recién comenzaba a sentir los primeros cimbronazos y en parte porque la moneda estadounidense no enfrentaba a un sólido competidor como lo había sido el dólar frente a la libra en los años ‘20, difirió de la opción británica de la “belle époque” aunque inicialmente, de forma titubeante. En el año 1971 EE.UU. da por finalizados los acuerdos de Bretton Woods abandonando la convertibilidad oro/ dólar pero mantiene las tasas de cambio fijas lo que no se ajustaba a su creciente déficit comercial y a la necesidad de un dólar más débil. Finalmente en 1973 se establece la flotación libre de las monedas permitiendo una fuerte devaluación del dólar respecto al marco y al yen, restaurando la competí tividad norteamericana y permitiéndole volver al camino del superávit comercial, a la vez que descargaba la crisis sobre el resto del mundo. Se llegaba a esta situación eliminando de cuajo el lugar del oro como mercancía equivalente universal y respaldo del papel moneda, de ahora en adelante el valor del dólar quedaría anclado sin más a la ¿fortaleza? del imperio americano (aunque también a la “voluntad” de Japón de acumular reservas manteniendo parte importante en moneda norteamericana). El ascenso de masas comenzado en el año 1968 y la derrota militar norteameri-cana en Vietnam resultan otros tantos golpes a la fortaleza del imperio que sumados a la pérdida de competitividad y a la devaluación del dólar hacen temblar las bases del nuevo equilibrio norteamericano alcanzado al fin de la guerra. El dólar había entrado en un proceso de devaluación acelerado que hace peligrar su poder en el mundo. El dilema de la moneda fuerte volvía a escena. EE.UU. no se había curado de la antigua enfermedad inglesa y sufría una nueva recaída. El aumento de las tasas de interés en 1979 que refortaleció al dólar suministraba, en cierto modo, la misma medicina que había ingerido Gran Bretaña cuando en 1925 la libra retornó al patrón oro manteniendo la paridad de preguerra. El Estado norteamericano defendiendo su rol imperial –íntimamente asociado a la fortaleza del dólar–, se disponía a esquivar el libre accionar de la ley del valor absorbiendo todos los desequilibrios econó- mico-financieros que ello implicaba. En cierto modo, las cartas del poderío norteamericano ya estaban echadas, un dólar fuerte –dada la debilidad relativa de EE.UU.– sólo podía estar asociado al endeudamiento que en el transcurso de las próximas décadas iría convirtiendo al mayor acreedor en el mayor deudor del mundo. Precisando un concepto expresado en el apartado “Algunas reflexiones finales” de la “Introducción” de 1999, diríamos hoy que en los convulsionados años ‘70, el equilibrio mundial alcanzado en la postguerra estuvo amenazado y se resquebrajó pero sin romperse. En parte debido a las derrotas sangrientas propinadas a los trabajadores y sectores populares en la “periferia”, en parte debido al desvío de los procesos revolucionarios en algunos países centrales –desvío que fue posible por el hecho que la economía, a diferencia de los años ‘30, venía de un período de fuerte crecimiento–, en parte debido a las posteriores derrotas que dieron paso al “reaganismo-thatcherismo”, en parte debido a la política norteamericana de mantener su rol dominante a costa de que el Estado absorbiera todos los déficits, y en parte también debido a la inexistencia de una potencia pujante que le disputara el poder económico, político y militar a Norteamérica, el equilibrio capitalista de postguerra, logró estabilizarse aunque bajo una forma crítica e inestable.

LA NUEVA MODALIDAD DEL EQUILIBRIO CAPITALISTA

El equilibrio capitalista que en cuanto a la continuidad del dólar como moneda de reserva mundial, presenta importantes similitudes con la situación de la libra esterlina durante la década del ‘20, pudo mantenerse durante los últimos veinte años gracias a un factor fundamental. Hemos ya señalado en la “Introducción” de 1999 las condiciones que crearon las bases para el establecimiento de un nuevo equilibrio inestable durante los años ‘90. Casi diez años han pasado desde la elaboración de aquella “Introducción” y un aspecto de importancia allí señalado debe ser precisado a la luz de los acontecimientos. Es cierto que, luego de la caída del orden mundial pactado en Yalta y Potsdam (1945) tras el hundimiento de los regímenes estalinistas a partir del año 1989, el imperialismo norteamericano se vio obligado a reforzar sus tendencias guerreristas buscando retener su poder hegemónico declinante, tal como lo demostró primero la guerra de Kosovo, pero muy en particular –después de los atentados del 11-S– las invasiones a Afganistán y más tarde a Irak. Sin embargo la caída de los regímenes estalinistas y particularmente el comienzo del proceso de restauración capitalista en China durante los años ‘80 y ‘90 tras el salto cualitativo que le significó evitar ser golpeada por la crisis asiática de 1997 y su posterior entrada a la OMC, desde el punto de vista económico, ampliaron significativamente el área de valorización del capital creando una poderosa zona de extracción de plusvalía –en particular absoluta–, proveedora de materias primas (gas y petróleo ruso) y generadora de una fuerte presión a la baja sobre los salarios de los trabajadores del mundo. Estos factores constituyeron sin duda elementos que impulsaron al alza la tasa de ganancia del capital en los últimos años y contribuyeron a sostener el equilibrio capitalista. Pero otra vez y como se ha puesto actualmente de manifiesto lo hicieron de forma contradictoria y sin inaugurar una “nueva fase” histórica para la valorización del capital. El rol hegemónico del dólar fue adoptando una modalidad específica. El endeudamiento creciente del Estado norteamericano a muy baja tasa de interés fue subvencionado por el “ahorro” (las reservas) en especial de países como Japón, China y los países árabes. Esta relación perversa en la cual el poderío del dólar ha estado asociado al endeudamiento norteamericano alimentado por países que devinieron grandes productores de mercancías pero que poseen mercados internos reducidos, estuvo sosteniendo a EE.UU. como el gran “comprador del mundo” y constituye uno de los elementos claves de la forma particular que el equilibrio fue adoptando en el curso de los últimos veinte años aún sin poder evitar las crisis recurrentes (como las de los años ‘87, ‘89- 91, 2000-‘01). ¡Vaya si el Estado continuó ocupando un rol fundamental bajo los nuevos preceptos “neoliberales”!
Es esta nueva forma del equilibrio la que hoy está colapsando y es por ello que el “brillo” tardío del dólar empieza a parecerse a la imagen que desde la tierra podemos observar de las estrellas: una versión de algo que sucedió en tiempo pasado.

FORTALEZA Y LÍMITES DE LAS ANALOGÍAS HISTÓRICAS

En 1925 decía Trotsky: “El país más rico de Europa –Gran Bretaña– ha estabilizado actualmente su libra esterlina. ¿Cómo la estabilizó? Por medio de un préstamo de 300 millones de dólares de Nueva York, de modo que si la libra esterlina cae en su valor, el capital norteamericano la debería salvar. La consecuencia de esto es que ahora la libra esterlina se ha vuelto un juguete en las manos de la Bolsa de Valores norteamericana, la cual en cualquier momento podría debilitarla” . Para agregar luego: “La estabilización de la libra esterlina con el oro es indudablemente un elemento de ‘regulación, pero al mismo tiempo la estabilización de la moneda sólo revela de forma más clara y precisa la decadencia de Inglaterra y su colosal dependencia de EE.UU.” . Buscando establecer una analogía, ¿no podríamos decir que hoy el dólar es una especie de “juguete” en las manos de las reservas y los bancos centrales en particular de China y Japón aunque también en menor medida en manos de los países árabes petroleros y en parte también de los países europeos? Sin lugar a dudas lo que podríamos llamar la cuestión de la “estabilización del dólar”, la conti-nuidad (por ahora) de su rol como moneda de reserva mundial, es un fenómeno dependiente de la afluencia de billones de dólares de reservas que estos países mantienen en bonos del Tesoro y en la divisa norteamericana. Si en particular China retirara sus reservas colocadas en bonos del Tesoro y otros activos en EE.UU., que algunos estiman en alrededor de un billón de dólares, y Japón hiciera lo propio, el desbarranque del poder del dólar sería un hecho. Sin embargo es preciso destacar que si bien la analogía parece sensata, múltiples son las diferencias. En primer lugar China y Japón en 2008, nada tienen que ver con lo que EE.UU. era en los años ‘20 y ‘30. En los años ‘20, los EE.UU. poseían uno de los mayores mercados internos del mundo y sin embargo sus fronteras nacionales representaban una sólida traba para la salida de sus mercancías excedentes y por ello era altamente dependiente, entre otros, del mercado europeo al que a su vez acicateaba robándole zonas de influencia. En los años ‘20 EE.UU. era ya una potencia no sólo económica (generaba el 40% de la producción mundial de acero y hierro, poseía casi la mitad de las reservas en oro del mundo, la productividad del trabajo era 1,5 veces mayor a la británica, y el valor de la libra esterlina ya se calculaba en dólares), sino también militar. El desarrollo de China hoy muy por el contrario, es el producto de la restauración capitalista en ese país que fue utilizado como plataforma para la estrategia del abaratamiento de costos de las transnacionales en busca de mano de obra barata. Japón es una potencia imperialista seriamente debilitada que aún no ha podido salir de la crisis en la que quedó sumergida durante toda la década del ‘90. Ambos países mantienen una gran dependencia del consumo norteamericano motivo por el cual el retiro de los fondos que solventan los déficits de EE.UU. significaría liquidar el destino más poderoso de sus excedentes. Sin embargo, la analogía vuelve a validarse cuando se consideran las constantes caídas del consumo interno norteamericano y la posibilidad (hoy muy presente) de que se profundice la recesión en el país del Norte. De darse esta situación, de no representar más EE.UU. un mercado fundamental para las exportaciones chinas y japonesas, ¿por qué razón estos países continuarían manteniendo sus reservas en dólares y en bonos del Tesoro norteamericano? Los recientes intentos desesperados de China por vigorizar su escuálido mercado interno podrían considerarse un presagio.

EL COMIENZO DE RUPTURA DEL EQUILIBRIO CAPITALISTA

Nos hemos referido a la relación de dependencia que se pone de manifiesto en el sostenimiento del dólar por parte de países con alto “ahorro” que financian el endeudamiento norteamericano y garantizan el rol de EE.UU. como “comprador del mundo”. Hemos definido esta relación como uno de los aspectos de la nueva modalidad del equilibrio capitalista. Este factor constituye un elemento de alto calibre en la situación económica internacional porque da cuenta de la forma particular que adopta hoy el funcionamiento de la división internacional del trabajo. La negación de las formas necesarias que adopta el intercambio de los excedentes mercantiles en la arena internacional, está en la base tanto de los defensores de la vulgar teoría del desacople que presuponen que países como por ejemplo China, debido a su fuerte crecimiento son capaces de resistir un hundimiento de la economía norteamericana o, una versión más sofisticada de esa teoría, que presupone que la “salud” de la economía capitalista mundial se mide a través de la vara de los índices de crecimiento económico. Vale la pena recordar que otra vez en los años ‘20 –y con razón, como se demostró posteriormente– Trotsky señalaba que la cuestión fundamental del desarrollo mundial de las fuerzas productivas no debía considerarse mediante el cálculo de los índices de producción sino observando los antagonismos económicos. Esto significa que, aun cuando las fuerzas productivas de determinados países pueden desarrollarse incluso poderosamente, el estado de la división internacional del trabajo que se visualiza a través de los antagonismos económicos, impone un límite a la dinámica de ese desarrollo. Refiriéndose a la relación entre EE.UU. y Europa planteaba: “La potencia productora de América crece incesantemente; pero el mercado cesó de existir, porque Europa se arruinó y no encuentra el medio de comprar las mercancías americanas. Es como si Europa hubiera ayudado con todas sus fuerzas a América a subir a la más alta cima, para luego sacar la escalera” . Toda analogía histórica es por definición, parcial. Y para plantearla de modo tal que dé cuenta de la realidad presente es preciso analizar similitudes y diferencias así como el peso relativo de cada una de ellas. Desde un ángulo estrictamente parcial enfocado sólo sobre el flujo de capitales financieros y el comercio bilateral ¿no es como si EE.UU. hubiera ayudado a China a subir a la cumbre y estuviera ahora por sacarle la escalera? ¿No está China –aunque también Japón– a través del bombeo de yuanes y yenes hacia el dólar y hacia los bonos del Tesoro norteamericano, intentando sostener la escalera? Pero la analogía concluye allí. Porque las características del desarrollo norteamericano de fines del siglo XlX-principios del siglo XX, y el actual desarrollo de China difieren por el vértice. China es un país exportador de productos industriales esencialmente de bajo valor agregado, basado en una fuerte extracción de plusvalía absoluta y baja productividad del trabajo en comparación con los países centrales, con un nivel de apertura respecto de la economía mundial inédito en países de su envergadura –sólo mitigado parcialmente por la ausencia de convertibilidad del yuan es decir, por un cierto control de cambios–, y un gran subdesarrollo en relación con su sobrecapacidad productiva diseñada en función de las necesidades de una economía mundial en expansión. China “ocupa la posición número 100 entre todos los países en términos de ingreso per cápita [...]. Aunque los 1.300 millones de chinos consumieron cerca de U$S 1,2 billones el año pasado, los 300 millones de estadounidenses consu-mieron U$S 9,7 billones” . En China ya se ha instalado una tendencia a la sobreacumulación de capitales como subproducto de que constituye un nicho de alta tasa de ganancia, foco de atracción de los capitales transnacionales y de la competencia de los gobiernos locales. Esta distancia infinita entre EE.UU. en los años ‘20 y la China actual hace pensar que los problemas de la división internacional del trabajo y los antagonismos económicos vuelven a entrar en escena pero de una forma mucho más “dramática”, por decirlo de algún modo, del aspecto que adoptaron en la década del ‘20. Lejos de agazaparse para conquistar el mundo China –y también Japón– más bien intentan “sostener la escalera” del comprador del Norte. ¿Qué otra cosa sino una gran sobreproducción de mercancías puede esperarse en estos países si la recesión en EE.UU. se profundiza abandonando el rol de gran comprador mundial?
Por su parte Europa combina tendencias a la desintegración que amenazan la viabilidad de euro, con la presión a coordinar medidas de acción comunes de los Estados miembros de la Unión Europea, producto de la crisis que genera la debilidad del liderazgo norteamericano.
De profundizarse la recesión en curso en EE.UU., de continuar aumentando la desocupación y la caída del consumo interno, Norteamérica abandonará su papel de “comprador del mundo” con lo cual dejarían de afluir hacia ese país las masas de capitales que hoy sostienen al dólar pudiendo provocarse una fuerte devaluación del patrón preferencial del intercambio y la reserva mundial de valor.
La crisis en curso replantea en otra escala el gran problema que le dio el tono al pasado período de entreguerras. El drama del capital de los años ‘20 era que mientras la hegemonía británica estaba acabada, la hegemonía norteamericana aún no se había instalado. La ausencia actual de algún hegemón de reemplazo replantea el problema en otros términos: la hegemonía norteamericana no va más pero no hay postulante para su reemplazo.
En una situación semejante, la intención de recrear un nuevo Bretton Woods resulta por decir lo menos, utópica. Tras ella sólo puede visualizarse el intento de Gran Bretaña o de Francia de influenciar de alguna manera las decisiones de EE.UU.. Cuestión a la cuál Norteamérica, aunque debilitada, ofrecerá resistencia en el marco de una fuerte disputa con la Unión Europea por atraer los capitales que buscan una divisa segura. En última instancia, las iniciativas de los gobiernos europeos muestran cómo, en adelante, las respuestas a la crisis y a sus distintas secuelas (financieras, económicas, sociales y políticas) no tenderán a converger, aunque se realicen reuniones, declaraciones o acuerdos circunstanciales ante el riesgo de catástrofe.
Lejos de lograrse una iniciativa global para establecer algún tipo de nuevo sistema monetario estable, tenderán a agudizarse las contradicciones entre las potencias. Incluso no se puede descartar que –de mediar un debilitamiento cualitativo del dólar– se genere un agudo desconcierto político de la potencia dominante y una mayor fragmentación del sistema monetario mundial.
Es posible que estemos al inicio de un período, probablemente largo, que incluya tendencias a la formación de bloques, o alianzas coyunturales inestables, junto a una mayor tensión política, económica y social, entre los distintos Estados y en el interior de cada uno de ellos, que nuevamente traiga a escena todas las características de una época no sólo de crisis agudas sino también de guerras y revoluciones. Si en la década del ‘70 asistimos a la desmitificación de la idea “keynesiana” que sostenía que las regulaciones estatales podían ayudar al capital a superar sus contradicciones estructurales, hoy estamos presenciando el fracaso del precepto neoliberal que pregonó al “libre” mercado como partero de una época de desarrollo capitalista armónico. Parafraseando a Trotsky, “la teoría del colapso” ha triunfado sobre la teoría del “desarrollo pacífico”. En última instancia, el destino de los acontecimientos estará asociado al desarrollo de la lucha de clases. No está escrito que la clase obrera y los sectores populares no habrán de enfrentar las consecuencias catastróficas de la crisis que ante ellos devela el carácter irracional del modo de producción capitalista, insinuando a su paso la necesidad de abolir la propiedad privada de los medios de producción “primera condición para la economía planificada, es decir, para la introducción de la razón en la esfera de las relaciones humanas” .



El capitalismo y sus crisis (Compilación)