Logo
Logo
Logo

Escritos de León Trotsky (1929-1940)

¿Quién se está debilitando, Stalin o los soviets?

¿Quién se está debilitando, Stalin o los soviets?

¿Quién se está debilitando, Stalin o los soviets?[1]

 

 

Enero de 1932

 

 

 

El autor de estas líneas se ve acosado por todos lados con la pregunta, ora alegremente irónica, ora genuinamente perpleja: ¿Por qué justo en este momento el grupo dirigente de la Unión Soviética se dedica tanto a la investigación histórica? Mientras Japón se apodera de Manchuria y Hitler se prepara para apoderarse de Alemania, Stalin redacta extensas disertaciones sobre la política de Trotsky en el año 1905 y otras cuestiones igualmente oportunas. Ya pasaron tres años desde que Stalin y Molotov[2] anunciaron que el “trotskismo” estaba muerto y enterrado y ahora, en las páginas de la prensa soviética, brota una nueva campaña - la quinta o la sexta - contra ese mismo “trotskismo”. Lo sorprendente del asunto -pues, ¿quién se dedica a pelear contra cadáveres?- y la malignidad desusada del ataque causaron alguna sensación en la prensa europea. Los periódicos ingleses y franceses publicaron artículos sobre la existencia de una poderosa conspiración de los “trotskistas” en la URSS. Que reciben sesenta mil rublos mensuales desde el extranjero, que se apoderaron de los puestos más importantes en la industria, la administración y la educación, etcétera. Lo más interesante es la exactitud del informe sobre el subsidio desde el exterior.

Pese a su absurdo, este informe se apoya sobre una autoridad que, a su modo, es lo suficientemente precisa, la del propio Stalin. Hace muy poco Stalin afirmó que el “trotskismo” no es un movimiento interno del Partido Comunista, como los afiliados del partido, pese a todo, siguen creyendo, sino “la vanguardia de la contrarrevolución burguesa”. De esta declaración, si se la toma en serio, se deducen una cantidad de consecuencias. El objetivo de la contrarrevolución es restablecer el capitalismo en la Unión Soviética, objetivo que sólo se puede lograr derrocando el poder bolchevique. Lo único que puede significar que los “trotskistas” sean la vanguardia de la contrarrevolución es que están preparando la destrucción del régimen soviético. De aquí a la conclusión de que los círculos capitalistas interesados de Europa deben estar financiando generosamente su trabajo hay un corto trecho. Simplemente, Stalin espera que se le dé a sus palabras esta interpretación precisamente. Así como en 1917 Miliukov y Kerenski[3] se sintieron obligados a afirmar que Lenin y Trotsky eran agentes del militarismo alemán, hoy Stalin quiere dejar sentado que Trotsky y la Oposición son agentes de la contrarrevolución.

Hace algunos meses un periódico polaco de amplia circulación publicó con mi firma -no es la primera vez que sucede- un artículo falso sobre el fracaso total del Primer Plan Quinquenal[4] y la inevitable caída de los soviets. Aunque la falsedad del artículo era evidente hasta para los inexpertos, Iaroslavski,[5] el historiógrafo oficial de la fracción de Stalin, publicó en Pravda de Moscú[6] un facsímil del artículo considerándolo como un documento auténtico y sacando las correspondientes conclusiones respecto al “trotskismo”. En Pravda se negó la publicación de mi declaración formal de que el artículo, en su totalidad, era una falsificación. La fracción de Stalin consideró más conveniente apoyar el cuento de que un fuerte grupo bolchevique, dirigido por los colaboradores más cercanos de Lenin, considera inevitable la caída del poder soviético y trabaja en ese sentido.

No es la primera vez que se practica este juego. Hace cuatro años los círculos gubernamentales se deben de haber sorprendido al enterarse de que Rakovski, que tan esforzada y brillantemente defendió los intereses de la Unión Soviética en las negociaciones franco-soviéticas, es en realidad un maligno enemigo del poder soviético. Indudablemente se habrán dicho: “Las cosas deben de andar mal en la república soviética si hasta Rakovski se volvió contrarrevolucionario.” La eliminación de Rakovski contribuyó a las vacilaciones del gobierno francés en estos últimos años sobre si desarrollar las relaciones económicas con la URSS o, por el contrario, romper las relaciones diplomáticas.

La actual campaña contra la Oposición, aun más burda y exagerada que las precedentes, se convierte en un arma en manos de los enemigos más implacables de la Unión Soviética en todos los países. “Evidentemente -dicen- la situación dentro del país ha de ser muy mala si la lucha interna se ha enardecido tanto nuevamente.” Justamente, lo que me impulsa a ocuparme de un tema que de otro modo dejarla de lado es el hecho de que la lucha contra el “trotskismo” se lleva a cabo con métodos que perjudican profundamente los intereses de la Unión Soviética.

Si en realidad los “trotskistas” son “la vanguardia de la contrarrevolución burguesa” -reflexiona el hombre común-, ¿cómo se explica que todos los gobiernos europeos, hasta el de la flamante república española,[7] le nieguen el asilo a Trotsky? Es difícil explicarse una actitud tan poco hospitalaria hacia la propia “vanguardia”. A esta altura del proceso, la burguesía europea ya tiene experiencia suficiente como para distinguir sus amigos de sus enemigos.

Los así llamados “trotskistas”, por lo menos la generación más vieja, participaron en la lucha revolucionaria contra el zarismo, en la Revolución de Octubre de 1917, en la construcción de la república soviética, en la creación del Ejército Rojo, en la defensa de la tierra soviética contra sus innumerables enemigos, en los tres años de la Guerra Civil, desempeñaron un papel muy activo y frecuentemente dirigente en el resurgimiento económico del país. Durante estos últimos anos, pese a los golpes de la represión, permanecieron absolutamente leales a los objetivos que se habían fijado mucho antes de 1917. Sobra decir que en el momento en que los soviets estén en peligro, a los “trotskistas” se los encontrará en la primera línea de la defensa, posición con la que la experiencia del pasado los ha familiarizado mucho.

La fracción de Stalin lo sabe y lo comprende mejor que nadie. La explicación de que haga circular acusaciones evidentemente perjudiciales para la Unión Soviética, y a la vez comprometedoras para ella misma, reside en la situación política en que la colocaron el curso de los acontecimientos y su propia línea anterior.

 

El stalinismo política de una burocracia conservadora

 

La primera campaña contra el “trotskismo” comenzó en 1923, cuando Lenin yacía en su lecho de muerte y Trotsky padecía una prolongada enfermedad. El segundo ataque, más violento, se realizó en 1924, poco después de la muerte de Lenin. Estos datos hablan por sí mismos. El viejo Politburó, el verdadero organismo de gobierno de la república soviética, estaba formado por Lenin, Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Stalin, Rikov y Tomski (o Bujarin).[8] En el actual Politburó, del viejo equipo queda solamente Stalin, aunque todos, salvo Lenin, están vivos. La selección de los dirigentes de un gran partido histórico no es un proceso accidental. ¿Cómo puede ser que los dirigentes del partido en los duros anos anteriores a la Revolución, y en la época en que se sentaron los fundamentos del estado soviético y hubo que defender con las armas lo que se estaba construyendo, se hayan convertido en “enemigos internos” en este momento, cuando el trabajo cotidiano de los soviets pasó a ser, hasta cierto punto, una rutina burocrática?

Estos cambios y reemplazos notorios en el Politburó o en el Consejo de Comisarios del Pueblo también se han venido realizando, recientemente, en todos los niveles del edificio partidario; hasta en los consejos de aldea. El equipo actual del Comité Ejecutivo Central de los soviets, el personal de las secretarías provinciales del partido, de los organismos dirigentes de la industria, el ejército y la diplomacia son, con muy pocas excepciones, hombres de la nueva generación. La mayoría no participó en la Revolución de Octubre. Una cantidad considerable de ellos eran enemigos declarados de ésta. Con toda seguridad, una pequeña minoría de la nueva capa dirigente estaba en el Partido Bolchevique antes de Octubre, pero se trataba de figuras revolucionarias de segunda o tercera categoría. Este tipo de combinación está totalmente acorde con las leyes de la historia. Un nuevo sector burocrático necesita de una cobertura “con autoridad”. Esta cobertura la proporcionaron esos viejos bolcheviques que quedaron marginados en las épocas tormentosas, que se sentían un poco fuera de lugar, que se encontraban en una semioposición silenciosa a los verdaderos dirigentes de la insurrección y apenas ahora, en la segunda etapa de la revolución, pueden disfrutar de su condición de “viejos bolcheviques”.

Hasta ahora nunca ha sucedido que un grupo que hizo la revolución, la orientó y la defendió en las circunstancias más difíciles se haya vuelto “contrarrevolucionario” de súbito, cuando su trabajo ya estaba asegurado, y haya sido reemplazado pocos años después de la revolución por un nuevo sector genuinamente revolucionario. En realidad, en la historia de todas las grandes revoluciones observamos el hecho opuesto: cuando la victoria está garantizada y un nuevo sector dirigente con sus propios intereses y pretensiones se hace fuerte, este grupo, más moderado y que refleja la exigencia de “ley y orden”, hace a un lado a los revolucionarios de la primera etapa y siempre los acusa de carecer de espíritu revolucionario. La burocracia más conservadora que puede surgir de una revolución no tiene otra forma de defender su derecho al poder que acusar a sus adversarios de moderados, débiles e incluso contrarrevolucionarios. Los métodos de Stalin no tienen nada de nuevo. Sin embargo, no debemos creer que Stalin plagia conscientemente a alguien. No conoce tanta historia como para hacerlo. Simplemente obedece a la lógica de su propia situación.

 

Desacuerdos económicos

 

Para captar el sentido de las actuales dificultades políticas de Stalin hay que recordar brevemente la esencia de los desacuerdos subyacentes en la disputa entre nosotros y su fracción. La Oposición demostró que la burocracia subestimaba las posibilidades de la industrialización y de la colectivización, que la economía se orientaba empíricamente, según las necesidades del momento, que era necesario adoptar una perspectiva más amplia y acelerar el ritmo. La Oposición exigía el remplazo del plan anual por un plan quinquenal y afirmaba que con una dirección centralizada era perfectamente factible lograr un veinte por ciento de aumento anual de la producción industrial. En ese momento la burocracia de Stalin acusó a la Oposición de superindustrialización y utopismo. De 1923 a 1928 la plataforma de la fracción de Stalin consistió en inclinarse ante el propietario individual campesino, prepararse para abandonar la nacionalización de la tierra, dejar que la industrialización marchara a paso de tortuga y burlarse del principio de planificación. Todos los miembros actuales del Politburó, sin una sola excepción, contestaron a nuestra exigencia de que se acelerara el ritmo de la industrialización con una pregunta estereotipada: ¿De dónde obtener los medios? El primer proyecto de plan quinquenal, al que se abocaron las instituciones gubernamentales en 1927 por presión de los perseguidos “trotskistas”, se basaba en el principio de la curva descendente: el crecimiento de la producción iba a caer del nueve al cuatro por ciento. La Oposición sometió este proyecto a una seria crítica. La segunda variante del plan quinquenal, oficialmente aprobada por el mismo Decimoquinto Congreso del partido que condenó el “romanticismo” industrializante de la Oposición, planteaba un promedio de crecimiento del nueve por ciento.

El propio Stalin, antes de la ratificación del actual plan quinquenal, sentía que se estaba muy por debajo de la escala planteada en éste. En abril de 1926 le respondía a Trotsky - que entonces era presidente de la Comisión de la Dnieprostroi - en una reunión del Comité Ejecutivo Central: “Para nosotros construir la poderosa central hidroeléctrica Dnieprostroi [sobre el río Dnieper sería lo mismo que comprarle al campesino un fonógrafo en lugar de una vaca.” En las actas taquigráficas del Comité Central quedaron inscriptas esas palabras como la opinión más auténtica de Stalin. No tienen sentido los intentos posteriores de explicar esta lucha contra la industrialización haciendo referencia al “carácter prematuro” de las propuestas de la Oposición, ya que no se trataba de un objetivo particular del momento sino de las perspectivas generales de la industria y del plan quinquenal. El juicio a los ingenieros conspiradores, llevado a cabo públicamente hace alrededor de un año, demostró que la dirección real estaba en manos de los enemigos irreconciliables de la economía socialista.[9] Para defender su plan del “paso de tortuga” Stalin empleó métodos represivos contra la Oposición.

Influida por los éxitos logrados, la burocracia de Stalin, con su habitual e imprevisor empirismo, comenzó en 1928, sin ninguna autocrítica, a incrementar el ritmo de la industrialización y la colectivización. Entonces se intercambiaron los roles. La Oposición de Izquierda salió a la palestra con una advertencia: si se marcha a un paso demasiado rápido, que no ha sido probado por la experiencia, pueden surgir desproporciones entre la ciudad y el campo y entre las distintas ramas de la industria que provocarán crisis peligrosas. Además, - éste era el principal argumento de la Oposición - una inversión de capital demasiado rápida en la industria mermará excesivamente la proporción dedicada al consumo y no se garantizará el necesario aumento del nivel de vida de la población. Aunque aislado del mundo en su exilio de Barnaul, Cristian G. Rakovski dio la señal de alarma. Es necesario, dijo, aun al costo de disminuir el ritmo, mejorar la situación material de las masas trabajadoras. También en este punto la burocracia stalinista se vio finalmente obligada a escuchar la voz de la Oposición. Hace poco se formó, con gente del Consejo Supremo de la Economía Nacional, un comisariado de industrias manufactureras. Su fin es hacerse cargo de las necesidades corrientes de la población. En la etapa actual esta reforma es puramente burocrática, pero su objetivo es claro: crear en el mecanismo gubernamental ciertas garantías de que no se sacrificará en exceso las necesidades cotidianas de las masas en interés de la industria pesada. Nuevamente la fracción de Stalin, desprovista de perspectivas y de fuerza creadora, se ve obligada a bendecir hoy lo que ayer maldecía.

 

“Platos demasiado condimentados”

 

A comienzos de 1928 se llevó a cabo un ataque general contra la Oposición: hubo expulsiones, arrestos y remociones. En el transcurso de ese mismo año se puso en práctica un nuevo plan quinquenal que seguía, en todas las cuestiones esenciales, la plataforma de la Oposición de Izquierda. Este giro fue tan pronunciado que la burocracia directamente contradijo todo lo que había defendido durante los cuatro años que siguieron a la muerte de Lenin. Dejó de tener sentido la acusación de superindustrialismo, lo mismo que la represión activa contra la Oposición de Izquierda.

Pero entonces entró a jugar el interés del estrato dirigente por su autopreservación. Si la Oposición tenía razón en sus juicios y propuestas, tanto peor para ella. Si los argumentos de ayer en su contra no sirven, hay que conseguir otros y para que justifiquen la represión deben ser extraordinariamente duros. Stalin está especialmente dotado para este tipo de cosas. En 1922, cuando Stalin fue electo por primera vez secretario general del partido, Lenin previno a un reducido círculo: “este cocinero nos servirá únicamente platos demasiado picantes”. En la carta que escribió al partido en su lecho de muerte, generalmente conocida como su “testamento”, Lenin insistió en que se removiera a Stalin de su cargo de secretario general y señaló la crueldad de sus métodos, su deslealtad y su tendencia a abusar del poder. Estas características personales de Stalin, posteriormente desarrolladas hasta su máxima expresión, se manifestaron especialmente en su lucha contra la Oposición.

Sin embargo, no bastaba con sacar relucir acusaciones fantásticas; era necesario que la gente las creyera, o al menos que sintiera temor de cuestionarlas. En consecuencia, en este combate por su preservación, la burocracia stalinista tuvo que empezar por suprimir toda crítica. Respondiendo a esta situación, la Oposición comenzó su lucha más ferviente, la lucha por un régimen democrático en el partido, en los sindicatos, en los soviets. Defendíamos una de las tradiciones básicas del bolchevismo.

En los momentos más duros del pasado - en la época de la lucha clandestina contra el zarismo, en 1917, cuando el país pasó por dos revoluciones, durante los tres años siguientes, cuando veinte ejércitos nos combatían en un frente de siete mil millas de extensión - el partido tenía una bulliciosa vida interna. Todos los problemas se discutían libremente desde la cúpula hasta la base; la libertad de opinión dentro del partido era ilimitada. El aparato de Stalin concentró todos sus esfuerzos en la destrucción de esta molesta democracia partidaria. Se excluyó del partido a decenas de miles de supuestos “trotskistas”. Se sometió a más de diez mil personas a distintas formas de represión criminal. Hubo varios fusilamientos. Miles de combativos revolucionarios de la primera hora permanecieron en el partido sólo porque agacharon la cabeza y se callaron la boca. Así, en el transcurso de estos últimos años no sólo cambiaron las personas del estrato dirigente sino también el régimen interno del Partido Bolchevique.

Mientras que Lenin, por no decir nada de sus camaradas de armas más cercanos, se vio sometido cientos de veces a los más furiosos ataques de la critica interna partidaria, hoy cualquier comunista que ose dudar que Stalin tiene absoluta razón en todas las cuestiones, y más aun, que no exprese estar convencido de su absoluta infalibilidad, es expulsado del partido y sufre las consecuencias que se derivan de ello. La persecución a la Oposición se convirtió a la vez en la persecución al partido de Lenin.

Esta persecución obedece a causas profundas, aunque transitorias. La época del sacudimiento revolucionario y de la Guerra Civil dejó en las masas una desesperada necesidad de descanso. Les obreros, oprimidos por las necesidades y el hambre, deseaban a toda costa el resurgimiento de la economía. Como el desempleo era considerable, el despido del obrero por sus ideas oposicionistas era un arma tremenda en manos de la fracción de Stalin. Decayó el interés en la política. Los obreros estaban dispuestos a darle a la burocracia los más amplios poderes con la condición de que restaurase el orden, permitiese el resurgimiento de las fábricas y trajese provisiones y materia prima del campo. Esta reacción de cansancio, inevitable después de toda gran tensión revolucionaria, constituye la razón principal de la consolidación del régimen burocrático y del avance del poder personal de Stalin, en quien la nueva burocracia se ve personificada.

 

El contrabando trotskista

 

Cuando finalmente fueron acalladas las voces vivas, se cayó en la cuenta de que en las bibliotecas, en los clubes, en las librerías soviéticas, en los armarios de los estudiantes y los trabajadores, quedaban libros que seguían hablando el mismo idioma de los días en que los nombres de Lenin y Trotsky eran inseparables. Es contra esta barricada de libros hostiles que se ha vuelto ahora la burocracia de Stalin.

Después de nueve años de lucha ininterrumpida contra la Oposición, los dirigentes descubrieron súbitamente que los trabajos científicos fundamentales y los manuales de economía, sociología, historia - y sobre todo la historia de la Revolución de Octubre y la de la internacional Comunista - están repletos de “contrabando trotskista” y que los científicos sociales más importantes de muchas instituciones de enseñanza son “trotskistas” o “semitrotskistas”. Lo peor de todo es que se descubrió culpables de trotskismo a quienes hasta ahora habían sido sus principales perseguidores.

Para demostrar hasta dónde se ha llegado basta con un ejemplo que atañe a la historia del bolchevismo. Inmediatamente después de la muerte de Lenin se puso en circulación una historia del partido escrita apresuradamente por Zinoviev, cuyo único propósito era describir todo el pasado como una lucha entre dos principios, el bien y el mal, personificados por Lenin y Trotsky respectivamente. Pero como esta historia le otorgaba al propio Zinoviev un lugar en el bando de los buenos y, lo que es todavía más horrible, no decía absolutamente nada sobre el rol providencial jugado por Stalin, fue a parar al índice en 1926, cuando estalló el conflicto declarado entre Zinoviev y Stalin.

Entonces se designó a Iaroslavski para que escribiera una auténtica historia del partido. Siguiendo el orden de la jerarquía partidaria, recayó en Iaroslavski, miembro del presidium de la Comisión Central de Control, la dirección de la campaña contra la Oposición de Izquierda. Todas las acusaciones que terminaron en arrestos y expulsiones y también la mayoría de los artículos publicados en la prensa soviética que revelan la represión a los “trotskistas” provienen de su pluma. Seguramente fue él quien publicó en Pravda el artículo falsificado del periódico polaco. Por cierto, el nivel científico y literario de Iaroslavski no era del todo satisfactorio, pero lo compensó con su absoluta disposición a reescribir toda la historia, hasta la del antiguo Egipto, de acuerdo a las exigencias de la capa burocrática dirigida por Stalin. La burocracia de Stalin no podía desear un historiógrafo de mayor confianza.

Sin embargo, el resultado fue completamente imprevisto. En noviembre del año pasado Stalin se vio obligado a escribir un severo artículo sobre el cuarto tomo de la historia de Iaroslavski. Parece que también estaba lleno de “contrabando trotskista”. La sensación que causaría en Inglaterra que Stanley Baldwin acusara en uno de sus discursos a Winston Churchill[10] de simpatizar con el comunismo difícilmente se puede comparar con la que causó en la Unión Soviética la acusación de Stalin a Iaroslavski de difundir el “trotskismo”. Ese artículo acusador de Stalin fue la introducción de la ultima campaña. Obedeciendo la señal, cientos de funcionarios, profesores, periodistas, que sólo se distinguen por su celo, volaron a husmear en todas las publicaciones soviéticas. ¡Horror! ¡El “trotskismo” en todas partes! ¡No se puede escapar al contrabando!

Pero, después de todo, ¿cómo pudo pasar una cosa así? Todo nuevo sector que se eleva al poder tiende a embellecer su pasado. Dado que >a burocracia stalinista no puede encontrar refuerzos en las altas cumbres de la religión, como lo hacen otras clases dominantes, se ve obligada a crear su propia mitología histórica. Pinta con colores oscuros el pasado de todos los que se le resistieron, mientras presenta el suyo con los colores más brillantes de la paleta. Año por año se rehace la biografía de los principales protagonistas de la revolución de acuerdo con los cambios ocurridos en el staff del sector dirigente y el incremento de sus pretensiones. Pero el material histórico ofrece cierta resistencia. Por grande que sea el entusiasmo de los historiadores oficiales, se ve frenado por los archivos, la prensa del pasado y los viejos artículos (entre ellos los del propio Stalin). ¡He ahí la raíz del mal!

Bajo la dirección de Iaroslavski, una cantidad de historiadores jóvenes estuvo trabajando en la historia del partido. Hicieron todo lo posible; pero al enfrentarse con determinados hechos y documentos rebeldes no pudieron, a pesar de sus esfuerzos, sacar a Trotsky de la Revolución de Octubre u otorgarle a Stalin un rol suficientemente importante. Fue por esta razón que cayó sobre Iaroslavski la acusación de hacer circular el “contrabando trotskista”; no llevó claramente hasta el fin la reconstrucción de la historia. ¡Ay del que cumple a medias con su tarea!

En muchos casos la acusación de introducir el contrabando proviene de otra fuente. Durante los últimos años, miles de partidarios de la Oposición, los menos resueltos, renunciaron formalmente a sus posiciones y volvieron al partido y a sus trabajos. Sin embargo, pronto se hizo evidente que la Oposición fue para ellos una invalorable escuela de razonamiento científico. Los ex “trotskistas” ocuparon posiciones destacadas en la economía, la ciencia, la literatura y las actividades educativas. Se someten como sólo saben hacerlo los funcionarios aterrorizados, pero conocen los hechos. En las circunvalaciones de sus cerebros quedaron adheridos muchos hábitos de crítica. Los agentes de Stalin, que los vigilan por todas partes, no tuvieron dificultad en descubrir en sus libros y conferencias el veneno del “contrabando trotskista”

Hay también una tercera fuente, no menos peligrosa, de donde emana este veneno. Los investigadores jóvenes serios, que nunca tuvieron nada que ver con la Oposición, que en considerable medida son apolíticos pero carecen de ambiciones oportunistas, a menudo caen víctimas del material científico con que trabajan y de su propia seriedad. En una serie de problemas siguen, sin sospecharlo siquiera, las huellas trazadas por la Oposición de Izquierda. El sistema de opinión impuesto por la burocracia de Stalin entró en conflicto cada vez más profundo no sólo con las tradiciones del partido sino también con cualquier investigación independiente en el terreno de las ciencias históricas y sociales, dando lugar así al surgimiento de tendencias oposicionistas. En consecuencia, ¡de pronto se descubrió que ramas muy importantes del trabajo social en la Unión Soviética están en manos de “la vanguardia de la contrarrevolución burguesa”!

 

El fortalecimiento de la economía soviética debilita a Stalin

 

El enconado carácter de la actual campaña contra los “trotskistas” inspiró a la prensa de la emigración rusa nuevas profecías sobre la próxima caída del poder soviético. Y estas voces, pese a la desalentadora experiencia de los últimos catorce años, encontraron eco hasta en los grandes periódicos europeos y norteamericanos. Después de todo, no hay por qué asombrarse; no sólo la burocracia soviética se identifica a sí misma obsecadamente con el régimen soviético; también sus enemigos, ávidos de reconfortantes ilusiones, caen víctimas de la misma aberración política.

En realidad, carece de todo fundamento esta charla sobre el inminente y largamente esperado “final”. El desarrollo de las fuerzas productivas en la Unión Soviética es el fenómeno más colosal de la historia contemporánea. La gigantesca ventaja de una dirección planificada se reveló con una fuerza indiscutible. La estrechez de miras y los virajes de la burocracia de Stalin enfatizan con más claridad la fuerza de los propios métodos. Unicamente los maniáticos de la restauración pueden imaginarse que las masas trabajadoras de Rusia desean volver a la situación del atrasado capitalismo ruso.

Pero no es menos erróneo suponer que los éxitos económicos logrados al impulsar el nuevo régimen industrial reforzaron automáticamente la situación política de Stalin y su fracción. Hasta un determinado momento fue así. Pero ahora se está dando el proceso exactamente opuesto. En circunstancias difíciles, un pueblo que realizó una poderosa revolución puede dejar temporalmente en manos de una burocracia la dirección de sus destinos; pero no puede renunciar por mucho tiempo a la política. Sólo un ciego puede dejar de percibir que, al mejorar la situación económica del país, las masas trabajadoras se oponen con creciente hostilidad a la omnipotencia de esa burocracia. Los obreros, justificadamente, se atribuyen a sí mismos los éxitos logrados y observan a la burocracia con ojos cada vez más críticos. Pues desde abajo las masas no sólo ven los éxitos y las posibilidades que éstos ofrecen sino también los groseros errores de los dirigentes y su constante tendencia a librarse de la responsabilidad y atribuírsela a sus agentes. Al elevar el orgullo de los trabajadores, los éxitos también elevaron sus exigencias políticas.

Las lecciones de las fluctuaciones económicas, especialmente las asombrosas revelaciones de los juicios a los saboteadores, se enraizaron profundamente en la conciencia de la población y socavaron, en gran medida, incluso el prestigio de Stalin. La conclusión surge por sí misma: “¡parece que la Oposición tenía razón!” Las ideas de la Oposición, aunque no salgan a la superficie, tienen raíces ocultas y muy profundas. Ahora comienza una etapa crítica. Los obreros ya no quieren obedecer solamente; también quieren decidir pretenden cambiar muchas cosas. Sin embargo, más que nunca se les exige que se limiten a ratificar las decisiones que se adoptan sin tenerlos en cuenta. Los obreros no están inconformes con el régimen soviético sino con el hecho de que una burocracia reemplace a los soviets. En varios consejos obreros los “trotskistas” que comienzan a dejar oír su voz, a veces muy valientemente, son expulsados. Con esto se abrió un nuevo capítulo en la vida del partido gobernante. Ya no se puede seguir silenciando las criticas.

Mientras que antes las crisis del partido reflejaban directamente las dificultades y contradicciones del desarrollo de la república soviética bajo la dirección burocrática, en la etapa actual lo que salta ala vista es la situación contradictoria de la fracción stalinista y, sobre todo, del propio Stalin.

Cuando se publiquen estas líneas estará concluyendo en Moscú el Decimoséptimo Congreso del partido, que no es más que una reunión del aparato, es decir, de la fracción stalinista centralizada. No cabe duda de que el congreso no le ocasionara ningún problema a la actual dirección. Pero por fuerte que sea la fracción de Stalin, no es eso lo determinante. En última instancia, los factores decisivos serían, por un lado los procesos industriales y, por el otro, los procesos políticos que tienen lugar en lo profundo de la conciencia de las masas.

La campaña que ahora se desarrolla contra el “trotskismo” señala el ocaso de la Omnipotencia de la burocracia stalinista. Pero no anuncia la caída del poder bolchevique Sino, por el contrario, un nuevo avance, no sólo industrial, sino también cultural y político, del régimen soviético. El movimiento al que pertenece el autor está firmemente convencido de que jugará su rol en la gigantesca tarea por realizar.



[1] ¿Quién se está debilitando, Stalin o los soviets? The Political Quarterly [La Revista Política], Londres, julio-septiembre de 1932; en el New York Times del 8 de mayo de 1932 apareció una versión resumida. En este volumen se lo publicó con fecha enero de 1932 debido a la referencia del penúltimo párrafo al Decimoséptimo Congreso del partido, que se reunió en Moscú del 30 de enero al 4 de febrero.

[2] Viajeslav M. Molotov (n. 1890): viejo bolchevique, en 1920 fue elegido para integrar el Comité Central del partido ruso y pronto se convirtió en un ardiente partidario de Stalin. Fue miembro del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (1928-1934), presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo (1930-1941) y ministro de relaciones exteriores (1939-1949 y 1953-1956). En 1957 se lo eliminó de la dirección por oponerse al programa de “desestalinización” de Jruschov.

[3] Pavel Miliukov (1859-1943): dirigente del partido Kadete (demócratas constitucionales), el principal partido capitalista, y ministro de relaciones exteriores del primer Gobierno Provisional que sucedió a la Revolución de Febrero. Alexander Kerenski (1882-1970): ligado al Partido Social Revolucionario, fue primer ministro del gobierno derrocado por los bolcheviques.

[4] El Primer Plan Quinquenal se abrevió a cuatro años y tres meses, que abarcaban desde octubre de 1928 hasta fines de 1932. En el artículo La economía soviética en peligro, publicado en este volumen. Se discute mas a fondo este plan quinquenal y sus proyecciones sobre el segundo.

[5] Emelian Iaroslavski (1878-1943): alto dirigente stalinista, especializado en la extirpación del “trotskismo”, lo que sin embargo no impidió, que cayera en desgracia en 1931-1932, cuando no logró mantenerse a tono con las exigencias de Stalin para la reelaboración de la historia soviética.

[6] Pravda (La Verdad): desde 1912, el periódico bolchevique oficial; en 1917 se convirtió en diario.

[7] Alfonso XIII, rey de España, abdicó cuando se incrementaron los movimientos rebeldes entre los obreros, los campesinos y los estudiantes, y en abril de 1931 se proclamó la república. El nuevo gobierno prometió cambios radiales y proclamo la “república de los trabajadores de todas las clases”; pero sus dirigentes opinaron que garantizarle una visa a Trotsky era ir demasiado lejos. Ver el análisis de Trotsky sobre loe problemas de España en The Spanish Revolution (1931-1939), Pathfinder Press,1973. [En castellano: La revolución Española, Yunque, Buenos Aires, 1974.]

[8] Alexei Rikov (1881-1938): presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo desde 1924 hasta 1930 y Mijail Tomski (1886-1926): presidente de los sindicatos hasta 1930 y Nikolai Bujarin (1888-1938): presidente de la Comintern desde 1926 hasta 1929, representaba el ala derecha aliada con Stalin contra la izquierda. El giro stalinista contra la Oposición de comenzó poco después de que el Decimoquinto Congreso expulsó a la oposición de Izquierda a fines de 1927; los tres capitularon a fines de 1929. Bujarin fue expulsado del Politburó en 1929, Rikov y Tomski en 1930. Tomski se suicido durante el primer Juicio de Moscú, Bujarin y Rikov cayeron víctimas del tercero.

[9] Se refiere al juicio a los “saboteadores” del llamado Partido Menchevique-Industrial, en el que los acusados se confesaron culpables de sabotaje económico. En 1930 y 1931 Trotsky consideró válidas estas confesiones (ver Escritos 1930-1931), posición que todavía mantenía en 1932. Posteriormente, antes del primer Juicio de Moscú de 1936, admitió que había cometido un error al aceptar la versión oficial de estos fraudes.

[10] Stanley Baldwin (1867-1947): dirigente del Partido Conservador británico, primer ministro en 1923, 1924 a 1929, 1935 a 1937. Winston Churchill (1874-1965): primero conservador, después liberal y luego conservador nuevamente: ocupó muchos cargos en el gabinete, incluyendo el de primer ministro de1940 a 1945 y de 1951 a 1955. Adoptó una línea contra los bolcheviques, fue uno de loe principales inspiradores de la intervención imperialista posterior a la Revolución de Octubre y siguió siendo siempre un ferviente enemigo de la Unión Soviética.



Libro 2