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Boletín Nº 11 (Febrero 2009)

Tesis sobre las nacionalidades. III Conferencia de la OCE

Tesis sobre las nacionalidades. III Conferencia de la OCE

N. Molins y Fábrega

 

Comunismo, N.º 11, abril de 1932. Esta tesis fue aprobada por unanimidad en la III Conferencia el día 27 de marzo.
En ella se recoge por primera vez la nueva posición de la OCE sobre el problema nacional vasco.

I. En el tiempo transcurrido desde la última conferencia de la Oposición Comunista de España se han desarrollado de tal forma los problemas que plantea la revolución española que la realidad histórica obliga, en buena lógica, a hacer algunas rectificaciones, si no de fondo en algunos, como en el problema de las nacionalidades, por lo menos de forma y de táctica. En el proyecto de tesis sobre la cuestión de las nacionalidades, aprobado por unanimidad en la conferencia de junio de 1931, se estudian los problemas nacionales que tiene planteados España de una manera uniforme y sin establecer diferencias entre ellos. La experiencia nos ha demostrado que los comunistas no podemos afrontarlos todos con el mismo criterio. Hay que hacer distinciones y distinciones tan sustanciales que nos llevan a conclusiones totalmente opuestas. Cada uno de los casos tiene tan distinta génesis y tan distinto desarrollo y fundamento que equipararlos sería un error en el cual, como comunistas, no podemos de ningún modo caer.

II. La emancipación nacional es una de las reivindicaciones de la democracia, y por esto el proletariado no puede desentenderse de ella. La emancipación nacional, como las demás conquistas de la democracia, no puede ser alcanzada más que por la acción de las grandes masas populares dirigidas e impulsadas por el proletariado. España es, en la Europa occidental, el país económicamente más atrasado, y en ella conviven las más opuestas economías. Esta es la causa de que en el transcurso de siglos no haya podido asimilar, ni económica ni culturalmente, los distintos pueblos que en su origen la formaron al constituirse como una sola unidad política. Mientras una parte del estado, la menos extensa, se veía impulsada por el camino del progreso capitalista, otra parte, la más importante y, por desgracia, la que tenía el predominio político, permanecía en un estado agrario semifeudal, ligado fuertemente a la existencia de la monarquía y de la iglesia. Este desequilibrio tenía que producir forzosamente una lucha entre la parte más avanzada y la más atrasada, en la que a la vez coinciden, y no por casualidad, puesto que históricamente existen razones para que sea así, la existencia de pueblos de lengua e idiosincrasia distinta dentro de la unidad política española. Sin embargo, los dos resurgimientos nacionales de España no tienen ni las mismas características ni el mismo significado. Es eminentemente democrático y progresivo uno, el catalán; el otro, el vasco, es, por el contrario, eminentemente regresivo.

III. Cataluña, en el conjunto del estado español, representa la parte más avanzada y progresiva. La burguesía catalana, a la pérdida de las últimas colonias de América, reconociendo el valor impulsivo del resurgimiento catalán y tomándolo de manos de poetas y soñadores, hizo de él un arma para amenazar y sacar ventajas para sí a la Monarquía, que tenía su principal asiento en el atraso en que vivía y vive la mayor parte del estado, parte de él sumido aún en un semifeudalismo que impide todo progreso democrático. El capitalismo catalán, debido sin duda a lo poco sólidos que son los cimientos de una industria que no tiene raíces naturales en el país, sino más bien nacida de una voluntad tenaz y de la necesidad imperiosa de no perecer como pueblo, por mediación de su partido representativo (la Lliga), olvidó pronto su misión de democratizar el estado, y a cambio de concesiones que le permitieran subsistir y progresar mediocremente como clase, dispuesta a no perder su influencia en la dirección del estado, relegó las aspiraciones nacionales de Cataluña a segundo término. Esta posición de la gran burguesía catalana contribuyó a desplazar el movimiento nacional hacia la izquierda, dando la hegemonía a la pequeña burguesía, que lo radicalizó y le dio un contenido revolucionario.

IV. Esta etapa del movimiento nacional catalán desempeña un gran papel en el movimiento revolucionario español, e incluso sus jefes, Macià especialmente, llegan a ilusionar no sólo a las masas de Cataluña, sino a buena parte de las masas revolucionarias pequeñoburguesas y proletarias del resto de España. En este sentido, las masas de la CNT, mientras sus dirigentes amenazaban con oponerse hasta con las armas en la mano al movimiento separatista catalán, comprendían su papel mucho mejor que sus jefes, aunque lo comprendían de una manera inconsciente y poniendo en ello ilusiones que habían de ver defraudadas. Era evidente el impulso que daba a la revolución española el movimiento nacional catalán, radicalizado por la pequeña burguesía dirigida por Macià, el cual, como había sido predicho por los comunistas, había de traicionar sus propios ideales entregándose sin condiciones al gobierno central, continuador en este aspecto, como tantos otros, de la labor de la caída Monarquía.

V. Hoy con República, como ayer con Monarquía, el problema nacional catalán significa un impulso hacia adelante en la revolución democrática. Aun hoy, después de la caída de la Monarquía, el resurgimiento nacional de Cataluña representa la lucha de la parte más avanzada de España contra la más atrasada; significa la lucha de la democracia contra la parte feudal del estado. Los comunistas tenemos el deber de defender incondicionalmente el derecho de Cataluña incluso a su independencia; pero al mismo tiempo debemos denunciar a las masas el papel de traición que los dirigentes de la pequeña burguesía juegan en esta lucha por la independencia nacional de Cataluña. En la actualidad, la traición que han llevado a cabo Macià y sus partidarios es indudable, y ha sido denunciada por algunos de los mismos que ayer le seguían. Pero a Macià, en su mismo papel, han de sustituirle otros que fueron sus partidarios y que todavía están más próximos a la clase obrera y no del todo faltos de prestigio entre las masas proletarias y las masas más proletarizadas de la pequeña burguesía de la ciudad y del campo. Esto representa un verdadero peligro para la revolución.

VI. No puede tampoco la oposición seguir a los dirigentes del BOC en su inconsciente política nacionalista que tantos elementos de la pequeña burguesía les atrae, y los cuales ven en el BOC no el partido de clase, el partido comunista, sino el partido catalán, que “va más lejos en su separatismo”. Esta política debe ser implacablemente condenada por la izquierda comunista, pues podría hacer creer a parte del proletariado que su emancipación depende sólo de la emancipación nacional de Cataluña, y esto no es cierto. Esto lo saben muy bien los jefes del BOC, que en aras a la popularidad abandonan la ruta del comunismo. La emancipación del proletariado catalán no depende de la emancipación de Cataluña, sino todo lo contrario; la emancipación de Cataluña, como la de todos los pueblos, depende de la emancipación del proletariado, que al hacer su revolución e instaurar su dictadura resuelve este aspecto de la revolución democrática, como resuelve todos los demás que de ningún modo puede resolver la democracia burguesa. Decir lo contrario a los obreros de Cataluña, igual que a los de los demás países no emancipados, supone engañar a sabiendas a los obreros y traicionar la causa del proletariado.

VII. En resumen, hay que reconocer que el problema catalán es una realidad y tiene sus razones económicas que le dan un carácter progresivo y revolucionario. La Oposición Comunista de Izquierda debe aprovechar y aun impulsar este movimiento en lo que en sí tenga de revolucionario, no olvidando en ningún caso evidenciar ante el proletariado el carácter democrático del problema de las nacionalidades, y que nunca la libertad de los obreros depende de la libertad de los pueblos como tales, sino todo al contrario, que sólo el proletariado con su triunfo puede dar realmente a los pueblos esta libertad que les niega la democracia burguesa.

VIII. ¿Puede acaso un comunista situarse del mismo modo ante el problema vasco que ante el catalán? Puede decirse rotundamente que no. Todo lo que tiene de revolucionario y progresivo el movimiento catalán tiene de reaccionario y atrasado el movimiento vasco. Los comunistas, ante el significado tan distinto de estos dos problemas, no podemos pronunciarnos del mismo modo ante uno y ante el otro. El problema catalán debemos admitirlo como un factor revolucionario y hasta en cierto modo debemos impulsarlo; pero ante el hecho nacional vasco hemos de adoptar una actitud totalmente opuesta.

IX. Si bien en principio es verdad que los comunistas hemos de defender el reconocimiento del derecho de las nacionalidades a disponer de sus propios destinos, ante un movimiento nacional como el vasco, que representa todo lo que de atrasado y retrógrado existe en España y se convierte en el baluarte de la reacción, los comunistas, en defensa de la revolución, no sólo no debemos cruzarnos de brazos por un respeto mal entendido a los principios, sino que en nombre de nuestros principios de emancipación del proletariado debemos oponernos por todos nuestros medios a este movimiento. En Cataluña, el movimiento nacional tiene su base en los centros industriales, en la parte más avanzada de la población. En el país vasco es precisamente en los centros industriales donde no se siente el problema de la liberación nacional. Donde éste tiene más enemigos es entre las masas obreras, las que le oponen una feroz resistencia. Su cuna y su fuerza está entre la clase campesina, dirigida por la iglesia, y en cierto modo ayudados por la gran burguesía, que ve en el nacionalismo vasco la posibilidad de constituir sindicatos obreros nacionalistas frente a las organizaciones de clase, para así luchar mejor contra las aspiraciones del proletariado. Ya en las luchas del siglo pasado entre la monarquía absoluta y la monarquía constitucional, el particularismo vasco puso todas sus fuerzas al servicio del absolutismo, y hoy, a la caída de la Monarquía, el nacionalismo se ha aliado sin tapujos con la reacción al servicio del régimen caído. El movimiento nacional catalán impulsa la revolución democrática. El movimiento nacional vasco frena y pone obstáculos a esta misma revolución. Los comunistas debemos luchar con todas nuestras fuerzas contra este nacionalismo, baluarte de la reacción más exacerbada.

X. La tan conocida frase de Lenin: “El reconocimiento del divorcio no excluye la agitación contra el divorcio”, y mucho menos implica que haya que hacer propaganda a favor del divorcio, señala a los comunistas la actitud que deben adoptar ante otros problemas nacionales ficticios que algunos elementos, en especial los jefes del BOC, pretenden crear en España. El movimiento nacional de Galicia, de Andalucía y, según puede colegirse de sus propagandas, el problema de Aragón, de Murcia, etc., etc., tantos problemas nacionales como en regiones está dividido el estado español, tengan o no verdadero carácter nacional, una base económica y cultural propia, han nacido de un afán de izquierdismo pequeñoburgués. El problema nacional gallego no es tal problema ni existe tal movimiento nacional en Galicia; Galicia, ni por su cultura particular, que no la tiene, por lo menos con fuerza para diferenciarse del resto de España; ni por su desarrollo económico, plantea ningún problema nacional; Galicia no tiene grandes núcleos industriales que representen un peso específico real en el estado. Galicia no ve coartado su progreso por el atraso del resto de España, porque en realidad, económicamente, se halla en el mismo estado de atraso del resto del país. En todo caso, si Portugal hubiera sido un estado económicamente fuerte y avanzado, en Galicia, por su lengua y por su tradición, hubiera planteado un problema de irredentismo. Pero los comunistas no podemos especular sobre cosas que no existen, ni tampoco, en caso de que esto último fuera cierto, en vísperas de una posible revolución proletaria, íbamos a pretender seccionar parte del estado teatro de la posible revolución, para integrarlo en un estado en el cual la burguesía fuera más fuerte.

XI. Lo mismo, o más todavía, podemos decir del llamado problema andaluz. Si el problema gallego pudiera tener alguna razón de ser en la mente romántica de literatos pequeñoburgueses, el problema andaluz no puede tener ni esta ínfima base romántica de una lengua que muere. Andalucía, ni por razones étnicas, ni por razones económicas ni culturales, ni siquiera por razones de puro romanticismo, tiene planteado ningún problema nacional. El problema andaluz no puede tener su origen más que en la mente desbocada de un literato que viva fuera del tiempo y del espacio. Todo lo más, este falso problema nacional andaluz podría convertirse un día en el baluarte del agrarismo feudal imperante en la región. En cuanto a los demás problemas podemos decir lo mismo. Ni Aragón, ni Murcia, ni ninguna otra región tienen planteados problemas de emancipación regional. Acaso en Valencia y Mallorca, por su cultura, por su lengua y por su origen, podría producirse un día un movimiento, pero de integración a Cataluña. De todos modos, no vamos a ser precisamente los comunistas los que creemos un movimiento de emancipación nacional, cuando la fuerza de la realidad y las exigencias económicas no lo han producido.

XII. No deberíamos en esta tesis sobre las nacionalidades introducir el caso de Marruecos; pero la forma en que el Partido Comunista de España, y especialmente el BOC lo han equiparado a los problemas nacionales de la península, obliga a ello. En el proyecto de tesis del BOC, hablando de los movimientos nacionales de España, se dice: “y sobre todo el de Marruecos”. Esto no es cierto. El de Marruecos no es un problema nacional, porque en Marruecos no existe una nación, porque en Marruecos no sólo no se ha desarrollado el capitalismo que es el exponente más característico de la nacionalidad, sino que ni siquiera puede casi decirse que viva en un régimen feudal, sino más bien de clan o de tribu. En donde no existe la nación no puede haber de ningún modo un movimiento nacional.

XIII. En Marruecos no hay una nacionalidad, porque el estado colonizador no ha sabido crear en él la unidad económica que despertara esta comunidad de intereses, que clase por clase produce la existencia de una nacionalidad. España no ha sabido crear en Marruecos una industria, no ha sabido introducir en él los progresos del capitalismo, ni siquiera ha sabido hacer progresar el estado rudimentario de su agricultura; tampoco ha sabido darle una cultura que propulsara su unidad. Los marroquíes, al luchar con las armas en la mano contra los invasores, no luchan por Marruecos, luchan por su aduar, lo más por su cabila. Las cabilas e incluso los aduares son enemigos entre sí, y muchas veces luchan entre ellos con más saña que contra los propios invasores que van a imponerles la paz. Para los comunistas españoles el problema de Marruecos es un problema totalmente aparte del de las nacionalidades. Es un problema colonial, y como tal es como debe ser estudiado.

XIV. Los comunistas deben pronunciarse incondicionalmente por la libertad de los pueblos oprimidos, llegando incluso a la separación, si ésta es su voluntad; pero siempre en lo que tengan de democrático y de lucha contra la opresión.

Ahora bien; el problema de Cataluña es un problema de carácter progresivo y revolucionario. Los comunistas, como revolucionarios, tenemos el deber de reconocer a Cataluña el derecho a su independencia, si ésta es la voluntad de las masas de Cataluña; pero debemos al mismo tiempo advertir al proletariado catalán que la liberación nacional de Cataluña no significa su emancipación, y que sólo la revolución del proletariado catalán con la del resto de España concederá este derecho de la revolución democrática. Los comunistas no debemos tender a escindir al proletariado, sino a conseguir su unión.

XV. Los comunistas de Cataluña tienen el deber de denunciar la inconsecuencia de la pequeña burguesía radical, combatir el chovinismo local y demostrar que la burguesía es incapaz de resolver el problema de las nacionalidades. El movimiento nacional vasco, contrariamente al catalán, es un movimiento reaccionario y retrógrado. Por lo tanto, los comunistas, de acuerdo con el sentir de las masas obreras de Vasconia, que rehúsan y lo combaten, debemos combatirlo como un dique que es a los avances de la propia revolución democrática. Los comunistas no debemos aceptar los movimientos nacionales que no tengan su base en la realidad. Debemos oponernos, por tanto, a lo que pretenden algunos llamar movimiento nacional gallego, andaluz, etc., etc. La burguesía española, por su debilidad, por los lazos que la unen económicamente a las fuerzas feudales del país, por sus condiciones y contradicciones internas, es incapaz de fundir los distintos pueblos en la potente unidad política que los intereses del desarrollo económico de España exigen. Sólo la victoria de la clase obrera históricamente progresiva, esencialmente libertadora, unida por encima de las diferentes nacionalidades por un interés común, garantizará el desenvolvimiento de los pueblos y el reconocimiento de sus derechos acabando con toda opresión.