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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Las Tareas de la Oposición Norteamericana

Las Tareas de la Oposición Norteamericana

Las Tareas de la Oposición Norteamericana[1]

 

 

Mayo de 1929

 

 

 

A los Bolcheviques Leninistas (Oposición) de Estados Unidos.

Directores de The Militant

 

Estimados amigos:

 

Sigo vuestro periódico con gran interés y me agrada su espíritu combativo. La historia del origen de la Opo­sición norteamericana es muy típica y aleccionadora. Después de cinco años de lucha contra la Oposición rusa, fue necesario que cinco miembros del Comité Central del partido norteamericano e incluso de su Co­mité Político concurrieran a un congreso en Moscú para que descubrieran por primera vez qué es lo que se dio en llamar “trotskismo”. Este solo hecho constituye una acusación aniquilante al régimen que se apoya en la conducción policíaca del partido y en la calumnia venenosa. Lovestone y Pepper no crearon este régimen, pero son sus lugartenientes,[2] Ya demostré que Lo­vestone es culpable de groseras distorsiones ideológicas (ver mi folleto Europa y Norteamérica).[3] Con un funcionamiento más o menos normal eso hubiera bastado para aplastar al hombre, si no definitivamente al menos por un buen tiempo, o como mínimo para obligarlo a retractarse y disculparse. Pero con el régi­men imperante, los Lovestones no necesitan más que repetir con insistencia sus fraudes ya desenmascarados para fortalecer su posición. Lo hacen con absoluta des­vergüenza, imitando a sus maestros, o mejor dicho a sus jefes administrativos. El espíritu de los Lovestones y los Peppers es exactamente el opuesto al de un revo­lucionario proletario. La disciplina que tratamos de im­poner - una disciplina de hierro - sólo puede apoyarse en convicciones adquiridas conscientemente, que se hayan hecho carne en nosotros.

No tuve oportunidad de conocer de cerca a los de­más líderes del Partido Comunista norteamericano salvo, por supuesto, a Foster. Siempre me pareció más digno de confianza que Lovestone y Pepper. En las críticas de Foster contra la dirección oficial del partido siempre había muchos elementos correctos y perti­nentes. Pero, por lo que puedo juzgar, Foster es un empírico. No quiere, o no puede, completar su razonamiento y hacer, a partir de sus criticas, las generaliza­ciones necesarias. Por eso nunca me resultó claro si sus criticas lo llevan hacia la izquierda o hacia la derecha del centrismo oficial. Debemos recordar que además de la Oposición marxista existe una oposición oportu­nista (la de Brandler, Thalheimer, Souvarine y otros). Aparentemente es este mismo empirismo lo que deter­mina su manera de actuar, que consiste en apoyarse en Satanás para combatir a los diablos menores. Fos­ter trata de cubrirse con el manto protector del stali­nismo y, mediante ese ardid, avanzar hacia los puestos dirigentes del partido estadounidense. En política, jugar al escondite jamás dio buenos resultados. Sin una posición general principista respecto de todos los problemas fundamentales de la revolución mundial y, en primer término, del socialismo en un solo país, no se puede obtener victorias revolucionarias serias y du­raderas. Es posible lograr éxitos burocráticos, como los de Stalin; pero el precio de estos éxitos circunstancia­les es la derrota del proletariado y la desintegración de la Comintern. No creo que Foster logre siquiera los objetivos secundarios que persigue. Los Lovestones y Peppers son mucho más aptos para aplicar la política del centrismo burocrático; su falta de carácter les permite realizar en veinticuatro horas cualquier zigzag que exijan las necesidades administrativas del aparato stalinista.

La tarea que debe realizar la Oposición norteameri­cana tiene una importancia histórica internacional porque, en última instancia, todos los problemas de nuestro planeta se resolverán en suelo norteamericano. Existen muchos elementos en apoyo a la idea de que, desde el punto de vista de la sucesión temporal de la revolución, Europa y Oriente aventajan a Estados Unidos. Pero los acontecimientos pueden desarrollarse de modo que la secuencia se modifique en favor del proletariado de Estados Unidos. Además, aun supo­niendo que Estados Unidos, que ahora conmueve al mundo entero, sea el último país en caer, subsiste el peligro de que se produzca allí una situación revolucio­naria que tome desprevenida a la vanguardia del prole­tariado estadounidense, como ocurrió en Alemania en 1923, en Gran Bretaña en 1926 y en China en 1925-1927. No debemos olvidar ni un instante que el poder del capitalismo norteamericano descansa cada vez mas sobre los cimientos de la economía mundial y sus crisis militares y revolucionarias. Esto significa que puede so­brevenir en Estados Unidos una crisis social antes de lo que muchos creen, y que la misma puede adquirir des­de el comienzo un ritmo febril. De ahí la conclusión: es necesario prepararse.

Por lo que puedo juzgar, vuestro Partido Comunista oficial heredó no pocas características del viejo Partido Socialista. Lo comprendí claramente cuando Pepper logró arrastrar al Partido Comunista de Estados Unidos a esa nefasta aventura con el partido de La Follette.[4] Encubrió su política de mezquino oportunis­mo parlamentario con patrañas “revolucionarias” para demostrar que en Estados Unidos la revolución social no la hará el proletariado sino los campesinos arruina­dos. Cuando Pepper me explicó esta teoría, a su regre­so de Estados Unidos, creí hallarme ante un extraño caso de aberración individual. Me costó un menudo es­fuerzo comprender que se trataba de todo un sistema y que el Partido Comunista norteamericano había sido arrastrado a ese sistema. Entonces comprendí que este pequeño partido no podría desarrollarse sin profundas crisis internas que lo inmunizarían contra el pepperis­mo y otras graves enfermedades, a las que no puedo calificar infantiles. Por el contrario, son enfermedades seniles, de esterilidad burocrática e impotencia re­volucionaria.

Por eso sospecho que el partido Comunista asimiló muchas de las características del Partido Socialista, el que, a pesar de su juventud, me pareció decrépito. Para la mayoría de estos socialistas - me refiero a la cúpula -, el socialismo es una cuestión carente de im­portancia, una ocupación secundaría a realizarse duran­te las horas de ocio. Esos caballeros dedican seis días de la semana a sus profesiones liberales o comerciales, y no les va nada mal; el séptimo día, aceptan dedicarlo a la salvación de sus almas. En un libro de memorias intenté retratar este tipo de Babbitt socialista. Eviden­temente, no pocos de ellos lograron hacerse pasar por comunistas. No son adversarios intelectuales sino ene­migos de clase. La Oposición debe enderezar el rumbo, no hacia los Babbitts pequeñoburgueses, sino hacia los Jimmy Higgins[5] proletarios, que una vez imbuidos de la idea del comunismo hacen de ella el eje de toda su vida y actividad. No hay nada más repugnante ni peli­groso para la actividad revolucionaría que el diletan­tismo pequeñoburgués, conservador, satisfecho de sí mismo e incapaz de sacrificarse por la gran causa. Los obreros de vanguardia deben adoptar con firmeza una regla sencilla pero invariable: los dirigentes o can­didatos al puesto de dirigentes que en épocas pacificas y normales son incapaces de sacrificar su tiempo, su talento y su dinero para la causa del comunismo, son los primeros que en un periodo revolucionario traiciona­rán o se pasaran al bando de los que esperan a ver quién gana. Si esta clase de elementos está a la cabeza del partido, lo llevarán inexorablemente al desastre cuando venga la gran prueba. Y los burócratas imbéci­les, que se emplean a sueldo de la Comintern como se emplearían a sueldo de una notaría, y se adaptan dócilmente a cada nuevo jefe, no son mejores.

Es evidente que la Oposición, es decir, los bolchevi­ques leninistas, también tienen compañeros de ruta que, sin dedicarse por entero a la revolución, le pres­tan tal o cual servicio a la causa del comunismo. Seria un grave error no utilizarlos; pueden hacer un aporte importante al trabajo. Pero los camaradas de ruta, aun los más honestos y serios, no deben pretender la di­rección. Los dirigentes deben estar ligados a las bases en el trabajo cotidiano. Su trabajo debe realizarse ante los ojos de aquellas, por poco numerosas que sean en un momento dado. No doy un centavo por una dirección que se va a Moscú o a cualquier otra parte cuando reci­be un simple telegrama, sin que las bases se enteren. Tal dirección es una garantía de fracaso. Debemos orientarnos hacia el obrero joven que quiere compren­der y luchar y es capaz de poner en ello entusiasmo y abnegación. Esta es la gente que debemos atraer y educar y de la que saldrán los auténticos cuadros del partido y del proletariado.

Cada militante de la Oposición debería estar obliga­do a tener bajo su tutela a varios obreros jóvenes, ado­lescentes de catorce y quince años y más, permanecer en contacto con ellos, ayudarles a educarse, instruirlos en los problemas del socialismo científico e iniciarlos sistemáticamente en la política revolucionaria de la vanguardia proletaria. Los militantes de la Oposición que no están preparados para ese trabajo tienen que confiar a camaradas más preparados y experimentados los jóvenes obreros que han captado. No queremos a los que le temen al trabajo duro. La profesión de bolchevi­que revolucionario impone ciertas obligaciones. La principal es ganar a la juventud proletaria, abrir el camino hacia sus estratos más oprimidos y abandonados, que son los primeros que reivindicamos.

Los burócratas sindicales, igual que los del seudocomunismo, viven en una atmósfera saturada con los prejuicios aristocráticos del estrato obrero superior. Sería trágico que los militantes de la Oposición se con­tagiaran aunque sea mínimamente de dichas caracte­rísticas. Debemos rechazar y repudiar esos prejuicios, borrar de nuestras conciencias hasta el último vestigio de los mismos. Tenemos que encontrar el camino hacia los estratos menos privilegiados y más oprimidos del proletariado, principalmente los negros, converti­dos en parias por la sociedad capitalista, que deben aprender a considerarnos sus hermanos. Y esto depen­de exclusivamente de la energía y abnegación que em­peñemos en esta tarea.

Leo en la carta del camarada Cannon que tienen la intención de organizar mejor la Oposición.[6] Sólo puedo decir que esta noticia me es muy grata; coincide plenamente con las posiciones expuestas más arriba. El trabajo de ustedes requiere una organización bien estructurada. La falta de relaciones organizativas cla­ras resulta de la confusión intelectual o conduce a ella. Los clamores por un segundo partido y una cuarta internacional son simplemente ridículos y no deben ser obstáculo en nuestro camino. No identificamos a la Internacional Comunista con la burocracia stalinista, es decir, con la jerarquía de Peppers en distintos grados de desmoralización. Los cimientos de la Internacional son un conjunto definido de ideas y principios, que emergen de la lucha del proletariado mundial. Noso­tros, la Oposición, representamos esas ideas. Las defenderemos frente a los monstruosos errores y violacio­nes del Quito y Sexto congresos y contra el aparato usurpador de los centristas, una de cuyas alas se desplaza hacia los termidorianos. Es demasiado evidente para un marxista que, a pesar de los enormes recursos materiales del aparato stalinista, la actual fracción do­minante de la Comintern es, política y teóricamente, un cadáver. La bandera de Marx y Lenin está en manos de la Oposición. No me cabe la menor duda de que el con­tingente bolchevique norteamericano ocupará un lugar digno bajo esa bandera.

 

Con cálidos saludos oposicionistas,

 

L. Trotsky



[1] Las Tareas de la Oposición norteamericana. The Militant, 1º de junio de 1929. La Oposición norteamericana nació en noviembre de 1928, cuando James P. Cannon, Max Shachtman y Martin Abern fueron expulsados de la di­rección del PC norteamericano por “trotskistas” ver en el libro de Cannon The History of American Trotskyism [La historia del trotskismo norteamericano], Pathfinder Press, 1972, su relato de cómo se enteró de las posiciones de Trotsky cuando concurrió al Sexto Congreso de la Comintern.

[2] Jay Lovestone (n. 1898) y John Pepper, seudónimo norteamericano de Joseph Pogany (1886-1937): dirigentes del PC norteamericano que estuvieron a cargo de la expulsión de los partidarios de Trotsky en 1928. Ellos fueron expulsados en 1929, por orden de Stalin, debido a su simpatía por la Oposición de Derecha. Lovestone organizó un grupo independiente que existió hasta la Segunda Guerra Mundial; en la época de la guerra fría se convirtió consejero de asuntos exteriores del presidente de la Federación Norteamericana del Trabajo - Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO), George Meany. Pepper era un húngaro que jugó un rol secundario en la revolución húngara de 1919; en 1922 llegó a Estados Unidos acompañando a una delega­ción húngara; aprovechó las ventajas de esta situación para maniobrar hasta que consiguió que lo nombraran miembro del Comité Central del PC. Fue arrestado y ejecutado en las purgas de la década del 30.

[3] En un discurso pronunciado en 1926, Trotsky denuncio públicamente a Lovestone por distorsionar en gran medida lo que él había dicho en 1924 res­pecto a las relaciones anglo - norteamericanas. En 1926 la Editorial del estado soviético publicó en un folleto, Europa y Norteamérica, los discursos de 1924 y 1926. También se publicaron en inglés con el título Europe and America, Pathfinder Press, 1971. [En castellano, Sobre Europa y Estados Unidos, Edit. Pluma, Buenos Aires, 1975.]

[4] Robert M. La Follete (1855-1925): senador norteamericano republicano del estado de Winsconsin que en 1924 fue candidato a presidente por el Pro­gressive Party [Partido Progresista]. En 1923 e1 PC ganó una convención del Farmer - Labor Party [FLP, Partido Obrero - Campesino] y le cambió el nombre por el de Federated Farmer - Labor Party [FFLP, Partido Obrero - Campesino Federado], aunque éste perdió el poco apoyo obrero con que contaba basta entonces. La dirección del PC, formada por Ruthenberg – Pepper - Lovestone, adoptó entonces la política de ligar al FFLP a la campaña electoral del parti­do de La Follette. Las concesiones que implicaba esta política del PC justifi­caron la intervención del Comité Ejecutivo de la Comintern. Este, después de una amplia discusión, declaro que era una política oportunista, y el PC retiró el apoyo a la candidatura de La Follete, presentando sus propios candidatos, Foster y Gitlow.

[5] Babbitt: personaje que protagonizó una novela del mismo nombre escrita por Sinclair Lewis en 1922, prototipo del pequeño burgués comerciante del medio oeste norteamericano. Jimmie Higgins: personaje que protagonizó una novela del mismo nombre escrita por Sinclair Lewis en 1918, activista socia­lista de base.

[6] James P. Cannon (1890-1974): activista de la Industrial Workers of the World [IWW Trabajadores Industriales del Mundo] y dirigente del ala izquierda del Partido Socialista. Participo en la fundación del Partido Comu­nista norteamericano, de la Oposición de Izquierda y del Socialist Workers Party. Su referencia, en la carta a Trotsky, a la necesidad de darle a la Opo­sición norteamericana “una forma más organizada” tiene que ver con la inminente Primera Conferencia Nacional de la Oposición, que se iba a realizar en Chicago en mayo de 1929. En esa conferencia, en la que se leyó la carta de Trotsky, se aprobó la resolución de fundar la Communist League of America (Oposition) [CLA, Liga Comunista de Norteamérica (Oposición)]. Se eligió un Comité Nacional de la CLA formado por Cannon, Maurice Spector, Martin Abern, Max Shachtman, Arne Swabeck, Carl Skoglund y Albert Glozer.



Libro 1