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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Problemas de la revolución italiana

Problemas de la revolución italiana

Problemas de la revolución italiana[1]

 

 

14 de mayo de 1930

 

 

 

Estimados camaradas:

 

Recibí la carta de ustedes del 5 de mayo. Les agra­dezco mucho este estudio del comunismo italiano en general y de sus distintas corrientes internas en par­ticular. Era muy necesario y me vino muy bien. Sería lamentable que el trabajo quedara en una simple carta. Con algunos cambios, o resumiéndolo un poco, bien podría encontrar un lugar en las páginas de La Lutte de Classes.

Si no tienen objeción, empezaré planteando una conclusión política general: considero que nuestra co­laboración mutua es, a partir de ahora, perfectamente factible y aun muy deseable. Ninguno de nosotros se vale ni puede valerse de fórmulas políticas preestablecidas, válidas para todas las eventualidades de la vida. Pero creo que el método con el que ustedes encaran la determinación de las fórmulas políticas necesarias es acertado.

Solicitan ustedes mi opinión respecto de toda una serie de graves problemas políticos. Pero antes de in­tentar una respuesta, debo formular una reserva muy importante. Jamás conocí de cerca la vida política italia­na, porque estuve muy poco tiempo en Italia, leo muy mal el italiano y, mientras cumplía tareas en la Interna­cional Comunista, no tuve ocasión de profundizar mi es­tudio de la realidad italiana.

Ustedes lo saben bien. Si no, ¿por qué habrían de tomarse el trabajo de elaborar un documento tan deta­llado para ponerme al tanto de los problemas pen­dientes?

De todo lo anterior surge que mis respuestas, en la mayoría de los casos, revisten un carácter puramente hipotético. De ninguna manera puedo considerar que las reflexiones que siguen son definitivas. Es muy posi­ble y aun probable que, al examinar tal o cual cuestión, pierda de vista importantísimas circunstancias concre­tas de tiempo y lugar. Por eso quedo a la espera de sus objeciones, rectificaciones e información complementa­ria. En la medida en que, como espero, coincidimos en el método, esta será la mejor manera de llegar a una solución justa.

1. Ustedes me recuerdan que una vez critiqué la consigna de “asamblea republicana basada en comités obreros y campesinos” que antes levantaba el Partido Comunista Italiano. Dicen que esta consigna tenía un valor puramente circunstancial y que en la actualidad se la ha abandonado. Sin embargo, quisiera decirles por qué considero que se trata de una consigna política errónea o, al menos, ambigua. La “asamblea republica­na” es, obviamente, una institución del estado bur­gués. ¿Qué son, en cambio, los “comités obreros y campesinos”? Es obvio que son una especie de parien­te de los soviets obreros y campesinos. Si es así, hay que decirlo. Porque las organizaciones de clase de los obreros y campesinos pobres, llámense soviets o comi­tés, siempre constituyen organizaciones de lucha contra el estado burgués, luego se convierten en órganos de la insurrección y, finalmente, después del triunfo, se transforman en organizaciones de la dictadura prole­taria. Siendo así, ¿cómo es posible que una asamblea republicana - organización suprema del estado bur­gués - se “base” en organizaciones del estado prole­tario?

Quisiera recordarles que en 1917, antes de Octubre, Zinoviev y Kamenev, al oponerse a la insurrección, se pronunciaron a favor de esperar que se reuniera la Asamblea Constituyente para crear un “estado combi­nado” mediante la fusión de la Asamblea Constituyente y los soviets de obreros y campesinos. En 1919 fui­mos testigos de la propuesta de Hilferding de inscribir a los soviets en la Constitución de Weimar.[2] Hilferding, igual que Zinoviev y Kamenev, llamó a esto el “estado combinado”. Como pequeño burgués de nuevo tipo quería, en el momento mismo en que se producía un abrupto viraje de la historia, “combinar” un tercer tipo de estado mediante el casamiento de la dictadura prole­taria con la dictadura de la burguesía bajo el signo de la constitución.

La consigna italiana señalada más arriba me parece una variante de esta tendencia pequeñoburguesa. Salvo que yo la haya interpretado mal. Pero en ese caso tiene el indiscutible defecto de prestarse a peligrosos malen­tendidos. Aprovecho la ocasión para rectificar un error verdaderamente imperdonable que cometieron los epí­gonos en 1924: habían descubierto un párrafo en el que Lenin afirmaba que podríamos vernos obligados a casar a los soviets con la Asamblea Constituyente. En mis es­critos se puede encontrar una cita similar. Pero, ¿de qué se trataba, exactamente? Planteábamos el proble­ma de una insurrección que traspasaría el poder al pro­letariado a través de los soviets. Cuando se nos pregun­tó qué haríamos, en tal caso, con la Asamblea Constituyente, respondimos: “Veremos; tal vez la combinemos con los soviets”. Para nosotros eso significaba una Asamblea Constituyente reunida bajo un régimen soviético, en la que los soviets fueran mayoría. Y como no sucedió, los soviets liquidaron la Asamblea Constitu­yente. En otras palabras: se trataba de dilucidar la posibilidad de transformar la Asamblea Constituyente y los soviets en organizaciones de una misma clase, jamás de “combinar” una Asamblea Constituyente burguesa con los soviets proletarios. En un caso (con Lenin) se trataba de la formación de un estado proletario, su es­tructura y su técnica. En el otro (Zinoviev, Kamenev, Hilferding) se trataba de la combinación constitucional de dos estados correspondientes a clases enemigas en vistas de desviar una insurrección proletaria que hubie­ra tomado el poder.

2. El problema que acabamos de analizar (asam­blea republicana), está íntimamente ligado a otro que ustedes analizan en la carta, a saber: ¿cuál será el carácter social de la revolución antifascista? Ustedes descartan la posibilidad de una revolución burguesa en Italia. Tienen absoluta razón. La historia no puede vol­ver atrás un buen número de páginas, cada una de las cuales representa un lustro. El Comité Central del Par­tido Comunista Italiano trató una vez de evadir el problema proclamando que la revolución no sería burguesa ni proletaria sino “popular”. No es más que una repeti­ción de lo que decían los populistas [narodnikis] rusos de principios de siglo al preguntárseles cuál sería el carácter de la revolución antizarista. Y es la misma res­puesta que da la Internacional Comunista para China y la India. Se trata simplemente de una variante seudorrevolucionaria de la teoría socialdemócrata de Otto Bauer[3] y Cía., que sostiene que el estado puede elevarse por encima de las clases, no ser burgués ni proletario. Esta teoría es tan perniciosa para el proleta­riado como para la revolución. En China transformó al proletariado en carne de cañón de la contrarrevolución.

Toda gran revolución es popular en el sentido de que arrastra a todo el pueblo. Tanto la Gran Revolución Francesa como la Revolución de Octubre fueron netamente populares. Sin embargo, la primera fue burgue­sa porque instituyó la propiedad individual, mientras que la segunda fue proletaria porque abolió la propie­dad individual. Sólo unos pocos revolucionarios peque­ñoburgueses irremediablemente atrasados pueden seguir soñando con una revolución que no sea burguesa ni proletaria sino “popular” (vale decir, pequeño-burguesa).

Ahora bien, en la época imperialista, la pequeña burguesía es incapaz no sólo de dirigir una revolución sino incluso de desempeñar un papel independiente en la misma. De manera que la fórmula de “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” consti­tuye una cortina para la concepción pequeñoburguesa de la revolución transicional y el estado transicional, es decir una revolución y un estado que no pueden tener cabida en Italia, ni siquiera en la India atrasada. Un revolucionario que no tenga una posición clara e inequívoca respecto de la cuestión de la dictadura demo­crática del proletariado y el campesinado está condena­do a caer en un error tras otro. En cuanto a la revolución antifascista, la cuestión italiana está más que nunca li­gada íntimamente a los problemas fundamentales del comunismo mundial, vale decir a la llamada teoría de la revolución permanente.[4]

3. A partir de todo lo anterior surge el problema del periodo “transicional” en Italia. En primerísimo lugar, hay que responder claramente: ¿transición de qué a qué? Un período de transición de la revolución burgue­sa (o “popular”) a la revolución proletaria, es una cosa. Un período de transición de la dictadura fascista a la dictadura proletaria, es otra cosa. Si se contempla la primera concepción, se plantea en primer término la cuestión de la revolución burguesa, y sólo se trata de determinar el papel del proletariado en la misma. Sólo después quedará planteada la cuestión del período transicional hacia la revolución proletaria. Si se contem­pla la segunda concepción, entonces se plantea el pro­blema de una serie de batallas, convulsiones, situacio­nes cambiantes, virajes abruptos, que en su conjunto constituyen las distintas etapas de la revolución prole­taria. Puede haber muchas etapas. Pero en ningún caso pueden implicar la revolución burguesa o ese misterio­so híbrido, la “revolución popular.”

¿Significa esto que Italia no puede convertirse nue­vamente, durante un tiempo, en un estado parlamenta­rio o en una “república democrática”? Considero - y creo que en esto coincidimos plenamente - que esa eventualidad no está excluida. Pero no será el fruto de una revolución burguesa sino el aborto de una revolu­ción proletaria insuficientemente madura y prematura. Si estalla una profunda crisis revolucionaria y se dan batallas de masas en el curso de las cuales la vanguar­dia proletaria no tome el poder, posiblemente la bur­guesía restaure su dominio sobre bases “democráticas”. ¿Puede decirse, por ejemplo, que la actual repú­blica alemana es una conquista de la revolución burgue­sa? Sería absurdo afirmarlo. Lo que se dio en Alemania en 1918-1919 fue una revolución proletaria, engañada, traicionada y aplastada por la falta de dirección. Pero, no obstante, la contrarrevolución burguesa se vio obli­gada a adaptarse a las circunstancias provocadas por esta derrota de la revolución proletaria a tomar la forma de una república parlamentaria “democrática”. ¿Se puede excluir la misma variante - o una parecida - en Italia? No, no se la puede excluir. El fascismo llegó al poder porque la revolución proletaria de 1920 no llegó hasta el final. Sólo una nueva revolución proletaria puede derrocar al fascismo. Si esta vez tampoco está destinada a triunfar (por la debilidad del Partido Comu­nista, las maniobras y traiciones de los socialdemócra­tas, francmasones, católicos), el estado “transicional” que la burguesía se verá obligada a edificar sobre las ruinas de su forma fascista de gobierno no po­drá ser otra cosa que un estado parlamentario y de­mocrático.

¿Cuál es el objetivo a largo plazo de Concentración Antifascista? Esta prevé la caída del estado fascista ante una insurrección del proletariado y las masas opri­midas en general y se prepara a frenar esta moviliza­ción, a paralizarla y desviarla para que el triunfo de la contrarrevolución renovada aparezca como una supues­ta victoria de la revolución democrático-burguesa. Si se pierde de vista un solo instante esta dialéctica de las fuerzas sociales vivas, se corre el riesgo de embrollarse irremediablemente y desviarse del camino recto. Creo que entre nosotros no debe existir el menor malentendi­do al respecto.

4.¿Significa esto que los comunistas rechazamos de plano todas las consignas democráticas, todas las consignas transicionales o preparatorias, y levantamos únicamente la de dictadura proletaria? Sería hacer gala de un sectarismo estéril, doctrinario. En ningún mo­mento aceptamos que basta con un solo salto revolucio­nario para cubrir la distancia que separa el régimen fas­cista de la dictadura proletaria. Nosotros no negamos el período de transición y sus consignas transicionales, in­cluidas las democráticas. Pero es precisamente con la ayuda de estas consignas transicionales, que siempre constituyen el punto de partida del camino hacia la dictadura proletaria, que la vanguardia comunista deberá ganar al conjunto de la clase obrera y que ésta deberá unificar a su alrededor a todas las masas oprimidas de la nación. Y ni siquiera excluyo la posibilidad de una asamblea constituyente que, en ciertas circunstancias, podría ser impuesta por la marcha de los acontecimien­tos o, más precisamente, por el proceso del despertar revolucionario de las masas oprimidas. Es cierto que en una perspectiva histórica de muchos años el destino de Italia se reduce a la siguiente alternativa: fascismo o comunismo. Pero afirmar que esta alternativa ha pene­trado en la conciencia de las masas oprimidas de la nación es caer en la ilusión de que ya está resuelta la colosal tarea que se le plantea en toda su magnitud al débil Partido Comunista. Si, por ejemplo, estalla ya una crisis revolucionaria en los próximos meses (provocada por la crisis económica por un lado, y por la influencia revolucionaria proveniente de España[5] por el otro), es seguro que las masas trabajadoras, tanto obreras como campesinas, unirán a sus reivindicaciones económicas las consignas democráticas (tales como libertad de reunión, de prensa, de organización sindical, de repre­sentación democrática en el parlamento y las municipa­lidades). ¿Significa esto que el Partido Comunista debe rechazar estas reivindicaciones? Todo lo contrario. De­berá combatir por ellas con la mayor audacia y resolución, porque no se puede imponer una dictadura prole­taria sobre las masas populares. Sólo se la puede reali­zar luchando - luchando hasta el fin - por todas las consignas transicionales, las reivindicaciones y las necesidades de las masas y a la cabeza de las masas.

Debe recordarse aquí que el bolchevismo no llegó al poder enarbolando la consigna abstracta de dictadura del proletariado. Combatimos por la asamblea constituyente de manera mucho más audaz que los demás parti­dos. Dijimos a los campesinos: “¿Exigen una distribu­ción igualitaria de la tierra? Nuestro programa agrario es mucho más completo. Pero sólo nosotros, y nadie más, les ayudaremos a acceder a la utilización igualita­ria de la tierra. Para eso, deben apoyar a los obreros.” Respecto a la guerra, les dijimos a las masas populares:

“Nuestra tarea, como comunistas, es hacer la guerra a todos los opresores. Pero ustedes no están dispuestas a ir tan lejos. Quieren escapar de la guerra imperialista. Sólo los bolcheviques las ayudarán a lograrlo.” Aquí no me refiero al problema de cuáles deben ser exactamen­te las consignas centrales para el período de transición en Italia ahora mismo, en el año 1930. Para esbozarlas y hacer las rectificaciones necesarias precisa y oportunamente, se requiere un conocimiento de la vida interna de Italia y un contacto estrecho con sus masas trabaja­doras, que superan mis posibilidades. Porque además de contar con un método correcto, es necesario escuchar a las masas. Yo sólo quiero indicar en términos ge­nerales cuál es el lugar que ocupan las consignas tran­sicionales en la lucha del comunismo contra el fascismo y contra la sociedad burguesa en general.

5. Sin embargo, a la vez que levantamos tal o cual consigna democrática, debemos combatir implacablemente la charlatanería democrática en todas sus for­mas. La “república democrática obrera”, consigna de la socialdemocracia italiana, es un ejemplo de esa charlatanería mezquina. La república obrera no puede ser sino un estado clasista proletario. La república demo­crática no es sino una máscara del estado burgués. La combinación de ambas no es sino una ilusión pequeñoburguesa de la base socialdemócrata (obreros, campesinos) y una mentira descarada de la dirección socialde­mócrata (Turati, Modigliani[6] y demás individuos de esa calaña). Permítanme repetir al pasar que me opuse y me opongo a la consigna de “asamblea republicana basada en los comités de obreros y campesinos” preci­samente porque esta fórmula se parece a la consigna socialdemócrata de “república democrática obrera” y, en consecuencia, puede dificultar enormemente la lucha contra la socialdemocracia.

6. La afirmación de la dirección oficial [del Partido Comunista] de que la socialdemocracia italiana ya no existe políticamente es una teoría para consolar a los optimistas burocráticos que sólo quieren ver soluciones acabadas allí donde se plantean grandes tareas. El fascismo no liquida a la socialdemocracia; por el contrario, la preserva.   Ante los ojos de las masas, la socialde­mocracia, en parte víctima del régimen, no es responsa­ble de que el fascismo se haya impuesto. Así ganan nuevos adeptos y se fortalecen los antiguos. Y llegará un momento en que la socialdemocracia sacará beneficios políticos de la sangre de Matteotti,[7] como hizo la antigua Roma con la sangre de Cristo.

Por eso no se descarta que en el período inicial de la crisis revolucionaria la dirección esté principalmente en manos de la socialdemocracia. Si la movilización arras­tra inmediatamente a grandes masas y si el Partido Co­munista tiene una política correcta, bien puede suceder que la socialdemocracia quede reducida a cero en poco tiempo.

Pero esa sería una tarea a cumplir, no un logro ya alcanzado. Es imposible pasar por alto este problema; hay que resolverlo.

Permítanme recordar aquí que Zinoviev, y luego los Manuilskis y Kuusinens, anunciaron en dos o tres oca­siones que la socialdemocracia en realidad ya no exis­tía. En 1925, la Comintern, en la declaración al partido francés escrita por la mano irresponsable de Lozovski, decretó asimismo que el Partido Socialista francés había desaparecido definitivamente de la escena. La Oposición de Izquierda siempre se pronunció enérgi­camente en contra de este juicio tan falto de seriedad. Sólo un imbécil total o un traidor buscaría convencer a la vanguardia proletaria de Italia de que la socialdemo­cracia italiana ya no puede desempeñar el mismo papel que cumplió la socialdemocracia alemana en la revolu­ción de 1918.

Podría objetarse que la socialdemocracia no podrá traicionar nuevamente al proletariado italiano como lo hizo en 1920. ¡Es una ilusión y un autoengaño! El proletariado fue engañado demasiadas veces en la historia, primero por el liberalismo y luego por la socialde­mocracia.

Más importante aun, no podemos olvidar que des­de 1920 han transcurrido diez años, y desde el adveni­miento del fascismo ocho. Los niños que tenían diez y doce años en 1920-1922 y que presenciaron los actos de los fascistas son hoy la nueva generación de obreros y campesinos que combatirá heroicamente al fascismo, pero que carece de experiencia política. Los comunistas sólo entrarán plenamente en contacto con el movimiento de masas durante la revolución y, en las circuns­tancias más favorables, necesitarán meses para desen­mascarar y demoler a la socialdemocracia, la que - repito - no fue liquidada sino preservada por el fascismo.

Para terminar, dos palabras acerca de un importante problema de hecho, sobre el cual no puede haber dos opiniones distintas entre nosotros. ¿Pueden o deben los militantes de la Oposición de Izquierda renunciar deli­beradamente al partido? De ninguna manera. Salvo ra­ras excepciones (que fueron errores), ninguno de noso­tros lo hizo. Pero no tengo una idea clara de lo que se le exige a un camarada italiano para desempeñar tal o cual función en el partido en las circunstancias actua­les. No puedo decir nada concreto al respecto, salvo que ninguno de nosotros puede permitir que un camarada se acomode a una posición política falsa o equívoca ante el partido o las masas para evitar la expulsión.

Un apretón de manos,

 

León Trotsky



[1] Problemas de la revolución italiana. New International, julio de 1944. Esta fue la revista del Socialist Workers Party y sus predecesores de 1934 a 1940. Al producirse un cisma en el SWP, sus directores, Max Shachtman y James Burnham, la convirtieron en vocero del Workers Party de Shachtman. Dejó de salir en 1958. La carta de Trotsky iba dirigida a tres dirigentes del partido Comunista Italiano: Blasco (Pietro Tesso), Feroci y Santini, quienes habían manifestado su solidaridad con la Oposición de Izquierda y en seguida se los había expulsado del Comité Central del partido. Inmediatamente constituyeron la “Nueva Oposición Italiana” (para diferenciarse de la Oposición “vieja”, el grupo Prometeo de los bordiguistas), se pusieron en contacto con la Oposición de Izquierda Internacional e iniciaron la correspondencia con Trotsky.

[2] RudoIf Hilferding (1577-1941): dirigente del Partido Socialdemócrata austríaco antes de la Primera Guerra Mundial y autor de El capital financiero. Durante la guerra sostuvo una posición pacifista.. Posteriormente fue uno de los dirigentes del grupo centrista USPD, que rompió con la socialdemocracia. Volvió luego a la socialdemocracia y fue ministro de economía en los gobiernos de Streseman (1922-1923) y Mueller (1928-1930). Huyó a Francia en 1933. El régimen de Petain lo entregó a la Gestapo en 1940 y murió en una cárcel de Alemania. Weimar era el nombre de la república capitalista democrática alemana, que ejerció el poder desde el aplastamiento de la revolución de 1918-1919 hasta la toma del poder por los nazis en 1933.

[3] Otto Bauer (1881-1938): dirigente del poderoso Partido Socialdemócrata austríaco después de la Primera Guerra Mundial, principal teórico del austromarxismo y fundador de la efímera Internacional Dos y Media.

[4] La teoría de la revolución permanente, estrechamente identificada con Trotsky, se originó en la revolución de 1905, cuando Trotsky comenzó a desarrollar su concepción del papel dirigente que le corresponde a la clase obrera en los países industrialmente atrasados y subdesarrollados. Aunque Lenin y los bolcheviques coincidieron de hecho con las conclusiones de esta teoría en la Revolución de 1917, los stalinistas la hicieron blanco de sus ataques en la década del 20, cuando adoptaron la teoría del socialismo en un solo país. Trotsky escribió libro La revolución permanente en 1928.

[5] La influencia revolucionaria de España se refiere a la radicalización de las masas españolas, que ya había provocado la caída de la dictadura de Primo de Rivera y un año más tarde provocaría la caída de la monarquía y la instauración de una república.

[6] Filippo Turatti (1857-1932): uno de los fundadores del Partido Socialista Italiano. Este partido sufrió dos rupturas: la primera en 1921, cuando se formó el Partido Comunista, y la segunda en 1922, cuando fue expulsada el ala derecha. Turati se unió a ésta última. Giuseppe Modigliani (1872-1947): destacado militante del PS que siguió el mismo camino político que Turati.

[7] Giacomo Matteottii (1885-1924): diputado socialista reformista del parlamento italiano, fue asesinado por las bandas de Mussolini por denunciar las trampas electorales y el terrorismo de los fascistas.



Libro 1