Logo
Logo
Logo

Escritos de León Trotsky (1929-1940)

La evolución de la SFIO

La evolución de la SFIO

La evolución de la SFIO[1]

 

 

10 de julio de 1934

 

 

 

La crisis del estado burgués democrático necesa­riamente implica la del partido socialdemócrata. Hay que tomar en consideración y analizar a fondo esta interdependencia. Aunque la burguesía haya cambiado el régimen parlamentario por el bonapartista, eso no excluye a la socialdemocracia de la combinación legal de fuerzas sobre las que se apoya el gobierno del capital. Como se sabe, Schleicher,[2] en su momento, buscó el apoyo de los sindicatos. Naturalmente, Doumergue[3] negocia con Jouhaux y Cía., a través de su Marquet. Langeron,[4] blandiendo su bastón blanco, les señala el camino tanto a los fascistas como a los socialdemócratas, hasta el punto de que el bona­partista depende de su propia existencia. Su dirección también se apoya en este equilibrio; se pro­nuncia contra los métodos de lucha revolucionarios, estigmatiza al marxismo con el rótulo de "blanquis­mo"[5] predica la doctrina casi tolstoiana de "no resistir al mal con la violencia". Sólo que esta política es tan inestable como el propio régimen bonapartista por cuyo medio la burguesía pretende eludir las solucio­nes más radicales.

Como se sabe, la esencia del estado democrático consiste en que todos tienen el derecho de decir y escribir lo que quieren, pero en los problemas impor­tantes la palabra final la tienen los grandes propietarios. Se llega a este resultado a través de un complejo sistema de concesiones parciales ("reformas"), ilusiones, corrupción, engaño e intimidación. Cuando se agota la posibilidad económica de otorgar concesio­nes parciales ("reformas"), la socialdemocracia deja de ser "el principal apoyo político de la burguesía”. Eso significa que el capital ya no puede apoyarse en una "opinión pública" domesticada; necesita un aparato estatal (bonapartista) independiente de las masas.

Paralelamente a este vuelco del sistema estatal, dentro de la socialdemocracia también tienen lugar cambios importantes. Con la decadencia de la época reformista (especialmente durante la década de la posguerra),el régimen interno de la socialdemocracia pasa a ser una reproducción del de la democracia burguesa: todo miembro del partido puede decir y pensar lo que quiera, pero las decisiones las toma la cúpula del aparato, estrechamente ligada al estado. En la medida en que la burguesía pierde la posibilidad de gobernar con el apoyo de la opinión pública de los explotados, los dirigentes socialdemócratas van perdiendo la posibilidad de orientar la opinión pública de su propio partido. Pero los dirigentes reformistas, a diferencia de los de la burguesía, no disponen de un aparato coercitivo. De allí que mientras la democracia parlamentaria se agota, la democracia interna del Partido Socialista, por el contrario, se efectiviza cada vez más.

La crisis del estado democrático y la del partido socialdemócrata se desarrollan en direcciones para­lelas pero opuestas. Mientras que el estado marcha hacia el fascismo pasando por una etapa bonapartista, el Partido Socialista se encamina a una lucha a vida o muerte contra el fascismo, pasando ’por una oposición "leal", cuasi parlamentaria, al estado bonapartista. Comprender esta dialéctica de las relaciones reciprocas entre el estado burgués y la socialdemocracia consti­tuye un requisito ineludible de una política revolucio­naria correcta; éste es precisamente el problema contra el que se rompieron la cabeza los stalinistas.

En la etapa bonapartista que en la actualidad atraviesa Francia, los dirigentes de la socialdemocracia intentan con todas sus fuerzas permanecer dentro de los limites de la legalidad (¡bonapartista!). No aban­donan la esperanza de que una mejora en la coyuntura económica y otras circunstancias favorables lleven a la restauración del estado parlamentario. Pero la expe­riencia de Italia, Alemania y Austria los obliga a tener en cuenta también la otra perspectiva, mucho menos halagüeña, contra la que quisieran asegurarse. Temen apartarse de las masas, que exigen luchar contra el fascismo y esperan que se las guíe. De esta manera, el aparato socialista está atrapado en una violenta contradicción. Por un lado, lucha contra la radicaliza­ción de las masas recurriendo a la prédica de derecha del tolstoianismo: "La violencia sólo provoca violencia; opongamos a los bastones y los revólveres... la sabidu­ría y la prudencia." Por otra parte, habla de dictadura del proletariado, huelga general, etcétera, y se inclina hacia la política de frente único. Al mismo tiempo, el propio aparato se estratifica. Los "izquierdistas" son cada vez más populares. Los dirigentes oficiales se ven obligados a apoyar su brazo derecho sobre Dournergue (¡legalidad" a toda costa!) y el izquierdo sobre Marceau Pivert, Just, etcétera.[6] Pero la situación objetiva no permitirá mantener ese equilibrio. Repe­timos: la situación actual del Partido Socialista es más inestable todavía que el preventivo régimen estatal bonapartista.

En política no puede cometerse peor error que el de actuar en base a preconceptos tomados del pasado y que se refieren a relaciones de fuerza ya superadas.

Por ejemplo, cuando la dirección del Partido Socialista se limita a exigir elecciones parlamentarias, traslada la política del reino de la realidad al de los sueños. "Parlamento", "gobierno", "elecciones" ya no tienen el mismo contenido que antes de la capitulación, el 6 de febrero, del régimen parlamentario. Por sí mismas, las elecciones no pueden producir un cambio en el centro de gravedad del poder; para eso hace falta un vuelco de las masas hacia la izquierda, que borre y liquide por completo los resultados del giro a la derecha del 6 de febrero.

Pero los camaradas que, al caracterizar al Partido Socialista, se mueven con fórmulas establecidas ayer ("reformismo", "Segunda Internacional", "sostén político de la burguesía"), cometen exactamente el mismo tipo de error. ¿Son correctas estas definiciones? Sí y no. Más no que sí. La vieja caracterización de la socialdemocracia se adecua menos aun a la realidad que la definición del estado actual como una "república democrática parlamentaria". Sería falso afirmar que en Francia no queda "nada" de parlamentarismo. En ciertas condiciones es posible que se dé incluso un reanimamiento pasajero del parlamentarismo (así como un hombre que agoniza generalmente conserva un destello de conciencia). Sin embargo, tomado de conjunto el proceso se aleja del parlamentarismo. La definición del estado francés actual que más se aproxima a la realidad sería: "un régimen bonapartista preventivo, que se apropia de la forma hueca del estado parlamentario y oscila entre el régimen fascista, que aún no es lo suficientemente fuerte, y el estado prole­tario, que aún no es lo suficientemente consciente". Solo esta definición dialéctica puede ser base de una política correcta.

Pero las mismas leyes del pensamiento dialéctico se aplican también al Partido Socialista, que, como ya dijimos, comparte la suerte del estado democrático, sólo que en dirección opuesta. A lo que cabe añadir que, gracias a la experiencia de Alemania y de Austria, la evolución del Partido Socialista incluso supera sustancialmente la evolución del estado; así la ruptura con los Neos precedió en varios meses al golpe de estado del 6 de febrero. Naturalmente, sería un gran error afirmar que después de la ruptura en el partido no quedó "nada" de reformismo y patriotismo. Pero no es menor el error de referirse a él como socialdemo­cracia en el viejo sentido de la palabra. La imposibilidad de dar de aquí en más una definición simple, habitual, establecida, es precisamente la expresión más evidente de que estamos frente a un partido centrista[7] que, en virtud de una evolución del país largamente poster­gada, todavía alberga contradicciones extremadamente polarizadas. Hay que ser un escolástico sin remedio para no discernir qué ocurre en realidad bajo el rótulo "Segunda Internacional". Solo una definición dialéc­tica del Partido Socialista, fundamentalmente la evaluación concreta de su dinámica interna, permitirá a los bolcheviques leninistas plantearse la perspectiva correcta y adoptar una posición activa, no de simples observadores.

Sin el impulso revolucionario de las masas, que puede hacer girar muy hacía la izquierda el centro de gravedad político -o mejor dicho antes de ese impulso- el poder estatal debe identificarse más abier­ta y brutalmente con el aparato militar y policial, el fascismo debe fortalecerse y volverse más insolente. Paralelamente, pasarán a primer plano los antagonis­mos dentro del Partido Socialista, es decir la incompa­tibilidad de la prédica tolstoiana de "no resistir al mal con la violencia" con las tareas revolucionarias plantea­das por el enemigo de clase. De manera simultánea con la bonapartización del estado y la inminencia del peligro fascista, la mayoría del partido, inevitable­mente, debe radicalizarse; la diferenciación interna, que está lejos de haber acabado, entrará en una nueva fase.

Los bolcheviques leninistas tienen el deber de plantear todo esto francamente. Siempre rechazaron la teoría del "social-fascismo" y los métodos polémicos que unen la mentira y la calumnia a la impotencia teórica. No tienen ninguna razón para cambiar sus posiciones y llamar negro a lo que es blanco. Hemos llamado al frente único en la época en que tanto los stalinistas como los socialistas lo rechazaban. Por eso mantenemos aun hoy una actitud crítica, realista, frente a la abstracción de la "unidad". En la historia del movimiento obrero, la diferenciación es a menudo la premisa necesaria para la’ unidad. Para poder dar el primer paso hacia el frente único, el Partido Socia­lista se vio obligado a romper antes con los Neos. No hay que olvidarlo ni por un instante. El Partido Socialista podrá jugar un rol decisivo en un genuino y masivo frente único de lucha sólo en el caso de que se plantee claramente sus objetivos y elimine de sus filas ’al ala derecha y a los adversarios ocultos de la lucha revolucionaria. No se trata de ningún "principio" abstracto, sino de una necesidad de hierro resultante de la lógica de la lucha. El problema no se puede resolver con ningún giro diplomático, como lo cree Ziromsky, que trata de encontrar la fórmula que reconcilie el social-patriotismo con el internaciona­lismo.[8] El avance de la lucha de clases, en su etapa actual, hará estallar implacablemente y liquidará toda tergiversación, decepción y disimulo. Los obreros en general y los socialistas en particular necesitan la verdad, la desnuda verdad y nada más que la verdad.

Los bolcheviques leninistas plantearon correctamente lo que está sucediendo y lo que va a suceder. Pero no pudieron - y hay que admitirlo abiertamente - cumplir el objetivo que se dieron hace un ano: penetrar mas profundamente en las filas de las obreros socia­listas. No querían "darles discursos" desde arriba, como eruditos especialistas en estrategia, sino apren­der marchando hombro a hombro con los obreros avanzados, en base a la experiencia real de las masas, que inevitablemente conducirá al proletariado francés a la senda de la lucha revolucionaria.

Sin embargo, para tener más claras las tareas que nos aguardan en este terreno, tenemos que analizar la evolución del llamado Partido Comunista.



[1] La evolución de la SFIO. The New lnternational, setiembre-octubre de 1934, donde apareció junto con otro artículo bajo el título Los bolcheviques leninistas y la SFIO, firmado "V”.

[2] Kurt von Schleicher (1882-1934): el general "social" alemán que precedió a Hitler como canciller, trató de prolongar su permanencia en el cargo buscando la coalición tanto con los sindicatos como con el ala disidente del Partido Nazi. Los nazis lo asesinaron durante la "purga sangrienta" de junio de 1934. Trotsky examina extensamente el rol que jugaron él y sus predecesores, Heinrich Bruening y Franz von Papen, en La lucha contra el fascismo en Alemania.

[3] Andrieu Marquet (1884-1955): neo socialista, alcalde de Bordeaux, en 1934 fue ministro de trabajo del Gobierno de Unión Nacional de Dourmergue. Posteriormente rompió con loa Neos y se fue todavía más a la derecha. Gaston Doumergue (1863-1937), diputado y ministro radical, presidente de la república en 1924, se retiró en 1931. En febrero de 1934. después del intento de golpe fascista, reemplazó a Daladier como premier, prometiendo un gobierno "fuerte" y una reforma constitucional que restringiría las libertades democráticas. Su gobierno cayó en noviembre de 1934, cuando perdió la confianza de los radicales. León Jouhaux (1870-1954): secretario general de la CGT, la principal federación sindical de Francia, que en 1934 tenia alrededor de un millón de afiliados. Era reformista, social-patriota y practicaba la colaboración de clases.

[4] Roger Langeron (1882-1966): designado en 1934 prefecto de policía en París por el gobierno de Doumergue, siguió ocupando el cargo bajo los gobiernos del Frente Popular.

[5] Louis August Blanqui (1805-1881): participó en diversas insurrecciones en el siglo XIX y pasó en prisión treinta y tres de sus sesenta y seis años de vida. Los marxistas utilizan el término "blanquismo" refiriéndose a la teoría que propugna la insurrección armada por pequeños grupos de conspiradores selectos y entrenados, en oposición a las que plantea que la revolución si basa en la acción y la organización de las masas. Los reformistas, en cambio lo utilizan como epíteto dirigido contra los revolucionarios, los mencheviques por ejemplo. acusaban a Lenín y Trotsky de blanquistas porque. realmente querían hacer la revolución.

[6] Marceau Pivert (1895-1958): miembro de la tendencia Batalla Socialista de la SFIO y organizador en 1935 del grupo Izquierda Revolucionaria. Apoyo a Blum en 1936, pero después que en 1937 se le ordenó a su grupo que se disolviera dejó la SFIO y fundó, en 1938. el Partido Socialista Obrero y Campesino (PSOP). Después de la Segunda Guerra Mundial volvió a la SFIO. Claude Just era dirigente de la tendencia de la SFIO, Comité de Acción Socialista y Revolucionaría, y en la década del 30 miembro del Consejo Nacional de la SFIO (Comisión Administrativa Permanente, CAP). Después de la se­gunda Guerra Mundial entró a la sección francesa de la Cuarta Internacional.

[7] Centrismo es el término utilizado por Trotsky para designar a las tenden­cias del movimiento radical que oscilan entre el reformismo, que es la posi­ción de la burocracia y la aristocracia laborales, y el marxismo, que representa los intereses históricos de la clase obrera. Como las tendencias centristas no tienen base social independiente, hay que caracterizarlas de acuerdo a su origen, su dinámica interna y la dirección que toman o a la que las empujan los acontecimientos. Mas o menos hasta 1935 Trotsky consideraba al stalinis­mo una variedad especial de centrismo, centrismo burocrático; luego percibió que este término no se adecuaba a las transformaciones que sufría la burocra­cia soviética. En una carta a James P. Cannon del 10 de octubre de 1937 es­cribió: "Algunos camaradas continúan caracterizando al stalinismo como centrismo burocrático”. Ahora este caracterización es totalmente anacró­nica. En el terreno internacional el stalinismo ya no es centrista sino crudamente oportunista y social-patriota. ¡véase si no España!"

[8] Jean Ziromsky (n. 1890): fundador de la tendencia de la SFIO Bataille Socialiste (Batalla Socialista), fue un funcionario del partido con inclinaciones pro stalinistas. Partidario de la "unidad orgánica" a mediados de la década del 30. entró al Partido Comunista después de la Segunda Guerra Mundial.

 

 



Libro 4