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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Notas de un periodista

Notas de un periodista

Notas de un periodista[1]

 

 

Publicada en abril de 1935

 

 

 

Cómo minan los stalinistas la moral del Ejército Rojo

 

Estos últimos meses el Kremlin se ocupo nuevamente -¡y con qué furioso celo!- de reescribir la historia del Ejército Rojo. El objetivo es demostrar que, aunque no formalmente, si en esencia, Trotsky luchó en el campo de las Guardias Blancas contra los soviets. No exageramos en lo más mínimo: resulta que Trotsky sembró las filas del frente oriental de "nidos de guar­dias blancos" que inevitablemente habrían destruido la causa de la revolución si Stalin no hubiera interveni­do a tiempo y purgado el ejército de agentes trotskistas. A la vez, Trotsky fusiló a comunistas que luchaban va­lientemente en las filas del Ejército Rojo, y nuevamente el asunto habría terminado en una ineludible catás­trofe a no ser por la intervención de Stalin, que parece que ya entonces había decidido que a los comunistas hay que fusilarlos en épocas de paz.

Estas interesantes y en alguna medida "sensacionales" revelaciones plantean algunos problemas.

En primer lugar: ¿por qué se tardó tanto en hacer estas revelaciones? ¿Porque los jóvenes estudiosos soviéticos descubrieron inesperadamente una serie de cosas en los archivos, o porque creció una nueva gene­ración que no conoce nada del pasado?

Segundo: ¿qué relación hay entre las ultimas reve­laciones y las precedentes? Desde 1923 se acusa a Trotsky de "subestimar al campesinado" y de ser un fanático de la "revolución permanente". Ahora se descubre que en realidad Trotsky desde 1917 era un agente de los blancos en el Ejército Rojo, que fue creado por Stalin. ¿Cuál fue entonces el objeto de confundir duran­te años a toda la humanidad con la "subestimación del campesinado" y otras patrañas, cuando no se trataba de un revolucionario sino de un contrarrevolucionario?

Tercero: ¿por qué el Partido Bolchevique mantuvo durante siete años (1918-1925) al frente del Ejército Rojo a un hombre que lo estaba destrozando? ¿Por qué no designó a Stalin, que fue quien lo creó? No se lo pue­de explicar solamente por la universalmente conocida modestia de Stalin, ya que era un problema de vida o muerte para la revolución. Ni podemos suponer que el partido no estaba informado; seguramente Stalin sabía lo que hacia cuando purgaba al Ejército Rojo de los m­étodos contrarrevolucionarios sembrados por Trotsky y ponía punto final al fusilamiento de comunistas, reser­vándose esta tarea para él solo. Pero como Stalin siem­pre actuaba siguiendo las órdenes del Buró Político, los organismos superiores del partido debían estar entera­dos de lo que sucedía.

Es cierto que en esa época el Buró Político estaba formado fundamentalmente por contrarrevolucionarios o aprendices de tales (Trotsky, Zinoviev, Kamenev). Pero, ¿y Lenin? Supongamos que era un muy mal juez de los acontecimientos y de la gente (su "Testamento" permite extraer esa conclusión). Pero, ¿el mismo Stalin? ¿Por qué no planteó ante el Comité Central y el partido que Trotsky llevó a cabo una tarea mortífera en el Ejército Rojo durante la Guerra Civil?

Cualquier hombre inteligente e instruido del Ejér­cito Rojo se dirá, mirando viejos libros o periódicos: "Durante siete años Trotsky estuvo al frente del Ejér­cito Rojo y de la Armada Roja. Fue designado organiza­dor y dirigente de las Fuerzas Armadas de la República Soviética. El tomaba el juramento a los hombres del Ejército Rojo. Ahora resulta que era un traidor. Sus actos criminales provocaron cientos y miles de sacrifi­cios innecesarios. Eso significa que fuimos engañados. ¿Pero quién nos engañó? El Buró Político encabezado por Lenin. Eso implica que en el Buró Político había traidores y personas que apañaban a los traidores.

"Ahora me dicen que los verdaderos creadores y dirigentes del Ejército Rojo fueron Stalin y Voroshi­lov.[2] ¿No será que me están engañando de nuevo? No me hablaron de la traición de Trotsky hasta diez años después de su remoción. ¿Y cuándo me hablarán de las traiciones de Stalin y Voroshilov? ¿En quién se puede confiar?"

Así debe de hablar el joven del Ejército Rojo que re­flexiona. El soldado viejo, que conoce por experiencia cómo sucedieron las cosas, sacará mas o menos la si­guiente conclusión: "Cuando acusaron a Trotsky de ’subestimar al campesinado’ pensé que muy bien podía ser verdad; es un problema complicado, frente al que resulta difícil ubicarse. Pero cuando me cuentan que Trotsky sembró el Ejército Rojo de nidos de guardias blancos, digo directamente: ¡los dirigentes actuales mienten! Y si mienten tan descaradamente sobre la Guerra Civil, probablemente también lo hagan sobre la subestimación del campesinado."

Una sola cosa puede resultar de la campaña de reve­laciones sensacionales: pérdida de confianza en la dirección, vieja o nueva, en cualquier dirección.

Hay que preguntarse por qué la camarilla de Stalin considera necesario dedicarse ahora -¡en 1935!- a esas revelaciones de doble filo, que por lo menos en un cincuenta por ciento son autorrevelaciones. El trotskis­mo fue destruido en 1925, luego finalmente destruido en 1927, irrevocablemente destruido en 1928 (Trotsky exiliado en Alma-Ata), y los "últimos remanentes" de los "miserables fragmentos" una y otra vez sometidos al exterminio después del exilio de Trotsky en el extran­jero, donde finalmente "se reveló" como un agente del imperialismo. Parecería que es hora de volver al traba­jo. Pero no; la aristocracia gobernante no puede que­darse tranquilamente sentada; necesita preocuparse; transpira por el esfuerzo de pensar tanto. ¿No se puede inventar algo más, algo un poquito más fuerte, más duro, más venenoso, algo que destruya real y definiti­vamente este trotskismo ya siete veces destruido?

 

Radek escribe bien

 

En tiempos de Gogol la "pequeña aristocracia de Kursk" escribía bien. En nuestra época, cuando esa aristocracia ya ha desaparecido, Radek escribe bien. Pero dado que Radek es un extranjero en todos los idiomas, sería injusto atacarlo por ese lado. No es ni profundo ni gramático, pero de todos modos la verdad sale a la luz. La traición asoma en todas las palabras. No hay lugar a error: aunque no pertenezca a la aristo­cracia de Kursk no escatima su vida en favor del líder.

"El tiro de Nikolaev -escribe Radek- iluminó claramente la podredumbre contrarrevolucionaria ocul­ta en las filas de nuestro partido" (El Bolchevique, N° 3, página 61). Cada palabra golpea como es debido: precisamente hay podredumbre; precisamente estaba oculta; precisamente en el partido. En cuanto al tiro, precisamente "iluminó claramente" toda esta podre­dumbre. Y, lo más sorprendente de todo, el mismo Radek cayó inesperadamente bajo la luz de esta clara iluminación -como moralista, por supuesto, no como formando parte de la podredumbre-. Pues, ¿quién permitiría que un podrido publicista escriba en las pági­nas de El Bolchevique? Es cierto que Iaroslavski fue removido de la dirección después de años de servicio, pero hasta al vigilante Stetski[3] le ocurrirá lo mismo.

De todos modos, el propio Radek -éste es precisamente el objetivo de su artículo- demuestra en veinte páginas de apretado texto que, en lo que a él concierne, su alta moral revolucionaria queda fuera de toda sospe­cha. ¿Y quién puede saberlo mejor que Radek? Trotsky "se pasó abiertamente al campo de la contrarrevo­lución". Zinoviev y Kamenev recurrieron a "una confe­sión llena de duplicidad". Pero él, Radek, confesó con todas las de la ley. Azótenlo, hiérvanlo en aceite; él, como Vas’ka Shibanov, cantará loas a su señor. Pero -homo sum -, por supuesto Radek prefiere pasar la prueba de la verdad evitando el aceite. Algunos mal pensados afirman que fue la inclinación de Radek a la vida pacífica y su repulsión al aceite hirviendo lo que produjo en él tan intenso sentimiento de fe en el Líder, en el portero del Líder y hasta en el perro del Líder (con perdón de la sombra de Moljalim, que nos debe de estar espiando).

Sin embargo, estas hipótesis puramente sicológicas no son convincentes. La sinceridad de Radek tiene una base sociológica. Buena parte de las veinte páginas consiste en citas de Stalin demostrando que cualquier oposición es siempre burguesa y siempre lleva a la con­trarrevolución. Las escrituras lo dicen sencillamente:

"No hay otro poder que el del Señor." Radek y otros lacayos de la burocracia expresan el mismo pensamien­to en términos más contemporáneos: "Todo lo que esté a la izquierda o a la derecha de Stalin es contrarrevolu­ción burguesa; el meridiano del proletariado pasa por el puente de la nariz del Líder."

Mientras Radek permanece en las alturas de la sociología general (nos referimos a la sociología de los lacayos burocráticos), sus posiciones son casi inaccesi­bles. Las cosas empeoran cuando tiene que responder a cuestiones más prosaicas y concretas, tales como el juicio de Zinoviev y Kamenev. Como bien se sabe, tanto en los comunicados del gobierno como en los numero­sos artículos del Pravda se afirma directa y categóricamente que Zinoviev y Kamenev tenían como objetivo la restauración del capitalismo y la intervención militar. Nosotros no dudamos en considerar esta afirmación una mezcla de bajeza, estupidez y desvergüenza. "No se trata -dice Radek en defensa del Líder- de si el capitalismo es el ideal de los señores Trotsky y Zinoviev sino de si la construcción del socialismo es posible en nuestro país", etcétera. En una palabra, Radek rechaza la idea de que Zinoviev y Kamenev hayan comenzado una conspiración para restaurar el capitalismo -al contrario de lo que afirma desvergonzadamente el comunicado oficial-; lo que sucede es que negaron totalmente la teoría del socialismo en un solo país, la misma teoría nacional-reformista que el propio Stalin rechazaba todavía en 1924 y que Radek aceptó recién en 1929, bajo la influencia del duro clima de Siberia. Q.E.P.D.

Con excepción de tales deslices, tenemos que admi­tir que Radek escribe bien, que su pluma tiene chispa. Pero por alguna razón, mientras se lee su artículo no se puede dejar de pensar: esto ya lo leí cientos de veces. Y por alguna razón, se desprende del papel un extraño hedor, como el de una vieja alfombra sobre la cual la gata de la casa crió a varias generaciones de gatitos.

 

¿Adónde se fue Manuilski?

 

Las masas proletarias de ambos continentes sufrie­ron un duro golpe estos últimos meses: ¡desapareció un dirigente de la revolución internacional! Hace todavía muy poco, en el esplendor de su fuerza y su talento, impartía directivas a sesenta naciones sobre el tema de cómo atravesar simultáneamente distintos períodos (precisamente entonces se vivía el inolvidable "tercer período"), escribía floridos artículos -aunque es cierto que nadie los leía- y en sus horas libres les narraba a otros dirigentes anécdotas sobre la vida nacional que gozaban de gran éxito. ¡Y súbitamente desaparece! Desaparece completamente, sin dejar una huella. Pero como no se trata de una aguja sino de un dirigente de la Comintern, su repentina desaparición amenaza con provocar toda una serie de consecuencias cósmicas. Pero ya se dijo hace mucho tiempo: le roi est mort, vive Bela Kun!

De todos modos, no se pudieron evitar algunos inconvenientes menores. Algunas secciones quedaron confundidas por el enceguecedor cambio de líderes. Algunas dijeron: ¿Acaso Bela Kun no había muerto en las barricadas húngaras? Otros supusieron por su nom­bre que esta vez se había designado un dirigente de sexo femenino. Pero rápidamente todo se volvió en favor de todos. "Un cura es tan bueno como otro", dijeron los españoles. "Este no será peor que Manuils­ki", agregaron los italianos. "También parece haber desaparecido Lozovski", observaron los británicos con un suspiro de alivio. Nadie se acordó siquiera de Kuusinen. Y así la historia de la humanidad entró en su cuarto período. Mientras tanto la tierra continuó girando sobre su eje como si nada especial hubiera ocurrido.



[1] Notas de un periodista. Biulleten Opozitsi, N° 43, abril de 1935 firmado "Alpha". Traducido [al inglés] para este volumen [de la edición norteamericana] por John Fairlie. La primera parte apareció en otra traducción en New Militant del 15 de junio de 1935.

[2] Kliment Voroshilov (1881-1969): uno de los primeros en apoyar a fue miembro del Buró Político desde 1926 y presidente del Consejo Militar Revolucionario y comisario del pueblo de defensa entre 1925 y 1940. Fue presidente de la URSS de 1951 a 1960.

[3] A.I. Stetski: partidario de Bujarin, más tarde lo reemplazó por un tiempo como teórico del círculo de Stalin. Fue arrestado en 1938.



Libro 4