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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Nubarrones en el Lejano Oriente

Nubarrones en el Lejano Oriente

Nubarrones en el Lejano Oriente[1]

 

 

Publicado en agosto de 1934

 

 

 

En un primer momento, uno queda estupefacto por la insignificancia de las fuerzas militares que se concentraron en el Lejano Oriente durante los meses de máxima tensión en las relaciones soviético-japonesas. El 3 de febrero, el ministro de guerra del Japón, Hayashi[2], declaró que su gobierno tenía sólo 50.000 soldados en Manchuria, mientras que los soviets habían concentrado 100.000 hombres y 300 aviones en su frontera más cercana. Bluecher[3], comandante en jefe del ejército del Lejano Oriente, refutó a Hayashi, declarando que en realidad Japón tiene 130.000 hombres estacionados en Manchuria, que es más de un tercio de su ejército regular, los que sumados a unos 115.000 soldados manchúes, hacen un total de 245.000 hombres con 500 aviones. Al mismo tiempo, Bluecher agregó que las fuerzas armadas soviéticas no eran inferiores a las japonesas. Podría decirse que, medidos con la escala de una gran guerra, sólo están involucrados destacamentos de guerrilleros.

Las características del Extremo Oriente (áreas inmensas y escasamente pobladas, territorio extremadamente recortado, pobres medios de comunicación, lejanía de las principales bases) excluyen la concentración de masas de millones de hombres, así como un frente profundo e ininterrumpido y una guerra de posiciones. En la contienda ruso-japonesa de 1904-1905, participaron del lado ruso 320.000 soldados; hacia el final, es decir, cuando el ejército zarista estaba completamente destrozado, llegaron a 500.000. Los japoneses difícilmente habrán alcanzado esas cifras. Al ejército zarista no le faltó número ni transporte, sino habilidad. Desde entonces, la tecnología de guerra ha cambiado incomparablemente, pero las peculiaridades básicas del teatro de guerra del Lejano Oriente permanecen iguales. Para el Japón, Manchuria es una base intermedia, separada por el mar de las bases principales. Le armada japonesa domina el mar, pero no bajo él ni en el aire. El transporte marítimo está plagado de peligros. La población china de Manchuria es hostil a los japoneses. Al igual que los soviets, el Japón no podrá concentrar millones de hombres en el frente del Lejano Oriente. La tecnología más moderna necesariamente deberá correlacionarse con los métodos tácticos del pasado. La estrategia de Napoleón, e incluso de Aníbal, en gran medida se conserva vigente en el Transbaikal y las provincias marítimas. Campañas de caballería en gran escala introducirán cambios decisivos en el mapa de guerra. Los ferrocarriles japoneses de Manchuria peligrarán más que la línea soviética que corre a lo largo del Amur. Les operaciones de destacamentos aislados, las incursiones de caballería en la retaguardia enemiga, estarán ligadas a un esfuerzo colosal de moderna tecnología bajo la forma de la aviación, como medio de explorar, bombardear y mantener las líneas de transporte. En la medida que la guerra en el Amur y las provincias marítimas tenga un carácter de movimiento y maniobras, su resultado dependerá, en grado decisivo, de la habilidad de los destacamentos aislados para actuar en forma independiente, de la iniciativa de los oficiales de más baja graduación y de los recursos del soldado que debe actuar por cuenta propia. Opino que en todos estos aspectos el ejército soviético se mostrará superior al japonés, por lo menos tanto como el ejército japonés lo fue en 1904-1905.

Como lo demostraron los acontecimientos del año pasado, Tokio no puede decidirse a iniciar ya la guerra. Y, mientras tanto, en cada año adicional, la relación de fuerzas no cambiará a favor del Japón. Le base militar-industrial de Kuznietsk ya ha liberado al frente oriental de su dependencia con la retaguardia europea. La renovación de la capacidad de transporte del ferrocarril Moscú-Khabarovsk, al hacerle doble trocha, ha sido fijada por el gobierno soviético como una de las tareas prioritarias de 1934. Simultáneamente se iniciaron los trabajos para trazar 1.400 kilómetros de vías desde el lago Baikal hasta las regiones del bajo Amur. Le nueva línea principal cubrirá las regiones más ricas de carbón en Bureya y las minas de Khingan. El programa de construcción industrial transformará la región del Bureya (que solo dista 500 kilómetros de Khabarovsk, es decir, un décimo de la distancia a la región del Kuznietsk) en una base independiente militar, tecnológica e industrial. La correlación entre los gigantescos logros en transporte e industria con los sustanciales privilegios económicos que se extenderán a la población del Lejano Oriente conducirán a una rápida colonización del territorio, lo que dejará sin base los planes del imperialismo japonés para Siberia.

De todos modos, la situación interna del Japón hace la guerra casi inevitable, así como hace treinta años tampoco el zarismo pudo eludirla, pese a todas las voces de advertencia. No hay contradicción si decimos que, una vez estallada la guerra en el Lejano Oriente, ésta será o muy breve, casi instantánea, o muy, muy larga. El objetivo del Japón es la toma del Lejano Oriente y de ser posible, de un sector considerable del territorio del Transbaikal. Esto, por sí mismo, requiere un largo período de tiempo. Por otro lado, la guerra podría terminar rápidamente en caso de que la Unión Soviética fuese capaz de aplastar la ofensiva japonesa en su propio inicio, en forma decisiva y por un buen período. Le aviación proporciona a los soviets un arma de inestimable poder para esa tarea defensiva.

No es necesario ser un devoto de la guerra aérea "integral", es decir, creer que las operaciones militares decisivas se cumplirán en el aire, para darse cuenta que, bajo ciertas condiciones, la aviación indiscutiblemente es capaz de decidir la guerra, paralizando radicalmente las operaciones ofensivas del enemigo.

Precisamente, este es el caso en el Extremo Oriente. En sus quejas sobre la concentración de fuerzas aéreas soviéticas en las provincias marítimas, Hayashi reveló la comprensible alarma de los círculos dirigentes japoneses, cuyos más importantes centros políticos, complejos industriales y bases militares están expuestos a los ataques de la aviación roja. Teniendo como base las provincias marítimas, es posible, mediante aviones de gran radio de acción, infligir los mayores estragos en los centros vitales de la isla imperial. Aun suponiendo algo poco probable, que Japón logre desplegar una fuerza aérea igual o superior, disminuiría el peligro para la isla pero no quedaría eliminado. No hay barrera aérea impenetrable; sus rupturas serían frecuentes; y cada una de ellas traería graves consecuencias. En este duelo, lo más importante no será la incuestionable superioridad material y técnica de la aviación soviética, sino la posición geográfica relativa de ambos contendientes.

Mientras que casi todos los centros japoneses están expuestos a los ataques aéreos, la aviación japonesa no puede responder en ningún lado con golpes equivalentes. No hablemos de Moscú; ni siquiera puede alcanzar sin escalas la base de Kuznietsk (situada a 6 o 7.000 kilómetros). Al mismo tiempo, ni en las provincias marítimas ni en Siberia Oriental existen centros de tan vital importancia cuya destrucción pueda ejercer en el curso de la guerra una influencia decisiva o, por lo menos, digna de mención. La ventaja de posiciones, multiplicada por una tecnología más avanzada, dará al Ejército Rojo una preponderancia difícil de expresar en un coeficiente preciso, pero que podrá ser de decisiva importancia.

Si, pese a todo, la aviación soviética se mostrara insuficientemente preparada para solucionar en la tercera dimensión esta grandiosa tarea, entonces el centro de gravedad revertiría al plano, a las dos dimensiones, donde entrarían a regir con toda su fuerza las leyes de la guerra en el Lejano Oriente. La primera de ellas dice: lentitud. Obviamente, pasó el tiempo para una súbita ocupación de las provincias marítimas. Hoy Vladivostok es una plaza poderosamente fortificada, que puede transformarse en el Verdún del Pacífico. El intento de capturar esta fortaleza sólo puede hacerse por tierra, y requeriría una docena de divisiones, lo que significa dos veces y media o tres veces más de las necesarias para defenderla. Aun en caso de lograr un éxito total, una operación así requeriría meses, dejando entonces a disposición del Ejército Rojo un invalorable período de tiempo suplementario. La marcha de los japoneses hacia el Oeste requeriría de una labor preparatoria colosal: fortificar las bases intermedias, y construir caminos y vías férreas. Su mismo éxito crearía al Japón crecientes dificultades, ya que el Ejército Rojo se retiraría sobre sus propias bases, mientras el japonés se iría dispersando sobre territorios inhóspitos, dejando a sus espaldas una Manchuria esclavizada, una Corea aplastada y una China hostil. Una guerra prolongada abriría la posibilidad de formar, en lo más profundo de la retaguardia japonesa, un ejército chino con apoyo de tecnología e instructores soviéticos.

Pero aquí ya entramos, en el verdadero sentido de la palabra, en el terreno de las relaciones mundiales, con todas sus posibilidades, peligros y aspectos desconocidos latentes en ellas. Es evidente que muchas de las consideraciones que hicimos quedarían eliminadas en caso de que la guerra se prolongara una cantidad de años y forzara a los soviets a poner veinte millones de hombres bajo las armas. En ese caso, la economía rural soviética, cuyos problemas fundamentales están lejos de haberse solucionado, se presentaría, junto con el transporte, como el eslabón más débil. Sin embargo, precisamente en la perspectiva de una gran guerra es absolutamente inadmisible considerar la cuestión de la URSS de manera aislada, es decir, sin una conexión directa con la situación mundial en su conjunto. ¿Cómo se alinearán los países en Oriente y Occidente? ¿Se concretará la coalición militar entre Alemania y Japón? ¿Encontrará aliados la URSS? ¿Quiénes serán? ¿Qué ocurrirá con la libertad de los mares? ¿Cuál será el nivel de subsistencia del Japón y, en general, su situación económica? ¿Sufrirá Alemania un nuevo bloqueo? ¿Cuál será la estabilidad relativa de los regímenes de los países contendientes? Podríamos así multiplicar indefinidamente el número de preguntas de este tipo. Todas surgirán inevitablemente de las condiciones de una guerra mundial, pero nadie las puede responder a priori. En el actual curso de mutua destrucción de los pueblos, iremos encontrando la respuesta; y no podemos descartar que ésta resulte una sentencia de muerte sobre toda nuestra civilización.



[1] Nubarrones en el Lejano Oriente. Esquire, agosto de 1934.

[2] Senjuro Hayashi (1876-1943): general japonés ministro de guerra (1934-1935), y primer ministro(1937).

[3] V.K. Bluecher (1889-1938): cabeza de las fuerzas guerrilleras en Siberia durante la Guerra Civil. En la década del 20 fue designado por el Ejército Rojo consejero militar de Chiang Kai-shek. Más tarde, fue comandante del Ejército Especial del Lejano Oriente; fusilado por orden de Stalin en 1938.



Libro 4