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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

El nuevo proceso

El nuevo proceso

El nuevo proceso[1]

Un síntoma inequívoco de una aguda crisis política en la URSS

 

 

22 de enero de 1937

 

 

 

Hace apenas un par de días declaré a los represen­tantes de la prensa mexicana que mi deseo más fer­viente era vivir en el retiro y no atraer la atención del público sobre mi. Deseaba entregarme de lleno a la biografía de Lenin. Pero el proceso de Moscú me obliga nuevamente a dedicar mi tiempo a la prensa mexicana. Ante todo me interesa que esta campaña sistemática de mentiras y calumnias no vuelque en mi contra a la opinión pública del país que me ha brindado hospitali­dad. Y no tengo la menor duda de que el principal obje­tivo del proceso que se inicia en Moscú es desacreditarme ante la opinión pública mundial.

Debo solicitar la colaboración de El Nacional para aclarar la verdadera situación.

Soy revolucionario y marxista. En marzo se cumplirán los cuarenta años de mi actividad en el movimiento obrero revolucionario. Al presentarme como “enemigo número uno”, la camarilla que dirige a la Unión Sovié­tica quiere convencer al mundo entero de que yo, por razones desconocidas, he traicionado los ideales de toda mi vida para convertirme en enemigo del socia­lismo, partidario de la restauración capitalista, aliado del fascismo alemán y terrorista. Los últimos cables informan que mis partidarios en la Unión Soviética son acusados de sabotaje industrial, espionaje militar a favor de Alemania e inclusive de conspirar para exterminar en masa a los obreros de los centros de producción armamentista. Al leer estas líneas uno cree hallarse en un manicomio. Sigo siendo un ferviente partidario de las conquistas sociales de la Revolución de Octubre y, a la vez, implacable enemigo de la camarilla que detenta el poder con el único fin de controlar esas conquistas para sus propios fines egoístas.

El grupo que detenta el poder dice: “Yo soy el estado”. Pero la Oposición dice que el estado soviético no es José Stalin. Si yo creyera que el terror individual y el sabotaje industrial aceleran el progreso social y mejoran la situación de las masas trabajadoras, lo diría abiertamente y sin vacilar. Estoy acostumbrado a decir lo que pienso y a hacer lo que digo, pero siempre sostuve y sostengo que el terrorismo individual favo­rece a la reacción más que a la revolución y que el sabo­taje de la economía destruye las bases de todo progre­so. Stalin, el numen de la GPU, me atribuye ideas absurdas y métodos monstruosos con el único fin de desa­creditarme ante las masas trabajadoras de la Unión Soviética y el mundo entero.

Cuando, en 1922, Zinoviev postuló a Stalin para el cargo de secretario general del Partido Comunista. Lenin dijo, “No lo aconsejo. Este cocinero sólo prepa­rará platos picantes.” En ese momento Lenin no sabía cuán picantes serían los platos de Stalin. ¿A qué se deben estos juicios repugnantes, que sólo sirven para desacreditar a la Unión Soviética ante el mundo entero? Por un lado, la camarilla dirigente afirma que el socialismo ya está establecido en la URSS y que se ha inicia­do la era de prosperidad. Por otro lado, ellos mismos afirman que los colaboradores de Lenin, la Vieja Guar­dia bolchevique que llevó el peso de la revolución sobre sus hombros y constituyó el viejo Comité Central del partido, se han convertido todos, con excepción de Stalin, en enemigos del socialismo y aliados de Hitler. ¿No es esto un disparate evidente? ¿Podría lanzarse una calumnia más perniciosa, no sólo contra los infe­lices acusados, sino también contra el Partido Bolche­vique y la Revolución de Octubre? La camarilla dirigente quiere obligar a los obreros y campesinos a creer que la crítica a la burocracia, su despotismo, privile­gios, arbitrariedades y violaciones del derecho equivale a ser agente del fascismo.

A medida que el anacronismo del nuevo absolutismo y de la nueva aristocracia se vuelve más evidente a los ojos de las masas populares, Stalin se ve obligado a cocinar platos cada vez más picantes y venenosos. El nuevo proceso de Moscú es un síntoma inequívoco de la aguda crisis política que está surgiendo en la URSS.

Conozco íntimamente a siete de los acusados men­cionados en los cables del día: Radek, Piatakov, Sokol­nikov. Serebriakov, Muralov, Boguslavski y Drobnis. Todos ocuparon puestos de gran importancia en el Partido Bolchevique y en la revolución, todos militaron alguna vez en la Oposición y todos -excepto quizá Muralov, quien se retiró de la actividad política- capitularon ante la burocracia en 1928 y 1929. En la URSS existe una enconada hostilidad entre los mili­tantes de la Oposición y los capituladores. En 1928 corté todos mis vínculos con los acusados, a quienes considero adversarios políticos irreconciliables. Sin embargo, no me cabe la menor duda acerca de que ninguna de las personas mencionadas pudo participar en actividades terroristas, de sabotaje, o de espionaje. Si el acusado confiesa haber cometido los supuestos crímenes se debe a que la GPU emplea métodos parecidos a los de la Inquisición. Los que se niegan a las confesiones exigidas son fusilados sumariamente. Sólo los que están totalmente quebrados y han aceptado hacer las declaraciones requeridas aparecen en el ban­quillo de los acusados.

¿Será posible salvar a las diecisiete víctimas de la GPU? No lo sé. Depende de la opinión pública mundial. Si las masas trabajadoras, la prensa democrática y los partidos y grupos progresivos levantan la voz de pro­testa oportunamente, es probable que salven a los diecisiete acusados.

En lo que a mí concierne, estoy dispuesto a compa­recer ante cualquier jurado imparcial, ante cualquier comisión investigadora, para demostrar con hechos, cartas, documentos y testimonios irrefutables que el juicio de los “trotskistas” es una horrenda falsifica­ción y que los verdaderos culpables no son los acusa­dos, sino los acusadores.



[1] El nuevo juicio. El proceso de Moscú. Traducido [al inglés] para esta obra por Cándida Barbarena. Los dos primeros y los tres últimos párrafos fueron tomados de un comunicado de prensa publicado en el periódico mexicano El Nacional. Con autorización de la Biblioteca de la Universidad de Harvard.



Libro 5